BLASFEMIA EN LA ESPIRA SCORPIA:
Diario personal de Itsua Cadian
Tercer día de la tercera semana
Peones en el tablero. Piezas móviles al servicio del Emperador y de intereses bastante más prosaicos. Miro desde una de las ventanas de la mansión en la que nos alojamos. Specula Maris. Pocos conocerán su verdadero significado. Espejo de mar. Pero ya no hay mar y solo se refleja un valle seco y polvoriento. Mi pierna se ha recuperado bastante, pero mucho me temo que la cojera me acompañará el resto de mi vida. Y afectará de algún modo aún por determinar mi labor en las misiones que estén por venir.
Tercio ha recuperado su pierna. Una pieza artificial sufragada con las gemas que hallé en el molino. ¿Me arrepiento? Tal vez. Pero su ayuda ha sido grande en algunos momentos, por más que su actuación en la última misión haya dejado bastante que desear. Prefiero verle en pie a convertido en un tullido sin valor para nuestra organización. Ahora entrena sin parar en busca de una rehabilitación que lo redima. Titus e Intias descansan recuperando fuerzas y hemos vuelto a encontrarnos con la arbitradora Arlesha Rais que parece entregada a la seguridad de la mansión y su perímetro. Vladymir pulula como un alma en pena, aburrido. Solo una novedad, el Novicio Valerius. Una incógnita fácil de despejar y una compañía no demasiado agradable en su exacerbado y ascético puritanismo. Veo cómo me mira cuando cree que no le observo. Ansía una pira de fuego purificador en la que colocarme para purgar mis pecados. En secreto no dudo que lamente mi Marca de Autorización. En secreto, me gusta regodearme paseando ante él u ocupando la sala de meditación cuando él está entregado a sus rituales en la vecina capilla.
Cuarto día de la tercera semana
Hemos recibido una noticia. Una potencial misión a partir de una denuncia al Magistratum efectuada por un tal Biblos Goldmoon. La denuncia ha sido transferida a instancias superiores y ha llegado a nuestras manos dada nuestra proximidad al lugar de los sucesos. Tan solo el Vostroyano, el Novicio y yo mismo somos los únicos disponibles. La discusión ha sido corta. Necesitamos movernos y el Novicio necesita experiencia de campo.
Vladymir ha decidido tomar uno de los vehículos de la mansión. El viaje ha sido largo pero tranquilo. Doce horas de trayecto. Sin demasiadas conversaciones. El Novicio parecía concentrado en lo suyo y poco dispuesto a hablar conmigo. Ostrogov simplemente conducía. Destino, la Espira Scorpia. Y, finalmente, una dirección lograda, la Schola Manufactoris. Cómo se logró casi mejor olvidarlo. El Novicio Valerius demostró un indudable nerviosismo y una fe que en el futuro puede acarrearle serios problemas de no saber dominarse y, sobre todo, controlar las posibles reacciones del resto a su constante necesidad de afirmar la presencia de la herejía en cuanto existe y respira. Más que un hombre pío demuestra ser un fanático.
A nuestra llegada al lugar, pude ver un edificio de notable anchura y escasa altura. Un coche patrulla se hallaba en las inmediaciones y en su interior un agente del Magistratum, un individuo cuya obesidad lo hacía poco adecuado para aquellas labores. No me pasó desapercibido el que mirara un horologio de forma constante y nerviosa. Un elemento que, pese a pertenecer a la autoridad, mostraba un comportamiento sospechoso. Nos acercamos y hablamos con él. Resultó ser Biblos Goldmoon, el hombre que había realizado la denuncia que nos había llevado allí. Nervioso, nos mostró unas pictografías que reflejaban unas pintadas efectuadas en las inmediaciones con la consigna de "Abajo el falso emperador".
Creo que ninguno de nosotros pudo evitar un escalofrío y que la palabra herejía no se dibujara en nuestros labios, al igual que el despertar de una ansia de justicia vengadora ante aquella profanación.
Biblos habló. Mucho. Demasiado para mi gusto pues parecía el típico hombre encantado de conocerse y de oírse. El resumen era sencillo. Contrabando de obscura en la zona, actos de vandalismo, desapariciones y un fenómeno de reclutamiento entre los alumnos de la Schola Manufactoris por parte de exalumnos. Y era este último hecho el que había provocado la presencia de Biblos que trataba de impedirlo en los cambios de clase.
Acabada la conversación, decidimos retirarnos a un lugar discreto, vigilando desde el coche qué era lo que acontecía en el lugar. Sonó un timbre, los alumnos salían y un pequeño grupo apedreó el vehículo de Biblos Goldmoon generando así una persecución. Una artera, pero eficaz labor de distracción como bien pudimos comprobar, pues ante su marcha, un nuevo grupo de jóvenes malencarados comenzó a lanzar soflamas en favor de un tal Mancer Deloran.
Nuestra presencia disgregó al grupo reunido, si bien aquellos que parecían ser seguidores del tal Deloran permanecieron en su lugar. Vladymir, haciendo gala de una percepción que se había afinado desde nuestra segunda misión, murmuró que cuatro de ellos estaban armados con pistolas y el resto con armas blancas. No había tiempo para conversaciones, sino para la acción. La lucha fue rápida y contundente. Algunos cuerpos quedaron en el lugar. Otros lograron huir. Yo seguí a uno de los heridos, pero el ocaso estaba encima y perdí su rastro, por lo que hube de regresar a donde mis compañeros que registraban a los caídos.
