No negaría que le había sorprendido escuchar palabras así de Rick, pero lo había hecho de la mejor forma posible. Apenas alcanzó a alzar una ceja, para manifestar su impresión al respecto, y al escucharlo justificarse antes de que siquiera llegara a quejarse soltó una risa divertida —Otra faceta más que adorar —contestó, guiñándole un ojo con complicidad.
Apenas empezaba a disfrutar de ir acurrucada con el chico cuando lo sintió apretar las manos en sus brazos. Curiosa ante esa reacción, elevó sus ojos a los de él para buscar respuesta. E incluso antes de obtenerla, sonrió un poco, pues le encantaba como no necesitaba siquiera llegar a pronunciar palabra para que él la escuchara.
—Si te sirve de algo, al invitarme no me pareció un caballero... Y para el fin de la noche, me había reafirmado que era un gilipollas —admitió, con una suave sonrisa —Además, tú y Adrien se fugaron con mi pasta, así que no podía secarme las lágrimas con billetes —bromeó. En realidad, la noche había acabado mucho después de que Liam se pirara, y de mucho peor manera, pero no le gustaba pensar en eso. Pocas veces había sentido una angustia tan profunda como cuando había creído que Theo se moría en sus brazos.
Al recibir aquella caricia en su mejilla, su sonrisa se amplió, suave y cariñosa, e inclinó un poco la cabeza para apoyarse con mimo sobre esta.
—¿Ya estamos asumiendo que le diré que sí? —inquirió, con los ojos clavados en los de él, como si buscara una respuesta más allá de la que pudiera salir de sus labios. Quizás porque no tenía intención alguna de dejarle hablar parar contestarle —Hay un par de cosas que me gustaría hacer antes, entonces... —se acercó a sus labios para besarlo lenta y profundamente. Tomándose su tiempo, lo rodeó con los brazos tras el cuello, y se recreó en el sabor de sus labios y su lengua, respirando acompasadamente mientras se pegaba a su cuerpo, refugiándose del invierno en su calor.
—El que es viking lo es para toda la vida... —dijo enfurruñado. Y no pensaba solo en él cuando decía esto —y sí no me crees acuérdate de Montoro. Reconozco que me hubiera encantado encontrármelo en la cena y decirle un par de cosas.
Aguantó como pudo la risotada que se le venía al decir lo de que salimos por las patas con su dinero. Pero aquella huida le generaba un sabor agridulce por todo lo que se generó de ella. Por eso la apretujó un poco más entre sus brazos, sintiendo que lo de Theo le podía haber ocurrido a él mismo si Adrien no se lo hubiera llevado, o la misma Ágata.
Sintió la tersa piel de la gatinha por la que parecía que no corrían los años y siguió acariciándola hasta que ella esbozó aquella pregunta siniestra que le hizo apretar un instante la mandíbula y después sonreír iba a contestarle pero se quedó en silencio prendado de sus ojos, luego de su boca, tan roja como siempre y un instante después sintió por todo el cuerpo la misma sensación de aquel día en que le acompañó a por su Rickoneta, como aquel primer beso que se dieron, solo que en estos momentos no había furgoneta en la que guarecerse y hacía mucho más frío, cosa que agradeció al sentir el cuerpo de Ágata contra él, cálido como siempre lo tenía. Se envolvió en el beso y mientras ella lo rodeaba el recorrió con sus manos la espalda de la cantante de su grupo, la actriz en ciernes de la que era amante, de su pareja de baile en las clases del instituto, la chica exótica que siempre había estado ahí, siempre.
Tras dejarse mecer por aquellos labios separó levemente la cabeza de su boca, lo suficiente para seguir sintiendo su aliento y apoyando la nariz sobre la de ella susurró la respuesta —Será lo que tú quieras que sea... y estará bien —No tenía costumbre de meterse en la vida y las decisiones de los demás, aunque siempre decía lo que le parecía, y en aquella cuestión no tenía mucho más que decir de lo que ya había dicho. Sabía que al menos Mack no le iba a poner un ojo morado. Era imbécil pero de los más educados que conocía, quizás podría llegar a reconocer que incluso menos que él —¿Seguro que sigues pensando en bailar?
