En el brazo de Rick, Theo acabó de hundirse. Descargó todas las lágrimas que llevaba conteniendo durante demasiado tiempo. Lloró como un niño al que le habían negado expresarse. Lloró y lloró, con los labios entreabiertos, las pobladas cejas casi juntándose en el centro de su frente forjando un rictus devastado, los puños apretados y su espalda arqueándose con cada sollozo, con cada bocanada de aire que por momentos le faltaba. Desgarrándose, desnudándose, mostrando la fealdad de su dolor. Una fealdad que atrajo la belleza del amor, de la amistad y de la compasión. Sus brazos habían perdido toda su fuerza pero de alguna manera logró rodear a su amigo, fundiéndose en un más que necesario abrazo.
Asintió levemente, haciéndole ver que le escuchaba y le entendía. Él había dejado de nadar hacía mucho tiempo, quizás había dejado de hacerlo al mínimo imprevisto, dejándose llevar por la marea. Tampoco recordaba un día en el que no se hubiese evadido ni tan sólo un poquito. Estaba enfermo y, ahora más que nunca, comprendía que necesitaba verdadera ayuda.
Levantó la cabeza y se separó un poco, secándose las lágrimas. Vio como tiraba las pastillas. Le miró a los ojos, admirándolo. Sobre la contemplación de lo que era ser un hombre, Theo nunca encontró nada. No creía en ese concepto, no le interesaba. Pero cuando pensaba en lo que era ser, genuinamente, una buena persona, Theo encontró a Rick. Le debía mucho aunque, en realidad, lo que verdaderamente le debía era curarse para seguir siendo el amigo que merecía tener.
– Vale…- acabó por decir, incapaz de articular más palabra. Agachó la cabeza, conmovido. Ahora no podía pensar más en Joel. Se convenció de que juntos lo solucionarían. Y ya está.
Sabía que tenían que volver dentro. Y aunque también sabía que no iba a encontrar a una verdadera figura paterna, no todavía, allí aguardaba un hombre diferente intentando cambiar. Un hombre al que quizás, con el tiempo, podría llegar a conocer. Y aunque, de nuevo, no le debía nada, quizás sí que se debía algo a sí mismo. No había necesidad de seguir sus pasos, pero necesitaba salvar a su verdadero yo. Por él. Por todos aquellos que le querían de corazón.
Tomó una gran bocanada de aire y acarició con cariño la rodilla del bro, aferrándola suavemente.– ¿Volvemos? Al menos…no sé, para no dejarlo así.
Pero tío...
Las lágrimas de Theo no eran las de alguien acostumbrado a llorar. Eran lágrimas densas, que arrastraban un pena vieja en su salida al exterior. Demasiado tiempo llevaban guardadas en ese saco de huesos para que ahora no ardieran al salir. Mantuvo firme el abrazo y movió la mano por su espalda en un gesto de consuelo. Y si en algún momento se había sentido fuera de lugar y se había preguntado por qué se ofreció a acompañarlo justamente averiguaba cuál era su verdadero motivo.
Esto también pasará...
Igual que apretó cuando hizo falta también aflojó cuando Theo buscó un poco de espacio para secarse los ojos y quizás reflexionar sobre todo. Rick lo aompañó en silencio, intercambiando la mista de él hacia el jardín, tratando de darle un poco de espacio para expresarse y aunque solo recibió aquel escueto "vale", no necesitó ni una palabra más para convencerse de que Theo iba a darlo todo.
Ese es mi Bro...
Con la colilla a medias asintió a las palabras de Theo y le contestó con una sonrisa —¿Si quieres ir tirando tú? me quedan un par de caladas... —dando a entender que ese par de caladas le dejaría un poco de margen de tiempo para poder tener unas palabras a solas, si quería, con su padre —¿Y luego qué te apetece?
A Theo le daba miedo volver solo.
— Pues no tengo ni idea de que hacer después…
Pero sabía que era necesario hacerlo.
— ¿Por qué no lo piensas tú mientras estoy dentro?- propuso, acariciándole el pelo.—Voy a ir en son de paz. ¿Me prestas las llaves para pillar algo de galletas?
El brasileiro se levantó poco a poco. Tomó las llaves entre sus manos y, antes de emprender el camino hacia el coche, se agachó para dejarle un beso en la coronilla. Lo miró un instante, desbordado de emociones. Agotado. Desvalido. Sentía que faltaban palabras en el diccionario para describir lo agradecido que estaba de tenerlo a su lado, la relevancia de su presencia, la importancia de su amistad. Aquello era más que un amistad. Rick era más que un amigo, era un puto hermano. Ni el término hermano se ajustaba del todo a la realidad porque su relación trascendía más allá de esos estamentos.
