Partida Rol por web

Pero no todo fue alegría. A pesar de que el ánimo de todos estaba alterado por la repentina aparición de la luz, de la vida, de la esperanza, el corazón de todo el pueblo estaba compungido pues uno de sus habitantes. La madre de Nahia, la ex-esposa de Faliar, o Fredo, había muerto el día anterior, cansada de vivir cansada de soportar esa isla y sus pesadillas y temores. Quizá fuera una de las múltiples víctimas de Cavalcanti, al igual que los oscuros, o el esposo de Miriam, pero debido al curioso momento en el que la muerte de Penélope acaeció, hay algunas dudas sobre si haber visto a Faliar tenía algo que ver. Al fin y al cabo, el amor es complicado hacerlo olvidar, y aunque su cara fuera difícil de recordar, quizá no hubiera borrado sus sentimientos. Y el ver algo que le recordaba a su marido de forma tan intensa, en un extranjero que acababa de llegar llevó al máximo su locura.

Sólo era una suposición, pero parecía muy real.

Xerine apareció caminando en el pueblo. Se la veía un poco alterada, pero al ver como la cara del pueblo entero estaba cambiando de expresión, de alegría a pesar comprendió lo que estaba pasando. 

Por ello, después del jolgorio inicial provocado por la llegada de sus salvadores, el ambiente del pueblo cambió a un tono un poco más tétrico. La comitiva se preparó y fueron a casa de Penélope. Faliar y Nahia encabezaban la marcha. Sally les había dejado unos trajes negros muy elegantes para que pudieran cambiarse e ir adecuados a la ceremonia. 

El féretro, ya preparado, fue recogido a hombros por Faliar, Aaron, Quint y Raimond y empezaron a caminar hasta el cementerio. No estaba lejos, no sería muy cansado.

A pesar del ambiente de la ceremonia, era imposible evitar los cuchicheos del pueblo. Todo el mundo hablaba sobre el supuesto retorno de Fredo, pues nadie recordaba su cara. A pesar de que Nahia lo había reconocido como su padre. Todo era extraño, pero... según lo que les habían contado, realmente todo era excepcional.

Catherine también con un vestido negro y con un velo en la cabeza, al igual que Xerine, que se había arreglado dignamente para la ocasión. Todo el mundo iba acorde con el momento.

Tras apenas un cuarto de hora de comitiva, relevando de vez en cuando los portadores del ataúd, excepto a Faliar, que se negaba en rotundo, llegaron al cementerio. La verdad es que había cambiado mucho desde que llegaran aquí el día anterior. Ya no existía tal oscuridad ya no se veían sombras correr de un lado a otro, y por supuesto aunque parezca una tontería ya no estaba Catherine sentada al lado de la tumba del padre Scott, habiendo perdido toda esperanza.

Llegaron al lugar indicado. Ya había sido escavado en el suelo el lugar donde Penélope descansaría etérnamente. Con la ayuda de dos cuerdas, y los fuertes brazos del mago, el cazabrujas, Raimond y Mathías lograron que el sarcófago descendiera hasta el fondo. Allí permanecería para siempre.

A falta de sacerdote, el alcalde ofició la ceremonia. Colocándose al lado de la tumba Raimond se aclaró la voz. Y, con voz monótona comenzó a decir unas palabras:

-Estamos aquí reunidos, para darle el último adios a nuestra compañera y amiga Penélope. Desde que Fredo desapareció, nunca fue la misma. Hace tiempo que fue una mujer alegre, amiga de sus amigos y el alma de las fiestas. No había nadie que la igualara en el pueblo en el arte de la música. Siendo la única propietaria de un piano en esta isla, nos deleitó miles de veces con su talento. Era realmente precioso estar a su lado cuando tocaba, y creo recordar que Fredo se enamoró de ella gracias a su música. Por eso mismo, desde que Fredo desapereció, escondió su piano y nunca más volvió a tocar. Su música se sumió en el olvido y aún siendo algo maravilloso, nunca la echamos de menos.

Ahora lo empiezo a entender, si es cierto lo que nos contáis seguro que el Marqués nos hizo olvidar su música, pues nos traía sentimientos muy positivos.

Descanse en paz, Penélope Glazba.