El Novicio Valerius había sido herido, pero no parecía revestir especial gravedad. Tocaba actuar, pero una vez más, las puertas abiertas no eran las suficientes. Aun así, la Schola Manufactoris era nuestra mejor opción. A sabiendas de que Mancer había sido alumno del lugar y que su expediente podía proporcionarnos una dirección nos dirigimos a la Secretaría. Minutos después, disponíamos de aquello que buscábamos. Pero era tarde y decidimos hacer noche en una lóbrega pensión.
Quinto día de la tercera semana
Un nuevo amanecer. Objetivo predefinido. Alcanzamos la casa de Mancer Deloran si bien ya nos habían comunicado que la propiedad correspondía a la madre. Tras algunos minutos en los que se confirmó que el tal Mancer había abandonado la casa hacía un año, su madre consintió en que registráramos la habitación. El esfuerzo no fue baldío. Una tarjeta grasienta mostraba casi invisible para el ojo una nueva dirección hacia la que encaminar nuestros pasos. Taller mecánico El Dorado. Deshicimos el camino recorrido, precedidos por Vladymir. Cuando este salió al exterior una salva atronadora de fuego le recibió, con notable fortuna por su parte, pues ninguna llegó a alcanzarle con la suficiente fuerza como para herirle.
Demasiados enemigos a los que enfrentarse en una lucha que no definiré como desigual. Hice uso de mi poder psíquico, sabedor de que era un arma de doble filo capaz de afectar a mis compañeros. Pero la huída del enemigo demostró, una vez más, su utilidad.
Vladymir no perdió el tiempo. Arrancó el vehículo y tras montar nosotros en él, partió raudo hacia el taller mecánico cuya dirección figuraba en nuestro poder. Aparcó a una manzana de distancia, de forma precavida y avanzamos sigilosos hacia el edificio. Un hangar rectangular que mostraba en su parte delantera una puerta corredera propia de los talleres mecánicos y una segunda puerta.
Mas en medio de aquella supervisión del perímetro, la visión de un brujo inundó mi mente. Su herético mensaje de "El emperador os engaña" fue el fuego de su corrupción. Un psíquico no autorizado estaba al frente de todo aquello. Un peligroso adversario. Advertí a mis compañeros de aquello a lo que nos enfrentábamos y seguimos recorriendo el contorno del taller. Tres puertas más. Una cegada. La otra firme y una tercera que parecía a punto de caer dada su decrepitud. Nos dividimos en dos grupos. El Novicio y yo nos apostaríamos en la parte trasera. Vladymir, en el frente.
Los disparos procedentes de la posición del vostroyano hablaban de la urgencia de ocupar nuestro puesto y hacer lo que correspondía como agentes inquisitoriales. Mas en aquel momento el Novicio, sin duda afectado por una extraña posesión del brujo, se mostraba confuso e impotente. Mis esfuerzos por devolverle a la realidad fueron nulos, por lo que me limité a obligarlo a avanzar antes de intentar ayudar a Vladymir. Justo a tiempo, pues una puerta se entreabría. Pronto el enemigo saldría por aquella oquedad. Activé mi poder para escalar el muro, mas la rapidez del enemigo imposibilitó que pudiera hacer nada efectivo, salvo disparar, fallando estrepitosamente.
El tiempo avanzaba y una ayuda inesperada surgió de entre las sombras. Sin duda, los potentes gritos de Ostrogov señalando la protección que nos brindaba el Emperador tuvieron en la presencia de Tauron Faith su más virtuosa manifestación. Ambos nos reconocimos. En silencio. Su arma comenzó a vomitar fuego y yo, una vez más, desprendí de mi ser la potente aura de miedo que provocó la huía de aquellos pistoleros.
El Novicio Valerius pareció, igualmente, deshacerse de la posesión brujeril y entró en combate. A resultas de ello, el brujo fue destruido. Y como por ensalmo, todos aquellos que nos habían agredido nos observaron como si hubieran salido de una pesadilla. Confusos, desorientados, ignorantes de cuanto les había ocurrido. Dejaron caer sus armas. Posiblemente, su último acto consciente.
Tocados por la corrupción y la herejía, su destino era claro. Entregarlos al Magistratum quien marcaría su destino final y poco halagüeño. Por nuestra parte, la misión había sido un éxito. Doble. Pues una vez más pude ver a Tauron Faith.
La vida al servicio del Emperador y la Inquisición nunca acababa. Habían sido destinados a cuidar de aquella mansión en Escintilla, Specula Maris, un lugar anodino y sin nada que hacer. Al menos, parecía que les habían asignado un capellán, algo que sería útil para mantener firme la fe en el Dios Emperador. Pero los enemigos de Su sagrada voluntad nunca descansan, y aquellos días no iban a ser una excepción.
Pronto, una denuncia al Magistratum por parte de uno de sus agentes, un tal Biblos Goldmoon, consiguió llamar la atención de la Inquisición.
