Centros de Atención Primaria en Adicciones (CAPA), 1888 Jerome Ave, Bronx
13:30h
— Hoy es el día, Theo. ¿Cómo te sientes?
El muchacho parpadeó. Sus ojos miraban sin mirar al doctor. En realidad no era un muchacho, era un hombre hecho y derecho. Sólo que no lo era.
Volvió a parpadear.
— ¿Theo?
Alzó los ojos y asintió, pensando que era una simple mota en el mundo. Otro de las muchas personas que acababan encerradas allí y que se veían imbuidas en un bucle de sesiones, terapias de grupo y actividades en salas de recreo. Dibujos, proyectos, esquemas donde le instaban a trazar su pasado, su presente y su futuro con lapiceros de colores. Charlas donde dictaba los puntos que aspiraba a conseguir, llenándose la boca de buenos propósitos. Luego iba tan medicado que se le olvidaban todas esas estrategias. Pastilleros de plástico rellenados con tranquilizantes y revulsivos. Desayuno, comida, cena. Pregabalina, Disulfiram, Topiramato, Quetiapina y Rivotril. Todo para amortiguar su ansiedad y sus ganas de drogarse. Aunque él solo tenía ganas de morirse.
Tras su intento de suicidio y con su historial de sobredosis, los doctores recomendaron un ingreso inmediato en un centro de desintoxicación. Cada día Theo pasaba consulta con el doctor Evans y pronto, si los resultados empezaban a ser provechosos, podría entrar y salir, regresando sólo dos veces a la semana al centro. Aquél día había llegado.
Theo se revolvió en el asiento. En las primeras sesiones no pudo articular palabra. Se mantuvo en silencio, un mutismo consciente e inconsciente. Cuando le preguntaban algo, no sabía ni por dónde empezar. Se sentía vulnerable, escrutado, juzgado y culpable. No era un santo, sabía cuáles eran sus fallos y no necesitaba escuchar a otro apuntando sobre ellos. Pero al final del día sabía que era necesario. Era eso o que le echaran. Peor. Era eso o acabar en un nicho. Y quería cambiar. Quería empezar de cero. Controlar la impulsividad, dejar de consumir marihuana y cocaína, dejar de follar con cualquiera y meterse en líos por vicio. Dejar de comportarse como un idiota. Dejar de mentir a las personas que le querían. Siempre se había escondido en mentiras y tal vez por eso no podía escapar del agujero donde se pudría.
— Estamos en una fase delicada. No podemos permitirnos un exceso de confianza. En esta etapa de la deshabituación existe un gran riesgo de abandono, es por ello que debes evitar situaciones que puedan impulsar una recaída y, sobretodo, no debes hacer planes de futuro demasiado alejados de la realidad.— Theo volvió a asentir, un tanto irritado. A veces le daban ganas de mandar a la mierda al doctor, pero en el fondo sabía que sus palabras estaban llenas de sensatez. Relajarse en ese momento, por muchas pastillas que engullera y sesiones de terapia que hiciese, podía hacerle tropezar y tirar por la borda todo el trabajo hecho hasta ahora.
Aunque era tan fácil dejarse caer…a menudo volvía a romperse por dentro. Era una sensación asfixiante a la que nunca lograría acostumbrarse del todo. No sabía cómo desenmarañar el caos en el que se arrastraba, era incapaz de quitarse de encima esa angustia y los malditos sentimientos que lo nublaban todo en un espectáculo nauseabundo que no acababa por más que lo intentara. Intentaba juntar las piezas de nuevo, pero volvía a resquebrajarse y a saltar por los aires. Su única vía de escape había sido la música.
Cuando volvió a prestar atención y a querer las notas, se sintió un poco más capaz de regresar a su pasado y desatascar el embudo que era su alma. Era doloroso revisitar ciertos lugares, pero un par de momentos consiguieron mantenerlo vivo. Todo al final acababa cristalizándose en un mismo recuerdo, un lugar muy concreto en el espacio y en el tiempo; aquella maravillosa escapada al camping en la que los cuatro amigos, desayunando tostadas y café para mitigar los efectos de una resaca monumental, se habían hecho una promesa. La promesa de regresar al parque, escuchar al otro con la voluntad de nutrir y cuidar una amistad que debiera durar para toda la vida. Él nunca había regresado, no del todo. Era en esos momentos, pensando en las conversaciones, en las risas, los besos y los abrazos, en esos códigos únicos e imposibles de replicar tan intrínsecos del grupo cuando Theo lograba recuperar el rumbo y abrir su alma. Lloraba y reía, tanto como hacía tiempo no recordaba. Pudo empezar a dejar de mirar el pasado con nostalgia, con sensación de derrota y culpa para abrazar poco a poco los recuerdos con sus luces y sombras.
Y no había momento en que no pensara en Brian, en Ágata y en Rick.
— Te veré el lunes, en nuestra próxima sesión. Pero tienes el contacto del centro, si necesitas algo, si tienes algún problema con los pastillas, si algún pensamiento se cruza por tu mente, llámanos. Trata de pensar en algo que te relaje de la ansiedad, ¿de acuerdo? Has hecho progresos, sólo hay que continuar por el mismo camino.
Tras despedirse del doctor Evans, Theo musitó un “gracias” y ambos se levantaron del asiento para darse la mano. El doctor lo acompañó a la consulta de la psicóloga y después entró en el despacho de la trabajadora social. Se sentía como una pieza en una cadena de montaje que iba pasando de mano en mano y que al final tiraban a la basura por defectuosa. Al terminar un funcionario lo estaba esperando en su habitación junto a sus exiguas pertenencias; una mochila con algo de ropa que le había mandado su padre y la bolsa de plástico con la que había llegado al centro des del hospital.
Salió del edificio examinando la hora en su reloj recuperado. El tiempo había carecido de importancia aquél mes así que ahora, algo tan corriente como mirar la hora y constatar el momento en el que vivía, se sentía casi alienígena. Bajó los escalones de la consulta lentamente, con la congoja metida en el cuerpo. Miró el paisaje que tenía delante. Había conatos de nieve. Claro, cojones, era diciembre, de hecho, hacía un frío de pelotas.
Alzó los ojos…y allí, a lo lejos, le pareció divisar una figura conocida. Unas alas de mariposa esplendorosas.
Bueno, pues ahí va. Siento la parrafada xD
Había sido un mes difícil. Desde que había escuchado de la sobredosis de Theo, solo había dos cosas en la cabeza de Ágata: su intento de suicidio y la noche de la graduación, hacía tanto tiempo atrás. No dejaba de preguntarse si el reencuentro habría tenido algo que ver, si había despertado algo que Theo creía dormido. ¿Había sido eso? ¿El dolor del pasado? ¿Los fantasmas de seres queridos? ¿Había sido el puto Joel reapareciendo en su vida? ¿Todo? ¿Nada de eso?
