Al oir la palabra Roma, Marianna vuelve a la conversación del salón y sonríe ligeramente.
La verdad es que desde que se casó con el señor Butterfield no ha estado mucho en Roma y no sabe si podrá complacer a las preguntas que le hagan, pero siempre es agradable recordar la tierra natal.
Mientras tanto, se acerca a la ventana para ver aquel paisaje tan exótico: Qué agradable ver tanta neve. De dónde provengo no es habitual este tipo de paesaggio (paisaje).
- Pues en este lugar es de lo más habitual despertarnos y descubrir que hasta que los criados no despejen la entrada no hay manera de salir -explica Lady Eleanor-. Me encantaría vivir en un lugar donde nunca nevara, algún día tengo que visitar su querida Roma, señoras. Nunca he estado en Italia, pero suena tan romántico...
Jane se dirige hacia las damas llevando consigo una bandeja con algo que parecía ser tarta de manzana. Era habitual en ella improvisar algunos pequeños detalles que hicieran mas agradable la vida en Peak´s House.
- Buenas noches señoras - saluda alegremente - les traigo algo de comer. Espero que les gustara la cena, pero aún asi un pequeño bocado antes de acostarse nunca viene mal. Además es mi especialidad.
Dejó la tarta cortada en pedazos en la mesa. Desapareció momentaneamente por la puerta y regresó con platos pequeños y tenedores.
- Señora Adler. Sintiendolo mucho me despiste un momento y las pastas para el señor Adler se han quemado. Pero no se preocupe, si pregunta por ellas estoy orneando una nueva tanda.
- No te preocupes Jane, pero asegúrate de que estén listas a tiempo de que los caballeros las disfruten -dice Eleanor, disculpando a la recién llegada-. Señoras, prueben la tarta de Jane, es increíble, no hay otra igual en todo el país.
-Oh! Pastel de manzana! Me encanta el pastel de manzana.
Se acerca a donde esta el delicioso dulce y la sirvienta, que por lo visto se llama Jane.
-Tiene un aspecto delicioso, y seguro que su sabor no es para menos - sonríe alagando a Jane.
Tomó un trozo de tarta y la probó. Estaba realmente deliciosa. Además era una gran amante de los dulces, por lo que el placer era doble.
- Debo felicitarla, es realmente una delicatesem, como se suele decir.
Dudó un momento y luego dijo:
- Me recuerda a una tarta que probé una vez en Edimburgo, en una cafetería muy coqueta que estaba en Princess Street -dijo con una risita.
No tardó en apurar su trozo de tarta mientras decía:
- Está verdaderamente deliciosa.
- Me comería otro trozo de buena gana, si no fuera porque dormir con el estómago tan lleno no me sienta nada bien -comentó la señora Adler, apurando el último trozo una sonrisa satisfecha. No se cansaría nunca dela tarta de Jane. Después ahogó un bostezo como pudo, tras de las emociones de todo el día, la fatiga empezaba a hacerse patente.
Inusualmente callada, Olivette estaba pensando en que gracias a la oportuna nevada tendría que pasar allí más tiempo del que había pensado. Le encantaba pasar el tiempo en casa de sus amigos y conocidos pero tenía que reconocer que la casa y las historias que contaba siempre el señor Adler junto con su naturaleza ligeramente supersticiosa no la ayudarían a conciliar el sueño el tiempo que se quedase allí. No obstante mejor aqui que ahí fuera...
Se acercó a las demás señoras sonriente y alegre como siempre y probó una porción de tarta. A Eleanor Adler no le faltaba ni pizca de razón, la tarta era algo exquisito.
- Pues yo jamás había probado una tarta de manzana que supiese tan bien,- comentó sorprendida ante el comentario de la señora Winter, una sonrisa iluminaba su rostro,
Felicitó a Jane por ser tan excelente cocinera y volviendo la vista a la señora Adler añadió - tiene usted un tesoro valiosísimo con esta señorita aqui, querida.
-Ha estado en Edimburgo? Yo soy de allí... -deja el plato vacio sobre la mesa - creo recordar que alguna vez de pequeña he ido a esa cafetería que comenta, Sra Winter.