Alguien tenía que quedarse a guardar aquel lugar, así que el grupo que investigaría aquel asunto iba a ser pequeño. Sólo el psíquico Itsua Cadian, el novicio Valerius y el propio Vladymir. Fue éste último el que tuvo que encargarse también de llevar a los tres hombres a la Espira Scorpia, la zona de la que provenía aquella denuncia. Cogió uno de los vehículos terrestres que había en el garaje de la mansión, y tras un largo viaje de doce horas, se encontraron delante del lugar adecuado, una sede del Magistratum en la zona media de la Espira.
Con una actuación discutible por parte del Novicio Valerius, consiguieron averiguar el lugar donde podrían encontrar al agente Goldmoon, la Schola Manufactoris. No les costó mucho llegar con el coche, y allí encontraron un coche patrulla con un obeso agente, que debía ser el tal Biblos.
Tras una leve discusión, los hombres optaron por un acercamiento directo, presentándose como acólitos inquisitoriales. Aunque no era lo más ortodoxo, no tenían órdenes de secretismo, y sería lo más rápido. Parecía que la zona era conflictiva. Algunos pandilleros se encontraban por la zona, y había tráfico de obscura, y probablemente cosas aún más siniestras. Ésa sospecha no tardó en confirmarse cuando Biblos enseñó el motivo de su denuncia, unas pictografías de unas pintadas, indudablemente ya borradas. Unas pintadas con un claro mensaje: "abajo el falso Emperador".
Los dientes del guardia imperial se apretaron ante aquella blasfemia tan osada. Quien quiera que hiciera aquello, pagaría sin duda por su atrevimiento. Él en persona se encargaría.
El testimonio de Biblos no hacía más que reforzar la impresión del vostroyano. La obscura, las pandillas, la violencia y las desapariciones estaban a la orden del día. Pero lo más llamativo era un intento de reclutamiento por parte de algunos indeseables, ex-alumnos de la escuela. Reclutamiento de los alumnos, intentando alejarles de sus obligaciones para con el Emperador. Ése era el motivo por el que Biblos estaba allí, intentar impedir aquello.
Se alejaron para vigilar desde un lugar más discreto, pues su presencia podría ser demasiado intimidante y llamativa, y no llevó demasiado tiempo que el agente cometiera un error. En un acto de vandalismo que funcionaba a la vez como maniobra de distracción, unos pandilleros atacaron con piedras y ladrillos el coche del agente del Magistratum, provocando que éste saliera corriendo tras ellos. Y poco después, otros tantos se acercaron, proclamando a los cuatro vientos las virtudes de un tal Mancer Deloran. Sin duda, el cabecilla de aquello.
Los precisos ojos del guardia imperial revelaron que no eran simples mensajeros. Cuatro pistolas automáticas y cuatro puñales acechaban ominosamente, ocultos en las ropas de los ocho jóvenes. Aquellos serían las primeras víctimas de la justa furia de los fieles. Algunos lograron huir, heridos o sanos, pero los acólitos se cobraron un primer pago en sangre. También ellos sufrieron los resultados del combate. Vladymir había sido levemente herido, mientras que el novicio tenía una herida de aspecto serio en el pecho. Itsua se alejó, persiguiendo el rastro de uno de aquellos rufianes, pero no consiguió nada.
De momento tenían un nombre, y un lugar donde investigar: la Schola, pues Mancer fue un alumno en el pasado. Tras unos momentos, consiguieron que una anciana secretaria les facilitara datos sobre el chico.
Pero los hechos continuarían al siguiente día, pues el cansancio del viaje y del combate se hacía notar. Tras conseguir unas habitaciones en una sórdida pensión, y revisar su equipo, Vladymir consiguió conciliar el sueño.
Un nuevo amanecer llegó, y era momento de moverse. El guardia vostroyano condujo otra vez, en ésta ocasión hasta la casa de Mancer, ahora ocupada teóricamente sólo por su madre. Consiguieron convencer a la mujer de que les dejara pasar y registraron la habitación en busca de algo. Algo que resultó ser otra dirección, la de un taller mecánico, El Dorado. Mejor éso que nada.
Vladymir encabezó la marcha a la salida del bloque de pisos, y quizá éso salvo la vida a alguno de sus compañeros. Una ráfaga de plomo le recibió a la salida, sin darle tiempo a apartarse. Si su oído de veterano no le engañaba, por el estruendo debían ser unas cuatro armas automáticas de munición sólida, quizás carabinas. Nada más y nada menos que cuarenta balas.
Pero el Emperador sonreía a su propósito, y la mayor parte de las balas simplemente zumbaron alrededor del enorme vostroyano. Las que impactaron fueron sobradamente detenidas sin causar daño alguno. El psíquico demostró la utilidad de aquel maldito poder infernal, provocando un escalofrío en Vladymir al recordar el incidente con aquellos pandilleros. Sin embargo ésta vez la ejecución fue mucho más limpia, y aquellos herejes huyeron.
Rápidamente Vladymir se lanzó a la carrera, junto al resto, y abordaron el coche camino al taller. Las prisas hicieron que una pobre farola pagara el precio de la premura, pero éso no impidió que llegaran a aquel lugar. Un lugar que parecía abandonado, pero sin duda dentro se encontraban los herejes, y también Mancer. Mientras registraban las entradas de aquel lugar, se reveló la presencia de un maldito brujo. El escuchar la voz de su hermano pequeño no hizo más que enfurecer al guardia imperial. Aquellos sucios trucos no le salvarían de la furia.