Su ceño se frunció un poco al recordar a Montoro. Le había costado muchísimos años darse cuenta de lo que realmente había pasado más allá de su capricho adolescente, y ahora la memoria de los momentos compartidos con él tomaba un matiz muy distinto al que había tenido entonces. Uno que no le resultaba en absoluto agradable.
Sin embargo, no le dedicó más que un pensamiento al profesor cubano. ¿Quién perdería más tiempo en él teniendo a Rick apretujándola al lado? Cuando las caricias de Styles le cosquilleaban aún en la piel, y la sonrisa de este iluminaba la noche neoyorquina con más fuerza que las miles de luces de Broadway, era imposible encontrar una sola razón para perderse en malos recuerdos.
Mientras se entregaba a sus labios, bebiendo de ellos con una pasión calmada pero latente similar al fuego constante de una hoguera bien alimentada, enredó los dedos entre el cabello de su nuca, acariciándole tras el cuello con la punta de las uñas en un rasguño vertical y repetitivo que no dejaba surco a su paso. Al separarse un poco, rozó la nariz de este con la punta de la suya, y sonriendo ante su susurro le propinó un suave mordisco en el labio inferior.
—Y si no lo está, no estaré sola —contestó, sintiendo una sensación cálida apoderarse de su pecho y crecer bajo sus costillas hasta abrasarle el torso por completo. Por supuesto, había mucho que no tenía claro aún. No había tomado ninguna decisión, ni pretendía tomarla antes de tiempo, pero al menos tenía la certeza de que ocurriera lo que ocurriera, estaría bien. De eso no tenía duda alguna.
—Tenía muchas ganas... —lo miró poniendo morritos, aunque la sonrisa permanecía en la comisura de los labios —¿Que te parece si... entramos, nos damos un par de canciones para convencernos de abandonar la pista, y luego nos vamos al privado juntos?
Al instante se dió cuenta de la mueca que se había dibujado en sus labios y rápidamente manoteó para espantar y que olvidara aquellas palabras —Todo eso ya es historia... volvamos al presente —Un presente que se venía encima cargado de interrogantes. Su vida con Theo, la vuelta de Adrien, la noticia de Ágata. Una vez más todo su mundo dando vueltas alrededor de él. En el instituto aún se creía el centro de todo aquello, siempre capaz de llevarlo todo adelante. A sus treinta años algunas cosas ya no se veían tan claras, o puede que los dos últimos años, sin Adrien, volviendo a ponerse hasta el culo de anfetas cuando la soledad le retorcía el estómago. Todo aquello lo había hecho ver las cosas un poco más pantanosas de lo que el Rick que en otros tiempos fuera habría llevado hasta los límites.
Pero aquella noche los ojos brillantes de la gatinha lo transportaban a otro mundo, que no era ni el pasado, ni el presente. Simplemente era otro mundo, un paréntesis entre lo que eran y el mundanal ruido que los rodeaba deseando explotarles en la cara. No quería estropearlo con pensamientos recurrentes, ni drogas, ni siquiera más copas de las que ya se había tomado. Quería recordar esa noche como si fuera un regalo, como una flor que se quedara para siempre resguardada en el alma.
Había desaparecido la calle, la cola del local, el cielo parecía haberse vuelto luz y allí estaban en mitad de la calle, las garritas de la gatinha aferrándose a la piel, las de él rodeándola por completo como si quisiera envolverla y pegarse a su piel. Sentía esa pasión desbordada que le provocaba en aquellos años adolescentes, sus curvas más pronunciadas, su sonrisa más melancólica y su frase que lo hizo susurrar —No te voy a dejar sola. Eso puedes tenerlo claro.
Después de provocarlo con aquellos morritos irresistibles asintió volviendo a ver el cielo nocturno, los edificios, la calle y al fondo la cola del garito —Vamos, antes de que me arrepienta... —le dijo agarrándola de la mano expeditivamente y tirando de ella con prisas para evitar pillar frío después del cálido momento que le había regalado la carioca.
