El ruido poco a poco invadía el espacio. El sonido de tazas, el chup chup del pitorrito de Mr. Strafford, las risas prolongadas en el aire, las voces de unos remontándose por encima de la de otros y recorriendo la mesa entre el murmullo de la brisa del sur que compartía el Hada de los vientos. Definitivamente aquellos locos habían traído algo de alegría, si no mucha, a la merienda de los últimos ¿Cuántos días? No importa, eso de que cualquier Tiempo pasado era mejor debería remontarse a hace mucho Tiempo ¡Cuándo había Tiempo por todos lados y para hacer de todo! Cuanto echaba de menos el Tiempo el Sombrerero. Y el Conejo. Y Ostara a la que se le echaba la primavera encima o la Cosinerra que incluso con Stanley, Stan y Cosita aún le faltaban manos para hacer todo lo que querría. Incluso allí arriba en el mundo de los... de los de arriba, también echaban de menos el Tiempo porque decían las malas lenguas que había hombrecillos grises que se lo intentaban quitar todo el tiempo. Pero eso es otra historia de la que nos encargaremos en otro momento y con otros amigos.
Aquí y ahora estaban los que estaban y estaban por algo. Y estaban preparados, o no. Pero el sueño de la razón produce versos, de eso bien sabía la lirona, y el mundo es de los valientes que no tenían miedo de alzar la primera mano, a dar el primer paso y lanzar el primer enigma a la pétrea cara del Sombrerero. El miedo era como la sonrisa de Chesi pero sin pelitos suaves alrededor. El miedo. El miedo en el fondo era como un abismo y en algún lugar de una de sus paredes verticales crecía una flor, bella, preciosa y cargada de amor igual que Camelia, pero con los pétalos de fuego y de colores cambiantes como el hipnótico pelaje de Derby Share, y la única forma de atreverse a buscarla era hundiéndose en las sombras de ese abismo. Una vez que la tienes, que la alcanzas, ya no te abandona y te calienta el pecho y te dice, una y otra vez, todo aquello que eres capaz de hacer.
El único, el absoluto, el evitable error es ir a buscarla solo. Un soldado no hace ejército y bien lo sabía el Caballero Blanco. Por eso buscarla solo era arriesgarse a no volver, a tropezarte una y otra vez con tus propias palabras, a toparte con una pared que no sabes como franquear sin una mano que te ayude a escalar hasta arriba para poder ver si es necesario subirla o había que irse a buscar a otro lado.
Por eso habían trabajado juntos, porque no era solo trabajar, era notar la cálida caricia de la mirada, era permitir que las palabras llegaran nítidas al otro, era en cada frase tender un puente invisible sobre ese abismo para avanzar hasta la flor de pétalos dorados que en aquel momento habían llamado enigma. Y así fue como el murmullo poco a poco fue bajando y los habitantes de Wonderland pudieron, en el orden deseado, decir sus enigmas, no uno, ni dos sino los que ellos quisieran, porque no estaban obligados a nada y sí. Hasta el inerme Sombrerero deseaba en el fondo, y no sabía cómo pedirlo, romper la costra que en aquellos momentos estaba impidiendo a su corazón ser realmente él con todo lo bueno, y con todo lo malo también que ya eso bien lo sabían todos. ¡Pero que tranquila había sido la primera parte de la velada sin él interrumpiendo constantemente sus discusiones! En el fondo solo por el hecho de que estuvieran allí y lo hubieran hecho por él era algo que había empezado a sacar un leve fulgor en su mirada. Ay Sombrerero. ¡Que bonita reunión has montado! Y Alicia no se acababa de creer que ella estuviera allí de nuevo...
A partir de las doce podremos dar pie al recital de enigmas ;)
Podemos esperar a que todos los enigmas estén sobre la mesa y luego empezar a intervenir :)
Alicia miró hacia arriba, más allá de la madriguera. O quizás del espejo, quién lo sabía. Por fin había regresado, sin embargo sentía que era el momento del fin del mundo. La versión juvenil de la niña que una vez fue y que seguía siendo, tenía miedo.
Rápido, rápido.