Como solía hacer cuando las emociones la superaban, la brasilera se mantenía ocupada. Trabajo, ensayos, gimnasio, audiciones, lo que fuera para no tener demasiado tiempo para pensar. Era consciente de que era una regresión en su progreso, y que no era bueno para ella evadir la profundidad de sus sentimientos, pero tenía que encontrar una forma de canalizarlos y seguir funcional. Por suerte, encontraba alivio en casa, donde podía centrar su atención en cuidar de su familia y dejarse cuidar por ellos.
Pero, claro, parte de su familia estaba en esa clínica de rehabilitación.
Los tacones de la actriz resonaban contra las piedras de la acera. Bien podría haber hecho un agujero en el suelo, porque no dejaba de pasearse de un lado a otro, mordiéndose la uña de un pulgar. Cada un par de segundos, miraba la puerta. Se suponía que estuviera calmada para recibirlo, sí, pero el tiempo pasaba lento y ya no podía con la ansiedad. Los nervios que sentía eran demasiado intensos, y hasta que no viera a su faro de luz con sus propios ojos, sería incapaz de encontrar algo de calma.
Tan pronto lo vio salir, apuró los pasos hacia él. La mirada se le nubló de inmediato, pero una sonrisa le cruzó el rostro de oreja a oreja. Estaba vivo, estaba bien, y estaba frente a ella. Eso era todo lo que importaba en ese preciso instante. Sin pensarlo ni un instante, se lanzó a sus brazos y lo apretó con fuerza, como si temiera soltarlo y perderlo para siempre.
—Meu anjo —murmuró, sin darse cuenta de que aún contenía la respiración.
Se quedó inmóvil mientras Ágata avanzaba hacia él. Sus pies se habían pegado al suelo y por unos instantes deseó que el mismo se convirtiera en un agujero negro que lo engullera. Las horas previas a su salida había estado ilusionado, pero ahora le noqueaba el miedo. Se sentía abochornado por haber olvidado la promesa que se hizo. Le atormentaba no haber sido honesto y haberlo jodido todo por una puta adicción. Por ser un puto mentiroso. Le sorprendía que después de treinta y tantos años todavía hubiese gente que lo siguiese queriendo…
Y entonces su sol lo tomó entre sus brazos. Y su corazón volvió a latir. Las náuseas desaparecieron y percibió alivio. Cerró los ojos y se dejó caer, experimentando un sosiego indescriptible. Aspiró el aroma conocido que olía a hogar y se sintió aturdido por la paz y la calma. Después de un mes no hubo rastro de pánico y pensó que ojalá pudiese quedarse en ese trance para siempre. Deseó no volver a abrir los ojos nunca jamás.
Todavía acomodado en su hombro, escuchó su voz. Se apartó poco a poco y la miró, no sin dificultad porque a cada tanto sus ojos trataban de rehuir su mirada.— Meu amor…— dijo por fin tras unos largos segundos de silencio. Se aclaró la garganta; su voz sonaba hueca, cavernaria, como si hiciera tiempo que no la utilizara. Dejaba entrever culpa, nostalgia y tristeza, pero también emoción porque estuviera allí a pesar de todo. Apretó las manos para contener los nervios e, inseguro, alzó una para acariciar su mejilla sonrosada. Acomodó la mano en ella durante unos minutos, calentándola y fue en ese momento cuando la observó bien para percatarse de su evidente cansancio. Había estado preocupada y eso fue como otra puñalada, aunque trató de recordar las palabras del médico y tranquilizarse. Ojalá pudiese echar mano de un puto Rivotril ahora mismo. Suspiró y de nuevo apareció ese largo silencio que parecía querer turbar con confesiones, pero que todavía no se atrevía a romper. Tan solo atinó a decir algo.- Te…he echado mucho de menos.- y rogó y rogó porque no lo mandara a la mierda.
No sin obvia reticencia, Ágata lo dejó apartarse cuando así lo quiso él. Podría haber visto pasar las estaciones abrazada a él, dejando que el mundo siguiera avanzando a su alrededor sin tocarlos. Podría haberse perdido en ese instante y olvidar el resto del universo durante un tiempo.
Apenas podía verlo a través de las lágrimas que se le agolpaban en los ojos, pero buscó su mirada, y no fue hasta que escuchó esas dos palabras, «meu amor», que el aire volvió a llenarle los pulmones.
Casi por instinto, pero sobre todo porque lo necesitaba, apoyó la mejilla en su mano como una gata mimosa. Tomó su mano libre con las de ella, acariciándole el dorso con ambos pulgares. Aquel segundo de paz, amor y normalidad le permitió aclarar un poco la vista, lo suficiente para ver los ojos de su faro en la oscuridad combatir contra sus propias sombras.
—Y yo a ti, minha vida —Le sonrió con la comisura de los labios.
Le apretó un poquito más las manos. Intentó respirar profundo. Sabía que Theo la necesitaba calmada, que le haría mal agobiarse con una avalancha de emociones y sensaciones, pero a Ágata siempre le había costado muchísimo contener las emociones fuertes. Si ahora podía conseguirlo con esfuerzo era solo gracias a más de una década de terapia.
—¿Tienes hambre, coração? Podemos ir a comer, y ponernos al día —Giró la cabeza para darle un besito en la palma de su mano, antes de volver a apoyarse como antes.
No lo mandó a la mierda, claro que no. La miró a los ojos, no sin sentir un pellizco de vergüenza y aprensión en un primer momento. Necesitaba sacarse la ansiedad de encima y en los ojos de Ágata siempre hallaba la calma. Y así fue. Asintió a su propuesta. Un simple cabeceo que acompañó de una media sonrisa mientras aferraba su mano, buscando sus dedos para entrelazarlos como habían hecho antaño tantas veces.
— Claro, meu amor, tu me guías. Estoy harto de la comida de hospital.– se permitió bromear. Dejó una última caricia en su mejilla antes de inclinarse para agarrar la bolsa de plástico y echarse la mochila a la espalda. Se secó las palmas sudorosas en las perneras de los pantalones y le tendió la derecha para caminar juntos hacia allí donde quisiera llevarlo.
Una suave pero sentida sonrisa se le dibujó en los labios al sentir sus dedos entrelazados con los propios. Le apretó un poquito la mano, sintiéndose ligeramente más tranquila con aquel simple pero necesario contacto, y caminó junto a él por la acera. No tenía idea de dónde iba, en realidad. Al menos, no durante los primeros segundos, tras los cuales se dio cuenta de que se suponía que ella guiara a Theo a algún lugar.
—Cuando me vine a Nueva York, vivía en un piso cerca de aquí. Justo al lado del Bronx, en Washington Heights, frente al Hudson. Creo que tú no llegaste a conocerlo, ¿no?
