Citas seleccionadas de una búsqueda.
“Ah. Discúlpame. Me has traído a la memoria otro tiempo… me has sorprendido. Sí, lo conozco, o más bien lo conocí. Fue hace muchos años. No podías ser más que un niño por aquel entonces. Si lo has visto, debió ser después de que se marchara.
¿No? Venía acompañado por un khajiita y una joven nórdica. Trabajaron con mi padre y los demás chamanes… No, prefiero no hablar de ello. Tampoco importa. Solo estuvo en la isla unas semanas.
¿Hacia dónde se marchó? Recuerdo que solía mirar hacia el horizonte, hacia las costas de Skyrim”.
Frea Paso Montés, chamán skaal.
“Claro que lo conocí. Fuimos buenos amigos; primero su padre y yo, y luego él y yo. Y una maldita decepción; tenía esperanzas puestas en él, y para nada. Pero era su vida, su camino, y no tuve el valor de forzarle la mano.
A su patria, al Páramo, aunque el muy idiota se había pasado sus primeros años en Roca Alta. Pero le entiendo. Cada año más.
Si lo encuentras, dile que venga a visitar a una vieja amiga. Y que tiene una deuda pendiente conmigo.
Tienes curiosidad, ¿eh? Me prometió que, si llegaba a morir de vieja, llevaría mis huesos personalmente a la cripta de mi familia en Quietud. Me gustaría volver a verle, antes de que suceda.”
Delphine, anciana propietaria de El Gigante Dormido
“¿Qué? ¿Cuál de ellos? Mi cuñado se llama Khaled. Mi primo se llama Khaled. ¿Ves esas ruinas? Hace solo tres noches que compartí el vino con un muchacho que se llamaba Khaled. ¿Qué madre no llama Khaled a uno de sus hijos? Incluso la mía lo hizo.
Ah, eso sí. Eso es otra cosa. ¿Y qué más?
No, sí, sigue, pero ven conmigo. Ten, bebe un trago de esto. No pongas esa cara y bébetelo todo. Hazme caso; he domado al jodido desierto con un alambique y lo que tengo entre sien y sien.
Ahora escúchame bien. Has de ir a Helgathe. Habla con el capitán El-Mennouf. Kabir El-Mennouf, o su hijo. O su hija. Busca a hombres como tú.
Nadade eso, mentecato. Capitán de navío, corsario. El cabronazo ha hundido tantos barcos thalmor que se puede cruzar a las Islas del Verano saltando de madero en madero.
Sí, sí, él sabe de quién hablas. O ella. O su padre. ¿Cómo quieres que me entere de los detalles viviendo en medio del desierto, tonto del dátil? La cosa es que preparan un viaje, uno largo, hacia el este.
No, no. Más allá. Lo entenderás cuando llegues.”
Ermitaño del desierto, viejo loco.
“Bienvenido, esturanjero. ¿Vienes en barco? Lamento lo que sucede. Siéntate y cuéntame historia, poru favoru”.
Torizono, ronin.
- Tengo dos peticiones muy sencillas Jarl, la primera es que deseo que se me retire la condición de Thane. Fue un mecanismo de protección, pero ya es innecesario. La segunda es que se permita a mis padres vivir en la ciudad, pero sin que se sepa jamás el parentesco que guardan conmigo. A pesar de todo lo sucedido, temo una venganza Thalmor sobre mi persona.
Al día siguiente, Fjorda ya no estaba en Carrera Blanca, y no había dicho a nadie cual sería su nuevo destino.
Fjorda engordó. No hasta ponerse obesa, pero desde luego nadie reconocería le elfa enjuta y fibrosa en aquella mujer fuerte y rellena, de grandes pechos y mejillas redondeadas. También se tatuó el rostro, de forma que sus facciones cambiaron por completo, y un pelo grisáceo comenzó a caer por detrás de sus hombros. Nadie que ella no quisiera sería capaz de reconocerla, por muy bien que la hubiese conocido en el pasado. Ni siquiera, naturalmente, por la voz, dado que por algo había estado tantos años aprendiendo idiomas y ejercitando acentos.
Las leyendas de bandas de thalmor desaparecidas sin rastro fueron cayendo en el olvido, a medida que aquello dejó de suceder. A cambio, una estudiosa se estableció como ayudante de Calcemo, apoyando primero al estudioso de la historia Thalmor y después superándole en muchos aspectos. Apoyada en la financiación que aquel maestro le aportaba (y algunos lingotes de plata anónimamente donados a la investigación), dirigió expediciones a todas las ruinas enanas de Skyrim, y de entre todas, bastantes de ellas fueron al Límite Sombrío. Y algunas en solitario a unas ruinas donde, decían, una vez había visto a un eneno de verdad, vivo, de carne y hueso, al que llamaba "cronoexplorador". También investigaba todo lo poible sobre Herma Mora, aunque nadie entendía muy bien cual era la relación entre ambas cosas, si es que tenía alguna. Aquellos sabios, ya se sabía, a menudo estaban medio locos.
