Mientras la gente de Greenwood se levanta en armas, Amanda os prepara un buen desayuno y os acostáis en la cama. Los pies os arden y vuestras ampollas son horribles. Os pitan los oídos, os duele la cabeza, y sentís todos los síntomas relacionados con una noche sin descanso rodeados por el frío, la humedad y el horror.
Vuestros sueños son inquietantes, tratan de seres espeluznantes que conjuran para destruir a la Humanidad, y Freygan y Arwassa están presentes. Sin embargo Kellemport también sueña con la preciosa Linda, a la que ama con todas sus fuerzas y desea volver a ver en Nueva York. Steiffen recuerda la comodidad de la vida que dejó atrás, y Palance lo divertido que era pisotear a los becarios de la universidad. Olmer recuerda los veinte pavos que le debe un fulano del billar, y Collins hasta llega a echar de menos a la señora Forrester, la pesada de su vecina.
Os despertáis a la mañana siguiente. Cuando bajáis al comedor el padre Hoyt ya está levantado, prepara una misa de réquiem por su hermano y todos los caídos. Además, trabajó duro el día anterior mientras estabais durmiendo. Junto con el jefe White se abrieron varias tumbas del cementerio, incluida la de su hermano, y estaban vacías. El doctor Hanover, el forense que certificó las muertes del manicomio como naturales, en estos momentos está detenido.
Por otra parte, los hombres de Greenwood regresaron con las manos vacías. Cuando llegaron al poblado estaba completamente abandonado. En las chozas de los tarados hallaron un montón de alambiques y tenían una plantación con el fin de desarrollar licores. Sin embargo, les resultó imposible seguirles la pista.
Antes de bajar al comedor me ha dado tiempo de darme una buena ducha y arreglarme un poco la barba de varios días que me ha crecido en este tiempo. Con ropa nueva y limpio me siento otra persona, es una cosa increíble.
He soñado con Linda y la mera idea de volver a verla me da energías renovadas. Bajo silbando una canción hasta el comedor y saludo al padre Hoyt y a los presentes. Creo que me tomaré unas largas vacaciones antes de pensar en volver al trabajo o en acercarme a algo similar.
- Esto... padre Hoyt. ¿Vio alguien a un muchacho llamado Jeffry? - pregunto intrigado. No sé si el crío lo consiguió o no... pero le debemos la vida, especialmente yo. Si no fuera por él no habría logrado salir de aquella celda.
El trabajo encargado por el padre Hoyt casi me cuesta la vida. He conocido cosas horribles y aun así he sobrevivido. Pensando que no podría dormirme el cansancio ha podido conmigo en una noche en la que las pesadillas han predominado.
Antes de bajar a comer, me pego una ducha, pero ésta no me reconforta. Tras haber aguantado bien delante de los demás, en la intimidad de la habitación me doy cuenta de que mi mundo se ha desmoronado en buena parte. Yo era un hombre racional y práctico que nunca hubiera podido concebir como reales muchos de los hechos ocurridos estos días pasados.
Ante el descubrimiento de que hay un mundo a parte del que yo conocía tomo la decisión de empezar a conocerlo, pero desde lecturas en bibliotecas hasta tener más información. Pero antes de nada, debo apoyarme en la seguridad de mi rutina para poder soportar la depresión. Colaboraré con más ahínco y tiempo con la policía en la resolución de simples casos entre simples y predecibles humanos.
Abatido, bajo al comedor a participar en la misa. Siguen sin gustarme, pero ahora las veo con un poco más de respeto. Mi petición de ayuda supuso la muerte de muchas personas del pueblo por lo que no trato de ocultar mi abatimiento.
Pone un dedo entre dos páginas de la Biblia y la cierra para hablar.
—Jeffry. No, no me suena, ni tengo noticias de que nadie haya visto un muchacho llamado así. ¿Quién es ese chico? ¿De qué lo conoce?
- Estaba encerrado en una de las celdas... me ayudó a escapar. - miro al padre Hoyt y me acerco a él para susurrarle: - No era un muchacho normal... era un ser de otro mundo... pero de los buenos. - matizo.
