Recopilación de información biográfica del Recluta Arnulf.
Arnulf miro en derredor. Su partida acababa de volver de una incursión en una de las islas vecinas, y volvían con pieles y hueso de pez jarro en grandes cantidades. Los Ulafs, sus vecinos, habían sido descuidados. Habían salido a cazar más peces jarro sin apenas dejar guardias en la isla, como si la llegada de los mercaderes de Laosorian mereciese el riesgo de dejar a las familias desprotegidas. Aunque a ellos les gustaba el licor fuerte que les cambiaban por las pieles, tal vez eso les había inducido, el ansia de tener más. Parecía que aquello era común en todos los hombres que conocía, siempre buscaban tener más, de lo que fuera.
Al posar su vista en el pequeño atracadero de la cala norte, de donde habían partido dos días atrás, capeando una tormenta a fin de llegar ocultos, Arnulf noto que algo no andaba bien. Ninguno de los chiquillos había salido a recibirles, y, por Gunthar que les encantaba. Ahora debería haber al menos una docena de ellos vociferando, y tratando de demostrar que ya estaban preparados para someterse a los ritos. Con un rápido gesto de su mano, los guerreros que volvían en su barcaza enmudecieron, atrás los cánticos de victoria y la risa de la guerra fácil. Cuando su thane mandaba callar, se le obedecía.
Silenciosos como habían partido, los guerreros llegaron a la cala, y avanzaron lo mas rápidamente posible manteniendo la quietud de la isla, hasta llegar al la punta meridional.
Allí el rugir del viento y de la titánica lucha del mar contra la tierra acallaba cualquier sonido que el hombre pudiera hacer, y así sus ojos contemplaron lo que a sus oídos les había sido negado.
Una ingente cantidad de hombres pintados de verde, con cenefas en el rostro atacaban a los pocos defensores que había dejado Arnulf en su expedición. Ahora lo comprendía, los Ulafs no habían dejado su territorio vacío para ir de pesca, si no que habían ido a por un botín mucho mas cuantioso, aunque mas sangriento. A pesar de su superioridad, los Ulafs estaban siendo detenidos por las barricadas que se habían levantado hacia un año, a raíz de otro ataque de una tribu cercana.
Con el sabor agridulce en los labios de la sangre que pronto derramaría, Arnulf indico a sus guerreros que se extendieran para rodear a los enemigos, tratando de aplastarles contra las fortificaciones. En un breve instante, mientras desaflojaba la trabilla de su pesado martillo de guerra, puedo ver un atisbo de sus propios rasgos en la pulida superficie del jarlhammer. Unos rasgos angulosos, como el granito cortado a pico, sin haber limado las asperezas servían de engarce a unos ojos azules y fríos como las gélidas aguas que recorrían para buscarse el sustento. Sus trenzas negras se fundían con el poblado bigote para bajar hasta la barbilla, mostrando los rasgos tradicionales de su pueblo en su máxima expresión. El era un Ulfgar, y thane de la tribu, como había sido su padre antes que el, a pesar de no ser hereditario el titulo, si no conseguido mediante peleas a vida o muerte en el foso.
Por fin parecía que la tribu rival había conseguido sobrepasar las defensas. Arqueros, armados con los pequeños y ligeros arcos de cuerno, fáciles s de encordar para no perder tiempo y protegerlos del mar y la lluvia, tan frecuentes, habían conseguido prender algunas flechas y lanzarlas sobre las fortificaciones de madera. En general no hubiera sido una táctica valida, no allí, no en esos días. Pero habían sido semanas anómalamente secas, sin una nube cargada de lluvia. La ultima tormenta, cuando Arnulf partió con sus guerreros, solo había descargado rayos, y ni una sola gota de agua.
Así pues, las flechas incendiarias prendieron como yesca y pedernal la madera, creando un humo denso y acre que obligo a los defensores, a los pocos que quedaban con vida, a replegarse a la cabaña del consejo, ultimo lugar de defensa. Durante su huida, muchos fueron abatidos por las flechas de los mismos arqueros, que avanzaban despreocupados del destino que les aguardaba.
Pronto conocieron su destino, pues el thane, al ver que su plan inicial había fallado, y sabiendo que en la cabaña se guarnecerían todos los niños, y las mujeres, rugió la orden de ataque, y todos sus hombres comenzaron a cargar colina abajo, entonando los cánticos de muerte ancestrales.
Arnulf, elevándose sobre una de las rocas, vio como sus guerreros cargaban, y pronto se sumo a ellos, no sin haber localizado a Hermungar, el thane de los Ulafs, que como era su costumbre, se encontraba rodeado por cuatro de sus más corpulentos guerreros, lejos del combate. Elevando la misma plegaria que los demás guerreros, Arnulf corrió al encuentro de la muerte, a bailar las lanzas con uno de sus enemigos mas odiados.