¿Por qué le contaba eso ahora? Ni idea. Pero las palabras solo nacían de su boca, llenando el silencio.
—Hay un vietnamita buenísimo ahí en la esquina —Señaló a sus espaldas —, pero me apetece un poco más dominicana.
En realidad, también tenía que ver con que dudaba que quisiera quedarse mirando la clínica de la que acababa de salir, y el restaurante que proponía estaba bastante cerca de todas formas.
Mientras dejaba que Theo intentara absorber lo que era estar afuera otra vez tras tanto encierro, aprovechó de ponerlo al día sobre lo que había hecho ese mes. Le contó sobre un par de nuevos compañeros en el elenco que habían entrado como suplentes, y apostó por quien creía que sería el siguiente en irse. También le contó sobre las últimas actividades de Orlando, que este mes le había dado bastante poca batalla.
Finalmente, llegaron a La Reina del Chicharrón, un pequeño local justo en la esquina de E 183rd. Lo llevó hasta el mostrador, y una vez hubieron pedido lo guió una mesa junto a la ventana.
—Qué buena pinta tiene esto.
Me salté un montón, pero avisa si quieres que recorte :3
Tomó aire y echó a andar de la mano de Ágata. Volvió la vista atrás tan solo un momento y localizó la ventana de la sala común des de donde a menudo había observado la calle. Entonces, al sentir el contacto de la tocaya, su cuerpo tembló de nuevo. Se dio cuenta de que cuanto más se alejaba de allí más le aterraba lo que podía encontrarse. Puede que no estuviera preparado. Estaba muerto de miedo, joder.
Sólo quiero estar bien, se repitió.
Pero como no sabía lo que era estar bien y como jamás lo había estado, aquello parecía casi una utopía...
Su mirada se enturbió y se aferró al sonido de sus palabras para agarrarse al mundo. Agradeció enormemente que fuera Ágata la que tomara la iniciativa y la que hablara durante el camino con su cálida voz poniéndole poco a poco al día, adaptándolo a la realidad. No necesitaba rellenar los silencios, pero se percató de que ya no sabía cómo empezar las conversaciones. Parecía haber perdido su verborrea. Joder, qué mal le sentaba la sobriedad. Cállate, coño.
Cuando mencionó a Orlando algo hizo clic en su cabeza y un recuerdo acudió a su mente. Esbozó una sonrisa.
— ¿Al final interrogasteis a Orlando? ¿Habéis descubierto quién era su misteriosa cita?— preguntó, mirándola de reojo. Hablar de esas cosas le hacía pensar en el hogar. ¿Podía considerar esa vida su hogar? Sí, esperaba que sí. Era absurdo no haberlo creído hacia un mes, pero ahora no había mucho remedio. No entendía cómo podía amargarse tanto y ponerse tantos palos en las ruedas.
Se adentró en el local y se dejó embargar por los olores. Le alegró comprobar que ya no sentía náuseas y que, de hecho, tenía más hambre que un lobo. Acompañó a Ágata hasta la mesa y se sentaron frente por frente. En cuanto le trajeron la cocacola que había pedido, dio un largo y refrescante sorbo.
— Huele genial.—aseveró, sonriendo a Ágata.— Como siempre has escogido de lujo. No esperaba menos de mi tocaya.— añadió, volcando una nueva sonrisa. Fue entonces cuando se fijó en el conjunto que llevaba. Estaba guapísima. Y ambos desentonaban tanto en comparación que tuvo que reírse. Hay cosas que nunca cambian.— Bueno…— aspiró aire.— dime, ¿y cómo están todos?— se notaba que estaba nervioso preguntando eso.— No te lo negaré, me ha sorprendido que Rick no haya venido contigo. Quiero decir, me alegro muchísimo de que hayas venido tú…de verdad, estaba en la puta mierda pero cuando te he visto…pues…— uf.—…ya sabes. No había dejado de pensar en este momento. Pero apenas se del bro. Ni de Adrien.— no se le ocurrió mencionar a Liam. No todavía.
—No hizo falta interrogarlo —Sonrió con picardía —. Hace unos días me preguntó si estaba bien que la chica se quedara con nosotros un fin de semana en enero. Aparentemente, viene a «visitar unos museos». —Bajó la barbilla, mirando a Theo con complicidad antes de reír un poco.
—Te echó de menos este mes —Le había preguntado por él más de lo normal. No le cabía duda de que su hijo intuía que el ritmo frenético de aquellos días había tenido que ver con Theo. Y, si bien Ágata hacía lo imposible por evitar preocuparlo, también era consciente de que el adolescente la conocía lo suficiente para notar cualquier cambio en su humor por mucho que intentara ocultarlo.
Incluso si hubiera tenido éxito en ello, lo cierto era que habría sido imposible disimular las ausencias de dos de las personas más importantes de su vida. Por fortuna, para Orlando aún era algo puntual, y el asunto con Theo no necesitaría más explicación. Ricky, por otro lado, era una presencia constante en la Casa Monteiro; aunque en ocasiones se había ausentado algunas semanas por asuntos de trabajo. Ágata sabía que ya iba llegando el momento de explicarle a Orlando que eso, a juzgar por el misterio que rodaba la marcha de Rick, podía ser algo más permanente que temporal.
Los ojos se le llenaron de estrellas al ver una sonrisa crecer en los labios de Theo. Casi de inmediato, una similar se le dibujó en el rostro a ella.
—Ya sabes, tengo que mantener ciertos estándares —bromeó. No llegó a darse cuenta de por qué Theo soltó una risa un instante después, pero se rió con él. La única razón que Ágata necesitaba para reír era lo feliz que estaba de verlo fuera.
La pregunta siguiente la puso un poco nerviosa, aunque fingió lo contrario y solo suavizó la sonrisa en su rostro para anunciarle que aquel podía ser un tema más complicado. No quería sumar ansiedades ni inseguridades a su anjo, así que no pretendía tomarlo por sorpresa ni hacerlo esperar más de la cuenta.
—Rick lleva un mes fuera de Nueva York. Nos dijo que iría a abrir cadenas de su restaurante por la costa oeste, y que no sabía cuándo volvería. Por eso no pudo venir conmigo hoy, pero estoy segura de que se pondrá en contacto tan pronto pueda —¿Que aún le parecía extraño? Sí. No la convencía del todo que hubiera un restaurante que pudiera evitar que Rick estuviera ahí para ver salir de rehabilitación a su bro. Pero respetaba su privacidad, y confiaba en que los llamaría en algún punto si necesitaba ayuda.
Le dio una pequeña pausa para procesarlo antes de continuar. No quería darle demasiado tiempo, por miedo a que se sumergiera en alguna espiral pesimista.