Parecía el Conejo Blanco. Pero con la mirada puesta en la colina roja, rígida en el butacón opuesto al del impertérrito Sombrero que seguía sin parecerse al loco Sombrero Loco, Alicia notaba el peso de la urgencia y la necesidad de pensar rápido, rápido, rápido una solución, una evasiva, una artimaña, un acertijo para la Reina de Corazones. No había tiempo, ni lo hay, ni lo tengo, pero ese juguetón, escurridizo y ausente tiempo que corría frenéticamente cuando estaba pasándoselo bien y que, por el contrario, avanzaba tediosamente cuando no quería hacer lo que debía hacer, parecía echarle un pulso.
Adivinanzas, paradojas, blancos, negros y colores. Verdades y mentiras. Quizás, si escuchaba las de los demás, hallaría la solución a su propio rompecabezas. Pero, Alicia, estamos aquí para ayudar al Sombrero. Cierto, cierto.
– ¿Quién se anima primero?- se avanzó, acercándose a la mesa.– Las has muy buenas, estoy convencida, Sombrero, van a gustarte, ¡eso seguro!
La pequeña flor se irguió entonces, desde el tocado que la diosa había depositado sobre la mesa. Carraspeó, para llamar la atención de todos los presentes. Quería que la miraran y admiraran, pues había acicalado sus mejores galas para esa fiesta y adoraba ser el centro de la atención. Sus pétalos estaban frescos y aterciopelados, sus hojas llenas de fresco verdor y su rostro ruboroso.
—Por favor, atención. Se trata de una adivinanza. Sí, hay que adivinar.
Esperó un par de segundos, hasta estar segura de que había capturado las miradas de todos y entonces empezó a recitar, con una voz bonita y cantarina.
—Nueve lunas han danzado
esperando su legado.
Cuando la tierra se cubre de rubor,
aparece llena de esplendor.
Se visten de alegres colores,
refrescando parques y salones.
Pero no podrás ir a la piscina
hasta que llegue la golondrina.
Camelia pestañeó con una coqueta caída de ojos y preparó las hojas para recibir los aplausos que, estaba segura, tenían que llegar a continuación.
El hadita se acomodó junto al Caballero, durante este corto tiempo le había cogido cariño y le divertía su forma de ver todo. Quizás porque aquellas criaturas de los vientos les encantaba el aire fresco, incluso se agradecía ese cambio repentino. ¡Era sorprendente!
Pero ella estaba allí, atenta a lo que debía hacer mientras hizo una mueca de penita hacia Alicia ya que la admiraba por ser una joven muy bonita y la flor, siempre tan delicada, con ese toque aromático que llenaba de dulzura el ambiente. Esas cosas, siempre le gustaron al Hada, es parte de su esencia.
—¡Yo yo yo! —dijo contenta—. La flor habla de la primavera.
Y allí dejó el resultado que ella creía sobre la mesa mientras le regaló un guiño al Caballero. La Reina de las Hadas no diría la adivinanza, ya había un acuerdo. Pero sí que se divertía en intentar adivinar cada uno.
El Caballero Blanco avanzó hasta situarse frente al Sombrerero. El Hada de los Vientos le había cedido el honor de declamar la adivinanza que usarían para despertar a su anfitrión, por lo que carraspeó y se aclaró la garganta antes de empezar a hablar. Sujetó también su casco bajo su brazo, o al menos lo intentó, porque se dio cuenta de que no lo tenía allí. ¡Damnación! ¿Otra vez? ¡Tal parecía que el condenado casco ciertamente cizañero quería que se soliviantase!
Mientras el caballero buscaba el casco de forma discreta, la hermosa, hermosísima flor roja, habló con su vocecilla de pitiminí. La adivinanza que propuso sonaba con la cadencia de las olas lamiendo la orilla de una playa, y las palabras le trajeron a la mente recuerdos de su perdida juventud, cuando era un soldado bisoño tratando de labrarse un nombre en la corte del joven Rey Blanco. Ah, los alocados tiempos en los que todo es posible, cuando el largo camino de la vida aún parece interminable, pues no se adivina ni se vislumbra su final.
Tan absorto se encontraba en la contemplación de estas melancólicas ensoñaciones que no tuvo ocasión de aventurar una respuesta para el enigma de la flor. Pero su bella compañera, el Hada de los Vientos, hacia la cual el caballero albergaba ya un nada pequeño sentimiento de camaradería, respondió por él. La propuesta del hada le pareció al caballero tan cierta y apropiada que ni siquiera esperó a que Camelia dijera si era válida o no; el caballero respondió al guiño cómplice del hada con su propia y amable sonrisa, y después se giró hacia el Sombrerero.
