—Quizá confiaban en que fuera suficiente o quizá no tienen tantos recursos aquí... —suspiró Elynea. Luego resopló con una mezcla de agotamiento y frustración—. Descubrí aquel maldito templo por error, ¡por error! y renuncié automáticamente a meter las narices en él desde entonces. ¿Es que no es obvio que no me interesa lo más mínimo? Han pasado un año, maldita sea, podrían tener el detalle de dejarme en paz.
No era ninguna amenaza para aquel tal Miraak fuera quien fuese, porque básicamente le importaba un ardite su vida. Tan solo esperaba que decidieran dedicar de una buena vez los caros recursos invertidos en la maldita Morag Tong a algo más productivo. Como comprarse jarras de aguamiel por ejemplo.
—Gracias, grandullón—suspiró dando unas palmaditas en el inmenso brazo de Osbjorn; lo cierto es que se sentía mucho mejor en compañía de aquel enorme amigo que había encontrado entre los Skaal. La afirmación de Uthgerd la sorprendió en un principio, y también la hizo sentir un poco mejor, sobre todo después de lo que había ocurrido en la Sangrera.
Ella era lo suficientemente experta en minusvalía social como para haber aprendido un poco a leer entre las lineas de la guerrera nórdica; sabía que aquello era una especie de afirmación que aseguraba de que podía contar con ella. Pero se cuidó de darle las gracias también porque estaba segura de que lo negaría todo. Lo hizo en su fuero interno.
La canción de Karin sin embargo la volvió a amargar. O mejor dicho, la letra. ¿Qué demonios les pasaba a la mayoría de los nórdicos con cualquier cosa que no fuera nórdica? Si no eras nórdico no ibas a Sovngarde, si no ibas a Sovngarde estabas destinado a sufrir el peor de los destinos, si no eras nórdico...
Le resultaba tan absurdo imaginar que Guardas Rojos, Dunmer, Altmer, Argonianos y cualquier otra raza estuviese condenada a la perdición sólo por ser lo que era que jamás entendería cómo era posible que apareciese gente como Ulfric hablando de libertades para su pueblo mientras con la otra mano cortaba de cuajo las de los demás; eso lo había visto de primera mano en Ventalia.
Por otra parte, también había nórdicos estupendos, nórdicos con dos dedos de frente. Y de esos había conocido bastantes en Carrera Blanca así que se limitó a apretar ligeramente los dientes sin abrir la boca y a centrarse en otro aspecto aparte de la letra de la canción: y es que juraría que la había oído antes. Pero no ecordaba dónde.
—¿De dónde has sacado eso, Karin?—dijo lacónicamente.
Antes de que Uthgerd se lo llevara de allí, cuando Elynea hizo su revelación, Khaled no dijo nada. No hacía falta. Simplemente curvó los labios suavemente, en un amago de sonrisa, se encogió de hombros y bebió unos sorbos de aguamiel, apurando el último trago de la botella que se había llevado del Gigante Dormido.
Quien no se hubiera encontrado en esa situación en algún momento de su vida, que se encargara de amonestar a la sacerdotisa. Dudaba que ninguno de los presentes fuera a hacerlo. Eran todos veteranos. No se podía hacer algo útil por aquella tierra sin levantar las iras de alguien dispuesto a enviar asesinos tras uno.
—Porque soy tu amigo —sentenció Khaled. No hacían falta más explicaciones.
Todavía llevaba la botella en la mano. Se la llevó a los labios, olvidando que no quedaba en ella más que lo que se había adherido a las paredes. Soltando un bufido, la lanzó contra el tronco de un árbol, donde estalló en pedazos diminutos.
Se había dado cuenta, por supuesto, era evidente que la guerrera no combatía con la fiereza y habilidad de antaño. Pero lo achacaba a la edad, que a todos pasaba factura tarde o temprano, y obligaba a sacar la veteranía para compensar lo que el paso del tiempo había arrebatado al cuerpo. Años de esfuerzo al límite, de recibir heridas demasiado profundas para las pociones —cuando había pociones a mano—, de órganos aplastados y perforados, huesos rotos mal recolocados… Él mismo empezaba a notarlo en las malditas rodillas y la parte baja de la espalda.
—Podemos seguir buscando un remedio, fuera de Skyrim si es necesario —propuso—. O entrenar hasta que aprendas a pelear con el brazo izquierdo. Si estuviera en tu lugar, yo…
Cerró la boca, amonestándose a sí mismo con un aspaviento. Nunca sabía cómo reaccionar en esos momentos. Tratar con críos era más sencillo, bastaba con dejarles la puerta abierta, contarles historias cuando estuvieran callados y escucharles cuando necesitaban hablar, y no dejar que se te subieran a las barbas. Quizás es eso con ella, solo necesita que la escuche.