Aaron guardó silencio durante la ceremonia, temeroso de decir o hacer algo que estuviera fuera de lugar. Jamás había asistido a un funeral y el código de etiqueta a seguir no le había quedado demasiado claro. ¿Tendría que salir y decir unas palabras en honor a Penélope? ¿Verías con malos ojos que no hiciera absolutamente nada?

Con todo, a Aaron se le escapó una pequeña lágrima que rodó sobre su mejilla y cayó al frio césped, uniéndose a las pequeñas gotas de rocío que la tormenta había dejado tras de sí. Poco a poco, con pasos cortos, se acercó hacia Faliar y apoyó una mano en su hombro con solemnidad.

-Debió ser una gran mujer. Lo siento, Faliar-Le dio un pequeño apretón y volvió a su sitio.

Era curioso ver lo agradecida que era una pequeña comunidad como aquella, en las grandes ciudades no podía verse nada parecido, la gente iba a lo suyo, sin fijarse casi en quien tenía al lado y mucho menos interesándose por su vida.

Aquello era diferente, las personas del pueblo eran como una sola. Todos se querían, todos se apoyaban…envidiable.

Xerine se mantenía en silencio, algo distante. Aún así, parecía atenta a las palabras del alcalde, o aparentaba estarlo. Justo cuando el discurso terminó, se giró para mirar a Faliar, pero este sólo tenía ojos para el féretro

Nahia había intentado mantener la entereza durante todo el camino, pero cuando el nombre de su madre volvió a sonar le fue imposible que las imágenes de su suicidio viniesen una y otra vez a su mente, intercalándose entre los recuerdos y momentos que vivió con ella.

Le gustó que su padre y Quint la trasportasen pero aún así era incapaz de parar de llorar. Las lagrimas bañaban sus mejillas, mientras inútilmente intentaba contenerlas apretando la mandíbula. ¿Porque? ¿Porque no había esperado un poco más? ¿Porque no pudo aguantarlo? Sólo unas horas... y Nahia hubiese vuelto a casa a tiempo.                                                                                                                                                                          

Se acercó al borde del hueco donde se encontraba el féretro de su madre. Miró a su sepulcro, se le hacía aún mas complicado creer que tantos años hubiesen desaparecido sólo en un segundo, pensar que ya no iba a volver a tenerla a su lado, que no conseguiría que volviese a reír como se había prometido años atrás. Apretaba los puños, pero el dolor no desaparecía. Debía abrir de vez en cuando la boca para coger aire,ya que era incapaz de hacerlo por la nariz con el moqueo.

Miró al cielo.

-Algún día papá volverá, y podremos marcharnos de aquí, ya lo verás mamá.

-Nahia...deja de soñar. Jamás nos iremos de esta isla.

-No mamá sé que volverá, lo sé, porque él nos quería, y se irán esas malditas nubes, ya lo verás. Y podremos volver a ver el sol. será igual que las historias que me contaste. estaremos los tres y seremos felices. Te lo prometo.

Pero su madre seguía con la mirada perdida, tal y como había estado desde hacía horas.

-Es cierto, echo de menos el sol, echo de menos poder respirar tranquila y sentir que los pulmones se llenan de aire fresco y mis sentidos de primavera. -Su voz seguía sonando tan ausente como ella, pero ahora parecía reaccionar, parecía tener esperanza-¿Me prometes que volveremos a verlo juntas?

-Sí mamá,te lo prometo.

Nahia sentía la presión en su pecho. Era asfixiante. Parecía como si su cuerpo fuese a explotar, la respiración le era insuficiente. y eso hacía que sus músculos flaqueasen, no se veían capaces de sujetarla. Nahia regresó al lado de Catherine, inventándose fuerzas para seguir andando.  Ya junto a su amiga cayó al suelo de rodillas agarrándose fuertemente a las piernas de ésta. Había sido fuerte durante muchos años, pero ahora se mostraba ante su madre como la niña que realmente era.

Pudo controlar por fin su respiración y apaciguar en algo su llanto.  Miró de nuevo hacía donde yacía muerta su madre.

-Adiós... Lo siento.

