Liam había planeado la noche perfecta. Tres rosas, blanco, roja, y rosa, estaban en el asiento del copiloto, junto a una caja de bombones de chocolate blanco con distintos rellenos. Tenía entradas para Hadestown, para Wicked, y para A Beautiful Sound, también reservaciones para tres restaurantes distintos: uno italiano, uno hindú, y uno francés. De allí, todo dependería, la noche sería aún joven y podrían decidir si ir a un bar a continuar pasando la velada, en todo caso también reservó habitaciones en el Marriot y el Hilton.
Tenía que ser perfecto. Llevaba un par de semanas planeandolo, a la espera de una llamada de Ágata. No cualquier llamada, La Llamada. Había pasado más de un mes y nada. Mack podía ser paciente, o podía intentar parecerlo, pero lo cierto era que cada día extra que pasaba desde la supuesta fecha en que volverían a hablar del tema, se sentía más ansioso. Febril, podría decirse.
Y esa noche así se sentía. Se había bañado con agua helada, se había acicalado, perfumado. Le había dado forma a la barba con la afeitadora. Se había tomado un par de pastillas para el dolor de cabeza, y un par de tragos de whisky para los nervios. Sacó un pañuelo y limpió las gotas de sudor frío que le corría por la frente y el cuello. Nervios, seguramente. Los ojos le ardían, y en el espejo los vio enrojecidos, por lo que se apresuró a ponerse unas gotas de cortisona. Tembló, lo que hizo que se vistiera con un traje grueso y oscuro. Tenía que ser perfecto, estar perfecto...
Al llegar en el coche frente a la residencia de la brasileña, le hizo una rápida llamada. Justo cuando escuchó el descuelgue del teléfono, le sobrevino un estornudo que resonó en el interior del coche. Mierda, no, no, no. Buscó su pañuelo mientras intentaba aparentar que nada pasaba. -Señorita Monteiro, su transporte aguarda...- Trató de decir con la voz más confiada y juguetona que pudo.
—¡Voy!
¿Había escuchado un estornudo? Eso creía, pero no estaba del todo segura. Quizás solo era que Liam había optado por un perfume nuevo, y no se había dado cuenta de que le molestaba el olor... o algo así. A saber.
Se despidió de un beso de todos en casa y salió corriendo. No porque tuviera especial prisa, o porque pensara que Mack no la esperaría, sino porque sabía que si se daba la oportunidad de distraerse con algo acabaría haciéndolo esperar. Y es que, en realidad, no le costaba demasiado encontrar cosas que hacer por casa.
No tenía idea de dónde irían exactamente, así que se vistió con un atuendo que podía ser tanto formal como casual: un vestido corto color rojo oscuro, bolso de diseñador con forma de corazón, joyas bañadas en oro, y unos tacones Yves St. Laurent que se había comprado alguna vez para una alfombra roja. Llevaba maquillaje de ojos de estilo ahumado y los labios rojo fuego, el cabello lo llevaba suelto.
Lo primero que vio al abrir la puerta fue el ramo de rosas y la caja de bombones.
—Ay, Liam, ¡no era necesario! —Se quejó, aunque sería absurdo negar que le encantaban esos detalles.
Los tomó, y se subió al coche, sentándose con cuidado. Enseguida se acercó a darle un beso en la mejilla al rubio, tanto para saludarlo como para agradecerle el regalo inesperado.
—Gracias, me encantan.
A medida que decía eso, apretó los labios, como si se hubiera quedado con una sensación rara en ellos. No era tan así, en realidad. Es que le había dado la impresión de que Mack estaba más caliente de lo habitual, de una forma nada sexy.
—A ver, ven aquí —Sin permiso ni pausa, le tomó el rostro y lo acercó a ella para besarle la frente. Al sentir lo hirviendo que estaba, y el sudor frío que le corría por la piel, la actriz abrió los ojos de par en par.
—¡Estás ardiendo en fiebre! No podemos salir así —Acabaría peor, de seguro —Venga, conduce a tu casa, te acompaño. No estás en condiciones de ir a ninguna parte.