—Adrien está trabajando ya, y se vino a vivir con nosotros. Está un poco depre desde que Rick se marchó con tan poca explicación, así que le dejé un cuarto para que se quedara el tiempo que quisiera —No le parecía que fuera a estar bien sola, y para Ágata las prioridades estaban clarísimas cuando se trataba de su familia. Lo que, de hecho, reafirmó en su frase siguiente —. Y tengo una habitación para ti también, si la quieres.
— Ajaam… “visitar museos”.— alzó las cejas y expandió más su sonrisa, acompañando la risa de Ágata de una mirada jocosa.—Entonces pronto la conoceremos. ¿Vive en otro estado o…?— de pronto se detuvo y frunció levemente el ceño, dándose cuenta de la manera en la que estaba hablando, la temporalidad de las palabras. Recordó que no debía hacer grandes planes y suspiró. Cuando mencionó que Orlando lo había echado de menos se mordió el labio. Se preguntó cuánto sabría él de sus idas y venidas… y sintió un pellizco de vergüenza.— Oh…claro que me ha echado de menos…— murmuró, alzando la mirada poco a poco.— Soy su tío favorito, ¿no? El más molón.— trató de bromear, ladeando una sonrisa.— Yo también lo he echado mucho de menos. Y a mamá Monteiro…
A decir verdad, nada podría haberlo preparado para lo siguiente que sucedió, ni siquiera aquella mirada que su tocaya le dedicó advirtiéndole de antemano. Escuchó sus palabras y trató de encajar la noticia rápido aunque, por momentos, se sintió inestable, como si estuviera pisando sobre suelo resbaladizo. Era como si se hubiesen llevado de si una parte fundamental, como si de pronto le hubiesen arrancado una pierna. Sintió las manos inusualmente frías y miró a Ágata, preguntándose si era así como se había sentido cuando ambos habían desaparecido de repente de sus vidas, primero él, después Rick. O al revés. No podía saberlo. Pero se habían arrancado de sus seres queridos sin mayor explicación...
— Vaya.— paladeó, humedeciéndose los labios. Empezó a apretarse las manos, primero suave, después un poco más fuerte hasta que la caricia se convirtió en un frote compulsivo. Necesitaba liarse un porro, meterse un par de rayas para relajarse, pero no quería mandarlo todo a tomar por culo. Respiró hondo, tratando de serenarse y se centró en su cocacola mientras seguía dándole vueltas al asunto, gestionando sus sentimientos.
¿Qué sentía? En realidad no estaba molesto, ni siquiera enfadado. Rick no había hecho nada malo. Quizás era mejor así, debía tomar su rumbo, aunque fuese lejos de ellos. Aunque le doliese como si le hubieran clavado cuatro puñaladas en el estómago. Aunque no supiera qué hacer sin él. Aunque se sintiera mal por Adrien. Eso era lo que más le pesaba quizás; Adrien. Se había abierto en canal por este tío...y se había ido.
Entonces llegó una propuesta. Algo que había temido. Un nudo en la garganta le impidió articular una respuesta inmediata aunque ya le hubiese dado muchas vueltas a ese asunto. Cada noche se había preguntado si la única forma de curarse del todo era cortando de raíz, alejándose de su entorno y de todo lo que su cerebro asociaba al consumo, por más que doliese. Quizás era mejor que lo echasen de menos a que lo tuviesen que enterrar. Quizás ese era el precio que tenía que pagar para ponerse bien...añorarlos cada día.
Clavó sus ojos huidizos en Ágata y le asfixiaron emociones reprimidas. No sabía si estaba preparado para querer o para dejarse querer, o si le quedaba algo para dar en su corazón magullado. Le atormentaba estropearlo todo de nuevo.— Déjame que me lo piense…déjame que te dé una respuesta cuando acabe de digerir todo, al acabar la comida, ¿vale?— le propuso, mirándola con un arranque de ternura. Alargó una mano hasta la suya y se la acarició, agradeciéndole con la mirada su incondicional apoyo.— Todo ha sido muy extraño este mes…como un mal sueño. Un día estaba en aquél bar de fiesta y al otro en una habitación con un psicólogo. Ojalá…ojalá no hubiese hecho lo que hice. Aunque quizás era el toque de atención que venía necesitando…El doctor Evans no deja de decirme que debo aprender a perdonarme por mi pasado o el viaje al futuro se volverá insoportable. Pero es lo que más me está costando.
—¡En Los Ángeles! Por eso quedó con ella el día de la cena —Porque claro, lo de complicarse la vida gratuitamente venía de familia. Por supuesto que no podía gustarle una chica de su propia ciudad, ya ni imaginar de su propio instituto. No, como buen hijo de su madre, Orlando se había buscado algo que le diera un poquito más de dificultad a su día a día.
Ágata no le vio nada raro a que Theo se incluyera en los planes de conocer a la chica. Era lo que esperaba, en realidad, y no tenía ninguna duda de que Orlando asumía que estaría toda la tropa ahí. De seguro ya había preparado a la chica para posibles interrogatorios sutiles.
—Tendrás que venir a casa antes de que mi mãe empiece a creer que ya no la quieres —bromeó. No es que fuera a creerlo, claro, pero el drama se lo haría seguro.
El rostro de la brasilera adquirió un matiz de preocupación al notar la reacción de su anjo. La falta de respuesta en palabras, la forma en que se frotaba las manos, el cambio en su respiración y la repentina sed que sentía. Ansiedad. Una que parecía haber incrementado con su propuesta, lo que resultaba ser el objetivo contrario al que había aspirado.
No quería restringir sus movimientos y ponerlo más nervioso, así que adelantó un poquito un pie y lo dejó justo pegado al de él, esperando que ese contacto lo ayudara a anclarse.
Empezaba a preocuparse por la angustia que le parecía ver reflejada en su mirada cuando él le alcanzó la mano. No pasó ni un instante antes de que entrelazara los dedos con los suyos, acariciándolo dulcemente con el pulgar mientras lo escuchaba y sentía el mundo desaparecer por completo. Asintió, por supuesto. Podía tomarse todo el tiempo del mundo si lo necesitaba.
—Es durísimo. Es mucho más sencillo perdonar a todo el resto del mundo antes que perdonarse uno mismo. Al menos a mí me costó —Se humedeció los labios —. Me cuesta —corrigió, de inmediato.
Tomó una breve pausa, durante la cual bajó la mirada a la mesa.
—Mi psicóloga siempre me recuerda que el progreso no es lineal, y que las recaídas son inevitables. Hay veces que la mando a la mierda, claro, aunque tenga la razón. ¿A quién le apetece volver a caer en algo que creías superado? —Exhaló un suspiro —Y luego hay muchísimos avances que aterran, que aunque deberían sentirse bien te recuerdan a momentos difíciles y temes volver a caer sobre un precipicio por no darte cuenta a tiempo de que caminabas sobre aire. Aún si estás más seguro que nunca.