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En la cañonera solo se movía un servidor metálico, transportando alguna transcripción astropática del puente a una de las terrazas de observación. En esta cuatro figuras enormes, ataviadas con armaduras, prestaban poca atención a lo que pasaba en la nave, mientras observaban el devenir de otra lucha intestina en las islas.
Uno de ellos, con el pelo recogido en una prieta coleta ya canosa se giro hacia el único de los presentes que llevaba la armadura lacada en azul, al menos en parte.
-Hermano, es para esto para lo que nos has traído? Solo veo otra de las innumerables batallas en los inhóspitos territorios de este planeta feral.
El interpelado sonrío, y mientras se volvía de nuevo hacia la terraza, contesto.
-Espera.
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La carga de Arnulf no había pasado desapercibida, y dos de los guardaespaldas del thane enemigo trataron de cortar el paso del líder de los Ulfgar, aunque con escaso éxito. El martillo del guerrero, con la potencia añadida de la carga, y la ventaja de la altura, golpeo en el lateral de la cabeza a uno de sus enemigos, haciendo que explotara como una piñata. El otro, sin pararse ni un segundo por la muerte de su compañero, trato de separar la cabeza de Arnulf con un potente mandoble de la espada sierra, obtenida por su tráfico con las ciudades ricas de la costa. El arma paso zumbando por encima del thane cuando este se tiro al suelo en una maniobra desesperada para enviarlo. Sin perder un instante se levanto de un salto y arremetió con el mango del martillo contra l nariz de su oponente, aturdiéndole un instante, suficiente como para que el golpe de retorno de su martillo le hundiera el cráneo.
Por fin se iguala la batalla, pensó Arnulf mientras esquivaba los mandobles de los dos guardaespaldas restantes. Mientras trataba de encontrar un hueco en las defensas de sus nuevos y mas avezados oponentes no se percato de los movimientos de su objetivo. El jefe enemigo saco de entre los pliegues de su ropa, brocadas y con hilos de oro poco adecuadas para la vida en las islas, un objeto metálico pequeño, con el que apunto a su rival y presiono un disparador.
Lo ultimo que vieron los ojos de Arnulf antes de cerrarse fue como Hermungar detenía a sus vasallos, impidiéndoles matarle.
Al abrir de nuevo los ojos la primera visión que lleno los ojos de Arnulf fue la de su pueblo ardiendo. Todas las casas que había llevado años construir, gastando la preciada madera encontrada en naufragios, o trocada por peces jarro ahora había desaparecido. Probablemente fuera un golpe del que su tribu nunca se levantaría. Pero no solo eso. Decenas de mujeres y niños caminaban encadenados hacia los muelles del sur de la isla, guiados por algunos de los soldados de Hermungar. Mientras tanto el se encontraba atado a un poste cerca de donde había caído, sin apenas vigilancia, aunque en el momento que sus captores fueron conscientes de que recuperaba el sentido el thane apareció, envuelto en sus ropajes incongruentes, acariciando la empuñadura del martillo de Arnulf, junto con la pistola de neurotoxinas que había usado antes.
No era posible. La rabia y la frustración crecían en Arnulf de forma incontrolada. No por su captura, ni su derrota y la de los suyos, eso era parte de la vida en las islas. No por las casas quemadas y las reservas de comida destruidas o robadas, sabían a lo que se atenían. Pero el secuestro de las mujeres y los niños de un pueblo derrotado era tabú, era de los peores delitos que alguien podía comentar desde que aquel dios enfundado en una flamígera aureola había descendido de los cielos para conminar a todas las tribus a luchar por la supremacía, pero con condiciones. Ahora Hermungar rompía ese pacto, hecho tantos años atrás, destruyendo su clan hasta los cimientos, sin dar ninguna posibilidad de renovación. Era cruel y amargo, intolerable.
Arnulf sentía como la sangre se le agolpaba en las sienes, tratando de vibrar con una frecuencia propia, armonizarse con algo. La visión comenzó a desenfocarse, pero toda la rabia contenida, la frustración y la ira se acumulaban en su garganta, pugnando por salir.