—Qué cojones importa lo que haría en tu lugar —gruñó—. Dime qué quieres hacer. No sé más que pelear y destilar licores, pero sabes que haré lo que esté en mis manos para ayudarte.
Karin parpadeó un par de veces, solo por si acaso. Y entonces sacudió la cabeza. Elynea había estado hablando de su pasado y ella se lo había perdido. ¡Mierda! La cotilla bardo siempre estaba deseando saber más sobre la clérigo que se había convertido en Thane, y además, al parecer, en la historia había templos malditos. Maldición...
En fin, al menos parecía que pasarían lo que quedaba de noche tranquilamente. Si no pensaba en el vampiro vagabundo que acechaba por la zona y los asesinos dunmer y sus arañas explosivas, no iba tan mal la cosa.
Elynea le hizo una pregunta, y Karin tardó un poco en contestar.
- La...la escribí yo - confesó, avergonzada, no por haber escrito una canción, sino por la temática. Podía escribir mil versos insultantes y mil poemas épicos rimbombantes, pero se sonrojaba cuando se trataba de cantar sobre su corazón
Justo cuando terminó de hablar se dio cuenta de que la lírica no dejaba demasiado bien el paraíso daédrico al que se creía condenada, y pensó que era probable que eso pudiera ofender a Elynea, aunque K´Dan, con todo su porte de paladín, nunca había mostrado más que una sonrisa misteriosa cuando Karin hablaba de su infierno personal.
Una vez más K’Dan volvió a mostrar esa sonrisa misteriosa a Karin. Pese a sus propias dudas personales, el khajita disfrutaba haciendo que la coraza nórdica de la bardo se resquebrajara. K’Dan aborrecía el racismo tan irracional y tan arraigado de la cultura nórdica.
—No tienes que disculparte Elynea. Todos llevamos cargas pesadas y para eso buscamos la camadería y la amistad. Para aliviar tanto las nuestras como las de nuestros compañeros.
Que irónico era que el khajita hubiera recorrido casi todo Tamriel para acabar descubriendo una realidad tan simple.
—Si no os importa… hoy preferiría hacer la última guardia. El día ha sido demasiado largo—mirando a la bardo le preguntó—. Karin, ¿me ayudas a quitarme la armadura?
- Si vas a tocarme el culo no empieces lo que no vas a acabar - dijo sarcásticamente la bardo mientras se levantaba para ayudar a K´Dan
Suro era un explorador, un batidor, un tipo de ropa gastada y botas por las que había pasado una eternidad. Las sutilezas de la gente con más cultura se le escapaban.
¿Tocarle el culo? ¿Es una especie de metáfora?
Por si acaso, no dijo nada.
Uthgerd guardó silencio durante varios latidos de corazón. Pareció tomar una decisión, sonrió y te puso una mano en la mejilla.
—Buscaremos un remedio entonces —repitió—. Empezaré a entrenar con el brazo izquierdo y moriré con la espada en la mano con una auténtica hija de Ysgramor. No sé dónde iréis los guardias rojos al morir, pero te guardaré un asiento en Sovngarde, a mi lado, para que cantemos las canciones que compongan sobre las hazañas que están por venir.
No sabías si sonreía o estaba a punto de llorar. Pero la conocías lo suficiente para saber que ni ella se creía lo que acababa de decir. Se mordió el labio.
—Tú sabes de magia. ¿Qué opinas de la historia de esa dunmer? ¿Piensas que es posible detener el proceso de rejuvenecimiento?
Uthgerd recordará que le aconsejaste afrontar su lesión y el paso de los años con una espada en la mano.
Has subido al último nivel en tu relación con La Indómita y es ahora tu amiga. Además de tener un +1 a la TS de Voluntad, podrás 1/día repetir una TS de Voluntad cuando estés a menos de 30' de ella. Deberás aceptar ese segundo resultado aunque sea más bajo que el segundo.
—Ah.
Elynea no dijo nada más ya que no le dio más importancia, si era de Karin tenía sentido que la hubiese escuchado en Carrera Blanca en algún momento. Probablemente no se habría acordado hasta ahora teniendo en cuenta lo poco agraciada que se le hacía la letra.
—La cuestión es, K'Dan, que preferiría buscar esa camaradería sin necesidad de que os maten por mi culpa... —suspiró, aunque sin amargura—. Pero gracias.