La inspección resultó clara, una puerta corredera de garaje, junto con otra más y un ventanuco, en la parte delantera. Otra puerta cegada, otra que parecía firme, y otra que estaba cercana a caerse por sí misma, distribuidas en el lateral y la parte posterior de la construcción. Con el martillo del novicio derribaron ésta última, y el guardia se asomó para recibir otra andanada de disparos, que demostraron de nuevo la protección del Emperador.
Rápidamente, el vostroyano se puso al mando de la situación. Era necesaria una distracción de algún tipo para minimizar el riesgo de entrar en un lugar atrincherado. Mientras maldecía la carencia de granadas, se le ocurrió una idea. Quizá podrían engañarlos. Envió al novicio al ventanuco, con órdenes de arrojar una piedra por él al grito de "¡granada!". Pero aquello no funcionó.
Sólo quedaba lo más básico, dividir esfuerzos. Vladymir se quedaría allí, y los otros dos hombres tenían instrucciones de llegar a la puerta corredera y abrirla para distraer a los enemigos del interior. Tras un tiempo, la puerta empezó a abrirse, y Vladymir interpretó que sus compañeros estaban empezando con el plan. Volvió a aparecer por la puerta, disparando su rifle láser contra la escoria allí reunida. Sin embargo, eran ellos los que estaban abriendo la puerta.
"¿Por qué demonios tardan tanto? No había más enemigos..."
Pero aquello ya estaba hecho. Las armas tronaron, pero Vladymir era invencible.
-¡El Emperador protege!
Su láser crepitó en la oscuridad varias veces, tantas como ráfagas se dispararon, alcanzando a aquellos pandilleros y segando sus vidas, aunque no todo lo rápido que le gustaría.
-¡El Emperador protege!-gritaba una y otra vez, viendo que las armas de sus enemigos no eran capaces de alcanzarle.
Sus armas se encasquillaban o se quedaban sin munición, viéndose obligados a cargar con puñales al guardia. Sin embargo, uno de los últimos disparos le valió dos sólidos impactos en la cabeza, que lograron herir al hasta entonces imbatible guardia. Pero aquello no le detuvo. Su sable se cobró más vidas. Además, parecía que por fin sus compañeros habían entrado en acción.
Finalmente, la voluntad que guiaba a aquellos desgraciados se desvaneció, al mismo tiempo que la vida de aquel brujo. Y para sorpresa del guardia imperial, habían recibido ayuda inesperada, por parte de Tauron Faith, que se encontraba predicando por allí y acudió al ruido de los disparos.
Sólo había un destino posible para aquellos malhechores... La justicia del Emperador. Los escoltaron al Magistratum para recibir su castigo, con la satisfacción de haber acabado con un foco de rebelión y un brujo potencialmente peligroso.
Specula Maris:
No ha pasado mucho tiempo desde que fui asignado como capellán en la mansión Specula Maris antes de participar en mi primera misión. Varios miembros de mi rebaño han sufrido terriblemente a manos de los profanos, y se recuperan todavía entre sus habitaciones. La mayor parte de mi tiempo transcurre en la capilla, realizando los ritos, pero no perdí la ocasión de atender las necesidades espirituales de estos hombres ejemplares, luchadores incansables para extender la Verdad en esta galaxia hedionda. Son dos de ellos quienes me han acompañado en esta misión.
Lástima. Suficiente lástima como para desear verlo ardiendo en una pira, en lugar de paseándose por los pasillos y habitaciones de la mansión Specula Maris. Especialmente por la capilla y la sala de meditación, donde pasaba horas. Pobre diablo asqueroso. La herejía campa rampante por doquier, sembrando sus destructivas y repugnantes semillas en las hordas de dubitativos, ociosos y facinerosos, famélicos de la engañosa y traidora satisfacción del caos. Pero algunos, como él, son manchados con ella antes de su nacimiento, cuando son meras criaturas inocentes. Sería deseable detectarlos cuando no son más que embriones y evitar su desarrollo, evitarles el sufrimiento de caminar siempre a la sombra, lejos de la gloriosa luz de Nuestro Emperador.
Sea como fuere, es sin duda un individuo desgraciado, aunque en un mundo plagado de otros como él, incapaces de frenar sus instintos caóticos, resulta un mal necesario. Mal para él, que debe soportar el horror de su existencia profana, y para quienes nos entramos en sus proximidades, repugnados por su fetidez. Y necesario, como se demostró más adelante.
El otro es un hombre justo y bueno. Un verdadero devoto que entra en combate con el nombre de Nuestro Emperador en los labios, conocedor de la Justicia de su causa, bañado en Su gloriosa luz y protección divina. Un modelo de comportamiento y carácter ante el azote de las hordas heréticas. Una visión de valor, gallardía y serenidad en el diligente cumplimiento de Su voluntad. Doy gracias por disponer de un hombre así como compañero en esta batalla infinita, esta eterna vigilancia.