Años más tarde ingresó en el colegio de magia, decían sus profesores que era una alumna increíblemente inteligente, pero que no progresaba en absoluto en el conocimiento de la magia, y que al mismo tiempo que era alumna en temas mágicos, era una profesora informal en todo lo que estuviese relacionado con la historia antigua. También decían que parecía haber ingresado solo para poder acceder a su biblioteca, aunque también se pasó muchos días charlando con el Augur. Y un buen día, sin más desapareció. Sus padres habían muerto años atrás, y en su habitación solo encontraron una carta, una larga carta, donde contaba su historia, la de su infancia, la de su etapa adulta como espía y asesina, y su etapa más allá de la juventud estudiando los Thalmor, a Herma Mora, y la naturaleza del tiempo. No explicaba sus conclusiones, no dejaba un tratado tras ella, tan solo al final ponía "mi investigación ha dado resultado". Cual fue el resultado de esa investigación, nadie lo supo, y nadie supo de ella tampoco. Cada pocos años, algún alumno lee la carta (guardada en la biblioteca) y trata de seguir los pasos de su investigación, pero nadie parece conseguirlo. El final de Fjorda la Profesora es objeto de especulación: unos creen que consiguió viajar en el tiempo. Otros creen que un nuevo cronoexplorador fue a buscarla, para evitar que sus conocimientos fuesen difundidos y mantener oculto el misterio del destino de los Dwemer, otros creen que quienes fueron a buscarla fueron los monjes Psijic, para invitarla a ingresar en su orden. Lo único realmente seguro, es que nadie conoce la verdad. Quizás, y es seguramente la hipótesis más razonable, simplemente se volvió loca y murió intentando algo que la superaba.
El viejo khajita llegó hasta la Capilla de Azura al sur de Hibernalia. Todos los años hacía lo mismo en esas fechas. Viajaba en peregrinación hacia allí, acampaba a los pies de la enorme estatua, al atardecer bebía un frasco de skooma y se pasaba toda la noche orando. Al amanecer dejaba el lugar.
Tras clavar su lanza en el suelo y comenzó a montar el campamento. Su pelaje otrora oscuro se había tornado gris. Para bien o para mal con el paso de los años se había vuelto alguien conocido. Entre sus congéneres le llamaban “El Gato Loco”, pues tenía una forma de vivir muy distinta a la de los suyos. La diferencia más palpable era que adoraba a la Azura de los dunmer (aunque la siguiera llamando Azurah). Muchas veces le preguntaban al respecto pero el se encogía de hombros en silencio. Parecía que hacer proselitismo de su causa le daba pereza.
Ese día no había nadie en la Capilla. En otras ocasiones había compartido la vigilia con otros visitantes. Pensó en Elynea, debería haberle dicho que le acompañara. Al pensar en la dunmer se dio cuenta de que hacía tiempo que no pasaba por Carrera Blanca, una ciudad en la que el khajita tenía permiso para entrar. Ese hecho tan excepcional unido a la buena relación que tenía con algunos thanes de la ciudad, también formaba par de su fama. Había luchado junto a ellos en más de una ocasión. Según quien contara la historia lo trataba como un héroe o como un villano enfrentado al Dominio.
Un ruido llamó su atención y le hizo echar mano de su lanza. Era una falsa alarma, se traba de un blanco conejo de las nieves. Desde hacía muchos años vivía en un estado constante de alerta. A lo largo de su vida se había creado peligrosos enemigos. Pero una vida cazando a los seguidores de Hermaeus Mora era lo que tenía.
Sacó su frasco de skooma y se lo bebió de un único trago. El efecto de la droga no tardó en hacerse notar y él comenzó con sus oraciones. A Azurah le debía su vida, a Azurah se la dedicaba y por Azurah moriría. Así había sido y así seguiría siendo.
A la mañana siguiente, recogió sus cosas y abandonó la Capilla. El último siervo de Hermaeus Mora con el que se había topado tenía información interesante. Le habló de una congregación que se estaba reuniendo al sur de Markath en torno a un poderoso mago llamado Osbjorn. Tenía que ir allí para averiguar si se trataba realmente de él. No podía abandonarlo. Pasaría antes por Carrera Blanca para avisar a los otros thanes. Seguro que al menos Karin le acompañaría.
