Recopilación de información biográfica del Recluta Razor.
Sistema Valkian. Valkian VII
Situado en segunda línea de batalla frente al Ojo del Terror, el Sistema Valkian forma parte de los sistemas que actúan de filtro contra aquellas amenazas que bien por la fuerza o por el subterfugio, consiguen sobrepasar los límites de la primera barrera defensiva del Imperio.
La vida aquí no es tan dura como en primera línea de defensa, pero por otra parte no está exenta de los habituales sobresaltos, Purgas Inquisitoriales, cultos a los Dioses Oscuros y otro tipo de riesgos procedentes de ese maldito óculo inmundo.
El más próspero de los planetas que constituyen dicho sistema es Valkian VII, constituido casi completamente por una megalópolis imperial. El sistema al completo y este planeta en concreto son conocidos por el descomunal número de soldados que aportan a las filas imperiales. Casi podrían considerarse fábricas de soldados, que son enviados a morir por el Emperador y por el Imperio de la Humanidad a los planetas frontera.
Los habitantes de este planeta, sin llegar a los extremos de otras partes del Imperio, son hoscos, recios y concienciados con su deber. Aunque no son extrañas las traiciones internas estas no suelen encontrar el apoyo de la población, resignada a ver morir a sus hijos, a todos sus hijos, en una guerra sin fin por la supervivencia del resto de humanos.
Abundan en Valkian VII las fábricas de armas, los cuarteles, las barracas y los campos de entrenamiento. De entre los niveles de la Ciudad Colmena una gran parte, la más profunda, es de uso exclusivamente militar y allí se entrenan día tras día, y año tras año, incontables regimientos de soldados de la Guardia Imperial. Una vez finalizada su formación se envían sin dilación a cumplir con su deber en las fronteras más amenazadas del Imperio.
La vida en la mole de metal y acero está regida por un régimen cuasi militar en el que casi todas las relaciones están jerarquizadas y subordinadas a la Guardia. Existen por supuesto las correspondientes instituciones imperiales: Administratum, Inquisición, Arbites, etc., pero si bien son respetadas, no gozan en este mundo de la admiración o el miedo que provocan en otros: lo principal en Valkian es el ejército, la Armada, y el resto de instituciones son tan solo herramientas o meros complementos.
Razor
Nacido como uno más de los miles de niños que cada día nacen en Valkian VII, Zartian siguió desde pequeño una disciplina militar y una enseñanza recta, dura y poco esperanzada. Desde pequeño se le enseñó a no tener clemencia y a no pedirla, a saber que moriría en la guerra (o algo peor) como un héroe anónimo para que otros pudieran vivir tranquilos. Como a la mayoría, no le importó. Ese era su deber: servir al Emperador y velar por sus hijos, sin pedir nada a cambio. Esa era la conciencia de los valkianos: no morían por Valkian, morían por el Emperador, para eso habían nacido. Sin embargo a Zartian no se resignó como hacen la gran mayoría de los soldados que nacen en este planeta: la idea le entusiasmó y no solo consagró su vida, si no también su alma y sus esperanzas en dicha tarea.
Esta diferencia, que durante años solo existió en su mente, empezó a dar sus frutos a medida que el entrenamiento en la Guardia Imperial iba finalizando. Alistado como voluntario a la tierna edad de 16 años (para orgullo de su padre, militar, a quien no volvería a ver), Zartian empezó a destacar entre los otros reclutas debido a su enorme interés por aprender y perfeccionar cada técnica y maniobra, especialmente en aquellas que consistían en eliminar a un enemigo sin que este se percatase de su presencia.
Al terminar el adiestramiento fue embarcado sin demora rumbo a los sistemas frontera con el Ojo del Terror y destinado al XVI Regimiento de Fusileros Valkianos de la III División de Infantería Mecanizada, donde ascendió hasta Soldado de Primera por los logros conseguidos en sus primeras misiones.
Pero la verdadera valía de Zartian (ahora conocido como Razor entre sus compañeros por diversos motivos, uno de ellos el de ir siempre perfectamente afeitado) no se demostraría hasta su tercera misión.
El ruido del oxidado motor rayaba lo insoportable y apenas conseguía mover el transporte antigravitatorio, que parecía al límite de su capacidad, abarrotado de soldados. Sin embargo, el ambiente era agradable aunque tenso y las continuas bromas no acababan de disipar la inquietud que iba apoderando de los pensamientos de los presentes… esta no era una misión cualquiera:
- ¡Eh Blake, como sigas dándole al whisky no vas a saber por que lado has de agarrar tu jodido fusil! –gritó Colmillo, esbozando una grotesca sonrisa que resaltaba aún más la cicatriz que atravesaba su cara, regalo de una misión anterior
- ¡Que te jodan nenaza! ¡Apuesto a que soy capaz de tumbarte con media botella de esta mierda! ¡Ni la mierda de cultista sabe tan mal como esto! –contestó el mentado Blake
- Oh, oh, cuidado con el borracho. Seguro que hoy por lo menos te llevas a uno de esos jodidos herejes por delante. Nada más basta que le eches el aliento, caracortada –un coro de risas acompañó a estas palabras.
