Con Rennard emparchado ya en el piso, y el Apotecario recitando las últimas plegarias al Emperador, Que su Luz nos proteja de todo mal, el sargento se paró firme.
- Atención, mierda de reclutas! La espalda derecha, el culo pa'dentro, las armas al suelo!
Larkin, un segundo lento a la hora de soltar la lanza, recibe un sonoro bofetazo en la cabeza que lo deja viendo querubines. Dije al suelo las armas!
Los observa a todos, incluido a Rennard que se pone de pie, como puede. Tú también, que eso es un razguño! ladra Iah.
- Hoy han sido juzgados por el Emperador! A partir de ahora, más que antes, aprenderán disciplina! Cuando diga arriba, preguntan qué tan alto, y no hay desmembramiento, herida o siquiera la muerte que los excuse de atender a mi llamada.
El ceño crispado del instructor los llevó nuevamente a tantas sesiones de entrenamiento.
Un servidor se acercó, llevaba un gran saco a la espalda. Aectus, con un gesto, le indicó el Templo.
- Qué esperan? Que les pavimente el camino con flores?! A moverse, sacos de mierda!
Uno a uno, con recelo, comenzaron a seguir al servidor camino al Templo. En las murallas, arriba, pudieron ver varias figuras, muchas en armadura, observarlos acercarse. A solo 10 pasos de la puerta de acero y piedra, la puerta que nunca antes habían podido flaquear, un grito perforó el cielo, proveniente de decenas de gargantas:
GLORIA IMPERATUS! GLORIA A LOS DIENTES DE SABLE!