Hasta que por fin hallo la salida. Con un aullido aterrador toda la energía acumulada en Arnulf, salio disparada hacia el cielo, de un color verde enfermizo, y comenzó a arremolinar nubes a su alrededor. Toda la lluvia que no se había descargado en las ultimas semanas pareció entonces brotar del cielo, apagando las llamas de las casas y empezando a crear riachuelos, que poco a poco se convirtieron en torrentes. Pero eso no fue todo. En el ojo de la tormenta la luz verde fue dando paso paulatinamente a una… negrura, un vacío tan insondable como la mas oscura noche, hasta que en un breve instante decenas de ojos comenzaron a acercarse a la brecha, ávidos, inyectados en sangre, arremolinados, buscando un camino hacia el mundo mortal; pues aquello no era otra cosa que un portal a la disformidad…
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¡Un portal disforme! ¡Por el Sagrado Trono de Terra! Aectus, haz… - las palabras murieron en los labios del entrecano marine cuando miro hacia su compañero de tantas batallas. El bibliotecario Aectus tenía las manos crispadas sobre la barandilla, un gesto de dolor surcaba su cara, y la certeza de estar contemplando a Aectus usar todo su poder dejo aturdido a su interlocutor por unos instantes.
-Preparen los cañones de babor, destruya esa isla y a esa abominación…-Las palabras brotaron de la garganta del capitán sin pausa, urgentes. No se podía permitir que los demonios entrasen en esta realidad.
-…No…-la voz estrangulada de Aectus, con las mandíbulas apretadas, se escucho en todo el puente. El esfuerzo que estaba soportando parecía titánico, pero toda su disciplina le permitía escuchar lo que sucedía a su alrededor y reaccionar.- Él me esta ayudando a cerrarlo, si muere no podré contenerlo.
Aturdido, el capitán solo pudo asentir, esperando que todo llegara a buen puerto.
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Arnulf vivía un tormento inimaginable. Todo su cuerpo gritaba de dolor, sirviendo de conducto para las terribles energías que buscaban abrirse paso, sin tener en cuanta nada más. A pesar de ello, con l poca consciencia que le quedaba pronto había comprendido lo que sucedía. El dios que dicto las normas de su pueblo les había advertido sobre los peligros a los que ahora se enfrentaban, y sabia que el único modo de tratar a una persona así era la muerte. Aunque su enemigo no lo matara el moriría, aunque fuera de su propia mano.
Eso no le quito el valor, ni el deseo de lucha. Tal vez el moriría, pero toda su gente, la gente a la que había jurado proteger perecería con el si la tormenta se desataba. Lo sentía en los huesos, horrores mas allá de toda imaginación se desatarían sobre su mundo. Y el seria el responsable.
- Jamás…No por mi mano, no lo puedo… permitir…-las mandíbulas de Arnulf se crisparon, pero estaba decidido.
Busco la conexión, el nexo que permitía a la energía disforme fluir. Frenético, trato de hacer lo que se tardaba años en entrenar…
No lo consiguió.
La energía seguía fluyendo por su cuerpo igual de tempestuosa, si no más. Y, en el momento que creía que todo estaba perdido, un ligero roce en su conciencia le hizo albergar cierta esperanza. Una voz, profunda, aunque cansada, le guió poco a poco, esquivando los peligros de la propia mente, hasta el núcleo de su conexión con la Disformidad, y tan repentinamente como comenzó, finalizo. Las energías que quedaban en su cuerpo salieron disparadas en todas direcciones, provocando algún incendio, que ardería con llamas verdes y ennegreciendo e suelo, pero la tormenta había pasado.
Exhausto, la mente de Arnulf solo podía pensar en una cosa, desatarse y poder acabar con su vida, esperando que el episodio no volviera a repetirse. En esos momentos de horror indescriptibles, pero también de alivio, Arnulf contemplo una visión que nunca abandonaría su memoria, ni tan siquiera en el postrer momento de la muerte.
Las nubes, antes verdinegras, se abrieron para dar paso a un pájaro de metal, majestuoso e increíblemente grande, que gracilmente descendió para posarse en la explanada delante del poste en el que estaba retenido.
Una rampa, oculta perfectamente, comenzó a descender, y tan pronto como toco el suelo una figura canosa, con un dientes de sable grabado en múltiples lugares de lo que solo podía ser una armadura comenzó a descender por la ella. Antes de que pudiera descender completamente un mano embutida en armadura azul le toco el hombro, y tras un breve intercambio de palabras el primer hombre subió de nuevo, y el personaje de la armadura azul se dirigió directamente a Arnulf.
No había duda, era el dios sobre el que se hablaba en las leyendas de su pueblo. El que había dictado las normas, normas tantas de las cuales se habían quebrantado ese día. El primer deseo de Arnulf fue tenderse en hinojos, pero sus ligaduras se lo impedían.
La dignidad y el honor que habían caracterizado a Arnulf como thane de su pueblo le ayudaron en ese momento, e irguió la cabeza, consciente de su falta y de la pena que conllevaba.
-Conozco mi destino, y acato al pena; pero antes, me gustaría pedirte que cuidaras de mi pueblo, ellos no tienen la culpa, y no merecen recibir el martillo de tu cólera, yo seré el escudo para ellos.