- Ey nenas, apuesto a que volveré a ser el que más gritones mate. Esos cultistas no aguantan ni un solo disparo. Se ve que sus amiguitos oscuros no les han regalado más que unas vestimentas horteras… -comentó Volxx
Razor observaba silencioso y divertido la escena… se notaba que sus compañeros estaban nerviosos por lo que les aguardaba. Por lo visto se trataba del culto principal del que se habían disgregado el resto, entre ellos los dos que habían eliminado en sus dos primeras misiones, y que en este caso no iba a ser pan comido como en las ocasiones anteriores. Entendía a sus compañeros, aunque no compartía sus actitudes: Colmillo era un borracho, aunque tenía buen corazón. Blake un machito. Y Volxx confundía la valentía con la temeridad. Sin embargo en algo tenían razón: ya era hora de enfrentarse a algo serio de verdad, no a esos peleles que gritaban en idiomas raros mientras se metían raíz bruja… eso no era trabajo para un Guardia Imperial.
En esas cavilaciones estaba cuando la puerta que daba al cuarto de máquinas se abrió y apareció el sargento. Con toda su mala leche y su voz afeminada, el sargento Grey se había ganado su puesto y tenia diez veces más experiencia que todos ellos juntos, así que… lo mejor era callar y hacerle caso.
- A ver señoritas, dejen de cotorrear. Ya sabemos lo machos que son todos, pero esto no es un jodido concurso de quien llega antes. No os confundáis, esta misión no es como las anteriores y no sabemos que nos espera ahí afuera, así que no quiero locuras Volxx, y me importa una mierda si matas menos de lo habitual si con ello evito que nos maten a todos. Ya saben lo que tienen que hacer, cuanto menos tardemos, antes llegamos a cenar al cuartel –se oyeron murmullos de desaprobación- ¡Yo también odio la comida del cuartel así que cierre la boca, bastardo hijo de un eldar! Abatan a esos herejes y demuéstrenlos que el Emperador está con nosotros y se caga en sus jodidos dioses oscuros. ¡Y no quiero bajas! Recuerden que hoy solo estamos aquí nosotros veinte, pero somos Guardias Imperiales, así que dejad claro por qué somos la élite de las fuerzas del Emperador
El transporte traqueteó quejumbroso como siempre que tenía que aterrizar. Habían llegado. En no menos de 20 segundos los Guardias corrían por la explanada en dirección a los monolitos donde se encontraba el Culto.
- Jack, te quedas atrás como siempre. No quedarán gritones para ti
- Y un cuerno
- Los de tu madre
Razor se movió con más cautela. Dada su pericia con el rifle de francotirador era el encargado de cubrir a sus compañeros y eliminar posibles amenazas. Adoraba esa arma, y siempre la tenía a punto. Era un rifle artesanal, con muchos años ya encima, que había pertenecido siempre a su regimiento, conocido por la pericia de sus tiradores. Siempre lo tenía perfectamente engrasado y pulido.
Los disparos iluminaron la noche y los cantos de los herejes se tornaron gritos (no por nada los llamaban gritones). Todo parecía tan fácil como siempre a pesar de lo dicho… y entonces algo empezó a ir mal. De alguna parte habían salido dos siluetas negras, casi invisibles, que se movían a tal velocidad que los ojos no podían seguirlos. Empuñaban extrañas armas, quizá parecidas a guadañas o alabardas, cosa harto difícil de distinguir a la velocidad que se movían. En cualquier caso dichas armas dejaban estelas fantasmales a su paso… y cuerpos destripados. La danza era infernal y cautivadora… y sobre todo letal. En menos de dos minutos todos los guardias habían sido brutalmente destripados, sus entrañas esparcidas en la arena.
Razor apenas podía moverse, los dedos le temblaban y no conseguía fijar a esos espectros asesinos en su mira… Pero su problema principal es que ellos le habían visto y se dirigían veloces hacía él… La muerte se reflejaba en esas pupilas amarillentas que parecía que hubieran contemplado la eternidad.
Los siguientes instantes (¿minutos? ¿segundos?...) fueron confusos. El primer disparo fue desviado y erró su objetivo a pesar de que Razor había apuntado perfectamente… algún tipo de efecto contrario a la física y a la razón había modificado la trayectoria de la bala… El tiempo se acababa.
Razor elevó una sincera plegaria al Emperador y pensó cuantos muertos habría de asumir como culpa si no conseguía erradicar esa desconocida amenaza que ahora se acercaba a él guadaña en mano. Era su deber acabar con ella, su responsabilidad… el Emperador así lo había decidido…y con agilidad recargó el arma y disparó de nuevo más confiado en su fe que en su puntería.
La cabeza del espectro, si es que dicha criatura tenía cabeza, saltó por los aires, licuada cual manzana por metal al rojo. Razor dejó escapar un grito de júbilo rápidamente ahogado por la cruda realidad… no había tiempo para otro disparo.
La segunda silueta se acercaba letalmente con su afilada arma alzada… Razor empuñó su cuchillo, que tan ridículo parecía al lado del arma forjada en almas, y se lanzó a la muerte con un grito en los labios: “Por el Trono Dorado, a ti me encomiendo”. Iba a morir y lo sabía. No había forma humana de que pudiera ni siquiera rozar a su adversario antes de que este le destripase, pero ese era su deber y así moriría. Había nacido para ello.
En ese instante una enorme silueta aparecida de la nada (¿o estaba Razor tan absorto en el combate que no la había visto aparecer?) se interpuso entre él y el espectro y detuvo la guadaña con una espada sierra, mientras con el otro puño, un descomunal puño acorazado en ceramita y acero reforzado reducía literalmente a pulpa al espectro.
Lo único que paso por la cabeza de Razor en aquel momento de asombro, asombro tal ante tan elevada figura que eclipsaba la sensación de alivio, la de cansancio y la de tristeza por la muerte de sus compañeros fueron las siguientes palabras:
“En verdad el Emperador estaba hoy conmigo”