Con pequeños saltitos y una enorme sonrisa en los labios, Ágata se apresuró en alcanzar el rápido paso de Rick y superarlo, para ser ella quien tirara de su mano hacia las puertas de aquella conocida discoteca. Sin intención alguna de ponerse a hacer esa enorme cola, se dirigió directamente a los guardias que custodiaban las puertas, desviando la atención solo un momento a un fan que le gritó desde la cola para dedicarle una sonrisa y un saludo con la mano.
Sin soltarle la mano a Ricky, le sonrió a los gorilas y se acercó a susurrarle a uno de ellos, el cual amplió su sonrisa con familiaridad y le hizo una señal con la cabeza para que entrara. La actriz se giró un poco hacia el fan que había visto antes y le guiñó un ojo, justo antes de que los gorilas le señalaran al chico que se acercara al comienzo de la fila. Sin embargo, Ágata no pretendía quedarse a esperar, así que le apretó la mano a Rick y volvió a tirar de él hacia dentro del club nocturno.
Tras pasar por una especie de recepción, llegaron a un amplio espacio lleno de luces, efectos de humo y pantallas, con DJ en vivo y al menos unos quinientos espectadores que bailaban al ritmo de la música, siguiendo cada uno sus propios patrones. A los costados de la pista había unas cuantas mesas pagadas, y una barra a cada lado. A un costado del escenario había un pasillo, que seguramente llevaría a los aseos, y al otro había una escalera con peldaños iluminados que llevaba a una zona privada.
Una vez dentro, tan pronto sintió la vibración de la música contra su cuerpo, Ágata comenzó a caminar a un paso rítmico, moviéndose en un semi baile casual a medida que avanzaban. Así lo arrastró hasta el medio de la pista, o por donde bien pudieron colarse, y se acercó a él para gritarle al oído, aunque con la música apenas parecía el volumen adecuado.
—¡Arriba es nuestro! —anunció, para luego volver a comerle la boca durante un par de segundos antes de separarse, sonriendo de oreja a oreja.
Sin más, se dejó llevar por el ritmo de la música y por el jugueteo con Rick. Su cuerpo se movía como le pedía la adrenalina que le corría por las venas, como latían las vibraciones contra su piel y le cambiaban la velocidad a los latidos de su corazón. Disfrutando de su tacto y la complicidad de su cuerpo, Ágata buscaba el contacto del huracán de sus llamas, pegándose a él y dedicándole mordiscos juguetones o miradas furtivas entre medio de la euforia compartida de la pista de baile.
La sala privada
Como siempre había sido con ella, si él tiraba ella terminaba tirando más. Igual que si él se insinuaba, ella no solo le seguía el juego sino que ahondaba en la herida, así había sido siempre, y así empezó a ser de nuevo desde que Adrien desapareció, por decir algo, de la vida de Rick. Ya le había dicho a su ex, después de la cena, que se habían acostado un par de veces, en el momento en que peor llevaba Rick la ausencia de Adrien, después de sus últimas peleas imposibles de remontar con distancia de por medio, cuando Rick guardó el anillo en el fondo de un cajón, trató de borrar el tatuaje con maquillaje para no dejar rastro de ella en su piel y había decidido empezar a buscar otras formas de entretenerse y con quién mejor que con la gatinha.
De cinco años para acá siempre había tratado de ocultar a Ágata todo rastro de Adrien y nunca, en ningún momento, habló de ella, ni aún cuando por alguna razón su nombre salía de boca de alguien. Esta noche sin embargo le había contado sobre su descabellada boda el día antes de firmar la aceptación de trabajo que los separaría, llevaba el anillo bajo la chaqueta y no se había tapado el tatuaje con maquillaje. Probablemente era el día que más Rick se sentía desde hacía mucho tiempo.
Se dejó arrastrar hasta la puerta viendo los métodos de la actriz para traspasar las barreras del local y toda la parafernalia con seguidores y porteros. No dijo nada en absoluto. Se limitó a callar como un bobo y sonreír ante las miradas y atenciones de la gatinha que no lo soltó un solo instante.
