RELATO SOBRE "LOS PRIMEROS"
Los Primeros vivían lejos de aquí. Más allá de Las Montañas. Cuidaban de su ganado y no sembraban. Como nosotros, no eran esclavos de la tierra, como Los Otros.
Un comienzo de un invierno especialmente frío, en que Hielo se comió el calor de Sol, se veían morir. No había pastos ni bellotas. Ningún remedio ni magia funcionaba.
Pero los Primeros vieron en las aves un augurio. Las Grullas seguían hacia el Atardecer sin detenerse, a diferencia de otros años. Su canto era alegre. Su vuelo, rápido. Su formación, una dirección. Durante días los bandos pasaban, y las señales se repetían.
Los Primeros marcharon tras ellas. Un viaje duro y largo. Cargando con todo, para no volver. Hasta que llegaron al destino de las Grullas, a aquí, a la tierra que hoy llamamos Invierno. Fecunda en pastos y bellotas. Celebraron.
Pero pasaron las lunas, Sol recuperó su calor, y las Grullas se marcharon. Los Primeros no. Aún había pastos. Habían venido para no volver. Pero se equivocaron. En apenas unas lunas todo se secó. Se veían morir, como unos meses atrás. Y ahora no había augurios.
Hasta que una vaca encinta se escapó hacia Las Montañas. Los Primeros no eran capaces de hacerla volver. La res marchaba segura, sin variar el rumbo, mugiendo. Quizás era el augurio que esperaban, así que la siguieron. Resultó que la vaca encinta iba tras una manada de uros. Así vadeaba ríos y cruzaba valles. Así encontró la vereda para atravesar Las Montañas. Así pastó hierba fresca. Así llegó a una tierra fecunda, que hoy llamamos Verano. Los Primeros se salvaron, de nuevo. Celebraron.
El ternero de aquella vaca fue el primero de muchos que nacieron sabiendo el camino de Invierno a Verano. Los hijos de la Vaca Madre y el Uro Padre.
Los Primeros aprendieron así a vivir aquí, entre Invierno y Verano.
RELATO SOBRE "NUESTRA TIERRA"
Estira cualquier viejo cuero curtido. Apriétalo un poco desde los extremos, que se levante una arruga en el medio. Esa larga arruga son Las Montañas. La piel agrietada pero estirada que queda a un lado, es Invierno. En el otro lado, Verano.
En esas vastas planicies, rotas por colinas, cañones y sierras, pasta nuestro ganado. Cazamos. Y recolectamos los frutos de la naturaleza. Porque como bien sabéis, nosotros no sembramos. Es nuestro mayor regalo, los Dioses nos libraron de ser esclavos de la tierra... como el resto de pueblos. Simplemente nos repartimos los territorios por familias, desde que los Primeros liberaron a la Vaca Madre, y pusieron justicia en las disputas de los Segundos.
La tierra de Invierno, donde pasamos los inviernos, la calienta más Sol. En cambio, la tierra de Verano, donde pasamos los veranos, la visita más Hielo. Cuando los pastos se secan en Invierno, verdean en Verano. Cuando los pastos se escarchan en Verano, verdean en Invierno. Por eso nos movemos de unos a otros cada medio año. El ganado siempre come. Y nosotros.
Pero para ello, hay que atravesar Las Montañas. No son lugar para humanos ni para reses. Sus bosques y cimas pertenecen a Lo Salvaje y Lo Prohibido. A animales y otras criaturas. A los Dioses. Las Montañas no terminan. Van de extremo a extremo del Mundo, desde el Amanecer al Atardecer.
A la mitad de cada planicie, un gran río recoge las aguas que descienden de Las Montañas. El Gran Río de Verano, Duru, y el Gran Río de Invierno, Tagu. Como las Montañas, vienen del Amanecer y van hacia el Atardecer. Allá, mueren en Mar. Pero aquello ya no es nuestra tierra, es de Otros.
Los nombres de los ríos no significan nada. Son palabras viejas, que el Uro Padre le dijo a la Vaca Madre. Como los nombres de los Dioses nativos de Verano e Invierno.
Más arriba del Gran Río de Verano, sólo hay montañas y Mar. Es lo que se arruga del cuero bajo mis dedos cuando lo aprieto. Y lo mismo más abajo del Gran Río de Invierno... otras montañas y Mar. Sólo hay más mundo hacia el Amanecer... pero son las tierras antiguas de los Primeros, donde Hielo se come el calor de Sol.
RELATO SOBRE "LOS SEGUNDOS"
Los Primeros tuvieron hijos aquí. Sus familias. Los Segundos.
Los Segundos nunca habitaron la tierra más allá de Las Montañas. Sólo ésta, la nuestra. Y creían conocerla. Y creían controlarla. No escuchaban. Ni a los Primeros, ni a los augurios, ni a los Dioses de Invierno y Verano.