»Eso no cambia, o al menos, no lo ha hecho para mí.
Ella se sentía como una cobarde, por supuesto. No sabía si lo que le impedía avanzar era falta de valor o alguna otra reticencia que ni ella misma comprendía. Por mucho que llevara décadas desenredando el nudo infinito de sus emociones, parecía que este cada vez crecía un poco más.
Sostuvo su mirada mientras hacía silencio y la escuchaba. El brasileño la miró con angustia durante una milésima de segundo que pareció alargarse más de la cuenta, tanto que pudo ver a través de sus ojos lo que trataba de ocultar y que justo en ese momento no había podido. Suspiró y sujetando su mano se dejó llevar por la caricia de su pulgar y la cadencia de su voz a un lugar más seguro aunque algo pareció transportarlo de vuelta a Ámsterdam y a las noches en las que la tristeza y la soledad se volvían tan insoportables que acababa en la parte de atrás del coche de algún cliente del Luxury, a menudo gilipollas casados mucho mayores que él que escondían sus miserias en el vaso de un bar, metiéndose coca a cambio de sexo, tratando de sentirse deseado y querido.
La droga siempre había sido el pase de entrada a esos encuentros, había sido la previa a todo…incluso la noche en la que había decidido liberarse de sí mismo. Aquella noche hizo exactamente lo mismo y cuando todo empezó a desmoronarse, cuando el pasado le golpeó de nuevo, quiso dejar todo atrás. No había sido una decisión altruista, eso era una puta mentira, ahora y entonces. No había hecho lo que hizo para liberar de una carga a los demás, en absoluto, de hecho le dio igual el daño o el trauma que pudiera causar a su alrededor. Nada de eso lograría mantenerlo firme al suelo porque en ese momento no le importaba. Porque en ese momento pensaba que todo lo que le pasaba era por su culpa, que si había acabado metido en esa enfermedad era porque se lo había buscado él solito y tan sólo quería que se acabara todo…
Por suerte en el centro de desintoxicación le dijeron que las cosas no eran así y le ayudaron a verlo de otra manera.
Suspiró de nuevo y miró a Ágata, asintiendo lentamente. Tenía razón. Todos se encontraban en un largo y angosto camino.- Y uno nunca se cura del todo, ¿verdad? Pero lo que importa es que haya progreso, ¿no es así?- musitó para sí. Apenas estaba empezando a desatascar años y años de silencios y mentiras, de inseguridades y autoengaños, por decirlo de una manera fina estaba en putos pañales en todo lo que atañía al tema de la terapia. Aún no sabía cómo responder a muchas preguntas porque ni él mismo se las había contestado. Tragó saliva y, sintiendo el contacto de su pie, acarició su mano.- Me…obsesiona el pasado porque trato de encontrar la respuesta ahí, en los años que pasamos en el Santa Monica. Me recreo pensando en el instante en el que se torció todo como si fuera posible volver allí para arreglar el destrozo. Las…drogas…me ayudaron a olvidar durante un tiempo, pero no por mucho rato. La cabeza tiene un límite.- dijo, llevándose un dedo a la frente.- Sé que hay que mirar hacia delante, aprender a perdonarse uno mismo porque el pasado no se puede cambiar, tú lo sabes también. Hay baches en el camino…pero son más las veces que me asalta la culpabilidad que las que siento que verdaderamente estoy perdonándome. ¿Hasta qué punto esto no me lo he buscado yo mismo?
Cuando Ágata hizo esa revelación, Theo la sujetó con un poco más de fuerza y la miró, notando su inquietud. Trató de desentramar sus palabras y sus gestos. Se humedeció los labios.- ¿Qué te angustia, meu amor? Aparte de tener un amigo que es un completo desastre y que solo da dolores de cabeza…- dijo, tratando de devolver algo de ligereza a una conversación difícil.
La brasilera negó con la cabeza a su primera pregunta y asintió, algo más reticente, a la segunda. La respuesta a la primera la sabía desde antes de siquiera intentar dar el primer paso a recuperarse, la segunda aún tenía que repetírsela a diario para creerla del todo. Y aun así, había días en que no importaba cuántas veces la repitiera, porque ningún progreso parecía suficiente para perdonarse.
Sonrió con tristeza al escucharlo explicar lo que pasaba por su cabeza. No sentía lástima por él, sino que lamentaba el entenderlo tan bien. ¿Por qué se hacían eso? ¿Por qué buscaban una respuesta tantos años atrás, como si pudieran rehacer su camino? No había encontrado la lógica para ella misma, y sabía que no la encontraría para Theo. Pero lo entendía, tanto como si fueran ecos de su propia mente.
¿Hasta qué punto esto no me lo he buscado yo mismo?
—Das mucho más que solo dolores de cabeza, meu anjo —Apretó un poco más su mano al pronunciar esas últimas dos palabras. Nunca las soltaba a la ligera: Theo era su ángel. Su luz en medio de la oscuridad —. Pero sí, eres un desastre. Tanto como lo somos todos.
Se rió un poco. Ese caos era la esencia que los había unido a todos durante esas tardes de césped en el Santa Mónica, a pesar de sus infinitas diferencias.
—No es nada urgente, realmente —anticipó, para no preocuparlo más de la cuenta —. Solo recuerdos del pasado causando estragos en el presente —Sonrió suavemente.
—Te conté que Liam me había preguntado si quería que fuéramos exclusivos, pero no te dije cuál fue mi reacción... y fue pánico. Pánico puro.
Bajó la mirada a la mesa, un poco avergonzada, antes de volver a subirla a él. Theo nunca la hacía sentir vulnerable, jamás la hacía temer exponerse. Sin embargo, el pudor que sentía al reconocer ciertas flaquezas era inevitable.
—Mi única relación ha sido la que tuve con Mika. Supongo que una parte de mí cree que cualquier relación equivale a... eso. A Mika. Y a mí en tiempos de Mika —Se humedeció los labios—. Por supuesto que sé que no es así, y que aquello era el ejemplo de libro de una relación tóxica, pero ya sabes que al corazón no le basta la lógica.
»Y sí, él era horrible, pero yo tampoco fui el ejemplo de pareja perfecta. Al principio ambos éramos agresivos, y nos potenciábamos el uno al otro. No solo le grité, le di bofetadas y empujones, sino que también le lancé cosas, rompí todo lo que encontraba a mi paso, y más de alguna vez intenté acuchillarlo. No por nada, claro; ya sabes qué era lo que había de su lado. Pero aun así, lo hice...
Se tomó una breve pausa para beber un poquito del refresco.
—Siempre era en vano. Porque sin importar todo lo que yo hiciera, él podía hacer más y peor. Y lo hizo cada vez, hasta que me rendí y dejé de pelear. Entonces empezó a hacer lo que quería, y aunque las cosas no escalaban tanto... nunca me he odiado más a mí misma que entonces.