Comisaría del Magistratum:
El agente Biblos Goldmoon había denunciado la existencia de pintadas blasfemas en su zona, y la Inquisición lo consideró lo bastante importante como para ordernarnos la investigación. El vostroyano Otrogov condujo uno de los vehículos del garaje durante doces horas hacia la espira Scorpia. El psíquico Hex se mantuvo en silencio, y gracias a la meditación y la constante oración conseguí soportar su presencia durante las larguísimas doce horas de viaje.
Casi salté del coche para respirar aire puro cuando por fin nos detuvimos junto a la oficina local del Magistratum de la espira Scorpia. No sería el último viaje que compartiera con el psíquico, pero fue el más duro, aquel en el que tuve que aprender a convivir con su impía presencia. En el que la teoría tuvo que trascender a la práctica. No me siento orgulloso de saber que, incluso en mi búsqueda infatigable de la herejía, tengo un resquicio de compasión para los desafortunados como él.
Un anciano que sellaba documentos nos recibió con un frío silencio. Decidí arrebatarle el sello para que se viera obligado a levantar la cabeza y observara mis ropajes de la Eclesiarquía, que sin duda inspirarían una absoluta confianza en mi persona, reacción natural en cualquier persona de puras intenciones. Sin embargo, el anciano resultó ser terreno fértil para la herejía, y trató de que varios agentes me detuvieran. Estos fueron, loado sea San Drusus, más susceptibles a mi cargo y mis pías palabras, y nos proporcionaron la información que requeríamos, poniéndonos en el camino correcto hacia el agente Goldmoon.
Schola Manufacturis:
El agente se encontraba vigilando la Schola Manufacturis. Bastaba con poner la mirada sobre su voluminosa silueta para comprender que se trataba de un hombre de vicios desaforados, muy alejado de la frugalidad y diligencia esperada de los miembros del Magistratum. El nerviosismo mostrado al conocer nuestra condición inquisitorial dejaba bien claro que era consciente de sus propios fallos. Su informe fue, sin embargo, certero.
Un grupo de pandilleros, antiguos estudiantes que habían abandonado la schola, se dedicaba al tráfico de obscura, y a la captación de miembros para sus filas entre los estudiantes. Goldmoon esperaba a la salida de estos para evitar que esto ocurriera. A continuación, nos mostró las pictografías de las pintadas que habían originado el caso. No me atrevo a relatar aquí lo que reflejaban, y me temo que tendré que purificar en el fuego el instrumento que utilice para redactar el informe oficial. Una ira justa y poderosa me recorrió como un río de magma al leer las palabras profanas, blasfemas, vomitivas. Quienquiera que estuviera tras ellas, era una mácula insufrible para la sociedad, y era imperativo eliminarlo.
Nos apostamos en nuestro vehículo, vigilando lo que ocurría desde una distancia prudente. Tal y como esperaban mis compañeros, más experimentados que yo en misiones de campo, los pandilleros realizaron una táctica de distracción, y provocaron que la masa de carne que era el agente Goldmoon corriera tras algunos de ellos sacudiendo de un lado a otro sus inconmensurables lorzas, mientras el grupo principal realizaba su labor de captación en las escaleras de la schola. Ostrogov, con ojo entrenado, percibió los bultos de armas bajo las ropas de los malandrines. Como un trío de ángeles vengadores, uno de nosotros con alas de murciélago y cuernos, pese a hacer el trabajo de los ángeles, avanzamos hacia ellos con las armas en las manos, y abrimos fuego sin mediar pregunta. Porque los culpables de semejante blasfemia no merecían el beneficio de la duda. La duda es el primer paso hacia la herejía.
Mi inexperiencia me costó una herida en el pecho, dolorosa pero no muy profunda, cuando una bala se las arregló para encontrar el camino entre los tejidos metálicos del chaleco antifragmentación. No pude sino seguir disparando con el orgullo de quien había sido herido por vez primer en el cumplimiento de su Pía misión.
La disputa concluyó cuando Hex utilizó una de sus enfermizas capacidades. Si algo he aprendido sobre mí en esta misión es que mi disciplina es sumamente imperfecta. He programado sesiones diarias de mortificación y meditación, así como una austera dieta para asegurar que no vuelva a ser presa fácil de las habilidades de aquellos a los que debemos purificar, y de mis propios compañeros. Cuando me recuperé de sus efectos, la pelea había concluido. Me realizaron unos básicos primeros auxilios, registramos los cadáveres, en los que además de armamento simple, hallamos que los que poseían pistolas tenían tatuado en la nuca una M. Una M como la inicial del nombre que mencionaban, más como una figura divina que como un líder, escoria hereje: Mancer Deloran.
Antro de Corrupción:
Tras volver a hablar con Goldmooon, y confirmar que ese nombre pertenecía a un antiguo alumno, conseguimos persuadir a una perezosa empleada para que nos mostrara su expediente escolar. Un buen alumno que, de un día para otro, se había convertido en un delincuente, y finalmente abandonado el redil. Cuando salimos del edificio, lo hicimos conociendo su dirección y su rostro. El rostro de una basura hereje que podía contar sus horas de vida.