Los Segundos creían que sólo debían seguir a la Vaca Madre. Allá donde iba ella, iban todos. Pero ellos, sus familias y su ganado, eran muchos. Demasiados. Y los pastos no eran tan fecundos.
Hubo disputas entre los Segundos, sobre quiénes podían seguir a la Vaca Madre y quiénes debían volver hacia el Amanecer siguiendo a las Grullas. Hubo incluso peleas. Y muertes. Acabaron atando a la Vaca Madre, para que nadie la robara.
La Vaca Madre sufría. Y el Uro Padre, salvaje, no se le acercaba. Las lunas pasaban, y había que cruzar las Montañas... pero ningún animal podía guiar.
Los Primeros, hartos, liberaron a la Vaca Madre. Se veían morir. La res huyó con Uro Padre, sin detenerse jamás. Los Segundos se enojaron, juraron cazarlos, pero nunca lo lograban.
A lo largo de lunas, el Uro Padre llevó a la Vaca Madre por los mejores pastos de Invierno y Verano. Y los Segundos tras ellos. Incansables. Hasta que se dieron cuenta de que las reses les estaban mostrando, sin quererlo, cómo repartirse las tierras sin tener que pelear por los pastos. Había para todos. Conscientes de su error, arrepentidos, quisieron celebrar con Vaca Madre y Uro Padre, pero éstos no les perdonaron. De hecho, los animales les guiaron a los Pantanos, y allí murieron los Segundos. Desde entonces son parte de Lo Prohibido. Y desde entonces los uros y los humanos no olvidan, y ya no nos acercamos unos a otros.
Pero aún así las familias comprendimos cómo habitar en Invierno y Verano. Y aprendimos que en Horcajo se juntan todas las veredas para cruzar Las Montañas.
RELATO SOBRE "LOS TERCEROS"
Los Terceros, hijos de los Segundos, aprendieron de los errores de sus padres. Cuidaron las tierras y pastos de Invierno y Verano. Señalaron Lo Prohibido. Pero no temían a Las Montañas. No temían a Lo Salvaje.
Llevaron las reses por veredas que ahora no se debe. Entraron en bosques a los que ahora no se debe. Se asentaron en valles en los que ahora no se debe. Bebieron las aguas que ahora no se deben. Tantos murieron, que los Primeros se veían morir. Otra vez más.
Los Terceros intentaron preguntar a los Dioses, a la Naturaleza, dónde podían estar o no estar. Les respondieron que ya habían mandado a Uro Padre hace años para enseñarles su nueva tierra. Pero el enojo del animal aún no se había pasado. Así que debían seguir descubriéndola por ellos mismos.
Por suerte, hubo quien sintió lástima de los Terceros. El cárabo y la lechuza. Hijos de Luna. El primero, todo lo veía en las noches que su madre estaba vacía. Esa noche, todo lo sabía hasta el siguiente día. La segunda, todo lo veía en las noches en que su madre estaba plena. Esa noche, todo lo sabía hasta el siguiente día.
El cárabo les dijo a los Terceros que su Deidad Protectora, respondía aquí por un nombre antiguo distinto al que ellos sabían más allá de las Montañas. En la lengua del Uro Padre, era Vaelico. Súbitamente, el cárabo se convirtió en piedra.
La lechuza les dijo a los Terceros que su Deidad de la Fecundidad, respondía aquí por un nombre antiguo disinto al que ellos sabía más allá de las Montañas. En lengua del Uro Padre, era Ataecina. Súbitamente, la lechuza se convirtió en piedra.
Los Terceros volvieron a preguntar a los Dioses, usando los nuevos nombres, aunque sólo los sabían de dos. Al pronunciarlos, la tierra tembló, y vieron cómo los lobos y las cabras bajaban de Las Montañas hacia ellos, en un único rebaño. La loba de mayor tamaño se levantó a dos patas. Era Vaelico. El cabrón de mayor tamaño se levantó a dos patas. Era Ataecina.
Los Primeros y los Segundos han olvidado los altares, les dijeron. Y los sacrificios, añadieron. Sin más palabra, volvieron a las Montañas, llevándose una parte de las reses con ellos, y a una parte de los Terceros también.
Los Terceros no olvidaron los altares. Marcaron con ellos sus tierras, pero también las entradas a Lo Prohibido y Lo Salvaje. Desde entonces, hacemos los sacrificios. Y portamos a cárabo y lechuza para hablar con los Dioses.
RETAZOS DE RELATOS SOBRE LIBRES
Post original para Vara. Información compartida con todos.
Relatos de Libres te vienen muchos a la mente. Antiguos y recientes. Es verdad que hace varios años que no ha habido Libres, sí, pero es que nadie se lo ha merecido... pero cuando érais niños hubo varios. Los vivisteis en primera persona.