»Y me aterra. Me aterra siquiera pensar en tener una relación con alguien. Me da miedo pensar qué pasaría si tuviera una pareja y discutiéramos: ¿Escalaría demasiado intentando anticiparme a lo que habría hecho Mika en su lugar? ¿Reaccionaría con gritos y golpes desde el comienzo? ¿Lo haría con miedo? ¿Sería capaz de decirle que no? —Suspiró — ¿Volvería a aceptar todo por solo evitar llegar a una discusión? ¿Dejaría que me hiciera lo que quisiera con tal de que no se quejara, con tal de que no me dejara?
Acarició la mano de Theo, buscando reconfortarse en ella.
—Llevo tanto tiempo intentando perdonarme, comprenderme, recuperarme... Por todo eso, y por todo lo que hice antes de siquiera conocer a Mika. Pero jamás me he atrevido a darme otra oportunidad. Y creo que es porque, en el fondo, sé que tengo miedo de responder la misma pregunta: ¿Hasta qué punto esto no me lo he buscado yo misma?
Exhaló una sonrisa, negando con la cabeza.
—Lo más absurdo de todo esto es que ni siquiera he pensado si de verdad quiero una relación con Liam o no. Solo pienso en qué podría pasar si la tuviera.
Theo se mantuvo muy quieto, en silencio, mirando intensamente a Ágata mientras seguía sujetando su mano con un cariño inquebrantable. No se atrevió a interrumpirla cuando empezó desgranar los entresijos de su mente. Asintió a cada palabra, suavizando su mirada y sus gestos, tratando de ser la roca en la que pudiera sostenerse pero a medida que escuchaba un pozo insondable se abría en su interior y las ganas de echarse a llorar se hacían cada vez más intensas hasta que, cuando formuló la misma pregunta que llevaba persiguiéndole toda su vida, Theo se rompió del todo y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Lloraba por ella, de impotencia, rabia y dolor. Pero también por él. Lo entendía todo, se veían reflejados el uno en el otro. Y aunque lo entendía de una manera tan profunda que supo que no habría otra persona en el mundo capaz de comprenderlo mejor y que no podría compartir con nadie más esa sensación, no supo que decir para apaciguar las aguas, para acompañarla en ese vasto camino de sentimientos y perdón.
Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y, sintiendo la caricia de Ágata en la otra, apretó y se impulsó para acortar la distancia entre ellos y tomarla entre sus brazos para abrazarla.
— Leí que el pasado es como un trozo de film alveolar. Cuando revientas una burbuja no puedes parar y empiezas a hacer estallar una y otra y otra…hasta encontrarte con tantos demonios a tu alrededor que piensas que tal vez nunca te cures.— exhaló aire.— El pasado es un hijo de puta que ha dejado agujeros en nuestro cerebro…seguramente nunca podamos liberarnos de esa pregunta pero quizás con el tiempo dejemos de reprocharnos de un modo obsesivo todo lo que hicimos y todo lo que nos hicieron cuando estábamos heridos y hechos polvo.— se humedeció los labios notando el sabor salado de las lágrimas.— Quizás…podamos volver a confiar en nosotros mismos sin caer en la autocomplacencia. También en los demás. Creo, de verdad, que tú vas a lograrlo, meu amor porque será distinto. Podrás contar con alguien que te mire ante todo por el presente porque esta vez no se tratará de encontrar a alguien que te salve de tus demonios con su amor…será otra cosa. Claro, cada puta mañana, cuando abramos los ojos, tendremos que ingeniárnosla de alguna forma para ahogarnos un poco menos…
Le acarició el cabello y finalmente se separó, soltándola con cuidado antes de volver al asiento. Tomó su mano para reconfortarla. Para reconfortarse él también antes de contar algo que seguramente Ágata ya sabía pero que no se había atrevido a verbalizar.
— Durante mucho tiempo yo también he pensado que no merecía amor, que no merecía que me quisieran, que ya no me quedaba nada dentro para dar…— bajó la mirada a la mesa.— Con Minz lo único que hacíamos era putearnos, ponernos celosos el uno al otro y huir de nuestras mierdas. No me he sentido más despojo social que en esa época. Lo único que me reconfortaba era evadirme como fuera, me sentía menos desdichado cuando me drogaba o cuando alguien me deseaba y quería follarme aunque no hubiera nada parecido al amor en ello, eso quedaba bien claro al principio... Follar por droga, o follar por follar con el aliciente de la droga…
Alzó la mirada de nuevo con aprensión. Pero era Ágata, su tocaya. Entonces, mirándola, tomó una decisión. Como había dicho, esto no se trataba de una redención, de buscar un final feliz o de que alguien le salvara con su amor. Se trataba de aprender a confiar de nuevo y dejarse querer…
— No puedo decirte que va a pasar…pero sí puedo decirte que a Liam le importas de verdad porque me lo dijo él mismo.— confesó.— Y aunque no puedo ayudarte a tomar una decisión sí que puedo estar aquí esta vez para que no vuelvas a sentirte como te sentiste en el pasado, para que puedas decir "no" si lo deseas y para que no te rindas.
Siento mucho la tardanza, bella. He tenido un par de semanas un poco cañeras dejándolo todo cerrado y haciendo traspaso de responsabilidades en el curro antes de marcharme de vacaciones. Pero ya estoy aquí!! :*
Tan pronto vio a Theo empezar a llorar, un atisbo de culpa le prendió en llamas el corazón. No pudo sino reprocharse la crudeza con que había hablado, la carga innecesaria que le había traído cuando apenas salía de una situación difícil para él. Se reprochó también el egoísmo de ese desahogo, la falta de tacto. Se sintió tan avergonzada, que acabó por bajar la mirada empezando a elucubrar una disculpa que fuera digna de tal metedura de pata.
Hasta que llegó ese apretón, seguido de un abrazo que cambió ese fuego destructor por una calidez que le llenó el alma entera. Un abrazo tan sincero que le empañó los ojos con lágrimas. Por el tiempo que duró, y mientras escuchaba sus palabras, podría haber jurado que sus corazones latían como uno solo.
Aunque Theo no se separó durante un buen rato, cuando lo hizo a Ágata le resultó demasiado pronto. Cerró los ojos con su caricia, atesorándola con cariño, y se aferró a su mano devolviéndole suaves roces que intentaban lograr que ambos se sintieran un poco menos solos.
Cuando su anjo volvió a subir la mirada a ella, Ágata lo miró sin el más mínimo juicio ni lástima. Lo miró con empatía, porque entendía exactamente cómo se sentía buscar afecto en el sexo, como ella misma lo había hecho toda su vida. Incluso si ahora tenía hábitos más saludables, a ratos se encontraba buscando ese calor humano como si en ello fuera a encontrar una conexión más allá de la carnal.