Me encojo de hombros y enciendo el cigarrillo que me ofreció Steiffen mientras se lo agradezco con un asentimiento. - Seguramente logró escapar pero no volveremos a verlo. -
Me levanto tarde aquella mañana, y lo cierto es que me cuesta bastante salir de la cama, no sólo por el cansancio, sino también por las heridas. Me las arreglo para llegar hasta la ducha y asearme, algo que al menos logra reactivarme un poco.
-Maldita sea... Al menos los esquimales de Groenlandia no tenían rifles...-digo entre dientes al salir de la ducha. Después, una vez vestido, bajo para observar que el padre Hoyt va a preparar una misa. Al menos, algo cotidiano en todo aquello, y normal, lo que se agradecía terriblemente.
-Lamento que sus sospechas fueran ciertas, Padre...
Estaba tan cansado que creía que dormiría del tirón varios días seguidos. Pero para su sorpresa si bien se quedó dormido en seguida, pronto se despertó entre alaridos. Estaba soñando con Que Freygan deforme entraba en su habitación con un manojo de cabezas, las cabezas de sus cuatro (ahora queridos) compañeros. Luego se sumió en un estado a medio camino entre sueño y vigilia hasta ahora.
Bajó las escaleras con los ojos entrecerrados y se sentó con los demás sin decir palabra, estaba profundamente afectado por lo sucedido, jamás volvería a ser el mismo, lo tenía claro.
Escuchó la conversación y las explicación del Padre sin decir palabra, aquel pobre chico posiblemente estuviese muerto, COMO TODOS.
Me desperté tan agotado como me había acostado. Unos extraños sueños me habían importunado toda la noche, así que tras dar muchas vueltas en la cama opté por ponerme en pie y bajar a desayunar. Para mi sorpresa ya estaban todos abajo desayunando. Tras saludarlos con un gesto me senté esperando tomar un tentempié que hiciera alejar de mí el horror de las últimas horas.
Y así, instalado en el silencio, removí mi café mientras los recuerdos se agolpaban en mi cabeza.
El sacerdote asiente ante las palabras de Kellemport y dice por lo bajo:
—Un hombre de Yith, hacía mucho que mi camino no se cruzaba con el de uno de ellos. Estará bien, siempre encuentran el modo de perdurar.
Al escuchar a Collins:
—Yo también lo lamento, pero lo importante es que la verdad ha salido a la luz. Las autoridades buscarán a Freygan y al resto de malhechores, confío en que pronto estarán entre rejas. Por otra parte, los experimentos del infame doctor en el manicomio han llegado a su fin, con lo que otras personas se librarán del sufrimiento que vivió Peter.
Si les parece bien, tras dar la misa sería buena idea que volviésemos a Nueva York, allí les pagaré sus honorarios y después nos separaremos. Tras arreglar las cuestiones legales en torno a la herencia de mi hermano quiero viajar a España, y luego a Roma. Todavía me queda mucho camino por andar, mientras Dios me dé fuerzas, y permita que el señor Marlowe esté conmigo para prestarme la necesaria ayuda cuando la enfermedad me pueda.
Asiento ante las palabras del padre. Asistiré a la misa por su difunto hermano, y honraré la memoria de todas las víctimas de Freygan y su psiquiátrico de locura. Y la verdad, ardo en deseos de regresar, cobrar mis honorarios y volver a mi despacho a mi rutinaria vida lejos de toda esta pesadilla que he vivido los últimos días.
Me asombro ante las energías y fuerzas del padre Hoyt, y me alegro de que pueda contar con alguien como Marlowe pues tiene muchos viajes en mente. Y por un instante una idea peregrina pasa por mi cabeza. El padre Hoyt parece saber mucho, demasiado quizá sobre Freygan, Arwassa, los hombres de Yith y todo este tipo de extrañas criaturas y mitos. Jeffry parecía ser un crío normal pero no lo era. ¿Habrá más como él repartidos por el mundo? ¿Será el padre Hoyt uno de ellos?
Me doy cuenta de que ni lo sé ni me importa. No pienso averiguarlo. Vivo más feliz en la ignorancia y es mejor que algunas cosas se queden sin saber. Doy una calada honda al cigarrillo.
Después de muchas jornadas me siento vivo, y tengo esperanzas de futuro.