Una vez dentro, y cuando vio a su compañera volverse literalmente más felina al son de la música, él empezó a desentumecerse del frío exterior y a mover los hombritos en unos movimientos graciosos. La siguió como un perrito. Hacía tiempo que no salía pero nunca le había costado en absoluto bailar, bien lo sabía ella. Cuando señaló hacia arriba el río con una mueca de sátiro y asintió —Sí... pero ahora...
En cuento reconoció la canción y vio el viaje que se les venía encima la agarró de la cintura y juguetó pegándose a su espalda y bailando al ritmo de la música que se ponía cañera, cortesía del dj de turno, rozó sus labios por el cuello, olió su piel perfumada y bailó alrededor de ella como si la cortejara, el color de la ropa ya era de los más llamativos del lugar. La música se ponía intensa y Rick no paraba de saltar al ritmo de la tormenta de arena, como si fuera un auténtico huracán tratando de encender las llamas de la sensual mujer de fuego, el tiempo que estuvieran sobre la pista quería darlo todo. Siempre recordando, como en los viejos tiempos.
Antes de que acabara la canción ya estaba sudando, alejándose y acercándose para magrear el trasero de Ágata, fuera de control, en los límites que no frecuentaba. Esa noche no había tomado nada más allá de las cervezas y los cócteles. Ágata era una de las drogas más fuertes que conocía. No necesitaba nada más.
Aunque sus movimientos de hombro le sacaron unas buenas risas, estas se perdieron entre el sonido de la música. La mueca de sátiro de Rick la divertía, encontrando en ella una picardía y familiaridad tan bien entremezcladas que parecía al mismo tiempo su hogar y la ventana por la que te escapabas para aventurarte a lo que te deparara una noche clandestina. Era un refugio y una fuga a la vez, y adoraba cada momento en que aquel gesto se plantaba en su rostro.
Dejándose llevar, bailó pegada a Rick, estirándose para cruzar un brazo tras su cuello y juguetear con el cabello de este mientras con la otra recorría su propio cuerpo o acompañaba sus movimientos y pasos en un baile fluido que le nacía del pecho. Si bien se dejaba cortejar por medio del baile, cada tanto se alejaba un poco, jugando con las distancias y miradas, dando y quitando por igual. A ratos se dejaba llevar por los saltos que pedía la música, a ratos tiraba del cuello de su brillante traje a Rick, acercándolo a ella para darle algún mordisco o pegar su frente a la de él, sin tocar sus labios, pero describiendo lascivas fantasías por cumplir con la intensidad de su mirada.
Lo que más disfrutaba de acercarse tanto era respirar profundo y dejarse intoxicar por la perfecta mezcla entre su perfume y su sudor, una que la llevaba a humedecerse los labios de solo recordar su sabor, que había probado en tantas ocasiones como habían compartido cama.
Al sentirlo rozarse con tal ímpetu contra ella, Ágata movió las caderas siguiendo las de él, presionándose contra su cuerpo. Tras un par de acompasados movimientos, en los que escapó un suspiro de sus labios, se giró hacia él otra vez y llevando una mano a su rostro, posó el índice bajo su barbilla. Clavando la mirada en él, lo guió hacia su cuello, estirándolo para recibir sus besos mientras el mismo dedo que había intentado llevarlo hasta su piel ahora trazaba un camino que bajaba por su cuello y seguía por su escote, perdiéndose finalmente en el centro de sus pechos.
Música de ritmo frenético, luces de neón impactando en el cuerpo en movimiento de la gatinha nocturna. En la pista de baile los cuerpos se retorcían hasta el éxtasis, la gente saltaba, gritaba, la noche los absorvía en su trance alcohólico. Y Rick pasaba de su calmado acecho a presionarse contra el cuerpo de su compañera de baile.
Los ojos brillantes de Ágata, su cintura serpentina, habían evaporado aquellas excusas que se ponía para dejar las cosas como estaban. Ya aquel cuerpo voluptuoso había dejado de ser su amiga del instituto, la madre de Orlando, la confidente de Adrien para transformarse en una diosa tribal que pedía víctimas mostrándose abierta hasta el amanecer. En aquellos momentos bebería de su boca si así se lo indicase, como esa polilla que queda cegado por la luz que se encendía en el fondo de sus ojos. Sentía su mano acariciar su cabeza y suspiraba con ojos cerrados sin dejar de mover su cintura pegada a la de ella mientras sus manos se aferraban a las caderas de la actriz.