-Esa debe ser, por cierto, la respuesta al enigma de Camelia. Tan hermoso y refrescante como lo es ella misma- El Caballero Blanco se inclinó con una reverencia hacia la flor, aunque su color rojo le recordó por un instante al de la marea de enemigos que se acercaba hacia ellos procedentes de los dominios del Rey Rojo. Y por un momento su rostro se ensombreció, pues no sería adecuado ni decoroso enfrentarse a ellos sin su casco. ¡Ay! ¡Su casco! ¿Dónde lo habría dejado? Después de que el Gato de Cheshire se apareciese sobre él mientras el yelmo descansaba en el gancho de su espalda, recordaba haberlo cogido, pero ahora no estaba, y el caballero echó un vistazo rápido a su alrededor. ¿Estaría sobre la mesa o bajo la mesa? Por las Sesenta y Cuatro Comarcas, ojalá no estuviera dentro de la mesa, o sería difícil encontrarlo.
El caballero decidió que ese sería un asunto que resolver más adelante, sonrió y se volvió hacia el Sombrerero.
-¡Loor y gloria a nuestro buen anfitrión, el Sombrerero!- Comenzó su alocución el Caballero. Pues consideraba apropiado ser cortés ante aquel que los había acogido en su casa y mostrado su hospitalidad. -El Hada de los Vientos y yo hemos pensado largo y tendido sobre una adivinanza que mostrar ante su señoría, y el resto de los ilustres invitados aquí presentes. Sin más circunlóquicos rodeos ni alusivas evasivas, me dispongo a acometer la tarea de declamar la adivinanza, y tal haré sin que indirectas insinuaciones ni perifrásicos ambages me alejen de mi misión, que no es otra que haceros partícipes del contenido de la misma- Para el que conociera al Caballero Blanco siquiera un poquito no debió causar sorpresa alguna que hablase de este modo engolado y recargado, pues ese era el Alto Idioma que se usaba en la Corte del Rey Blanco para dirigirse con decoro y respeto a nobles, caballeros y damas. Y al hacerlo en esta merienda, el caballero ponía a los presentes a la altura de tan insigne audiencia.
Satisfecho por su introducción, el Caballero alzó su mano al cielo y recitó:
Adivinad si podéis
El nombre secreto
De la gran bestia
Más vieja que el tiempo
Nunca la verás
Ocupa el mundo entero
Mas quizás la oirás
Al tumbar tu granero
Al finalizar, se inclinó ante el Sombrerero hasta que sus barbas barrieron el suelo frente a él, y después volvió junto a su compañera, el Hada de los Vientos, para esperar que alguien resolviera el acertijo.
Stanley se acomodó junto a su mano derecha, escuchando con una sonrisa en los labios los acertijos de los invitados presentes.
Oh, la primavera, claro, tiene sentido!
Durante el rato que permaneció junto a la cosinerra pensando acertijos, su cabecita había logrado conectar con el curioso juego. Así que estaba preparado para intentar adivinar alguno.
Fue entonces cuando el caballero lanzó un acertijo que le recordó mucho al de otro caballero.
-hmmm, una bestia más antigua que el tiempo, capaz de tumbar un granero...y ocupa el mundo entero! Señor, no será la tierra? Los poderes de la naturaleza? Un terremoto! Si! Un terremoto puede sacudir los cimientos de cualquier casa!
En realidad, no estaba nada seguro de su respuesta, pero por algún lado tenían que empezar.
El enigma presentado por Camelia le parecía musical, realmente lindo, pero no estaba segura de que fuera la primavera. ¿Sería muy obvio que una flor hablara de la primavera ¿no? Aunque tal vez en la obviedad residiera la gracia. La otra opción en su cabeza era que fuera un bebé, pero aquello tenía aún menos sentido. Pero... ni que aquella reunión tuviera que ver con el sentido. Miró al sombrerero a ver si había alguna reacción por su parte al respecto.
Mientras esperaba su turno el caballero lanzó su misterio y rauda y veloz se dispuso a resolverlo. Este es fácil.
-Estoy casi segura que el caballero blanco se refiere al viento.- exclamó convencida de su apuesta y asintiendo para sí misma.
