La altanera doncella, distante, inalcanzable, con sus aires de superioridad, - si hay problemas, pronto vendra a resguardarse junto a nosotros - cuchiceaba de vez en cuando con sus compañeros, cuando Dimrod y Eoden no le oian. - Se bien cual es mi posicion. Un hombre de armas, no quiero saber nada de burocracias y protocolos - repetia sin cesar. - Espero que no se aleje demasiado, pues podria correr peligro, seria mejor que confraternizara con sus escoltas, igual le cogiamos cariño, y tal vez asi pondria la vida en juego por ella. - bromeaba de vez en cuando.
El resto del viaje lo pasaba es silencio, mirando alrededor, oteando el horizonte y asegurandose de que nadie andaba cerca cuando no debia de der asi.
ok, no me acordaba, si quieres puedes hacer que con el que duerme Melyanna es el tuyo, y que en la segunda noche se la ha olvidado devolvertelo.
pero si no quieres, ya modificare los mensaje anteriores.
Ya te ire apuntando en la pestaña equipo, todo lo que has puesto.
ok, bien, no cambies nada, seria un rollo.
El que tiene esta cedido por mi, quizas un agradecimiento de la dama al devolvermelo... asi no tendria que dar mas explicaciones.
salu2
Emyr gasta el viaje comportándose de manera bastante satisfecha. Anda con una cierta despreocupación, aunque teniendo en cuenta su empleo, e intenta confraternizar con sus compañeros guardaespaldas y con Dimrod.
-Me pregunto qué motivo tendrá su viaje. Quizás lo que necesita protección no es ella, sino algún objeto en su posesión, y no quiere despertar la codicia de sus empleados y por eso no lo dice... Cumpliré mi trabajo, pero me intriga.
Ese tipo de comentarios se le oían hacer a veces, en particular cuando ya había bajado alcohol por su garganta, y siempre con Dimrod, Eoden y la dama lejos.
A la mañana siguiente, Melyanna se levanto tarde y por primera vez parecía preocupada y se sentía mal por un acto suyo.
Este fue que se le había olvidado devolverle el saco de dormir a Nagredog, el cual se lo había prestado en Torres de Abajo, y además con el agravante de que ella no lo había utilizado esa misma noche y que como bien sabía en el exterior hacia frío cuando se iba el sol.
Tal fue su arrepentimiento por tal equivocación que pidió disculpas al enano mientras por sus mejillas le corrían unas pocas lágrimas, después se lo devolvió ya que era de la opinión de que ya no lo necesitaría en el resto del viaje.
La lluvia de la noche anterior ya había parado, aunque aun seguían en el cielo las nubes grisáceas, por lo que después de desayunar se pusieron en ruta lo antes posible ante la posibilidad de que el respiro dado por el cielo no durara mucho.
Y asi fue puesto que cuando justo habían llegado a Cavada Grande y habían entrado temprano en una posada para comer, los truenos anunciaron una inminente tormenta.
La posada no era muy lujosa ni de un gran tamaño, pero por primera vez en tres días sintieron alivio de comer en un lugar en el que el viento frío no se deslizaba por sus caras desnudas, y en el que podían descansar comodamente un rato.
Cuando a través de los cristales de las ventanas mojados observaron que la tormenta ya se había disipado, salieron de la posada y prosiguieron su camino durante el resto del día sin ningún incidente.
Pasamos a la escena “una de cal y otra de arena”.