Sonríe y vuelve a tomar asiento.
Jane se ruborizó ante tanto alago:
- No me digan esas cosas, por favor, que me voy a empezar a creer que soy más importante que los señores de la casa.- dijo con una sonrisa tímida.
- Con su permiso yo me retiro, señoras. Las galletas del señor me aguardan.
Acto seguido, se laejó por la puerta.
- Bueno, hace mucho ya de eso... creo que se llamaba The three owls o algo así. Lo que recuerdo perfectamente es que tenía una puerta verde, de madera, con un búho tallado.
Estuvo un momento pensando.
- Siento no poder darle más pistas, querida.
- Una vez visité Edimburgo, cuando era niña, con mi padre y mis hermanas. Estuvimos en casa de un amigo de mi padre que tenía dos hijas de mi edad, tengo grandes recuerdos de aquellas vacaciones. Me encantaría volver a visitar la ciudad.
-Como ya he dicho, no recuerdo muy bien el lugar... era demasiado pequeña. Aunque también cabe la posibilidad que no fuese la misma cafetería, por supuesto.
Sonríe y mira hacia la ventana. Observa hacia el exterior, aunque solo se ve la negrura de la noche y la nieve blanca que hay cerca de la ventana.
Se acercó a la ventana donde está Bella y comentó:
- Con el paisaje que se ve desde aquí, me alegro de estar bajo un techo, cerca de un buen fuego. La verdad es que hace mucho que fui, por lo que puede que fuera en otro sitio de la ciudad. Lo que sí recuerdo es la puerta.
Se volvió al resto de personas y paseó hasta un extremo de la sala. Empezó a observar un cuadro de tonos azulados que había cerca de una pequeña biblioteca. En él se veía un paisaje campestre con un molino.
- ¿Dónde está ese cuadro tan horrible que tu querido esposo te hizo poner, querida?- preguntó a la señora Adler con una risita- Espero que haya pasado a mejor vida. Sin duda alguna, este me gusta más, es más bonito. El otro era fráncamente horroroso.
- Shhhh, querida -dijo Eleanor, con un gesto cómplice-, aquel adefesio "se perdió". Arthur es un gran hombre para muchas cosas, pero lo suyo desde luego no es el gusto para la pintura. Menos mal que tampoco se opone demasiado a mis decisiones en ese terreno. Ese cuadro lo pintó la hija de una de mis amigas, la chica tiene talento, pero más bien poca originalidad, como puedes ver...
- Aaaaah! Se perdió... - dijo Hilda con una risita- A mi Edward le pasa lo mismo, querida. Recuerdo cuando compró ese cuadro tan feo... menos mal que una gotera lo destrozó. Yo creo que en estos casos se trata, sin lugar a dudas, de un acto divino. Dios, en su inmenso amor, se apiadó de mí.
Se sentó en una butaca y comentó:
- A nuestros maridos sólo les mueve una cosa: los fantasmas. Como ya hemos comentado muchas veces, querida, fue una suerte que la casa encantada fuera ésta y no aquélla tan fría de Kent.
Se quedó un rato pensativa y añadió riéndose:
- Aunque habría sido francamente divertido ver a nuestros queridos esposos muertos de frío esperando ver pasar un fantasma.
- Creo que a Arthur le daría igual la temperatura -rió Eleanor-. ¿Qué importancia tiene un asunto tan nimio en comparación con la posibilidad de charlar con un ectoplasma? Aún así, querida, comparto en parte su entusiasmo, esta casa desde luego tiene una atmósfera especial. ¡Y estas noches son de lo más divertido! No me digan, señoras, que no lo han pasado bien escuchando todas esas historias.
La conversación decae según pasan las horas. Ante el aviso de que los hombres se retiran hacia sus habitaciones, todas haceis lo mismo y os encaminais hacia un reparador sueño.
Lord Arthur declina el irse a dormir porque se va a embarcar en una de sus favoritas y rutinarias tareas: localizar al fantasma que asegura que habita Peak's House.