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El lobo se tiró contra el ragger que le había herido anteriormente, y consiguió apresarle el brazo izquierdo con fuerza. El ragger tiró de él y se consiguió desprender, pero no sin antes haber sufrido un desgarro en los músculos del brazo. Se quedo dubitativo de contraatacar, cuando Emyr intervino.

Atacando por el flanco, el ataque del eriadoriano se desvió levemente de su objetivo: el cuello de la bestia, y alcanzó la pierna derecha delantera del lobo.

Cuando retiro la daga el lobo aulló de dolor, y después comenzó a menear la cabeza de un lado a otro. Se encontraba aturdido, un hecho que Emyr bien podría aprovechar para realizar un golpe más certero si se daba prisa.

Por fin un poco de fortuna, aunque la lucha contra este lobo aún no había finalizado. Pese a la herida sufrida, el ragger no se retiró de la contienda. Aproveché el momento y conseguí herirlo.

El lobo había quedado un poco tocado, confundido. Tenía que aprovechar el momento y lanzarme de nuevo al ataque. Ahora mismo no podía mirar que estaba pasando a mi alrededor. En frente mi objetivo, el filo de mi daga surcó de nuevo el aire.

Thander se vió enfrentando a otro enemigo y fue incapaz de llegar hasta Faramis. El combate para su capitán parecía ser ventajoso para el enemigo, sin embargo Faramis supo sorprenderle y acabar con él de forma limpia. El ragger intentó desembarazarse de su oponente. Ver a su capitán darle la vuelta al combate de esa forma, aumentó la confianza en Thander, que esta vez pudo arremeter de forma más acertada a su contrincante.

Los raggers siguieron combatiendo con la misma tenacidad que había hecho decantarse la lucha a su favor. Lo mismo sucedió con Nagredog, Vârkim y Thander que consiguieron acabar con sus oponentes en esos últimos lances de combate.

Cuando los orcos se vieron en una inferioridad numérica de 1 a 4, comenzaron a huir, y los lobos los siguieron. Todos los lobos consiguieron huir, mientras que los orcos fueron perseguidos por un corto trecho y perecieron bajo el acero de los raggers.

Tras ganar la escaramuza, Faramis  en contra de lo cansado y triste que se sentía, pero sabiendo que todos sus soldados caídos lo merecían. Ordenó cavar tumbas para ellos. También, envió a uno de sus capitanes junto al único caballo superviviente para avisar a la caravana que los esperarán.

El trabajo se hizo por turnos. Los soldados más sanos y menos cansados se turnaron para vigilar y cavar mientras el resto descansaba y se recuperaba. Otros amontonaron los cadáveres de los orcos a un lado. El cuerpo del hoerk fue clavado al suelo con una lanza, descansando la pila de cadáveres orcos a sus pies.

Durante los trabajos, Faramis estaba cabizbajo, y se lamentaba entre susurros, meneando la cabeza lentamente mientras se limpiaba las manos de su propia sangre y de a ajena. No obstante, habían sufrido una gran número de pérdidas, una cuarentena de hombre aproximadamente, y el propio Faramis había sufrido en su lucha contra el hoerk la rotura de tres costillas y muchos cortes, alguno de ellos profundos. Quien se le acercó para hablar, no pudo sonsacarle ninguna palabra. El bajón moral que sufría era evidente.

Tras cuatro horas de trabajo y descanso por turnos, se decidió volver a ponerse en marcha. Una vez llegaron hasta la caravana, se encontraron con que había sufrido un ataque por parte de 3 lobos que habían huido de la escaramuza. Una mujer y dos hombres habían muerto antes de que los lobos hubieran sido abatidos por Emyr y alguno de los raggers (heridos) que habían marchado con la caravana.

Volvió a decretarse un descanso de 4 horas, como los días anteriores. Se siguió la rutina que en las anteriores acampadas: los hombres estaban nerviosos, escrutaban los alrededores con el convencimiento de que volverían a ser atacados, y además el gélido viento del norte seguía soplando con fuerza.

Emyr vio la oportunidad y atacó con celeridad. Sin embargo fue mejor la idea, que la ejecución de la misma. El primer ataque, con su diestra, consiguió herir superficialmente al lobo, que al sentir como la daga se le clavaba lanzó un mordisco al aire que a punto estuvo de cerrarse sobre el brazo del eriadoriano por pura casualidad, e hizo que se replanteará lanzar un segundo ataque, con sus siniestra.

El combate parecía que iba a volver su estado inicial, con todos los combatientes en “plenas facultades”, cuando de repente  una lanza se clavó con fuerza en la cabeza del lobo, dándole muerte. Había sido uno de los raggers del otro combate, que tras conseguir acabar con su lobo, habían acudido a la ayuda de sus compañeros.

Tras restablecer el orden en la caravana, se reanudó la marcha. No podían esperar a que la resolución de la escaramuza de la que habían escapado fuera favorable para los raggers, cuanto más se alejaran, más seguro estarían.

Tras una hora, un capitán de los raggers mandado por Faramis los alcanzó. La “escaramuza” había sido ganada con sufrimiento, y un gran número de bajas, 40 aproximadamente. El capitán ordenó que esperarán al resto.