Faliar permaneció en silencio durante toda la ceremonia, pegado a Nahia. Parte de su mente estaba en el entierro, e hizo algún que otro gesto para agradecer las condolencias, pero la otra parte vagaba por sus recuerdos difusos e incompletos. Si, recordaba a Penélope; su aspecto, el como ambos crearon aquel hogar, su piano, sus melodías, el nacimiento de Nahia, y como la criaron. Pero por alguna razón, sus sentimientos permanecían extrañamente ausentes. Estaba agradecido de haber conocido aquella mujer y haber compartido juntos todo aquello, pero no se podía decir que sintiese amor. Quizás los años de separación, o el hecho de que no recordase su boda o el como se conocieron. No sentía una añoranza real; solo un hueco vacío que deseaba llenar. Y curiosamente, siempre que pensaba en ello, pensaba en Catherine.

Ello no hacía que se sintiese menos culpable, de todos modos. El no lo sospechaba; estaba convencido de que Penélope se quitó la vida cuando le vio pero él no la reconoció. Nadie le había reconocido en el pueblo, y lo lógico era pensar que la influencia de Galael hubiese tenido el mismo efecto en Penélope, pero... Demasiadas coincidencias. Quizás su mujer si lo recordase. Quizás lo amase, o lo odiase, de tal manera, que no fue capaz de olvidarle. ¿Por que la abandonaría? ¿Que sería tan importante como para dejar de lado a una esposa y a una hija durante diez largos años? Sintió que no sería capaz de estar en paz consigo mismo hasta que no lo averiguase, ni de considerarse un buen padre para su hija. A fin de cuentas, ¿que clase de padre abandona a su hija y la deja sola con una madre rota por el dolor?

Terminadas las palabras del alcalde, simplemente asintió en silencio en agradecimiento, y se quedó parado ante la tumba mientras echaban la tierra encima. Lo que tenía que decir, era solo para él y para Penélope.

Cuando Nahia finalmente cedió, la abrazó y la dejó llorar todo lo que quisiera. Luego le susurró al oído.

- No te disculpes, toda la culpa es mía

Luego hizo una señal a Xerine para que comenzase con su homenaje, y esperó a que el cementerio se vaciase

Ya nadie podía hacer nada. El silencio caló hasta los corazones de los presentes mientras todo el mundo esperaba a que la ceremonia acabara, a que Penélope desapareciera enterrada bajo la tierra.

Mientras tres amigos de la familia cogían las palas para finalizar el funeral Xerine abrió su estuche y sacó su violín, preparándose para dar un último homenaje a la madre de Nahia. Con lágrimas en los ojos, tanto Catherine como la niña respondieron al gesto de la música y se colocaron delante de la lápida, para marcar con su voz, viento y cuerda el último compás del entierro. El último momento de sombra antes de que la luz se apoderara del pueblo. La última muerte por culpa de Cavalcanti.

Belleza.

Melancolía.

Las palas de tierra iban cayendo al son de las notas liberadas al mundo por el trío. No había palabra para describir lo que estaban escuchando, era la trasformación de los sentimientos de todos, lo que cada uno albergaba en su corazón, en... música. En un ente ligero, que desaparecía de su alcance en cuanto lo cataban. Las notas no permanecían, nacían y morían para dejar paso a la siguiente. Una metáfora perfecta. Nahia era ahora la que tenía que coger el testigo. Penélope ya no estaba allí para guiarla. Aunque en los últimos años, su madre no fue mucho más que una carga, sumida en la desesperación y en el recuerdo.

La tumba empezaba a llenarse de tierra.

Nadie parecía querer irse, no hasta que no acabaran de tocar, sí era triste, pero era hermoso al mismo tiempo. Muy hermoso. Sólo Nahia y Catherine tenían algo de talento musical en ese pueblo, y los demás no sabían nada, de hecho solían ignorar la belleza de la música. Hacía demasiado tiempo que Penélope no les cautivaba con sus melodías. 

Era un justo final, el retorno de Córvinus al gusto por ese arte, el mejor homenaje a la mujer caída.

La música que ella trajo al pueblo,

presente en su funeral.

Tras dejar en el suelo el pesado ataud, Quint se colocó discretamente entre el público. Fue desde allí, oculto entre los habitantes de Corvinus que presenció el entierro de la que había sido la mujer de Faliar y madre de Nahia. Lo hizo por respeto a estos, ya que si no le gustaban los actos sociales en sí un entierro no iba a ser la excepción.