-Resuelto este, nosotros nos hemos decantado por una adivinanza más sencilla, aunque que quizás no demasiado.- rió tratando de figurarse si el resto de invitados la adivinarían.- Decidme compañeros:
¿En que se parecen un cerezo y una sandwichera?
Miró a toda la mesa expectante y de reojo al sombrerero.
Mientras los enigmas empezaban a extenderse por la mesa, podía notarse la ausencia de cierto gato sonriente, hasta que él mismo decidió hacerse presente, de nuevo en la butaca al final, su traviesa sonrisa extendida mientras se fijaba en Sombrerero a la otra punta.
-Se me ocurre una razón por la cual en Sombrerero está de pronto tan triste y tieso, incluso en esta dulce velada; pues oí hace poco de un incidente ocurrido en la gran Sala de la Reina Roja.- La sonrisa se hizo más pícara y hasta un poco maliciosa. -Quizás podéis adivinarlo mientras seguís lanzando respuestas y enigmas. Sin orden ni concierto, que vuelen las palabras y saquemos algo más que tristes suspiros al desanimado anfitrión.-
Apoyando sus patas delanteras a la mesa, y las traseras cruzadas sobre su cabeza, el gato de Chesire miró con gracia a los invitados y en especial a aquel sentado a la cabecera. -Se dice que en el Palacio, la Reina Roja montó en cólera, pues alguien había robado sus tartas de fresa, y pidió al Sombrerero que juzgara a los acusados, ¡o le cortaría la cabeza!
-¡Ha sido la Cosinerra!- Gritó en alto el señor Strafford.
-¡El Caballero Blanco, El Caballero Blanco!- Exclamó la Cosinerra.
-¡No me pueden culpar!- Bufó la Camelia.
-La Cosinerra miente.- Declaró el Caballero Blanco.
Pero sólo uno de ellos decía la verdad. ¿Quién robó, entonces las tartas?-
-¿Quién me llama, quién me llama? ¡Aquí estoy, Cosinerra parra lo que quierra!
Apareció corriendo, las manos cargadas con una bandeja en la que múltiples frutas confitadas llenaban el blanco de colorines tornasolados y azucarados.
-¡Ups! ¿Un serreso y una sandwicherra? ¡Difísil, difísil! Bueno, de los dos se sacan buenísimas cosas comestibles, sabrrosas, sí, perro no creo que sea eso, ¿no? ¡Ah! Perro Gato, la Cosinerra, o sea yo, no habría dicho lo que has dicho, sino que habría dicho Caballerro Blanco. Caballerro, Caballerro.
Dejó la bandeja sobre la mesa, junto al Sombrerero, a ver si le animaba la vista, o el apetito, o el ánimo.
-Os voy a contarr una historria, ya que va de esto. Lo hemos cosinado entre Stanley y yo. Es un aserdivinanza, o una adivisertijo. Escuchad:
"Una vez estaba muy preocupada porque tenía que enviar el Tenedor Mayor de mi Cosina al Reino Blanco. El Tenedor Mayor es MUY grande, mide más de un metro y medio de largo. Y lo necesitaban pronto, tenía que atravesar el Mar de Lágrimas, y deprisa. Por eso le pedí ayuda al PesNopescado parra que se lo tragarra y cruzarra con él, ya lo recogerrían al otro lado.
El Pes me dijo que sí, que me ayudaba, que sólo tenía que meterlo en una caja parra que se lo tragarra, así el Tenedor no le harría daño en las tripas ni se oxidarría. Perro que sólo podía tragarse una caja de máximo un metro, parra poder regurgitarla luego sin problemas.
-Perro PesNopescado -le dije- ¡No puede ser! ¡No cabe mi Tenedor Mayor en una caja de un metro! ¡Mide más de metrro y medio, y es de metal durro, no puedo doblarlo ni partirlo, se estropearría!
El Pes se encogió de aletas, no podía haser más, y yo me fui a mi Cosina muy pensativa.
Y allí estaba, consentrada, cuando de pronto llamaron a la puerta.
-¿Quién hay ahí?
La respuesta fue curriosa, y en forma de asertijo:
-Pueeees... cuando hablan de mí es fácil reconocerme. Todos me veis día día. Así que te voy a hacer un poco más difícil saber quién soy... Te contaré una historia. Había una vez tres hermanas granjeras, una de ellas era muy alta, otra un poco más bajita, y la siguiente un poquito más. Pero no demasiado, las pequeñas más o menos eran iguales. Siempre iban juntas las tres como seguiditas.