Caminaba ya por la carretera cuando pensó en Elsweyr, su tierra natal. Era curioso, pues ya rara vez lo hacía. Durante mucho tiempo pensó que algún día acabaría retornando a casa. Aclararía todo lo sucedido y volvería a ser uno más con su pueblo. Pero hacia ya mucho tiempo que había desechado esa idea. K’Dan tenía que volver a casa porque ya estaba en casa.
Lo que sucedió en las semanas venideras había sido entre curioso e inaudito, pero al menos no desagradable. La mañana siguiente después de haber vuelto a Carrera Blanca, Elynea se topó con que la actitud de sus habitantes hacia ella había cambiado diametralmente, las miradas de fría educación habían sido sustituidas por sonrisas y las de indiferencia por curiosidad.
Pero no fue el único cambio: ¡Ákadir volvió! Y la dunmer se sorprendió a si misma sintiéndose tremendamente feliz. La había echado de menos como nunca había imaginado... y la Crepúsculo Alado volvía con sorpresa: ahora podía cambiar a voluntad a su aspecto de halcón. Y se quedaría con ella perennemente. ¿Un regalo de Azura?
Lo que también resultó bastante desconcertante fue cuando se cruzó con Aela la cazadora bajando por la calle desde Jorvaskrr, la Compañera murmuró algo sobre que tenía prisa porque había quedado con una altmer y un tipo barbudo para echarle una mano a una segunda altmer en no sé que asunto mágico pero que Athis le había pedido que le dijera que la estaba buscando. Cuando la dunmer llegó a Jorvaskrr se topó no sólo con su pletórico congénere sino con casi todos los Compañeros ávidos de conocer hasta el último detalle de la épica aventura... al parecer la única Thane que estaba en Carrera Blanca ese día era ella.
Farkas se acercó sonriente y le dió un par de palmadas en la espalda invitándola a entrar y contarles la épica aventura en su salón del aguami... no, un momento. Aquel gigante sonriente no era Farkas, ¡era Vilkas! Lo había confundido con su gemelo sólo por eso ¿Vilkas sabía sonreir?
«Sólo he tenido que salvar la realidad tal y como la conocemos para que se acuerde de mi nombte» había pensado «¡Nada mal!»
En los días subsiguientes se pasó más tiempo allí del que jamás habría imaginado porque ahora la invitaban continuamente a hacer misiones con ellos. Todos sentían su honor nórdico más glorificado que nunca o algo así si aceptaba. Tampoco es que Elynea entendiese muy bien aquel concepto de honor de los nórdicos pero de algún modo la hacía sentirse necesaria.
La petición que la azurita le había hecho al jarl fue también otra cosa acogida con entusiasmo entre todos los que se ofrecieron a echar una mano: alzar un templo dedicado a Azura en la zona norte de la ciudad. Lo último que había antes de la muralla era Jorvaskrr. Pero en las murallas siempre se podían abrir nuevas puertas por lo que un pequeño sector más se añadió a Carrera Blanca donde antes sólo había llanura.
Era un terreno ni muy grande ni muy pequeño, tranquilo y alejado del bullicio. Era simplemente perfecto. Y Elynea supo como rellenar los alrededores del templo: un bonito jardín de rosales jalonaba el camino de tierra aplastada que conducía a él y una fuente con la efigie de la Princesa Daedra le dio el toque final a aquel pacífico y hermoso rincón.
El día de la inauguración, varias semanas después de lo sucedido en Imrarlatz, juraría haber visto a Heimskr atado y colgando de la rama de un árbol con una mordaza... pero no tardó en distraer su atención la inesperada aceptación que el edificio pareció tener: Irileth por supuesto, fue la primera en llegar, seguida de un emocionado Athis. Danica Manantial Puro encontró un hueco en sus quehaceres para acercarse también más tarde a felicitarla con una de sus sonrisas.
Elynea se encontraba en una de las almenas de la muralla contemplando los reflejos del crepúsculo sobre el nuevo jardín dedicado a una daedra que tras tanto desvelo finalmente había encontrado su lugar entre los habitantes de la ciudad. Habitantes que ya comenzaban a acercarse a curiosear. Cuando una sonora palmada en la espalda que pretendía ser un saludo afectuoso pero casi la hace caerse almena abajo.
—¿En qué misión quieres que os acompañe esta vez?—había gruñido con voz ahogada mientras le dirigía un ceño de reproche al culpable.
—No es una misión.
—¿Entonces? No me creo que hayas venido a ver el templo.
—Bueno, he venido a decir otra cosa.
Vilkas se inclinó para susurrarle algo al oído y tras unos segundos de desconcierto, Elynea puso los ojos como platos y se le encendió la cara en lo que debía ser la primera vez en su vida. Aunque aquella reacción sin precedentes provocó otra que también debía ser la primera vez que se producía en la historia:
Vilkas soltó una carcajada rebosante de buen humor.