Cuando el alcalde terminó su breve discurso y las chicas comenzaron a tocar, Quint se alejó lentamente y con disimulo a través de los presentes y fue caminando hasta otra tumba cercana, una tumba marcada por una diminuta mancha negra, donde se detuvo unos instantes.

He terminado lo que quedaba por hacer. Tu rebaño ya está a salvo. Ya nada te ata aquí, Padre. Ve con Dios.

Después de compartir esos pensamientos con el espíritu de Scott continuó caminando un poco más hasta la sombra de un árbol cercano. Allí Quint se apolló para estar más cómodo y esperó a que todo terminara mientras la melodía le envolvía.

Finalizado el entierro y el homenaje, Faliar se quedó parado ante la tumba de su esposa. Se giró y miró a los presentes.

- Gracias por vuestra compañía, y especialmente por el homenaje. Amaba la música, y ella no se merecía menos que una despedida así. Pero por favor, ahora os pediría que me dejaseis solo. Quiero compartir unos últimos momentos a solas.

Luego miró a Nahia

- Nahia, tu quédate si quieres. También era tu madre.

Aaron asintió en silencio y, dando un golpecito en el hombro a Faliar, se giró lentamente y comenzó a andar, alejándose del cementerio.

Xerine se olvidó de la madre de Nahia, y se centró en la música. Incluso en aquel momento, la asesina no sentía ningún tipo de compasión o tristeza por la muerte de esa mujer. No la había conocido, y, al fin y al cabo, todos los días moría gente. Ella misma se encargaba, muchas veces, de que así fuera. Una más en la lista no era más que un nombre, un número que añadir al recuento final. La muerte rodea a la vida, es parte del paquete

Sin embargo, la música... Las notas vibraban, y el trío iba aumentando en intensidad. Xerine era, en cierto modo, compleja: Podía observar sin inmutarse como masacraban a una familia delante de sus narices, pero se encogía sobrecogida ante una melodía bien orquestada. Los distintos compases de la canción iban encajando solos de forma natural, como las piezas de un puzzle improvisado, a pesar de que prácticamente era una improvisación en el momento. Pero había sentimiento en esos sonidos, había algo que los hacía solemnes, casi divinos. Xerine no podía trasmitir un pesar que no sentía, pero trasmitía algo diferente. Trasmitía pasión interior, sentimiento y devoción. Frente al desgarrado lamento de Nahia, o a la bella e indomable voz de Catherine, Xerine aportaba al conjunto la técnica y la armonía, actuando como juntura y argamasa para los brillantes ladrillos que sus dos compañeras musicales lanzaban al aire con la fuerza de su propio alma

Fue intenso. Fue bello. Fue perfecto

Cerró los pestillos de su estuche, y asintió. En su rostro no había más que cansancio, pero la mirada que lanzó a Faliar pretendía ser... ¿Animosa? Con la música nunca estaba claro. Demasiado habían visto ya como para dudar de si esos ojos estaban ofreciendo un consuelo real y voluntario, o no era más que otra vana fórmula de cortesía. "Os acompaño en el sentimiento", unas palabras tan vacías como insultantes. Había silencios que era mejor no llenar. Al menos, Xerine no parecía estar dispuesta a arruinarlo: Lo que necesitaba esa familia fragmentada, en esos momentos, era soledad

Pues no siempre se necesita un hombro en el que llorar

Sin decir más palabras, se giró y siguió a Aaron, dirigiéndose de nuevo al pueblo. Tenía pensado echarse en la cama nada más los trámites estrictamente necesarios hubieran sido arreglados, y en sus planes no figuraba el despertarse antes de la mañana del día siguiente. El reposo la vendría bien... Tanto física como psicológicamente

Poco a poco, la gente se fue marchando. Al cabo de unos minutos, solo Faliar y Nahia quedaban en el cementerio, a solas con la tumba de la que fue su esposa, y su madre.