La misa del padre Hoyt, católica como no podía ser de otro modo en un jesuita, resulta solemne y triste. La lucha en el manicomio se saldó con muchos muertos y desaparecidos, con viudas y huérfanos. La mayor parte del pueblo tiene un familiar que ha faltado y un dolor que durará toda la vida.
Cuando finaliza la ceremonia hacéis las maletas, os despedís de la señora Seaforth, del jefe White y del señor Johnson, que está más taciturno que nunca, y marcháis hacia Nueva York. De nuevo en el Plaza tenéis una reunión con el sacerdote y recibís los honorarios acordados, quinientos dólares.
En los diarios del día siguiente las noticias referidas al manicomio son truculentas, y el nombre de Freygan y sus experimentos se menciona en todas partes. No hay mención alguna sin embargo al nombre de Peter Hoyt, su hermano se encargó de evitar que semejante vergüenza cayese sobre el buen nombre de su familia.
Al poco estalla una guerra de bandas de la Mafia en Nueva York. No se sabe por qué, pero en los bajos fondos se habla de un cargamento de alcohol ilegal que había sido pagado y no recibido. También comienza una ola de asesinatos, que se atribuyen al evadido de Greenwood, Mark Zills, el psicópata con mente de niño.
No hay noticias en lo sucesivo de la captura de Freygan, ni tampoco de Knegin, ni de los ocupantes de Stonecrest, ni siquiera de alguna manifestación de Arwassa. Parece que se los ha tragado la tierra, aunque quizá sea mejor así.
John Kellemport regresa a su despacho. Cuando entra por la puerta del edificio se encuentra a Linda, como siempre intentando fisgar en su correo. La joven meretriz siempre ha sido una muchacha bella, de unos preciosos ojos marrones y un pelo suave y castaño, ahora le parece más hermosa que nunca. Una sonrisa radiante se dibuja en su cara cuando ve al detective. Kellemport sabe perfectamente lo que va a hacer a continuación.
Edward von Steiffen recupera la comodidad de su despacho, y lo cierto es que las clases ahora le saben a poco. Ha probado el sabor de las aventuras, y pese a que tiene cicatrices tanto en el cuerpo como en el alma que le durarán el resto de su vida jamás volverá a ser un hombre de escritorio.
Palance tiene muchos asuntos que dilucidar con la joven y esbelta Deborah, la becaria, quizá una buena cena en su apartamento y el mejor vino que tiene guardado. Puede que mañana y tampoco pasado vaya a trabajar, alguno de sus lacayos dará las clases por él. Cierra los ojos y se dice: «por fin en casa».
Olmer vuelve a lo suyo, es un tipo joven y fresco, y pronto volverá a vivir nuevas aventuras, mejor si no hay primigenios de por medio. Parece que hay torneo de billar en su tugurio favorito, y su taco de la suerte está a punto. La tarjeta sugerente que encontró en su parabrisas todavía descansa encima de la mesa.
En cuanto a Collins, curtido en mil batallas desde lo de Groenlandia, deja su chaqueta en el perchero, se toma una copa y prepara la máquina de escribir para redactar otro de los capítulos de su azarosa vida. Quizá algún día publique sus memorias como una novela de aventuras, y quizá sea más célebre que Conan Doyle. El cuerpo le duele, pero se siente más vivo que nunca, un tipo duro, incluso más que sus viejos amigos John Marlowe y Heisenberg. Al fin y al cabo, ya ha vuelto dos veces del Infierno.
El padre Hoyt cedió la cuantiosísima herencia de su hermano a la Iglesia con el fin de financiar misiones de ayuda a los necesitados. Eso le valió la admiración de la curia y especialmente del Papa, que ahora le tiene en gran estima. Se dice que no tardará en conseguir el capelo cardenalicio. Steiffen de vez en cuando recibe copia de sus nuevos trabajos de antropología, e intercambia conocimientos con él.
Y con todo, la historia del padre Hoyt, el doctor Freygan y el manicomio de Greenwood llega a su final. Con muchas complicaciones habéis resuelto el caso, pero en las noches frías y oscuras no dejáis de recordar que el doctor está suelto por el mundo, con Bristol Knegin y los locos de la colina realizando sus oscuros e infames ritos, invocando seres que jamás debieron ser despertados y esperando la llegada de los primigenios, mientras el gran Cthulhu dormita en su ciclópea ciudad bajo las aguas.