Antes de dejar el recinto, seguimos el rastro de uno de los pandilleros, a quien había herido de gravedad durante la disputa, y Hex aseguraba que no podía estar lejos. Se encontraba escondido tras un montón de cajas en un callejón cercano, y me vi rozado a eliminarlo antes de poder interrogarlo, cuando me amenazó con su arma. Su cadáver descabezado sigue en el callejón. Su alma se pudre en el más bajo y horrendo de los infiernos, donde pertenece desde el momento en que se entregó a la corrupción y la pestilencia.
La noche caía, y decidimos volver al vehículo y salir en busca de una pensión. Una criatura se agazapaba en las sombras del coche, y trataba de roer las ruedas. Desenfundé mi martillo, Sacrosanto Azote de los Impuros, y añadí otra muesca a su cabeza vengadora. Una simple rata mutante no era enemigo digno de mi arma, pero cualquiera que tratara de obstaculizar nuestra misión merecía el castigo definitivo.
Encontramos una pensión en las cercanías, y alquilamos tres habitaciones. El lugar solo podía definirse como “antro de corrupción”. Una verdadera plaga de meretrices, camellos y gentes de mal vivir, algunos de ellos lo bastante insensatas como para aproximarse a nosotros, a pesar de ver mis ropajes. Si de mí dependiera, daría a cada uno la oportunidad de regresar a la senda correcta, y cualquiera que mostrara la menor vacilación ardería en la pira. Hubiera dedicado la noche a predicar entre semejante horda de licenciosos, pero la misión era más importante, así que me dirigí directamente a mi habitación.
Cuando me acosté en el extraño lecho, tras desprenderme de mis ropajes, que ya estaban bastante manchados, y requerirían un día entero de cuidados, la desvencijada comenzó a temblar insistentemente. Maldiciendo a todos los demonios me bajé de ese engendro y traté de arrancar, sin resultado, un trono retorcido que asomaba por una ranura en el cabecero. Resignado a mi maldita suerte, tratando de no pensar qué utilidad podía tener la vibración en un catre, exigí otra habitación y pude descansar tranquilo en resto de la noche.
Al despertar, tenía un trofeo entre las manos. La bala se había desprendido de su lugar en mi pecho. La tengo aquí mismo, encima de mi escritorio, lista para ser engarzada en un collar. La primera de muchas, sin lugar a dudas.
El edificio de apartamentos:
El apartamento de Mancer Deloran se encontraba en un alto edificio, al que llegamos sin más percances que un leve accidente, cuando Ostrogov decidió acelerar para aplastar una de esas desagradables ratas mutantes.
La madre de Mancer nos dejó pasar tras ver mis ropajes y escuchar mis palabras, que la persuadieron de la justicia de nuestra misión, y la necesidad de compañeros fuertes para llevarla a cabo. No pudo decirnos mucho sobre su descarriado retoño, que se había marchado tiempo atrás sin mediar palabra sobre su destino o sus intenciones. Un registro de su cuarto arrojó varias pistas fundamentales. Mancer disponía de algún tipo de habilidad sobrenatural, o creía disponer de ellas, era quien estaba detrás de las horripilantes pintadas, y tenía alguna conexión con un taller llamado El Dorado. La mujer nos dio la dirección de dicho establecimiento, y nos indicó que llevaba tiempo abandonado.
Cuando salíamos del bloque de apartamentos, prestos a repartir la justicia de Nuestro Emperador y purgar al universo de tamaña blasfemia, el infierno estalló a nuestro alrededor. Apenas hubo puesto un pie fuera del edificio, una lluvia de plomo recibió a Ostrogov. Afortunadamente, San Drusus tenía puesta la mirada en nuestra justa causa, y ni una sola de las decenas de balas alcanzaron a mi colega. Hex actuó a continuación, desplegando de nuevo sus repulsivas pero providenciales capacidades, provocando la huida de los agresores.
Sin perder un instante, nos dirigimos al taller en el que sospechábamos que se encontraba nuestro hereje.
Taller El Dorado:
Los acontecimientos ocurridos en el taller me producen una inmensa vergüenza y un profundo dolor. Más que los efectos de las habilidades de Hex, son aquellos los que han provocado que me sumerja en la flagelación y la meditación durante la mayor parte de mis días, desatendiendo las necesidades espirituales de mis compañeros.
En las proximidades del establecimiento, Hex nos avisó de la presencia de un psíquico no autorizado cerca. ¡Psíquico no autorizado! Ja. Un sucio brujo, una abominación a la naturaleza, un pestilente excremento herético, un residuo de las cloacas de la disformidad, una pútrida masa de carne repugnante, un escuálido retoño de los abismos de la contaminación. No hallo palabras para describir tamaña monstruosidad, y de hallarlas, no me atrevería a reflejarlas por escrito.
Rodeamos el edificio para penetrar desde la entrada trasera. Mientras los secuaces de Mancer disparaban desde el interior, Hex y rodeamos el local para atacar desde la entrada principal. Y fue entonces cuando... cuando perdí la conciencia. La voz del brujo resonó en mi cráneo como el canto de una sirena, y perdí el control de mi persona. El horripilante engendro agarró mi alma con sus manos cubiertas de heces y me la arrebató durante unos minutos en los que... en los que no fui dueño de mis propias acciones.