Como los hermanos Caballo, Azul y Gris, que viajaron hacia el Mediodía, hasta los confines de Invierno, y volvieron cargados de extrañas pieles y plumas. Habían vivido entre los Otros varios años, y resultó que hablaban y pensaban parecido a vosotros, pero... también habían visto a los Otros de Más Allá del Mar, muy distintos a vosotros. Ahora, los hermanos Caballo estaban en otro gran viaje hacia los confines de Verano. Aún no habían vuelto.
O como la Banda del Viento, un grupo de guerreros tan formidables como los Lobos, que se dedican a explorar los límites de Invierno y Verano, expulsando a los Otros cuando se asientan en vuestro territorio. También van más allá, y vuelven con reses excepcionales de gran valor. Los habíais visto en contadas ocasiones, porque su vida no era como la del resto de familias, pero eran Libres, la mayoría de ellos.
Otros Libres que vosotros conocíais era la matriarca de la familia de Pisavíboras. Aquella anciana una vez había sido Libre, y había pedido crear su propia familia, con reses y territorios propios. Esto era lo más normal que solían pedir los Libres, en realidad. Pero esta gente, que seguía en Invierno y Verano, mezclados con todos, no parecían tan Libres como los aventureros o los guerreros de los relatos. Y es verdad que muchos de éstos no volvían o morían jóvenes.
RELATOS DE CIMA Y LOS GIGANTES
PRIMERA VEZ
Había una vez un niño, o una niña, que subió a Las Montañas a jugar con los Gigantes. Se llamaba Cima. En las cumbres, les vió saltar de peña en peña, riéndose a carcajadas, haciendo temblar sus barbas y melenas que les cubrían todo el cuerpo.
- Hola Gigantes, ¿puedo jugar con vosotros?
- ¡CLARO QUE SÍ! - exclamaron los Gigantes.
Cima se alegró, trepó a una peña y... no saltó. No podía dar un brinco taaaan grande.
- ¡UN MOMENTO! - aullaron los Gigantes, agitando sus barbas y melenas. Sin decir nada más, arrancaron grandes rocas y las pusieron alrededor de Cima, haciendo círculos.
- ¡Gracias! - Así, mucho más juntas, Cima brincó de una a otra mientras los Gigantes saltaban se cumbre en cumbre.
OTRA VEZ
Había otra vez, que Cima volvió a subir a Las Montañas a jugar con los Gigantes. Esta vez no saltaban de cumbre en cumbre, sino que estaban todos reunidos en torno a una cueva.
- ¿Qué hacéis, Gigantes?
- ¡VAMOS A BAJAR A LA CUEVA A POR TESOROS! - exclamaron.
La era cueva grande. Honda. Oscura. Fría. Tenebrosa. Cima tembló.
- Esa cueva es demasiado para mí...
- ¡UN MOMENTO! - aullaron los Gigantes, agitando sus barbas y melenas. Sin decir nada más, arrancaron grandes rocas y las pusieron formando un pasillo largo, con otras de techo. Con sus grandes manos, cavaron tierra para taparla. Era una cueva para Cima.
- ¡Gracias!
- ¡EXPLORA ESA MIENTRAS! ¡TE HEMOS PUESTO UN TESORO DENTRO!
Cima se adentró con entusiasmo. Al final del día, los Gigantes le mostraron las gemas y cristales multicolores que habían encontrado. Cima les enseñó el cristal de cuarzo que le habían escondido.
OTRA VEZ DESPUÉS
Había otra vez, después, que Cima volvió a subir a Las Montañas a jugar con los Gigantes. Esta vez no saltaban de cumbre en cumbre, ni exploraban una cueva. Estaban todos reunidos alrededor de un manantial.
- ¿Qué hacéis, Gigantes?
- ¡VAMOS A DARLE LOS TESOROS AL CUÉLEBRE PARA QUE LOS GUARDE! - exclamaron.
¡Un cuélebre! Cima tembló, pero si era lo que sus amigos iban a hacer... fue a su cueva a por su cristal de cuarzo. Y, como los Gigantes, lo lanzó a la fuente con el resto de gemas y cristales.
El agua tembló. La tierra tembló. Y de un agujerito, salió el gran cuélebre lanzando un gran chorro de agua.
- ¡CUANTO TIEMPO! - exclamaron los Gigantes mientras abrazaban a la gran serpiente alada, agitando sus barbas y melenas. Pero el Cuélebre entrecerró los ojos, olió con la lengua y siseó.
- Huuuuelo a huuuumano.... Ladronessss robatesssorosss.
Cima tembló. El Cuélebre le miró. Enseñó los colmillos.
- Te-te he t-traído mi te-tesoro, como l-los Gigantes - Balbuceó. Allí estaba el cristal de cuarzo transparente entre todas las gemas.