Faliar se agachó y apartó algo de la tierra restante, que había quedado sobre la lápida de la tumba. Sabiendo que ya solo estaba ante su familia, dejó de contenerse. Cayendo de rodillas al suelo, rompió a llorar. Necesitaba que las lágrimas limpiasen su conciencia y su alma, dejarlas fluir para que la culpa se marchase. Puede que sus sentimientos hacia Penélope ya no fueran los mismos que antes, pero sentía su pérdida. La pérdida de una mujer a la que había amado, y una familia y una vida feliz a la que había renunciado, por perseguir una meta que desconocía por completo. No pensaba que, de haberse quedado, la influencia de Galael también le habría afectado a él. Solo le importaban los hechos, y los hechos eran que había abandonado a aquella mujer, rompiéndole el corazón y convirtiéndola en una mera carcasa cuya única esperanza de volver a sentirse viva era recuperar al hombre al que había amado. Y lo que era peor: por unos momentos le devolvió aquella esperanza, para luego volver a arrebatársela, quitándole las ganas de vivir. Claro que no era culpa suya; él no la recordaba. Pero eso no importaba; era el acto más cruel al que se podía someter a una persona, especialmente si esa persona te amaba. En aquel momento, se sentía despreciable; no importaba el haber acabado con Galael y Raptor, y haber liberado aquella isla y sus habitantes. Lo que le había hecho a Penélope era tan monstruoso, que tapaba todo lo demás. Había salvado a una isla entera, pero no había podido salvar a una persona que le había amado.

- Yo... lo siento. Lo siento de veras. No sé por que lo hice, no sé por que no te recordaba... Pero no es excusa. No me merecí tu cariño y no merezco tu perdón. Deberías haberte limitado a olvidarme, como todos lo han hecho en esta isla. Hubiese sido mejor... para ti.

Luego, con los ojos inundados de lágrimas, miró a Nahia

- Nahia, yo... Deberías odiarme. Yo le hice esto a tu madre. Yo os abandoné, y durante 10 años no fui capaz de volver con vosotras. Tuvieron que borrarme la memoria, para acabar aquí por pura casualidad. Tampoco merezco tu perdón. Eres... una hija demasiado buena para un padre tan miserable como yo...

Los ojos de la pequeña estaban rojos, su expresión era seria, apagada, se notaba que ya no le quedaban más fuerzas, ni físicas ni mentales. Estaba arrodillada en el suelo, con la cabeza gacha y las manos sobre sus muslos.

Su voz sonó cansada, y triste.

-No sé porque lo hiciste, y sinceramente, creo que ya no importa. No quiero odiarte, no sacaría nada con ello, sólo perdería a otro apoyo más sobre el que sustentarme. ¿Sabes? En realidad nunca te odie, nunca quise que nada malo te pasase, más bien lo contrario. Deseaba con todas mis fuerzas que regresases y así mamá volvería a ser ella misma, volverían a tener vida sus ojos y la casa... Me dolió cuando escondió el piano y decidió no volver a tocar. Con el tiempo simplemente fui aceptando la situación, pero seguía pensando, que si algún día volverías todo recuperaría su ser. Y ahora que mi madre a muerto, no quiero hacer como si mi padre también lo hubiese hecho, porque eso sólo me reportaría más dolor. Estoy cansada papá, no quiero llorar más. ¿Cuando nos marchemos de la isla...-Nahia alzó la mirada para encontrarse con la de su padre-...podré llevarme algo de aquí? Algo de mamá, no quiero olvidar su rostro igual que olvidé el tuyo.

Parecía que la joven ya no aguantaba más, sus ojos se le entrecerraban involuntariamente. Sólo quería descansar y que ese día se volviese sólo un recuerdo, dejando de ser real.

La muchacha tenía razón; nada positivo se saca del odio, y por ello, él no debía odiarse a si mismo. No obtendría nada bueno o útil de todo aquello. Las palabras de Nahia le reconfortaron lo suficiente como para volver a recuperar algunas fuerzas.

Ya depuradas todas sus miserias, limpias gracias a las lágrimas, Faliar se incorporó y depositó un beso sobre la lápida de la tumba de su esposa

- Adiós, Penélope. Prometo no volver a olvidarte. Descansa en paz.

Luego cogió la mano de Nahia

- Volvamos al pueblo. Ya no nos queda nada más que hacer aquí. Si quieres, luego podemos buscar su piano. Tal vez puedas llevarte algo.

Sin decir nada más, padre e hija regresaron a Corvinus.