Cuando volví a tener el control de mi propio cuerpo y mi propia mente, la situación a mi alrededor era caótica. Me encontraba frente a la puerta principal, Hex usaba sus obscenas habilidades para ahuyentara a los secuaces de Mancer, los devotos gritos de Ostrogov podían escucharse por encima del ruido de las balas enterrándose en los muros: “¡El Emperador Protege!”. Y otro miembro de la Eclesiarquía disparaba repetidamente a un hombre delgado en el interior del taller.
Mis ojos se detuvieron en ese cuerpo esmirriado. Mis manos se cerraron alrededor de Azote de los Impuros. Mis pies me impulsaron como resortes, zancada a zancada. Una, dos, tres, y salté, martillo en alto, cayendo sobre la enteca figura, sumergiendo la cabeza de metal en la cabeza de ponzoña. La muerte del vil hereje sumió a los apóstatas en confusión, que aprovechamos para reducirlos y desarmarlos. El clérigo que nos ayudó era un antiguo miembro del equipo de operaciones, conocido de mis compañeros, y estos parecieron alegrarse de verle de nuevo. Por mi parte, no pude sino agradecerle su intervención en aquella crucial disputa.
El resto de la misión transcurrió sin eventualidades. Los secuaces de Mancer Deloran no podrían recuperarse nunca de la corrupción, y fueron puestos a disposición de las autoridades del Magistratum, para su probable conversión en sirvientes, que los haría de nuevo miembros productivos de la sociedad.
Los días en la Catedral del Esclarecimiento son rutinas de gran belleza espiritual donde puedo inundarme de la luz del Dios-Emperador en medio de un gran faro de Fe sumido en toda la oscuridad que representa esta colmena. He estado aquí el tiempo suficiente para acostumbrarme a mis labores dentro de la Catedral y disfrutar de mi papel en la Eclesiarquía. Soy un buen hombre, un pastor de ovejas que guía en el nombre del Padre Soberano de toda la Humanidad.
Pero a veces la necesidad de iluminación queda alejada de la fuente de brillo que se alza poderosa e imponente, a la vista de todos los fieles mas no todos los necesitados de ella. Es así como mi superior llamó a todos los clérigos de la Catedral para pedir alguien para ir a profesar la palabra de la Fe a la lejana colmena Sibellus, a unos barrios donde la mano del Emperador se mantiene demasiado lejos para acariciar a sus hijos y castigar a sus detractores infieles. Mi voz no se esperó un momento antes de ofrecerme para dicha misión como voluntario.
¿Por qué me ofrecí? Es muy sencillo para alguien que me conozca en realidad, aunque nadie me rodea que realmente lo haga. Durante mis días soy un clérigo tranquilo que sirve a pesar de su discapacidad, recuerdo de días lejanos de acción bajo quién sabe qué estandarte. Ahora solo soy un hombre que envejeció demasiado rápido para su edad y que hace lo que puede para ayudar al Adeptus Ministrorum como uno de sus miembros, pero en realidad soy más que eso. Soy un veterano de misiones Inquisitoriales, alguien que se enfrentó a herejes, mutantes, aberraciones impías e incluso luchó mirando a la cara a un Demonio salido de la temible Disformidad.
Fui herido, es cierto, pero eso no acabó con mi espíritu, como no lo hicieron las múltiples calamidades que hicieron con Santa Elana. Mi voluntad es incorruptible y mi Fe es tan grande que no cabe en mi pecho, por lo que siento la necesidad de vaciarla a través mi boca en forma de palabras sinceras de amor y devoción sin igual, prestas para llegar a oídos de quienes necesitan escucharlas.
Durante las noches he entrenado mi cuerpo para no perder mi capacidad física y aumentarla siempre. Un buen pastor debe tener un alma pura para servir a la Palabra del Dios-Emperador, pero jamás debe olvidar tener un cuerpo fuerte para defender el cuerpo de su Señor. Es por eso que, muy en contra de las apariencias que todos pueden apreciar, la verdad es que mi Voluntad como acólito es más ardiente que nunca. Es por eso que una misión en terreno, para lo que fuese, es lo que realmente mi espíritu deseaba y esperaba.
Mientras viajaba en el transporte que me movería de la Colmena Tarsus a la Colmena Sibellus pensaba en ello. Resulta fácil para mí el meterme en el peligro y encarar a la adversidad pues mi alma es fuerte y no se rinde. Lucha contra el enemigo sin temor y no desea final alguno más que morir con la palabra de la verdad en la boca. Para otros clérigos es más difícil y prefieren ejercer labores que le mantengan lejos del sonido de las armas, pero ese no es mi caso y, de una forma u otra, sentía que me oxidaba en la Catedral. Ahora haré una misión donde defenderé la Fe y quizás haya peligro (Como siempre puede haber cuando se sale de entre los muros de la Catedral para ir a una colmena lejana). Me da gusto pues no todos pueden con ello y ese es un aporte distinguido que me enorgullece hacer.