Aquello era lo más parecido a un "Os estoy eternamente agradecida por haberme ayudado allá atrás y no haberme dejado tirada pese a que la cosa no iba con vosotros, da gusto sentirse querida" que era capaz de pronunciar. Así que mucho tendría que leer entre lineas la imaginación del khajiita. O de qiuen fuera.
Khaled dudaba. No podía luchar contra la desazón que paseaba bajo su garganta como un reflujo gástrico. Uthgerd seguiría combatiendo, peleando por mantener la esperanza. Era la decisión que esperaba, la única que la mujer que conocía podía tomar. Pero eso no la hacía la mejor decisión posible. La posibilidad de dejar atrás su antigua vida y construir una nueva persona sobre esos cimientos estaba al alcance de sus manos, más tangible que una nebulosa recuperación. Aunque menos que una muerte en combate.
Sin embargo, sonrió. Una sonrisa brillante bajo su piel oscura, y honesta. Tomó la mano de Uthgerd entre y la apretó, reforzando su gesto. A pesar de las dudas, había dicho la verdad.
Dio la bienvenida al cambio de tema. No era, por diferentes razones, algo que ninguno de los dos deseara discutir en ese momento.
—Supongamos primero que la mujer dice la verdad —respondió, pensativo—. Depende de la causa. Si es una maldición y encontramos su origen en Imrarlatz, podremos detenerlo, quizás incluso revertirlo. Si es un efecto más profundo, algo que ha trastocado de algún modo la naturaleza de ese dunmer… me temo que estará más allá de nuestras posibilidades, a menos que Azura nos eche una mano directamente, o los dwemer dejaran atrás un método para deshacerlo.
»Sea como fuere, es una digna aventura. Aunque nos la hayan echado encima en un momento jodidamente malo —se lamentó.
Uthgerd frunció el ceño, en ese gesto obtuso que ponía cuando trataba de ordenar sus ideas. Pero pronto descubriste que sus pensamientos iban por un derrotero completamente diferente al tuyo.
—Hay algo que no me queda claro. Si dejo que esa maldición me afecte, rejuvenezco hasta un momento en el que no estuviera herida... —rumió La Indómita—, y después revertimos el efecto. ¿La herida volvería a aparecer o estaría curada?
—Lo que ha descrito no es un simple rejuvenecimiento del cuerpo —respondió—. Es como si hubiera vuelto atrás en el tiempo, deshaciendo todo lo sucedido a la víctima, mientras el resto del mundo seguía hacia delante.
No era, como Khaled había supuesto, un cambio de tema. Al contrario, se dio cuenta, bien podía ser la razón detrás de la revelación. Aquella situación había generado una idea peligrosa. El razonamiento básico tras ella no carecía de sentido, pero todo lo demás despreciaba el sentido común y la prudencia.
—¿Estás dispuesta a asumir las consecuencias? —preguntó—. ¿Olvidar todo lo que has hecho y aprendido desde ese día?
El guardia rojo suspiró. Cuanto más se le metiera la idea cabeza, más difícil sería disuadirla.
—Y eso, asumiendo que lo que le ha pasado al dunmer sea reproducible. Puede que me equivoque, pero dudo que sea tan sencillo.
Uthgerd endureció el rostro, sumida en un mar dudas y confusión.
—Ya sé que la magia siempre tiene un precio y todo eso —gruñó—, pero volver a ser joven... volver a vivir los mejores años de tu vida... podría merecer la pena, ¿no? Si pudiéramos reproducirlo, si pudiéramos invertir el proceso...
Debió notar como había sonado eso y algo murió en sus ojos.
—Pero tienes razón. Son demasiados "si" —admitió La Indómita, volviendo a plantar firmemente los pies en el suelo—. A cada uno nos toca cargar lo nuestro.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la hoguera.
—¿Volvemos?
Khaled sonrió con amargura.
—Como le he dicho al mago, creo que prefiero la vida como es…
Era más joven que la Indómita, y las secuelas de sus batallas eran menores. Quizás no la comprendía. Estaba convencido, empero, de que no necesitaba revivir sus mejores años, ni lo haría nunca. Le bastaba con seguir adelante, aprendiendo de sus errores y sabiendo que, cuando llegara su último aliento, no se arrepentiría del camino tomado.
—Comprobemos primero si es siquiera posible hacerlo —dijo—. Medítalo mientras tanto.
Asintió y dio media vuelta. Echó a andar hacia el campamento.