Le peinó el cabello y le hizo una caricia en la nuca. Entonces bordeó el edificio, abrió la parte trasera del vehículo, agarró unas galletas y unas rosquillas y regresó para enfrentarse al interior de la casa de su infancia. Al entrar pudo verse correteando por el pasillo persiguiendo a su hermano, a su madre cargándolo sobre sus piernas para leerle un cuento y a su padre estrenando el uniforme de cartero. A medida que avanzaba, los recuerdos se convirtieron en viejos fantasmas, en viejos olores, en rastros reconocibles que la tristeza, la apatía y la mentira habían ido dejando en esas paredes. Sintió arcadas al cruzar por delante de la que había sido la habitación de sus padres. Pero continuó.
— Hola.
Su padre seguía en la cocina, recogiendo las latas de cerveza que había servido. Miró a su hijo con calma. Theo alzó la mano, enseñándole las galletas. No se dijeron nada. Raimundo se sentó y Theo se quedó de pie junto a los dulces, apoyado en la encimera.
—¿Así que te están ayudando con la casa?- empezó. El viejo asintió.
— Yep, así es. Viene una señora de la oficina a echarme una mano y a comprobar que todo está bien. No es gratis. A cambio tengo que ir a sesiones de Alcohólicos Anónimos.- Theo echó una mirada significativa a las cervezas que se habían tomado. El hombre suspiró.—Acabo de empezar. Es difícil. Con todos volviendo de golpe…pero lo estoy intentando.
— Ya, lo sé.
Bajó la mirada.
— Me iban a echar del trabajo.- le contó su padre.— Era algo insostenible ya, así que accedí a todo esto porque si no lo iba a perder todo.
Theo trató de no juzgar los motivos que habían llevado a su padre a ponerse las pilas a esas alturas de la película. Claro que le parecían egoístas. ¿Le has visto las orejas al lobo, eh, viejo? Pero eran válidas y…aunque le costaba admitirlo, no lo hacían menos valiente.
—Lo entiendo. Yo…también voy a intentarlo.- alzó los ojos y lo miró. Ambos sabían que, las malas decisiones, también habían llevado a Theo hacia el mismo pozo. O incluso a uno peor. Pero también hablaba de otros intentos.
— Sé que me culpas de todo, Theo. También lo hago yo. Pero no quiero vivir más en el pasado.- el brasileiro sintió una punzada en el corazón.— Quiero vivir en el presente y, por eso, quisiera que nos viésemos más.
La saliva se le quedó trabada. Un frío acojonante se instaló en su cuerpo. No supo cuanto más iba a aguantar sin echarse a llorar.
— No pido tu perdón. Sólo algo de paciencia.
Theo apretó los labios y se los mordió. Quería escupirle tantas cosas…tantas…pero…
— Necesito un poco de tiempo. – le contestó.
Su padre asintió serenamente. A pesar de lo que pudiera pensar su hijo, para Raimundo no era un completo desconocido. Al fin y al cabo lo había criado. Aunque Theo no se acordase de nada mucho antes de que todo se fuera al garete Ray también lo había tenido entre sus brazos, también le había dado de comer, también lo había acunado y también le había leído. Podía leer alguna de sus emociones más primarias.
— No te preocupes mucho por Joel, Theo. Estarás bien.- le dijo.—Porque no te pareces en nada a tu hermano.
***
Tras recoger un par de películas piratas de su antigua habitación, Theo se despidió de su padre. Ambos salieron al jardín trasero al encuentro de Rick.
— Styles, muy ricas las rosquillas.- le dijo Raimundo a su amigo. El bro, por su lado, le dedicó una mirada a Rick de “vámonos ya”.
— Bueno…hasta la próxima, pa.- con tal barullo de sentimientos, Theo no se vio capaz de darle un abrazo a su padre así que sencillamente le dejó unos golpecitos afectuosos en la espalda.— Te llamaré, ¿eh? Antes de venir y tal.
— Claro. Vale. Venga. Hasta otra chicos. Un placer Rick. Ya nos veremos.
El hombre dirigió su mano hasta el bro para darle un apretón y después dio una palmada en el hombro a Theo. Y dieron así por finalizada una tumultuosa tarde de reencuentros.