—Gracias, coração —Susurró con una suave sonrisa.
Se mantuvo en silencio unos momentos, pensando qué decir. Antes de decir nada, acabó por decidir que cualquier distancia era demasiada, así que se puso de pie y movió la silla para sentarse al lado de Theo. Una vez allí, volvió a tomar su mano y apoyó la cabeza en su hombro.
—Quizás el pasado tiene que ser como un trozo de film alveolar, y esos arrebatos no sean del todo malos. Una vez revientas todas las burbujas, y lo dejas salir, ya no puedes volver a capturar esos trozos de dolor dentro de ti. Ya están fuera, expuestos, a medio camino de sanar.
Se humedeció los labios.
—A veces no estoy tan segura de que vaya a lograrlo. Sé que he avanzado muchísimo, pero... es difícil —Sabía que se repetía, pero lo era. Y sabía que en eso podía encapsular más de lo que sentía que si intentara verbalizar absolutamente todo. No hacía falta. Theo la entendería.
—Es gracioso, porque así como tú estás seguro de que yo lo voy a lograr, yo creo lo mismo pero de ti. Nadie es tan fuerte como tú, carinho. Nadie.
»Y tal vez eso sea suficiente, ¿no crees? Saber que alguien siempre va a creer en nosotros, incluso cuando no seamos capaces de hacerlo en nosotros mismos. Alguien que entenderá lo que es luchar por no ahogarse, y que sabe lo difícil que es quererte cuando toda la vida te han dado razones para creer que no eres digno del amor de nadie, ni siquiera propio. Alguien que sepa que hay mil razones más para lo contrario.
Su cabeza encajó perfectamente en su hombro como si fueran piezas de un mismo puzzle y Theo deseó que ese contacto y el sosiego que consigo traía, la bocanada de aire fresco que le ayudaba a respirar un poco mejor, no como esas veces que se encontraba haciéndolo entrecortadamente como si la vida se le fuera escapando entre suspiros sincopados, no se acabara nunca. Recostó sus rizos contra la cabellera lacia de ella y con la mano libre engarzó la de ambos para dejar suaves caricias en su dorso. Cerró los ojos y la escuchó, asintiendo entre tanto.
— A medio camino de sanar…— repitió, en un susurro. Nunca había reventado tantas burbujas, nunca había derribado tantos muros, ni siquiera con el doctor. Pero quizás su intervención le había servido para dar el primer golpe.— Es difícil exponerlos cuando llevas media vida ocultándolos…pero más difícil es tomarlos como son y curarlos…
Abrió los ojos, de nuevo humedecidos por un asomo de lágrimas y giró la cabeza para mirar la punta de la nariz de Ágata, sus pestañas llenas de escarchas como diamantes. Apretó un poco más fuerte su mano.— Siempre…me dio miedo que alguien creyera en mí, me asfixiaba pensar que de un modo u otro iba a decepcionaros. La carga de esa responsabilidad era demasiado grande, sentía demasiada presión…— dejó escapar un suspiro.— Era más fácil pensar que no tenía remedio, que iba a arruinarlo todo inevitablemente y dejar que así llegara antes de tratar de impedirlo. Iba de guay, de abierto, de me importa una mierda todo pero en realidad estaba aterrado. Me aterraba dar ese control a otra persona, el poder de hacerme feliz o de destruirme…— hablaba de amistad, pero también de amor. Liberó una mano de su agarre, la que ella había tomado primero y le pasó el brazo por la espalda para abrazarla y sostenerla contra sí con suma delicadeza.— Quizás es el momento de que sea el principio de algo nuevo. Para los dos. Yo siempre creeré en ti. Siempre. Y queda tanto…tanto camino…pero voy a intentar dar todo lo bueno que pueda haber en mí, si queda algo, para que funcione. Hay mentiras que sacar y situaciones que arreglar…pero supongo que hay que ir poco a poco. Ese siempre ha sido mi problema, todo demasiado rápido rápido.— confesó, esbozando una sonrisa mientras recordaba sus correrías de adolescente con su maravilloso grupo de amigos. Atisbó por encima del hombro de ella a un camarero acercándose con la comanda que habían hecho, pero Theo no hizo amago de apartarse ni mucho menos de soltar a Ágata. Nada habría podido romper ese momento, ni siquiera el peso de la realidad.
Pocas veces estaba más cómoda y tranquila que cuando se acurrucaba con su anjo. El olor de su cabello o los latidos en su pecho la llevaban a un mar de calma infinita que resultaba imposible de describir o incluso comparar. Le daba sosiego a su alma, y lo hacía de tal forma que sus problemas no desaparecían, pero sí se hacían pequeños y manejables. Tan solo podía esperar que su presencia lo ayudara siquiera una fracción de lo que la aliviaba la de él.
—Es difícil —Hizo eco de su voz.
Lo era. Esa parte era innegable. Solo quienes jamás hubieran pasado por una situación tan crítica, o fueran capaces de mentirte a la cara sin pestañear, podrían decir lo contrario.
El suave apretoncito en la mano la hizo respirar profundo, exhalando por la nariz mientras en la comisura de los labios se le dibujaba una sonrisa. Lo escuchó en silencio, acurrucándose contra él cuando abandonó su mano en pos de abrazarla. Sin duda podía entender el terror que ocasionaba la posibilidad de decepcionar o perder a las personas que te importaban. Era una presión imponente, capaz de arrasar con cualquier felicidad usando la ansiedad como arma.
—Eso es, poco a poco —Giró un poco la cabeza para depositar un besito en su pecho.
Ni siquiera había notado que se acercaba un camarero hasta que sintió a alguien demasiado cerca de la mesa. La avergonzaba admitir que su alerta constante había mermado bastante desde que vivía en Estados Unidos, pero era la realidad. Miró sobre el hombro para ver de quién se trataba y, al encontrarse con el camarero, le sonrió y le dio las gracias. Luego, aunque fuera por un instante, volvió a enterrarse en Theo.
—Hay muchísimo bueno en ti, meu amor. Solo tienes que tomarte un tiempo para gestionar las cosas al ritmo que seas capaz, e intentar trabajar en quererte más hasta que veas lo que todos vemos en ti, con tus virtudes y tus defectos. Entonces no tendrás duda de por qué te amamos tanto.
Respiró profundo.
—Es un buen momento para algo nuevo. Y lo mejor de todo, es que tienes tiempo. Mucho tiempo, tanto como necesites, para recorrer ese camino por largo que sea. Y no tienes por qué caminarlo solo.
Pasó las manos por su cintura para abrazarlo con cariño y, un instante más tarde, apretujarlo un poco. Hacía falta. Ya iban dos veces que pensaba que lo perdería para siempre por una sobredosis.