Ni por un momento se paso por la cabeza de Arnulf hablar sobre la tribu rival, si el dios quería castigarlos por sus pecados lo haría, si no, nada de lo que el dijera valdría. A pesar de que el mismo razonamiento era valido para el destino de su pueblo, simplemente había cosas que un hombre no puede callar.
La cara del dios, cansada y con profundas arrugas, se ilumino en un breve instante con una sonrisa. Entonces, con una rapidez que desmentía su tamaño, saco un cuchillo extraño de su cinturón y corto las ataduras de Arnulf. Luego, sin mediar palabra, le tendió el cuchillo por al empuñadura.
Tembloroso, no por la proximidad de su muerte si no por el honor de dejar que se la arrebatara el mismo, Arnulf tomo el cuchillo y apunto hacia su pecho. Con un rápido movimiento descendente hinco el cuchillo en su corazón.
O eso habría sucedido de no detenerlo el dios instantes antes.
-Soy Aectus, y ahora tu eres mi discípulo…
Info: Hermano Aectus, Lexicanum de los Dientes de Sable, 3er Compañía.
El Hermano Aectus lleva muchos años al servicio de los Dientes de Sable, tanto que poco recuerdan ya su inducción en el Monasterio-Fortaleza.
Lleva el cabello entrecano y la armadura negra y azul de los bibliotecarios del Capítulo. Es un Astartes reservado, que muchas veces contesta con frases crípticas y reflexivas. Es muy hábil con el Tarot Imperial.
Si bien es el Bibliotecario más antiguo, no es el de mayor rango, aunque todos lo respetan por su gran sabiduría.
Recluta Arnulf
WS | BS | S | T | Ag | Int | Per | WP | Fel |
34 | 37 | 38 | 40 | 34 | 35 | 37 | 31 | 34 |
3 | 4 | 3 | 3 | 3 | 3 | 3 |
Mov: 3/6/9/18 | Heridas: 11 | Crítico: 0 |
Nombre : Arnulf
Edad : 23
Procedencia: Deidara Prime
Altura: 1,85 m (2.85)
Peso: 85 kg (165)
Complexión física: Muscular
Talentos: Conocimiento de la Naturaleza, Estómago de Hierro, Primitivo y Rito de Tránsito
Recluta Arnulf
WS | BS | S | T | Ag | Int | Per | WP | Fel |
34 | 42 | 38 | 40 | 34 | 35 | 37 | 31 | 34 |
3 | 4 | 3 | 3 | 3 | 3 | 3 |
Nombre : Arnulf
Edad : 23
Procedencia: Deidara Prime
Altura: 1,85 m (2.85)
Peso: 85 kg (165)
Complexión física: Muscular
Talentos: Conocimiento de la Naturaleza, Estómago de Hierro, Primitivo y Rito de Tránsito
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Habilidades
Hablar Idioma (Bajo Gótico)
Conocimiento Común (Imperio)
Navegación (Superficie)
Carouse (Estomago de Acero)
Alerta (Awareness)
Entrenamiento de Armas CaC (Primitivas)
Entrenamiento de Armas Básicas (Primitivas)
Entrenamiento de Armas Pistolas (Primitivas)
Psy 1
1 Poder psiquico menor
2 Puntos locura
2 Puntos Corrupcion
-------------------------------------------------------
Gasto de experiencia
Minor psiquic power
Basic weapon training (Bolter)
Mejora HP
Sound constitution
Recluta Arnulf
WS | BS | S | T | Ag | Int | Per | WP | Fel |
34 | 42 | 38 | 40 | 34 | 35 | 37 | 31 | 34 |
3 | 4 | 3 | 3 | 3 | 3 | 3 |
Nombre : Arnulf
Edad : 23
Procedencia: Deidara Prime
Altura: 1,85 m (2.85)
Peso: 85 kg (165)
Complexión física: Muscular
Talentos: Conocimiento de la Naturaleza, Estómago de Hierro, Primitivo y Rito de Tránsito
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Habilidades
Hablar Idioma (Bajo Gótico)
Conocimiento Común (Imperio)
Navegación (Superficie)
Carouse (Estomago de Acero)
Alerta (Awareness)
Entrenamiento de Armas CaC (Primitivas)
Entrenamiento de Armas Básicas (Primitivas)
Entrenamiento de Armas Pistolas (Primitivas)
Psy 1
1 Poder psiquico menor
2 Puntos locura
2 Puntos Corrupcion
-------------------------------------------------------
Gasto de experiencia
Minor Psiquic Power
Basic weapon training (Bolter)
Mejora HP
Sound constitution
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Poderes Psquicos Menores:
Aura de Miedo
Punteria Antinatural
Camaleon
Detectar Vida