Tal como le ofrecía el bro se dispuso a pensar en un lugar agradable al que ir. Se le ocurrió algo mientras Theo le besaba la corinilla y le entregaba las llaves antes de que Theo se alejara. Se volvió para decirle —Podemos coger unas birras e irnos al observatorio de Griffith Park —No era la primera vez que se habían ido allí a pasar el rato.
En cuanto entró Theo no pudo evitar ponerse a pensar en todas las cosas que volvían a enredarse en su cabeza. La vuelta de Adrien ¿por qué coño la había besado en la cena? ¿No lo habían dejado ya hace tiempo? También le dio vueltas al mazazo de no poder tener hijos. Eso era algo que a Rick se la traía floja. Le preocupaba más dejar de vivir con Theo, que había sido su gran soporte emocional. No, eso no iba a pasar. También le preocupaba sus deslices arbitrarios con Ágata. Tal como le decía la gatinha, después de todo lo que habían pasado prefería acostarse esporádicamente con un amigo que tener que hacerme a un completo desconocido. Lo suyo eran chispazos que se consumían antes siquiera de acabar pero que acababa con el hambre voraz que manejaba Rick. Nunca le habían insinuado nada a Orlando, ni lo harían. Demasiados factores que se le mezclaban en la cabeza y por más que había tratado de desentrañarlos en los días de vacaciones previos a la cena ahora le recorrían la cabeza formándole un puto remolino como ya le pasara durante la adolescencia.
Por eso le venía bien la compañía, porque solo era incapaz de decidirse por una opción y las llevaría todas a cabo hasta de nuevo quemarse, consumirse y desintegrarse, un vértigo que solo era capaz de frenar, durante algunas horas, con aquel botecito de mierda que había lanzado en el jardín. Se levantó y caminó unos pasos hacia él. Luego se frenó.
¡Qué le den!
Pero luego pensó que no estaba bien que lo dejara allí tirado en el jardín del padre de Theo así que terminó por recogerlo y guardarlo en el bolsillo.
Ya si eso luego...
Y caminó despacio hacia la casa viendo como Theo y Ray salían de la casa con los agradecimientos de Ray a los que Rick respondió con una sonrisa —No me gusta ir de visita sin un detalle.
Aunque no creía que Theo fuera igual de agradecido en su despedida, tenía sus motivos, cuando Ray le ofreció la mano Rick le dio un achuchón que seguro que no le vendría mal ahora mismo que Theo se veía incapaz de dárselo —Gracias por el recibimiento. Nos veremos —justo antes de hacerle un movimiento con la cabeza a Theo y buscar la salida de vuelto al mundo real que probablemente bien le viniera al bro. Antes de llegar al auto volvió a recordarle —No tengo nada que hacer hasta el vuelo que sale mañana. ¿Vamos al observatorio?
Asintió al bro y se internó en el coche. Sacó la mano por la ventanilla y se despidió definitivamente de su padre. Y en los siguientes diez minutos permaneció en silencio, con los ojos clavados en el parabrisas y las manos cerradas sobre su regazo. Absorto y un poco trastocado. Quizás reposándolo todo o, por el contrario, pensando en absolutamente nada. Sólo supo que al acomodar la espalda en el respaldo toda la energía fue drenándose por el asiento poco a poco, vaciándolo de carga. Y que, al arrancar el coche y perder de vista la casa de su infancia, por fin su cuerpo se sintió seguro.
— ¿Llevas las birras detrás o las tenemos que pillar por el camino?- le preguntó al bro, ladeando la cabeza. Se inclinó hacia delante y se puso a trastear la radio hasta dar con una emisora cualquiera. Cualquier canción le valía en ese momento con tal de rellenar el silencio y de no echar la vista atrás. Sólo adelante, recuerda.
Se metió una mano en el bolsillo y empezó a reseguir la forma del petate de droga con el dedo. A su vez, bajó la ventanilla y sacó la cabeza para que le diese el viento. Recostó la barbilla sobre la palma libre y cerró los ojos.
— No sé qué tendrá el observatorio Griffith…pero parece que algo nos lleva siempre hacia allí.- murmuró, esbozando una sonrisa hacia el bro.— Ni que fuera un faro...- bromeó.
Tantos recuerdos…tantos momentos alegres y tristes. Al final era algo irremediable, esto de volver al pasado. Quizás el problema era que eran unos adictos a la nostalgia. Quizás ya les tocaba decir adiós a ciertas cosas y empezar a avanzar...