Estas hermanas se enamoraron de dos granjeros, uno gordito y pequeño, y otro delgado y más alto, pero no tanto como las hermanas. Dos chicos para tres chicas. Eso no podía terminar bien, alguna de ellas no se podría casar. Una consiguió casarse con el hermano alto y delgado, aunque siempre ella le sacó una cabeza por encima. La más alta de todas acabó con el corazón roto. Era demasiado alta, los chicos tenían que estirarse mucho para alcanzarla y podían hacerse daño. Y la tercera terminó casándose con el bajito rechoncho. Dicen que cuando juntaban sus cabecitas eran capaces de formar un círculo perfecto.
Y bien, después de escuchar esta historia, ya sabes quien soy?
Sonreí de orreja a orreja, ¡Sí que lo sabía! Y además, segurro que entre su cabesa y la mía podríamos pensar una solución a mi problema. ¡Y lo hisimos! Porque finalmente el PesNopescado se tragó una caja con mi Tenedor Mayor dentro..."
Y ahorra, desidme: ¿Quién me ayudó con mi problema? ¿Y cómo lo resolvimos?
En el momento que Alicia alzó la voz entre el tumulto de fondo los dedos del Sombrerero dejaron automáticamente de tamborilear. Su mirada se fijó en ella, al otro extremo de la mesa, y los labios se apretaron en una sonrisa casi imperceptible, pero en ese momento de alguna manera volvió.
La primera en manifestarse fue Camelia, los ojos del Sombrerero se movieron hacia ella. La flor se estiró delicadamente sobre la mesa y recitó. Su voz se agitó por dentro del Sombrerero como un hormigueo y de sus orejas florecieron algunas margaritas que dieron paso a todo un despliegue floral por la cara del loco. Debajo se escondió una sonrisa pero cuando las flores se marchitaron y cayeron de su cara la cara seguía manifestando el mismo estado pétreo. Una octavilla prezioza formada por unos pareados pero que muy bien floreados. Zenzibilidad y eztética.
Alguien dijo algo que el Sombrerero no percibió, pues seguía disfrutando pensativo tras este primer enigma. Pero pronto sus ojos se volvieron a mover hacia el caballero que con el ruido de su armadura caminaba para postrarse ante él, loarlo y decirle un montón de cosas que no entendió pero que en el gesto de la cara del guerrero sonaba a que era muy bueno y agradecido. Lo que si escuchó con toda nitidez fue el acertijo que salió de su boca como una corriente fresca y cristalina y se paseó por su cara removiendo sus pelillos, entrando por un oído y saliendo por el otro al tiempo que levantaba de nuevo una ligera sonrisa. Un romance digno de un cantar de gesta zi no fuera porque ezta inspirado para zu colorida compañera. Épica y ternura soplando juntos.
Otro murmullo se escapó de otro rincón de la mesa pero el Sombrerero aún se dejaba mecer por los últimos vientos del Sur y de nuevo sus ojos vieron tomar voz a la felina esencia de pelo rojo Derby Share. Su frase fue una pregunta tan simple como compleja. Los ojos volvieron a alcanzar la consistencia de la piedra pero por dentro fue desgranando con gravedad cada una de las palabras hasta que… Zanwichera jejejojojiji… humor y misterio, menudo acierto. De nuevo los labios se apretaron con ganas de esbozar una sonrisa y sintió parte de la cara como si quisiera resquebrajarse.
El gato también quiso poner su granito de arenisca a la reunión pero Chesi frecuentaba la mesa con sus enigmas que el Sombrerero se sabía de memoria. Este recordaba haberlo escuchado de otra forma, en otro lugar pero rodó un poquito los ojos hasta darles una vueltecita de campana como una tragaperras e incluso acompañó a un sonidito como de monedas caer por la pernera del pantalón. Chezi, Chezi, ¿Por qué pones de mentirozos a nuestros invitados? Gatito traviezo. Dudó unos instantes y luego pensó. Naaaaaahh, no me lo creo.
