Cuando Valaste empezó a hablar, Khaled enmudeció, atónito. Ni siquiera el aire helado que le secaba los ojos lo hizo parpadear. Aquella mujer debía estar burlándose de ellos. ¿Qué otra explicación era posible para tamaña estupidez? Eran conscientes de lo que estaban haciendo en Imrarlatz. No ha sido un jodido accidente, maldita sea, lo han provocado voluntariamente.
Enunciar lo evidente dentro de su cabeza no redujo su incredulidad.
Mer y humanos, por igual, se dejaban engañar por sus propios deseos. La verdad era una, pero filtrada y moldeada se transformaba en ideas pervertidas. Los thalmor habían erigido sus doctrinas, la misma idiosincrasia que habían construido para su pueblo, en una gloria pasada que quizás ni siquiera había existido nunca. Habiendo encontrado aquellas ruinas, pretendían resucitarla. Todo cobraba sentido.
No había reconocimiento en los ojos de Uthgerd. Ella era también víctima de las consecuencias atadas a su esperanza. Aunque para ella no había sido un acto voluntario. No desde que razoné con ella, al menos.
Un pensamiento peregrino palpitaba entre sus reflexiones. Como arrancado de una tragedia, cruel y estúpido. Si por un momento creía de veras estar en lo cierto, se entregaba a la desesperación.
¿Y si así fuera? preguntó, ahogando una carcajada amarga. Ninguno de vosotros estaríais ahí para contemplarlo. Y lo que ha sido volvería a ser, de nuevo, hasta encontraros otra vez en estas ruinas. Quizás ya estemos condenados, y habéis tenido éxito una infinidad de ocasiones.
¿Podía estar equivocado? Pero no puedo; si lo estuviera, los dwemer lo hubieran utilizado para evitar su desaparición. O lo hubieran destruido para no ser traídos de vuelta, si la desaparición fue voluntaria.
Deja el cubo y márchate. Y si prefieres vivir, añadió, reza para que detengamos esto.
—¿Look? —repitió Uthgerd sin ningún atisbo de reconocer a Fjorda—. ¿Es una palabra élfica?
Valaste hubiera lanzado una carcajada desdeñosa a Khaled, pero carecía de cualquier atisbo de sentido del humor.
—No vamos a retroceder en el tiempo, simio ignorante, vamos a destruir su linearidad, que es algo radicalmente distinto —insistió Valaste—. Cuando Reilien tenga éxito, el tiempo dejará de discurrir como discurre ahora, para hacerlo circularmente como lo hacía en la Era del Amanecer. No vamos a deshacer el pasado, sino a construir un eterno presente.
Tomó el cubo y lo arrojó al interior de Imrarlatz, describiendo una parábola por encima de Uthgerd.
—¿Queréis el cubo? Id a buscarlo.
- Algo así, lo importante es que aunque no nos reconozcas, éramos tus amigos. Has retrocedido en el tiempo y has olvidado lo que viviste en tus años posteriores, pero estábamos juntos en esto, la Thalmor es el peligro...
Las explicaciones se cortaron cuando Valaste envió el cubo volando. Fjorda no esperó, y salió disparada tras él, fuese hacia donde fuese.
Supongo que no tengo reactivadas las maniobras de encuentro para poder teleportarme.
A ojos del khajita la única que estaba siendo ignorante era Valaste y el resto de los thalmor por creerse que podían jugar con poderes que sólo estaban al alcance de los dioses.
No es que K’Dan fuera una persona sabía, pero al menos sabía sumar dos y dos y atar cabos cuando las cosas estaban más o menos claras y empezaba a ver lagunas en el plan de los thalmors.
—Así que Reilien tendrá éxito utilizando tecnología dwemer—dijo el Khajita—. Si, tiene mucho sentido. Supongo que además de estudiar completamente esos artefactos habéis averiguado que ocurrió con los creadores de estas impresionantes ruinas. Porque lo sabéis, ¿verdad?