Rick condujo en silencio dejando a Theo espacio para que se recolocara las tripas y las hiciera corazón. No obstante miraba de reojo de cuando en cuando para ver si cambiada la dirección ausente de su mirada y necesitaba un gancho que lo trajera de nuevo a este lado de la realidad, el que ambos compartían.
Sonrió a su pregunta contento de que volviera por sí mismo y asintió —Esto no es la Rickoneta pero yo sigo siendo Rick, tengo una mini nevera detrás con algunas birras —contestó mientras se alegraba de verlo trastear con la radio como en los viejos tiempos. A pesar de que ni Rick era Rick, ni Theo era Theo, ni siquiera la furgoneta, seguían manteniendo una esencia atemporal hecha de honesta dedicación que mantenía unido, como si fuesen cuerdas, ese viejo cariño en el aire.
Siguió con la mirada los ricitos de Theo que se estiraban al recibir las bocanadas de aire al sacar la cabeza por la ventanilla. Pensó que en otros tiempos, subidos en la Rickoneta eso era lo más parecido a ser dueños del mundo, era un gesto de demostración de sus indomables maneras de ser los reyes del mundo. Pero la sonrisa se volvió melancólica y la mirada brillante mientras en su mente todo se confabulaba como si fuera un escape ínfimo de esa cárcel llamada vida. Consciente de la razón de sus pensamientos echó una mano al dial de la radio y cambió de cadena...
Los años arden. Puta canción. Pues va a ser que me ha puesto tristón...
Suspiró con las últimas palabras del bro y confesó —veníamos aquí porque nos gustaba mear por encima de todas las cabezas de la ciudad... nos hacía sentirnos poderosos.
Y la siguiente canción no terminó de arreglar el asunto. Le jodió sobremanera no tener allí su radio con las listas de canciones que les ponían a tono cuando se ponían hasta los ojos de fumar junto al observatorio por eso se echó a reír —Tío, con esta música no me fumo ni un porro porque seguro que me da un bajón de fliparlo.
Theo giró su cabeza de rizos ondeantes para mirar al bro. Esbozó una sonrisa un tanto melancólica y suspiró.
—Nos hacía sentir los putos reyes del mundo…- dijo.—Y, a la vez, el poder nos importaba una mierda…- arrugó levemente el ceño.—Qué coño. Éramos felices con muy poco. En nuestra propia burbuja éramos inmensos…
Cerró los ojos y escuchó con atención la música. A diferencia de lo que opinó el bro, a él le llenó de ganas de vida. De hambre por la aventura, de viaje y movimiento. Y no era algo que estuviese sintiendo últimamente, así que lo consideró como una pequeña gran victoria.
Echó la cabeza hacia atrás y, siguiendo el ritmo, sonrió.
—Bueno, bien, ¿no? ¿No se suponía que íbamos a portarnos bien y dejar esa mierda? Ya tienes la excusa perfecta.- bromeó. Se desabrochó el cinturón y saltó a la parte de atrás del vehículo dándole darle un golpetazo con el pie al bro sin querer.—Ups, perdón.- se disculpó entre risillas. Alcanzó la mini nevera y pilló un par de birras. En un momento volvía a estar en el asiento del copiloto sentado al estilo indio con las cervezas en el regazo, preparadas para su abertura.—Y si te da el bajón, yo te levanto.
Al acabar la canción enlazaron con otra que se le metió debajo de la piel. Inspiró y espiró lentamente. Pensó mucho. En las relaciones, en el amor…
—Quizás esto no es la Rickoneta…y nosotros no somos nosotros. Pero eso no es malo. No podíamos seguir siéndolo, ¿no? Había que pasar etapas, cerrar capítulos…algunos a medias…- Joder, se estaba poniendo demasiado intenso.—La vida nos ha pasado por encima en algunas cosas, pero estamos aquí.- se inclinó hacia él y le dejó una caricia en el hombro.—Estamos aquí y eso es lo importante.- aseveró y le dio un beso en la mejilla antes de volver la vista al frente, apoyando la cabeza en su brazo.
Llegaron al observatorio. Y en cuanto el bro apagó el motor, Theo salió corriendo, bordeó el coche y le abrió la puerta. Hizo rápidamente los honores y abrió las cervezas con los dientes, a lo bruto. Le tendió una y acercó la suya para chocar botellines. Apoyado en el capó, admiró el cielo maravillándose con la belleza de la naturaleza. Sonrió ampliamente y dejó que la luz lo iluminara una última vez.
—¿Y tú qué, bro? ¿Cómo estás de verdad? De Hawai, de los Ángeles. De Adrien. De ti.