Solo parecía volver en sí cuando ella generaba un movimiento pendular que lo alejaba unos instantes. En esos momentos su cabeza podría haber vuelto a pensar en Theo también, pero sus ojos y los gestos de la boca le impedían desconectar un segundo del deseo que le envolvía buscando sus labios mientras ella lo atraía como la pescadora furtiva que agarra un pez dorado.
No podía oír con el tumulto de fondo los suspiros que emitía, pero era aún más excitante la sensación de sentir su añiento por sorpresa pasando como una caricia sobre su piel. Levantó las manos como si el dedo que se le clavaba en la barbilla fuera un arma blanca. La miró a ella, se mordiço el labio y siguió con la mirada aquel dedo hasta que se perdió de vista. No lo siguió. Se quedó anclado en su boca, la buscó atrapando su cabeza con las dos manos, ensortijando sus dedos entre la cortina de su melena hasta acercarla y la mordió, chupando sus labios como si quisiera libar nectar de ellos. Le encantaban esos labios grandes y jugosos, despertaban en el emociones que el tiempo no había borrado.
Cuando al fin puso separarse, sintiendo que la música se amansaba unos instantes para dar paso a otra igual de frenética, miró hacia arriba y le hizo un gesto pícaro con la cabeza —Una más y me llevas al cielo...
Las reacciones de Rick y sus miradas de absoluta devoción y trance exacerbaban su deseo hasta perder por completo la percepción de la gente que los rodeaba. Incluso la música desaparecía, dejando solo las vibraciones a las que obedecía su cuerpo y sus latidos, que por momentos parecían unificados con los de él por medio de la potente melodía que les azotaba la piel sin piedad.
Una sonrisa divertida se le dibujó en los labios al ver el gesto de indefensión de su amigo. No solo por la gracia que le causaba aquella sumisión voluntaria, sino porque viniendo de un huracán como él, sabía que jamás debía fiarse de los momentos de paz. Era el caos y la impulsividad donde gente como ellos realmente prosperaban. Donde la intensidad del fuego, o la de los fuertes vientos, encontraban su hogar. Y quizás precisamente por ello, un club como aquel podía ser el oasis en el que ambos sintieran verdadera paz.
Entre sonrisas, se dejó besar y morder, correspondiendo con la misma urgencia y sed cada segundo que Rick dedicaba a sus labios. Cada segundo y más, porque no quería separarse. Y por ello, apenas lo dejó hacerlo lo suficiente para hablar antes de decidir que ya había esperado más de lo necesario y lanzarse a reclamar su boca una vez más.
Sin dejar de besarlo, aprovechó esa última canción para moverse poco a poco en dirección a las escaleras. Y fue solo cuando llegó a ellas, y el talón de la brasileña tocó el primer peldaño, que se separó de Ricky con una sonrisa de oreja a oreja. La canción no había acabado, pero a Ágata no le podía importar menos.
Guiñándole un ojo, lo tomó de la mano y tiró de él escaleras arriba, subiendo de una carrera a la sala privada. Y tan pronto cruzaron el umbral, encontrándose con ese reservado exclusivo por completo vacío y en gran parte aislado de la música, no se lo pensó dos veces antes de arremeter contra él para empujarlo contra la pared, exigiendo sus besos con violencia mientras bajaba las manos a su pantalón para desabrocharlo.
Y de pronto Ágata ya no era Ágata, sino la gatinha con esa mirada felina y dispuesta a cazar a ese pajarito bailongo que era Rick. Él había azotado el viento y había levantado las llamas, pero en estos momentos ya era la brasilera quien controlaba el fuego y sus llamas estaban empezando a azotarme el cuerpo con la viveza de sus actos. Ya la música poco tenía que sobresalir por encima del aullido del viento y el crepitar de las llamas y todo se volvía de un tono rojizo sin saber si era un artificio oportuno del dj o es que realmente estaba prendiendo la pista.