El Cuélebre le rodeó. Y siseó.
- Graciasss... cuuuidaré de tu tesssoro.... Si necccesssitasss de mí... te debo uuun favor...
Con otro enorme chorro de agua, el gran cuélebre volvió dentro de la fuente por el agujerito del manantial, llevándose las gemas y cristales. Cima y los Gigantes bailaron empapados.
OTRA VEZ DISTINTA
Había otra vez, distinta, que Cima volvió a subir a Las Montañas a jugar con los Gigantes. Esta vez no saltaban de cumbre en cumbre, ni exploraban una cueva, ni visitaban al cuélebre. Estaban todos acostados a la sombra.
- ¿Qué hacéis, Gigantes?
- ¡NADA¡ ¡HACE DEMASIADO CALOR! - exclamaron.
- ¿Vamos a bañarnos a una garganta? - preguntó Cima.
- ¡¿A BAÑA-QUÉ?! - aullaron confusos los Gigantes, agitando sus barbas y melenas.
Cima alucinó. No se podía creer que no supieran bañarse. Así que fue a la garganta, saltó al agua helada pero refrescante, y lanzó un chorro de agua como si fuese el Cuélebre. Las carcajadas de las Gigantes hicieron temblar Las Montañas.
- ¡UN MOMENTO! - gritaron. Sin decir nada más, arrancaron grandes rocas y las lanzaron a la garganta. Empezaron a removerlas en el agua, dando vueltas y más vueltas.
- ¡AHORA SÍ CABEMOS! - aullaron mientras se zambullían y lanzaban grandes chorros. Cima y los Gigantes jugaron.
LA VEZ QUE NO
Había otra vez, que Cima no pudo subir a Las Montañas a jugar con los Gigantes. De camino, había un gran Incendio que lo devoraba todo a su paso. Las llamas subían Las Montañas.
Cima corrió a la fuente más cercana. Tenía un odre para llenar de agua. Pero un odre no era nada para aquel fuego. Entonces recordó.
Cima sumergió su cabeza en la fuente, y gritó:
-¡Cuelebrbrbre!
Salió a tomar aire, y repitió:
- ¡¡Cuelebrbrbrbrbrbre!!
Sacó la cabeza una vez más, y repitió:
- ¡¡¡Cuelebrbrbrbrbrbre!!!
El agua tembló. La tierra tembló. Y del agujerito del manantial, salió el gran Cuélebre. Miró a Cima con sus ojos de serpiente. Olió a Incendio con su lengua de serpiente. Y sin decir nada, metió el hocico en el agua. Y sorbió. Y sorbió. Y sorbió.
Y voló sobre Incendio, lanzando un gran chorro que apagó las llamas y salvó Las Montañas. Después, volvió a dentro del manantial.
- ¡Gracias! - dijo Cima, teniendo que volver a casa.
LA VEZ QUE CASI NO
Había otra vez, que Cima volvió a subir a Las Montañas a jugar con los Gigantes. Esta vez no saltaban de cumbre en cumbre, ni exploraban una cueva, ni visitaban al Cuélebre ni se bañaban en la garganta. Esta vez, no estaban. Sólo había niebla.
Cima tembló. Les buscó, asustada, por las cumbres de Las Montañas. Escuchó un gruñido, que sonó como un trueno. Y de golpe la niebla se disipó, subiendo a un cielo de nubes grises muy apretadas.
- ¿Qué hacéis, Gigantes?
- ¡A CUBIERTO! - exclamaron sus amigos desde lejos, escondidos en la gran cueva. Otro trueno se desató. Cima corrió. La tierra tembló. Cima corrió. Un relámpago brilló. Cima se metió en su pequeña cueva. Y un rayo cayó en las cumbres de Las Montañas. Y muchos más.
Cima, temblando, vió caer la tormenta. Truenos, rayos y relámpagos. Lluvia, granizo y nieve. Viento, ventisca y vendaval. Parecía que no iba a acabar. Al mirar al cielo, comprendió. Era un Nubero. Al pastor se le había enganchado el rebaño de nubes en las cumbres de Las Montañas.
Pero Cima no podía hacer nada por soltaras. Ni los Gigantes, que ni agitaban sus barbas ni sus melenas en su cueva.
Al fin el Nubero se marchó, pues las nubes se le acabaron deshaciendo, y Cima y sus amigos jugaron en la nieve, en calma.
ULTIMA VEZ
Había una vez, que Cima subió a Las Montañas a invitar a los Gigantes a bajar a Horcajo. Los otros humanos querían oír los prodigiosos relatos contados por ellos, y subir también a las cumbres.
Sin decir nada, los Gigantes arrancaron grandes rocas, y aplastaron a Cima.
Relatos de vuestra infancia, todos los conocéis.