Pero la verdad es que me siento incompleto. Me he sentido así desde que dejé al Ordo Hereticus por no ser capaz de memorizar los códigos Inquisitoriales indispensables. He visto el glorioso oficio de llevar la Ira del Emperador a los Herejes y castigarlos con fuego mucho más puro e intenso que el de un simple pira. He sido parte de algo mucho más grande y me he visto alejado de ello. Jamás volveré a ser un Acólito, lo sé, pero eso no significa que no ame su causa. Mucho temieron que al ser despedido me habría unido a radicales anti-Inquisición, pero eso no es cierto pues siento al Ordo como el bien mayor y el no formar parte de él no significa que no lo admire y venere.
- "Por eso acepté esta misión, pues salir de la Catedral, por el motivo que sea, es lo más cerca que jamás estaré de ser un acólito de la Sagrada Inquisición."
Luego llegué a la Colmena Sibellus como un simple enviado de la Eclesiarquía. Llegué vistiendo mi protección y mi casco que tantas veces me protegió y que tenía guardado en la Catedral en ese baúl bajo mi cama donde guardo todos los secretos de mis días de acólito. También llevé mis armas, pero las escondí debajo de una capa que me hacía parecer solo un peregrino hablando de Fe. Busqué un barrio donde se me necesitase y unas pinturas extrañas y heréticas me llamaron la atención. Pasé un par de días vagando y predicando la palabra en las calles antes de ir a dormir a un hotel de mala muerte por un par de Tronos, donde practiqué todos los rituales y entrené mi cuerpo antes de dormir como ya se ha hecho un hábito en mí.
Dos días habían pasado y finalmente llegué a una zona donde reinan los traficantes de Obscura. La droga se lleva el alma de las personas y siempre he creído que es un invento de herejes para acabar con la pureza del Imperium, por lo que me dirigí a esa zona. Pasé por la Schola Manufactoris, donde les enseñan a los jóvenes a ser operarios de fábrica. Continúe por la calle y, habiendo ubicado una buena esquina, comencé a hablar:
- "El Dios-Emperador me ha enviado para que todos ustedes oigan las palabras que este humilde servidor puede darles. He visto las entrañas de la corrupción y les digo que ese no es el camino. La luz de nuestro padre nos ilumina para mantener el camino de la rectitud. Debemos abrazar el brillo de su poder y dejarnos guiar por entre el valle de sombras plagado de la oscuridad del universo. Las fauces mismas de la terrible Disformidad acechan a quienes desvían su mirada del faro de belleza y esplendor que nuestro Señor nos da como bendición. Debemos abrazar el poder que él nos entrega y adorarlo por el único Dios que es. Debemos abrazar el odio y el fuego de su bendición para proteger al Imperium de la corrupción interior. Los poderosos hijos predilectos del Emperador luchan en los confines del universo, por eso cada hombre, mujer y niño debe luchar en su interior para mantener la pureza de su propia alma..."
Mis palabras continuaron unos minutos cuando escuché una serie de disparos. Algo sucedía y yo no podía quedarme ahí sin hacer nada. Corrí rápidamente hacía la zona desde la que oí los ruidos y saqué mi revolver preparado para lo que sea que estaba ocurriendo.
La zona era un galpón desde el que vi a unos pandilleros atacando a un miembro del Ministrorum. Me acerqué para ayudar a mi Hermano de Fe cuando vi a varios pandilleros más salir desde un portón metálico abriéndose. Luego vi una figura que los espanta de una manera que no parece natural. Pensé que quizás sea un psíquico y en otros tiempos me habría levantado en armas contra la corrupción de su poder, pero he conocido el valor y la devoción de los bendecidos con los dones del Dios-Emperador. Itsua me enseñó que la devoción no depende de como uno nazca, sino de como uno vive y muere. La pureza radica en el alma, no en el cuerpo y hasta alguien que obtenga sus poderes de la Disformidad puede ser un faro de luz si lo usa con la imagen Dios-Emperador en su corazón y su palabra en la boca.
Es por eso que disparé contra los pandilleros mientras me acercaba, solo para ver que aquel hombre que tanto me enseñó durante mi servicio era precisamente a quien estaba ayudando. Mi pecho se inflamó otra vez de calidez cuando también vi a mi viejo camarada Vladymir Ostrogov luchando en contra de los enemigos. Me sumé sin dudarlo un momento, lanzando mis disparos hacía los enemigos hasta que finalmente el líder de ellos cayó abatido por el clérigo y al parecer, todo terminó con su influencia.
Vi a mis antiguos amigos. Sonreí y mis ojos se cruzaron con sus miradas dándoles a entender que mis pensamientos aun están con ellos y que será así hasta el día que el Dios-Emperador me bendiga con la muerte y la vida eterna a su lado.
Lamentablemente nuestro encuentro duró poco, pues como acólitos, fueron retirados de la zona mientras yo hice mi discreta salida. No soy del Ordo y mi presencia era un estorbo para el procedimiento, por lo que, con pesar de retirarme sin hablar más pero gran dicha de haberlos visto una vez más y luchado hombro con hombro, me retiré nuevamente a la Catedral del Esclarecimiento a ser el clérigo Tauron Faith.
"Cada uno sirve al Dios-Emperador como puede y yo seguiré haciéndolo hasta el fin."
Así terminan estas palabras que plasmo en mi diario, único testigo de lo que ocurrió y que nadie que no deba sabrá que ocurrió en aquel lugar de la Colmena Sibellus.
Iniciado Tauron Faith
315.810M41.