No podía dejar de seguir el rastro de sus carnosos labios que ya empezaban a hincharse por las dentelladas que se daban a diestro y siniestro y como ella aceleraba el ritmo y la intensidad con la que se besaban. Una nueva montaña rusa de sensaciones. SI bien no había acabado la canción ya la carioca lo arrastraba hacia el abismo de su cuerpo, en busca de un oasis de calma que pronto se llenaría de ruido por la intensidad de los dos desquiciados amantes.
Tomo la mano como si estuviera ahogándose y subió los peldaños sin quitarle la vista de encima a su cuerpo que deseaba con un ansia desmedida en una carrera frenética hasta el piso superior donde se volvieron tornado y esa fuerza de la naturaleza llamada Ágata lo empotró contra la pared más cercana —Ahh... —dejó escapar como un gemido al sentir el duro golpe contra el muro. aunque pensaba que igual no estuviera tan duro como lo que estaba empezando a orquestarse bajo sus pantalones. Pantalones que en manos de la gatinha no iban a durar mucho en caer, como empezaba a caer la chaqueta negra tironeada por la urgencia de las manos de Rick hasta dejar a la vista su voluptuoso pecho donde Rick no tardó en sumergirme para recorrerlo con sus labios unos instantes antes de volver a sus labios.
La chaqueta de la brasilera cayó por sus brazos tan pronto acabó de desabrochar los pantalones de Rick. Con un movimiento rápido tiró aquel abrigo al suelo, sonriendo felina y agitada ante el camino que recorrían los besos del hombre por su escote, y sin esperar a quitarle o quitarse nada más, volvió a lanzarse a sus labios con urgencia.
Tomándolo de la pechera de la camisa lo atrajo poco a poco, lento para que pudiera quitarse los pantalones en vez de tropezarse con ellos, hasta el sofá. Y una vez allí, giró en el lugar y lo empujó, para que cayera sobre los cojines frente a ella.
Con una sonrisa afilada y pícara, clavó los ojos en los de Rick mientras se acariciaba la mitad superior de los muslos, colando las manos bajo su propio cortísimo vestido. Con movimientos de cadera sinuosos, que le permitían dejar el vestido en un punto justo para torturar a quien la viera por lo cerca que estaba de revelar lo que había debajo, se sacó la ropa interior de encaje negro y se la lanzó al chico.
Subiéndose a cuatro patas al sofá, gateando sobre él, buscó sus labios y lo besó con lentitud y profundidad. Su cuerpo seguía las oscilaciones de su lengua, rozándose contra el de Ricky, pero aquello duró tan solo unos segundos antes de separarse para susurrar contra su boca.
—Pídemelo —murmuró mirándolo a los ojos con las pupilas dilatadas por el deseo, moviendo la cadera para frotarse contra su glande y empapándolo con los fluidos de su excitación.
Podían estar en una playa caribeña, en una cloaca o en la zona Vips de una discoteca de moda en Broadway, cuando la química azotaba a aquellos dos fenómenos de la naturaleza todo podía saltar por los aires. Las embestidas de la carioca a la boca del cocinero era miel para sus labios, un sabor a libertad divina y salvaje.
Mientras los pantalones iban a parar al suelo, Rick se desprendió también de los zapatos y la chaqueta mientras Ágata lo llevaba a la perdición, la sonrisa pícara y el pelo algo revuelto. Se dejó conducir mansamente hasta la orilla del sofá donde lo empujó sin piedad para que fuera a caer en un abismo blando con música tecno de banda sonora.
Fue entonces cuando las piernas de Ágata tomaron protagonismo, sus manos reptando por sus muslos que desencajaban la mandíbula de Rick. No podía evitar sentirse un muñeco ante ella pero joder, como le ponía. Sus ojos brillaron nublados por el deseo y el alcohol al ver caer la ropa interior y estiró sus manos para atraer a la chica hasta él que no esperó a ser agarrada para montarlo, besarlo, absorberle el alma a través de la boca. En ese momento el tiempo se detuvo en aquel beso que aunque lento era como un fuego azotado por un huracán. Rick ardía, sus manos agarraban sus muslos apretándolos fuertemente para rozarla contra él. Dejaba escapar a veces un gemido más por fala de aliento que por los efluvios del placer porque en su juego de seducción se separó de él en el momento justo para pedirle abiertamente lo que temía. Que vendiera su alma.
