Partida Rol por web

La caída fue bastante dolorosa, recordándome la que sufrí en la cueva hace unos días. Intenté desembarazarme de las piernas y brazos de mis compañeros, además de los restos de huesos, armaduras oxidadas y viejas armas. Sentía escozor por todo el cuerpo, fruto de los innumerables rasguños y rozaduras que me había hecho.

-"¿Estáis bien?" Dije en voz baja a los otros.

Mientras esperaba sus respuestas, me acerqué a la puerta para observarla más de cerca.

     Te levantas con cuidado intentando no cortarte ni pincharte y escuchando como con cada uno de tus movimientos se produce un sonido desagradable de succión al aplastar algún resto momificado de los cuerpos acumulados a tu alrededor. Al final consigues ponerte en pie y descubres que hay unos dos metros de suelo liso y estable completamente cubierto por cuerpos, armas, armaduras... y te sorprende descubrir algo de metal brillando en la esquina más cercana a ti.

     Centras ahí tu vista y apartas con cuidado una pechera que prácticamente se convierte en polvo cuando la tocas. Lo que has visto brillar, escondido entre tantos restos desagradables, es el pectoral de una armadura élfica que todavía conserva en su interior los huesos de su portador.

Algo hay entre la escombrera que hace que aparte mi mirada de la puerta. Ando con cuidado entre los escombros para acercarme a una de las esquinas del túnel. Me agacho y empiezo a apartar restos de armaduras y huesos, hasta encontrar lo que había atraído mi atención. Con sumo cuidado recojo el pectoral de una armadura élfica, todavía impoluta. Debajo, sus huesos descansan junto a los de sus asesinos para toda la eternidad. Me yergo y observo la pieza con detenimiento. Me giro y voy hacia Ithildir y Therusia, que son los expertos en la materia.

-"Creo que esto es de tu gente, Ithildir. Parece de gran calidad, obsérvalo. Quizás puedas utilizarlo en tu beneficio, no parece oxidado ni deformado." Le comenté.

—S-si —respondió el galadhel entre siseos de dolor—. ¿Y tú? Vamos, Therusia.

Ithildir se incorporó con dificultad. Se llevó la mano a los riñones para estirar luego su espalda antes de tenderle la mano a la enana. Cuando la muchacha mencionó lo del peto sus ojos relampaguearom en su dirección xon interés. Rápidamente tomó la antorcha del suelo y se aproximó hasta la exploradora para examinar la armadura.

—Vaya, magnífico hallazgo, Amaltea. ¡Qué interesante...!

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   - Cuidado que resb... - Luego, tras observar las piruetas y los resbalones, añado. - Olvidarlo. - Con cuidado bajo hasta donde los demás y me mantengo alerta. Todo lo alerta que una puede estar en estas condiciones, claro.

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     En la esquina descansaba el cuerpo apoyado en la pared de un elfo caído muchos siglos atrás. De su equipo tan solo queda el peto metálico que ahora sostiene Ithildir en manos y los huesos desperdigados alrededor, después de unos momentos localizáis un casco abollado de metal que se ha estropeado con el tiempo pero que todavía permite ver que su manufactura es élfica aunque se encuentre totalmente inservible.

     Las dimensiones del pectoral y la falta del resto de elementos para su correcta colocación hacen que, ahora mismo, no tenga valor defensivo. El elfo que lo usó tenía más envergadura que Ithildir pero eso sería posible de remediar con las herramientas y los conocimientos adecuados.

–Casi me alegro de que Yncriff no esté aquí. No me habría dejado olvidar que resbalé en un maldito pasadizo mojado.

Therusia se levantó sin prestar atención a la mano de Ithildir. ¡No era ninguna anciana achacosa! Solo una enana dolorida que se levantaba gruñendo algo. Tras comprobar que sus amigos estaban bien,  se llevó la mano a las cajita que contenía el anillo. Por primera vez se alegró de sentir aquella amarga presencia y sentir su susurro. La mirada se desvió a aquella armadura. Mientras Ithildir examinaba la pieza que Amaltea había encontrado,  la enana hizo lo propio con el casco.

–¿Cuan to tiempo crees que tiene?

Aunque hábil con la forja, la especialidad de Therusia era la talla de gemas y piedras, de modo que sabía que la aproximación del elfo, conocedor de la cultura de los suyos, sería seguramente más acertada que la suya. 

El elfo abrió los ojos cuando le presentaron el casco. 

—Dadme unos minutos, por favor —pidió antes de apoyar su espalda en la pared y analizar cada detalle de sendas piezas.

     ¿3000 años? es difícil calcular sin más datos pero es un tiempo que no te sería extraño ya que fue hace ese tiempo cuando Ost-in-Edhil fue destruida y no estáis lejos de allí. La capital del Reino elfo estaba situada entre los ríos que nacían en las alturas de Khazad-dum y aunque no puedes decir con seguridad el tamaño de esa ciudad sería raro que llegara hasta aquí. Eso no quita que hubiera edificios, casas nobles... en los alrededores.

     Metal "normal", no es un pectoral de Mithril ni nada similar.

     Es de buena factura pero no es una de las grandes armaduras del pasado. Si tiene que tener algo especial porque el paso del tiempo no le ha afectado (mientras que el yelmo está completamente corroído), pero a simple vista no hay nada que puedas ver salvo unas runas inscritas a lo largo del espacio que iría en los hombros que no eres capaz de entender aunque claramente son runas élficas pero no pertenecen a ningún sistema de alfabeto que conozcas.