No iba a decir nada más cuando una luz se iluminó en su cabeza.
—¡Ah! Y lo de hacer este presente eterno también suena muy bien. Sobretodo con Alduin el Devorador de Mundos vagando por Tamriel y destruyéndolo todo.
—Si en la vida han hecho otra cosa que creer que llevan la razón y punto, dudo que eso vaya a cambiar ahora—dijo Elynea tratando de ahorrarles el malgasto de saliva a sus compañeros—. Que se vaya de una vez y no perdamos más tiempo.
«Que me duele el sentido común de oirla... »
Por suerte o por desgracia ella tenía muy claro lo que pasaba cuando un mortal o varios trataban de jugar a ser dioses: Que salía mal. ¡Y aquella panda de ególatras pretendía saber cómo funcionaban las mareas del tiempo! es más, pretendían saber dominarlas a su antojo.
Semejante arrogancia le provocó unas repentinas ganas de estallarles una montaña encima a todos los thalmor de poder hacerlo. Que sensación más irónica.
—No sé si es "nuestra" Uthgerd que no nos recuerda por estar retrocediendo en el tiempo o una versión joven suya que se ha escapado del tiempo y directamente no nos conoce—le susuró a Khaled—. Pero creo que no nos vendría mal algo de ayuda.
Vamos, gruñó Khaled cuando la nigromante arrojó la llave del complejo.
No prestó más atención a las afirmaciones de Valaste. Que fueran veraces o equivocadas era irrelevante. Lo que tenían que hacer en las ruinas de Imrarlatz no cambiaba un ápice. Si había un descubrimiento aguardando tras esos muros, no tenía que ver con los altmer que lo habían ocupado, sino con los dwemer que lo habían construido. Cómo habían desaparecido quienes habían sido capaces de doblegar incluso a los mismos fundamentos de la realidad.
Avanzando, siguió el recorrido del cubo con la mirada. No lo tenían todavía en las manos, pero estaba donde lo necesitaban.
Solo restaba un obstáculo. La explicación de Fjorda había sido certera, pero no esperaba que sirviera de mucho para que Uthgerd comprendiera lo que sucedía. Ni siquiera sabemos qué sabe. Puede que Delphine y los demás sigan con ella, que estén dentro.
Se detuvo frente a la nórdica y observó la matanza a su alrededor.
Brillante, reconoció sonriente. Que el apetito para la violencia se le hubiera atragantado aquel día no le impedía apreciar la habilidad desplegada por la mujer. Bastaba con observar los tajos y golpes en los cadáveres para pintar en su mente las escenas de aquella pelea. Supongo que estás confundida, que no sabes cómo has llegado aquí… No, joder, déjame empezar de nuevo. Soy Khaled, y ellos son Elynea, K’Dan y Fjorda. Un guarda rojo, una dunmer, un khajiita y una bosmer, justo lo necesario para que no sospeche de nosotros. Los thalmor del campamento están jugando con algo que no comprenden ahí. Algo que por desgracia pone en peligro mucho más que sus miserables vidas. Vamos a detenerlos. Eres bienvenida a acompañarnos.
Palmeó el pomo de la espada de Sigvatr que sobresalía sobre su hombro.
Viendo lo que has hecho con esos cuatro, estoy deseando luchar a tu lado.
—Lo sabemos, gato —dijo Valaste con desdén—. Si llegamos lo suficientemente lejos, tú también lo sabrás. Aunque es más probable que las máquinas dwemer te maten antes.
Por la manera en la que Uthgerd frunció el entrecejo, Khaled, que la conocía bien, sabía que había dado en el clavo. La mujer parecía no tener la más remota idea de cómo había llegado allí o quiénes eran ellos. Pero de todas maneras...
—Bueno. Vuestra compañía es mejor que la de esos thalmor —vigiló a Valaste y a sus muertos vivientes antes de seguiros hacia el interior de Imrarlatz.