En ese momento de silencio entre que se lo pidió y su cuerpo volvía a rozarse totalmente lubricado los ojos de Rick volvieron de aquella niebla de ligera ausencia y dibujaron una mueca irónica mientras levantaba su cabeza hasta su cuello y mientras las yemas de una de sus manos se deslizaban por su espalda le susurraba al oído —¿Qué tengo que pedirte que no hayan hecho ya mis ojos, que no hayan insinuado mis manos... ahh gatinha... —Suspiró retardando un poco más el juego a riesgo de que le estallara la polla. En el caso de Rick no es que hubiera menguado en su manera explosiva de ser, era que conseguía retardar un poco más la explosión.
Con la música Tecno aún sonando de fondo, Rick y Ágata salían del local. Rick llevaba el semblante un poco sombrío, con los rasgos un tanto desencajados y lucía acalorado. La mirada andaba un poco ausente y la piel sudada pero sonreía. Pasar tiempo con la gatinha siempre había sido para él un reto más allá de lo físico. Pero sin duda su vuelta a las malas costumbres últimamente hacían que estuviera emocionalmente hecho un puto caos.
Suspiró y miró a Ágata como si se estuvieran de alguna forma despidiendo. Tal vez porque pensaba en que Ágata terminaría aceptando al Viking como pareja, tal vez porque él no dejaba de pensar en Adrien. Ya que no era capaz de dilucidar siquiera como se sentía trató de buscar un poco de consuelo en las palabras de la carioca —¿Cómo te encuentras?
Le observó los rasgos de la cara comprobando lo bella que seguía siendo que le llevaban a recordar lo platónica que habóa sido su relación hasta que se acostaron por primera vez el día que estrenaba su Rickoneta, y como las veces posteriores fue todo por una pura pasión desbordada. Que todo aquello quedara en eso se debió en parte a la irrupción de Adrien en su vida así que antes de que se quedara muy dentro de su pecho, anclado en algún lugar haciendo daño, tuvo que ser honesto —No debería acompañarte a casa, Ágata. Adrien está allí pero aunque le pedí tiempo para reordenar mi cabeza... no quiero restregarle que hago mientras no estoy con ella ¿Me comprendes?
Con el cabello asalvajado y la piel perlada en sudor, Ágata salió del local ligera y contenta. El frío de la brisa nocturna la refrescó de golpe, haciéndola exhalar un suspiro sin perder la sonrisa. Se despidió del gorila de la puerta con un rápido beso en la mejilla al pasar a su lado, y luego miró a Rick con curiosidad, sintiéndolo un poco más callado de lo normal. La discordancia entre la mirada y los labios del cocinero la intrigaban, pero decidió no ser la primera que dijera palabra al respecto.
A exceptuar por el tatuaje que había visto, nada había estado fuera de lo normal y disfrutable. Y es que aunque la imagen de esa tinta sobre la piel del chico la hubiese desconcertado un momento, no había sentido que fuera lugar ni momento para preguntas que se podía responder ella misma. Como, por ejemplo, por qué lo había ocultado de ella tanto tiempo.
—Bien —contestó sonriendo, con el ceño fruncido por la extrañeza. ¿Cómo más iba a estar? —¿Y tú? —añadió con sincera preocupación, pues algo seguía pareciéndole disonante en la expresión del chico. ¿Lo habría sentido diferente a otras ocasiones? ¿Se sentiría culpable, quizás?
Se quedó quieta, cómoda y tranquila, mientras Ricky examinaba su rostro. Y cuando por fin habló, la actriz dejó brotar una suave risa de sus labios antes de acercarse a besar los de él con efusividad y cariño sincero.
—No hace falta que me acompañes, docinho —le aseguró, restándole importancia —Soy una chica grande, puedo cuidarme sola —Le guiñó un ojo, entrelazando su brazo con el de él para empezar a caminar hacia alguna esquina lejana donde pudiera llamar un Uber sin muchedumbres cercanas.