Con razón la Cosinerra fue la siguiente en participar, recriminando primero al gato la mala pronunciación de la buena mujer. Y sin más dilación empezó a exponer su aserdivinanza o adivisertijo. Escuchó el Sombrerero con atención los detalles del montón hasta que acabó. Un acertijo en las tripas de una adivinanza, una historia, un mundo. Creativamente loco y vistoso. Luego echó un vistazo a un tenedor de la mesa que estaba junto a su mano y sin cambiar un ápice de su expresión los deditos se movieron y lo agarraron para levantarlo hasta ponerlo frente a su boca. ¡Se le quedó cara de PesNopescado y doblando ligeramente el tenedor se lo metió en la boca enterito y sin sonreír! Se le quedaron los extremos marcados en sus mofletes. Pero en la cara no se le dibujó un solo gesto más. Y no se le escapó ni un ay, ni un uy, ni dijo palabra alguna. ¿Podía ser posible que nada hubiera funcionado? Vaya cosas le pasaban al Sombrerero… ¿Y ahora qué?
—No hay nadie como yo, Derby Share, hija mía. —Contestó con un suspiro a lo que ésta le exponía.
Tras lo cual, sin tiempo apenas para llenar la panza,
empezaron uno a uno con las adivinanzas.
Alguna de ellas era inocente y sencilla,
como aquella que expuso la florecilla.
¡Primavera! - contestó el hada,
creyó que no se equivocaba.
El caballero blanco no perdio el tiempo,
con una que se respondía con... viento.
Pensó: si todo resultara trivial,
la nuestra quedará fenomenal.
Derby dejó caer con voz aterciopelada,
el acertijo que hasta hace poco nos ocupaba.
—¡¡Bravo, Derby Share!! —gritó y se calló de repente,
no estaba acostumbrado a que le oyese tanta gente.
Siguió el gato con su enigma e hirvió, indignado.
"Éste seguro que no se lo ha inventado"
Pues era como el suyo, pero más complejo,
aunque nada le quitaba el olor a viejo.
Al instante, la cocinerra, cosinera o como se diga,
nos contaba el suyo sin temblor en la barriga.
Y digo contaba, porque más que acertijo era una historia,
¡Imposible frente a eso la victoria!
Hasta que recordó, menos mal, se había quedado helado,
que era para divertirse para lo que habían quedado.
-A ver señores, un poquito de orden…ordeennnn, ordeeeeennnn, ¡ORDEN! ¡A ver! ¡Muy bien! ¿Todavía no os quedo claro que nos falta Tiempo? –El Conejo Blanco seguía mostrándose preocupado por la falta de reacción del Sombrerero –Yo creo que ha pestañeado un poco… pero no sé… sigue sin ser él ¿Alguno de vosotros sabe si lo hace muy a menudo? ¡PRECISAMENTE HOY! ¡QUÉ OPORTUNO! Mi gozo en un pozo… -lloraba desconsolado el conejo…
-Podríamos darle algo frío para despertarlo… ¿Hay té frío? ¿Hay hielo? –Se puso a reflexionar un instante… -¡Ohhh ya sé! Vamos a tirarle bolas de nieve… sí, bolas de nieve. Veréis, no estoy loco. Bueno, sí estoy loco pero vamos que cuando hablo de bolas de nieve me refiero a… pues eso… bolas de nieve de palabras… ¿Alguien sabe explicarme que es una bola de nieve…? Joder, si la liebre marcera hubiera llegado… que ella sí que sabe… ¿Chesi? ¿Tú sabes? ¿Quién sabe?
- ¡Orden, orden, orden, orden! -repitió Mally despertando de golpe.
Con una cuchara martilleaba una taza, se debería poner orden en la sala. Y de pronto vio no uno, sino dos gatos, provocando en ella un gran sobresalto. Y echó a correr por toda la mesa, por miedo de quedarse tiesa.
- ¡¡¡Dos gatos, dos gatos, ay que pierdo mis zapatos!!! ¡¡¡Dos gatos, dos gatos, casi rompo los platos!!! ¡¡¡Dos gatos, dos gatos, se me zampan de un bocado!!!
Y se escondió dentro de una tetera, como si fuese su madriguera. La tapita temblaba igual que una hojilla castaña. Pero habló el conejo blanco sobre bolas de nieve y asomo la naricilla con interés incipiente.
Camelia no perdió tiempo y fue la primera en recitar el acertijo. Se la veía fabulosa y llena de ganas. Su entonación de voz fue perfecta y la luz de sus ojos y sus pétalos, brillaba con luz propia. - ¡Bravo Camelia! Que bonita que es mi flor...