—¿Te apetece comer aún? —A veces esas conversaciones cerraban el apetito. Otras, te liberaba tanto que comías con más ganas —Si no, puedo pedir que lo pongan para llevar y nos marchamos.
Theo cerró los ojos y se hundió un poco en más en ese maravilloso abrazo. El beso que Ágata le regaló le hizo cosquillas en el pecho y lo sintió tan nítido que por un instante la pregunta de si lograría atravesar la tela hasta su piel vagó por su mente aunque sabía que no tenía sentido, quizás era más un anhelo que una posibilidad.
La acurrucó entre sus brazos llevando la mano hacia su cabello, cerrando así un poco más la distancia entre ellos. La reposó con cuidado y acarició las finas hebras que se entrelazaban con sus dedos. Se quedó en esa posición un ratito, escuchándola y sonriendo – qué alegría le causaba haber recuperado la habilidad de sonreír –, disfrutando de esa compañía eterna y de los sentimientos que despertaba.
Sus palabras activaron sus recuerdos y se transportó a un momento del pasado, un mes atrás para ser más exactos. Un paseo en coche con Rick hacia el observatorio Griffith tras hacer una visita a su padre que le había dejado con una mezcolanza agridulce de sensaciones. Dejó escapar un suspiro mientras pensaba en lo jodida que era la nostalgia, un arma de doble filo ni más ni menos.
— La última vez que estuve en los Ángeles con Rick fuimos al observatorio Griffith y nos pusimos un poco melancólicos…De camino en su coche nos dimos cuenta que ya no estábamos en la Rickoneta y que nosotros ya no éramos nosotros mismos. Pero le dije que eso no era malo.— suspiró.— Ya no podíamos seguir siéndolo porque había que pasar etapas y cerrar capítulos…algunos a medias. Le dije que la vida nos había pasado por encima en algunas cosas pero que seguíamos allí.— apretó los ojos y se mordió el labio con fuerza, casi como si se estuviera castigando a sí mismo.— Estamos aquí y eso es lo importante.
Estaba allí.
— Existimos porque alguien piensa en nosotros y no al revés.— le apartó el cabello y le dejó un suave beso en la mejilla.— O eso es lo que escuché en una peli…
Acarició sus brazos cuando lo apretujó y poco a poco se incorporó, separando y mirando la comida que tenían delante. Alargó la mano hasta un chicharrón y se lo llevó a la boca.— Qué rico joder.— dijo, soltando una risilla.— Hace un poco de frío fuera pero quizás…podríamos apañar un picnic en algún otro lado.— vpropuso.
Ágata contempló en silencio esa pequeña perla de sabiduría que Theo le ofrecía. «Estamos aquí y eso es lo importante».
Quería creer que la Ágata de hoy en día era mejor que la niña perdida que jugaba a ser adulta que era entonces, pero no estaba del todo segura. Había avanzado en muchísimas cosas, sí, pero aún seguía escondiendo tantas como lo hacía en aquellos años. Los capítulos estaban cerrados, y no era malo... pero, ¿era bueno?
Cualquier pensamiento se le borró de la mente al sentir el suave besito de Theo en la mejilla. De alguna forma, su faro siempre conseguía espantar hasta el último resquicio de duda u oscuridad en su mente. Si no para siempre, al menos durante lo suficiente para anclarla a tierra.
—Y todos sabemos que las pelis son muy sabias —bromeó, arrugando un poquito la nariz.
Ya con la comida al frente, lo volvió a soltar. Tenía que controlar un poco las ganas de abrazarlo para siempre luego del susto que lo había hecho desaparecer de la vida de todos durante un mes.
—Y espera a que lo pruebes. De las mejores cocinas de la ciudad, si no la mejor —Ahora que no estaba Ricky, el resto podía disputarse el primer puesto. Uno temporal, por supuesto, porque en cuanto volviera recuperaría la corona.
—Mmmm... Sí, sí que hay —dijo, poniéndose de pie.
Por suerte, la comida estaba servida en recipientes desechables, por lo que no había problema para llevárselos. Se acercó al mostrador, pidió una bolsa, y volvió a la mesa.
En apenas un momento, estuvieron en la calle otra vez.
—Lo bueno del frío es que a muy poca gente le apetece salir.
Apenas a la vuelta de la esquina, había una pequeña plaza con juegos infantiles y una cancha de basketball. Ahora, claro, no había nadie. Entre que era día de semana, horario laboral, y hacía un frío brutal, apenas unos pocos valientes se atrevían a ir de paseo.
Subió por las escaleritas hasta una de las plataformas, justo al lado del túnel amarillo, y se sentó ahí de piernas cruzadas.
—No es el espacio con mejores vistas, peeero... —Se rió un poco, encogiéndose de hombros. Al menos había aire fresco.
— Está genial.— dijo al pie de la escalerita, observando a Ágata desde abajo. Iba cargando con las dos bolsas que les habían dado en el mostrador y le tendió una antes de subir con la otra, encaramándose poco a poco hasta la plataforma. Theo dejó tras de ellos la comida y se acomodó al lado de su tocaya. Hacía un frío de tres pares de cojones, pero todo era soportable en compañía de Ágata.
Alargó el brazo hacia atrás y acercó todo, abriendo los herméticos de plástico para empezar a comer confirmando que, en efecto, estaba riquísimo.— Joder, no puedes imaginarte lo mucho que echaba de menos comer algo bueno de verdad. Algo sabroso…— dijo con una sonrisa de oreja a oreja, relamiéndose los labios.
Se detuvo un momento a mirar el parque al que habían ido a parar y por algún motivo se vio embargado por un nuevo brote de nostalgia, un recuerdo de la infancia. Suspiró.
— He pensado dejar el negocio del cbd…y todo eso.— dijo de pronto. No era una decisión fortuita, llevaba un mes pensándolo.— Voy a hablar con Jamal para cederle mi parte y dejarlo a cargo de las responsabilidades y los beneficios.— acarició el vaso de coca cola y de nuevo sintió la necesidad de entretenerse con algo para calmar la ansiedad.— ¿Qué hora es?— lanzó la pregunta al aire y al comprobarlo supo que entre otras cosas lo que le estaba pasando es que hacía veinte minutos que se tendría que haber tomado su dosis de Topiramato y Rivotril. Sacó un pastillero de la mochila y tragó las pastillas con suma facilidad, aunque también con cierta aprensión. Le hacía gracia que, según el sistema nacional de salud, esas mierdas que te dejaban más atontado que un porro sí que fueran legales.— En fin, tengo dinero ahorrado…pero cuando esté mejor tendré que buscarme un curro nuevo. Uno de verdad. Aunque no sé yo para que trabajo serviría…si no he hecho nada a derechas en mi vida…— dijo poniendo cara de circunstancias.— No estoy como para ponerse exquisito pero al menos me gustaría no acabar en el mismo lugar que mi padre.