—Pero antes vamos a ir a por la absenta que me debes —resolvió, sin espacio alguno a quejas —Demasiado barata te ha salido la barra abierta de hoy. Hay que arreglar eso antes de que se nos acabe la noche y sea demasiado tarde —bromeó, mirándolo de reojo con una sonrisa traviesa.
Lo escueto de la respuesta y la pregunta boomerang de vuelta le pilló de imprevisto. Demasiado escueto, demasiado rápido. En otro momento Rick habría dicho "de puta madre" y se habría encendido un porro. Pero no era este el caso. Su rictus se tensó un poco y sus hombros se quedaron a medio camino de encogerse. No sabía lo que sentía más allá del nudo que se le hacía por debajo del cuello y le estiraba hasta el principio del estómago.
—Joder, gatinha. Me siento como... como si después de quince años volviera al mismo punto. Como si la vida fuera un puto bucle que te pega de hostias contra el mismo muro cada vez que pasas.– resopló un instante antes de continuar mirando al cielo mientras estiraba el cuello.
–No me hagas caso, llevo unos días un poco rayado...
La risa cristalina de Ágata al menos lo reconfortó. No tanto desde luego como el beso que le regaló después al que correspondió prolongándolo todo lo posible hasta sumirla en un abrazo. No le cabía duda de que sabía cuidarse, mucho mejor que él, estaba claro.
Ya pensaba que ese había sido su beso de despedida cuando la actriz le recordó el motivo de la apuesta y asíntió sin ningún tipo de duda. Le tocaba pagar, quizás estaba en ese momento de la vida en el que le estaba tocando pagar todos los excesos o cosas que durante tanto tiempo había pasado por alto. Por desgracia no sabía pagar y callar así que en cuanto cruzó la mirada traviesa de la carioca la agarró del brazo en busca del local más próximo —De acuerdo, acabemos la noche a chupitos de absenta, pero... Jugamos al yo nunca —dijo esbozando una sonrisa de sátiro. Sabía que de otra forma la brasilera no iba a decir demasiado sobre ella.
Ante la sincera respuesta de Rick, la brasilera no pudo sino alzar las cejas y suspirar en una expresión de pura (y frustrada) empatía. No podía decir que no lo entendiera, o que no hubiese sentido lo mismo mil y un veces. Incluso cuando las cosas cambiaban, había una parte que siempre parecía volver a lo mismo. Un bucle infinito e ineludible.
—¿Como no te voy a hacer caso? —sonrió, negando con la cabeza — Entiendo perfecto a qué te refieres. Además, ya deberías tener claro que yo soy la experta en vivir rayada. Los ataques de pánico en el instituto no eran por ser la persona más relajada del mundo —Se rió de ella misma, con una suave carcajada. Recordaba perfectamente aquella época en que la idea de quedarse sola con tiempo para escuchar lo que pensaba la aterraba. Había pasado todo el instituto manteniéndose ocupada y acompañada, de forma compulsiva, con tal de no pensar. Y desde luego, en su momento, aquello le había pasado factura.
Sin embargo, no había prisa alguna por hablar de nada que el chico no quisiera. Lo que sí había era una abundancia perenne de mimos, risas, caricias y besos efusivos que nunca se agotarían, y que jamás dejaría de regalarle.
—¡Ah, no, no, no me la lías! —se quejó, sin dejarse tirar esta vez —Me prometiste el Wilde, así que ahí vamos —alzó una ceja. Justo entonces vio un taxi pasar, por el rabillo del ojo, y sin perder un segundo se giró para silbar y detenerlo. La verdad era que eso rara vez funcionaba, entre el ruido de la ciudad y la música del interior del coche, pero esa vez, por fortuna, lo hizo.
—Cinco minutos en taxi, está aquí al lado —lo tiró ella de la mano esta vez, guiándolo hacia el coche —Y mientras hagas llegar los chupitos de absenta, jugamos a lo que quieras —aceptó por último, correspondiéndole por fin con la misma sonrisa pícara que este había esgrimido en su contra.