Lo cierto es que el Hada era muy astuta y no tardó en adivinar de qué se trataba. Aplaudió, de orgullo, de felicidad y con una sonrisa al ver al Sombrerero sonreír tras aquellas flores naciendo de sus orejas, pero al momento, su felicidad se vio apagada por la luz que se marchitaba del rostro del anfitrión y suspiró amargamente.
Prestó atención al resto de acertijos y torció los labios pensativa. También con el siguiente, y con el resto de comentarios, las cejas de Ostara ya se habían arqueado lo suficiente para sentirse confusa. Chasqueó la lengua sin saber muy bien a qué atenerse. Porque... ¿En qué se parecía un cerezo a una sandwichera? La diosa nunca le había dado al coco en su vida como hasta ahora.
El conejo llamó la atención de todos para imponer orden, ya que aquello se había vuelto un tanto caótico, de repente. La idea de las bolas de nieve hizo que Ostara negara con la cabeza. - Uhmmm Conejo Blanco... Me temo que esa no es buena idea... - Murmuró un tanto preocupada. Luego dijo bola de nieve de palabras. - Oh... que batiburrillo de ideas...
Luego Mally parecía despertar de golpe, dando golpes con una cuchara. Suspiró sin terminar de entender, y se acomodó la ropa encima de las piernas con un gesto de impaciencia. Apretó los labios y miró a la lirona al hablar. Al hablar de los gatos, parpadeó de forma seguida y desvió la mirada hacia donde ella se había asustado.
No había prestado atención a las palabras de Chesi, entonces lo miró, como si le viniera ahora el sonido de su voz a los oídos y miró sorprendida a todos los presentes.
Camelia se alegraba de haber sido la primera, pues una vez la veda de los acertijos estuvo abierta unos y otros empezaron a disparar palabras por encima de la mesa y la atención... pues se repartió un poco. Pero la flor se había quedado con la satisfacción de haber tenido todas las miradas y orejas sobre ella, suficiente para que ahora estuviese erguida y orgullosa, con una sonrisa de pétalo a pétalo. Los halagos de Ostara la hicieron henchirse de gozo y contempló a su diosa con dulzura.
Poco le importaba que hubieran adivinado tan rápido lo que escondía el acertijo, pues más valoraba que lo hubieran disfrutado. Y, así, se dedicó a escuchar arrobada al resto, aunque tan sólo la adivinanza del caballero fue capaz de acertar. El resto se le escapaba de entre las hojas.
—Oh, vaya —dijo, algo abrumada.
Pensativa se quedó con la intervención del gato, que la había nombrado en aquella historia. Pero ella no recordaba haber estado allí donde Chesire la situaba. ¿La habría confundido con otra flor? Eso sería una enorme desfachatez por su parte, pues Camelia era única. Mientras la lirona intentaba poner orden, ella continuó mirando al gato con cierto fastidio.
La liebre marcera venía dando saltos desde la distancia -yA llEgO, YA llEgOOOO –con el reloj en la mano y las orejas bamboleando. En cuanto llegó a la mesa lo primero que hizo fue meter el reloj en el primer té que se encontró en la mesa. El de Alicia, creo. Luego miró a la reunión- ¡vAyA, sI hAbÉIs vEnIdO tOdOs!... mEnOs yO jIjI…- y se fue a mirar al Sombrero –sIgUE AsÍ. EstA bIEn, UnA bUEnA rAcIÓn dE bOlAs dE nIEvE nO lE sEntArÁn mAl.
Se puso a soltar palabritas por la boca y las fue enlazando. Después se acercó a la lirona y le quitó unas cuantas más. qUE pErEzOsA qUE Es. Aunque más que pereza lo que tenía era miedo, pero eso no lo sabía. Apretó con saña las palabritas y cuando estuvo bien prensadito plof, se la tiró en toda la cara al Sombrerero mientras se iba desmigajando por el camino…- A mí día solo noche, tantos oscuros inventos caminaban estresados, insurrectos trasnochados…
La liebre sonrió satisfecha dando un saltito y moviendo las orejas –qUÉ bOnItA qUE nOs qUEdó. ¿qUIÉn lA sUpErA? vAmOOOOOOOOOOOOOOOOOsssssss…