5 horas después, los soldados al mando de Faramis llegaron. Muchos se encontraban heridos, y sobre todo muy cansados y tristes. Lo mismo sucedía con Faramis, estaba cabizbajo, y se lamentaba entre susurros; además de haber sufrido la rotura de tres costillas y muchos cortes, alguno de ellos profundos. Quien se le intentó acercarse para hablar con él, no pudo sonsacarle ninguna palabra. El bajón moral que sufría era evidente.

Volvió a decretarse un descanso de 4 horas, como los días anteriores para que los combatientes descansarán. Se siguió la rutina que en las anteriores acampadas: los hombres estaban nerviosos, escrutaban los alrededores con el convencimiento de que volverían a ser atacados, y además el gélido viento del norte seguía soplando con fuerza.

 El combate finalizó, aunque no fue gracias a mi, al menos esperaba haber conseguido “entretener” al lobo lo suficiente como para que pudiesen acabar con él.

La caravana siguió su camino para poner distancia de por medio y yo partí con ella, mirando en dirección a mis compañeros y esperando su retorno.

Me alegré cuando por fin los vi, pero me quedé con un deje de tristeza al ver que su número había menguado de forma sustancial. Cada vez éramos menos. Busqué con la mirada a los dos enanos y al Ragger con el que había compartido misiones anteriores, esperaba que estuviesen bien.

Los enanos se encontraron con Emyr, al igual que él, se alegraron de que se encontrará bien.

A pesar de que los dos enanos intentaban aparentar que ya todo había asado, se podía discernir en sus rostros una tristeza profunda; y un cansancio aun más profundo. No obstante los enanos, que siempre se habían mantenidos impertérritos como una roca en combate; esta vez habían sufrido, y su voluntad de acero se había roto cuando no tuvieron tan claro cual sería el destino del duro combate pasado.

Thander se encontraba más entero, pero igual de cansado y triste.

La noche sucedió tranquila, lo que aumento la confianza de que alcanzarían su destino: Annuminas, aunque eso sí sólo la de un pocos. Sin embargo el campamento amaneció con la noticia de 8 cadáveres (5 raggers, 3 civiles) debido al intenso frío.

Tras enterrar rápidamente a los cadáveres y un escaso desayuno a base de pan mayoritariamente, la marcha se reanudó. Los hombres se encontraban  más descansados pero igual de preocupados y desmoralizados. Casi ninguno tenía ganas de conversar, estaban ausentes, sólo pensando en dar el siguiente paso, y después el siguiente, y así sucesivamente. Algunos caían de rodillas derrotados por el cansancio, y tenían que ser ayudados para volver a levantarse y continuar.

A las cinco horas de camino, tras subir el camino por una nevada loma, en la lejanía, apareció por fin el Nenuial. Los hombres alzaron la mirada, aliviados en parte.

 El gran lago era una superficie azul acerada cuyo final se perdía de vista por el Norte. Sus orillas al oeste acariciaban las faldas de una cadena de altas colinas grises de neblinosas cimas blancas. Gran cantidad de cañas y juncos bordeaban las orillas del lago, especialmente en la boca del Brandivino. Ahí, las cañas crecían frondosamente, casi invadiendo los cascotes y muros que se levantaban en la colina, blanca y salpicada de ruinas, de Annuminas, la antigua capital de Arthedain.

Faramis se animó un poco al avistar la colina, alzándose en su silla para mirarla fijamente.- ¡Ánimo! ¡La colina está a un tiro de piedra! ¡Una hora más y tendremos cama y vino caliente!- Los soldados no respondieron ni se apreció sonrisa en su semblante. Se limitaron a mirar al lago.

A la media hora, un grupo de 20 jinetes ligeros se acercaron desde Annuminas. Cuando alzaron la caravana, uno de ellos, un joven oficial se dirigió a Faramis.- Gracias al cielo, Lord Ek...- El saludo se le congeló al ver la expresión de Faramis.- ¿Os siguen? Erais dos centenas, al menos.-

Con voz especialmente severa, el comandante respondió.- Volved a la colina. Y procurad tener vino caliente, mantas y comida para mis hombres o acabareis patrullando el mismísimo Carn Durn, sargento.- Dicho esto, el joven oficial, contrariado y a punto de replicar, tiró de las riendas de su caballo y volvió a toda prisa a Annuminas con el resto de los jinetes.

La caravana continuó los escasos kilometros que le quedaban hasta el esperado refugio que les brindaba Annuminas.

La cuestión era que pequeñas lucha sin fin. El frío sin piedad... Todo hacía que nuestro grupo fuese mermando más y más... A más tiempo transcurrido más bajas. Era difícil mantener el ritmo en estas condiciones y así se percibía en el resto de compañeros. Pero había que intentarlo.

Por fin llegamos a las inmediaciones de Annuminas, son su gran lago. Aunque no lo pude exteriorizar mi corazón se alegró un poco, era una ciudad conocida, más cercana a las tierras templadas. Las promesas de vino y una cama caliente me parecían demasiado. Esperaba ver de un momento a otro una cuadrilla de lobos que lo impidiese, pero en su lugar unos soldados salieron a recibirnos.