—¡Truenos, qué interesante! —murmuró sorprendido el elfo al examinar el peto de metal—. Esta pieza es antiquísima. Me atrevería a decir que debió ser creada hace unos tres milenios. Es tan antigua que n-no... No consigo darle significado a las runas que tiene aquí, en las hombreras. ¡Es fascinante!

Ithildir hizo un inciso en su investigación al notar el silencio de sus compañeras.

—Ahem. Bueno, no es el momento ni el lugar. Hace falta tiempo y estudio y... Creo que lo mejor será guardarla y continuar nuestra exploración.

     Para ti no tiene ningún sentido que ese pectoral tenga ese tiempo y no tenga ninguna señal del paso del tiempo. El yelmo del mismo elfo que portaba la armadura está inservible e incluso te admira que si realmente ha pasado el tiempo que dice Ithildir ese casco no sea polvo férrico. Lo del peto se escapa de toda lógica de creación del metal. No brilla como el preciado Mithril ni ninguno de los grandes metales.

La enana se alejó un paso del elfo y el peto, sin dejar de mirar primero aquella extraña armadura y luego el casco. Parecía extrañada, incluso preocupada, pero dejó pasar unos largos segundos antes de reaccionar

—¿Estás seguro de eso?— Therusia no parecía cómoda con aquel descubrimiento, pero tampoco parecía muy dispuesta a aseverar nada. En realidad, le preocupaba que se estuviese repitiendo el pasado, cuando ella podía ver un anillo invisible para el resto— Tu también creciste conociendo la forja y sabes, que por muy buen trabajo que se haga, salvo los grandes metales, todos se ven afectados por el tiempo. ¿Cómo sabes que tiene ese tiempo?

Después de dejarles la pieza a Ithildir y a Therusia, volví a la puerta, donde nuevamente observé su cerradura. Seguramente estaría atrancada por el otro lado, habiendo en su momento cerrado el paso a esta horda de orcos que invadió el lugar y dejando a ese obre elfo aquí para defenderla. Quizás con el paso del tiempo y de la humedad reinante, la madera estuviera medio podrida y pudiéramos derribarla sin mucho esfuerzo. Me agaché para mirar bien todo el cerco, por si había algún tipo de escritura o mecanismo. Yedra ya había descendido y estaba junto a nosotros.

     Incluso algunas de las cerraduras más sencillas siguen siendo un misterio para Amaltea, criada en una comunidad donde lo único que se guardaba bajo llave estaba en el Salón principal y eran las escasas monedas con las que a veces se iba a comerciar hasta el lejano Valle. Ahora mirando la puerta no es capaz de encontrar una cerradura donde introducir una llave, que tampoco tienen. Mira y mira y solo ve paneles de madera reforzados con metal, pero nada parecido a una cerradura.

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   Tras ver que estaban todos bien, y avanzando procurando no pringarme y meter el pie entre tanto hueso y orco, me quedo un poco en la retaguardia mientras examinan la puerta y lo que hay por ahí.

   - Si necesitáis ayuda con algo, decidme, - susurro, pero la verdad por lo que veo se apañan bastante bien y por aquí al menos no parece haber nadie así que visto lo visto...

   Me giro y cubro la entrada por la que hemos venido, porque si bien no parece haber nada abajo, a ver si nos va a seguir alguien por la espalda. Aunque con este pasadizo empinado y resbaladizo no debería haber problemas en detectar cualquier posible perseguidor.

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Yedra se situó junto a Dirhael que estaba también en modo vigilante, mirando ambos dónde colocar los pies entre tanto metal herrumboso y cuerpos que se deshacían en polvo.

Recuerdas que en lo que aprendiste sobre las viejas culturas de la Tierra Media había un pasaje sobre la religión, bueno, no es la misma religión como la de tu pueblo, los ritos que seguían para ensalzar la figura de los Valar. En sus casas de meditación había un camino que debían seguir para abrir las puertas de las tierras imperecederas, avanzaban por pasillos o entre árboles según donde residieran y allí debían realizar gestos o tocar en ciertos lugares o pronunciar unas palabras... para llegar al final y encontrar abierto el camino.

Todo es una representación que ayudaba a las nuevas generaciones a entender la historia de los elfos. Amaltea os señaló algunas pinturas... si estuvieran más visibles seguro que habría alguna pista pero en su estado actual no podéis contar con que  sea fácil atravesar las puertas.

Tras advertir a Ithildir, la enana se fijó en los movimientos de sus compañeras, que parecían buscar algo. Momentos después, se dio cuenta de que estaban buscando una cerradura, una puerta o algúun tipo de abertura.

—Permíteme— dijo la enana acercándose a la pared. Dejando el escudo posado en la pared, paso las manos por la superficie, buscando alguna irregularidad. En un punto, la enana se detuvo y miró extrañada. Había notado algo en el tanteo, pero efectivamente, no había ninguna muestra física de una cerradura. Con la ayuda de una antorcha, lo miró más de cerca, nada. Entonces se le ocurrió algo. La enana cogió una daga del suelo y la pasó entre las juntas de las paredes. Al cabo de un rato, sonrió. Había encontrado un mecanismo. Creo que lo he encontrado, si el tiempo pasado no hace que se desmorone, es posible que podamos abrirla. Eso si no tiene ningún maldito acertijo, alguna runa o algún jueguecito extraño.