Partida Rol por web

Le llamó la atención el cumplido, ¿eso significaba que había visto antes a alguien como él? ¿Acaso es eso posible?

—¿Forjado? —masculló, mientras lanzaba un embate con el escudo intentando desestabilizar a su oponente—. No soy un simple golem. Soy quien ha elegido bajar aquí y plantarte cara.

El dracónido bloqueó con facilidad el golpe del escudo y después hizo un giro con su lanza que, de no formar parte de la estructura del forjado, hubiera hecho que perdiera el escudo. 

- Eso salta a la vista-respondió Langdedrosa- No luchas mal, lamentaré mataros-dijo mientras retrocedía unos pasos. La lluvia repicaba en Égida y en la armadura de Lagdedrosa, el barro hacía que moverse fuera complicado pero el dracónido no parecía cansarse.

El dracónido había esquivado su pregunta, o quizás no le había entendido. Poco importaba, estaba aguantando lo más posible y no tenía muy claro si estaba jugando con él o no. Un nuevo ataque, esta vez un martillazo que buscaba el flanco de su oponente, se perdió en la nada. Es rápido.

El dracónido lanzó su lanza hacia Égida, quien la esquivó sin problemas. Pero resultó una treta pues no era su objetivo darle con ella sino despistarle, y así lo hizo. Con un rápido movimiento desenvainó el espadón que llevaba al cinto y lo clavó en su pecho, donde un ser vivo tendría el corazón, atravesando a Égida. Sin embargo el forjado parecía mantenerse en pié aún.

-No está mal criatura, casi me das-dijo el dracónido riendo mientras sacaba la espada del metálico cuerpo de Égida.

No vio venir el golpe. Fue una maniobra de un luchador consumado, alguien que estaba acostumbrado a arrebatar la vida de otros en duelo personal. Antes de poder darse cuenta, el acero había atravesado su coraza frontal con un sonido chirriante, haciéndole trastabillar cuando lo arrancó de un tirón. No puedo detenerme ahora. Debo LUCHAR.

Las runas volvieron a brillar, liberando un corriente de energía calorífica contra el dracónido en forma de un tornado de llamas 

Las llamaradas golpearon al dracónido en la cara pero este las atravesó como si nada golpeando con su espada nuevamente en el torso de Égida con tanta fuerza que el forjado cayó hacia atrás y se desplomó en el barro. La lluvia caía sobre el, repicando en una triste melodía. Langdedrosa se acercó a él con el mandoble en alto...

Pero en lugar de acabar con la vida de Égida guardó su espada de nuevo.

-Has luchado bien-susurró a su adversario caido para luego alzar la voz y dirigirse al resto de defensores en las murallas- ¡Podeis venir a por él! ¡Tal y como prometí soltaré a los vuestros!-anunció en voz alta y cumpliendo su palabra hizo un gesto para que los Kobolds soltaran a la mujer y al mediano. Después Langdedrosa y sus asaltantes se marcharon en la noche dejando ante las puertas el cuerpo malherido de Égida y a los dos prisioneros que corrieron rápidamente entre lágrimas a ver como se encontraba.

Las puertas del torreón no tardaron en abrirse y un grupo de personas, entre las que se encontraban los dos enanos que os habían acompañado, el sargento y otros hombres y mujeres de Nidoverde se apresuraron en socorrer a los tres.

Tenía su corazón en un puño. La valentía y habilidad de Égida no tenía límites mientras luchaba contra aquel ser de escamas azules. A pesar de atacar el doble de veces de lo que lo hacía Égida, este se mantenía ante él esquivando y parando cada uno de sus ataques. Tenía los puños cerrados con fuerza, asustado y a la vez maravillado por el espectáculo que estaban dando.

Pero entonces llego el momento que le hizo que se le escapara un grito cuando el dracónido impactó por primera vez a Égida. El golpe resonó contra la dura piel de Égida, una llama apareció sobre el dragón que apenas le molestó para finalizar el combate y dejar que Égida cayera inerte al suelo.

Sus dedos agarraban con rabia el mango de la ballesta pero no actuó pues vio cómo el dracónido no daba el golpe definitivo. Tras dar la orden de dejar libre a la gente y marcharse salió disparado hacia la posición de Égida. No podría curarle, pero si estaría a su lado como le había prometido.  Pero antes de salir buscó a la elfa entre la multitud - ¡Draenna!, ¿puedes ayudarle? dijo intistivamente recordando las bayas de la mujer y sus capacidades curativas.

La reacción de la elfa fue de rebatir al forjado, pero se dio cuenta de que esto era un duelo uno contra uno, o la mujer estaba sentenciada.

Todo sucedió muy deprisa. Bajo la lluvia los lances de uno y otro parecían estar igualados en un principio. Pero el draconido era más rápido y un guerrero más experimentado. Tentada estuvo de saltar a ayudarle cuando Égida recibió ese espadazo en el pecho. Creía que lo había matado, pero este seguía insistiendo en vivir.

Cuando finalmente lo abatió ella contuvo la respiración mientras apretaba su bastón de impotencia. Iba a darle el golpe de gracia cuando, para sorpresa de todos, le perdonó la vida...

¿Que acaba de suceder? ¿Por qué jugaban así con la vida y la muerte de los demás? ¿A caso se creían dioses para tomar una vida cuando se les antojara o dejarlo pasar?

De pronto, alguien la llamó por su nombre, sacándola de sus pensamientos. - Sí, sí... Voy para allá. - titubeó dispuesta a salvar a Égida tal y como había hecho tras los muros de la iglesia. - Espero que te sean de ayuda amigo. La última vez recuperó la consciencia.

El fruto de Draenna sirvió para que Égida recuperara la consciencia. El agujero que tenía en el pecho le dolía horrores pero el metal interno había empezado a soldarse como si fuera carne. Mucha gente alrededor suya parecía preocupada por él y se deshacía en vítores y agradecimientos hacia "el campeón de Nidoverde" y "los defensores de Nidoverde". 

El gobernador regresó con un par de sanadores.

-Vamos, curad sus heridas le debemos muchas vidas-les ordenó el gobernador. Los hombres se miraron un poco confusos pues jamás habían tratado un ser metálico pero enseguida empezaron a vendarle y a tratar sus heridas como buenamente podían hasta que pareció funcionar.

Un latigazo de ¿dolor? —aún no alcanzaba a comprender cómo funcionaba su cuerpo— recorrió toda su estructura cuando el dracónido le lanzó al suelo. No había sido rival. Ni siquiera ese poder, que le recorría cuando lo necesitaba, había significado nada contra él. Ahora que lo pensaba, ¿fuego contra un dragón? ¿O no se les podía considerar dragones? Aún no sabía demasiado sobre ese mundillo, aunque algo le hacía pensar que si continuaba persiguiendo al Culto del Dragón, terminaría haciéndose un experto.

Los atacantes se marcharon, y con su marcha, acudió la gente a ayudarle. No sólo sus compañeros, de quienes recibió una mano amiga mientras se incorporaba lentamente apoyándose en ellos. Se sentía inútil, torpe. Un montón de metal retorcido que, gracias a las mágicas frutas de Draenna, empezaba a regenerarse. Pero estaba vivo. ¿Una lección de humildad? Seguramente, aunque considerando que casi había estado también a punto de sucumbir hacía pocas horas, no le quedaba mucho de orgullo.

—Gra-gracias a todos. La mujer y los niños, ¿están bien? —había desconectado durante algunos latidos, pero esperaba que se hubieran reunido con su familia.

Ver como el forjado se recuperaba le llenó de alegría haciendo que su pesar y su miedos desaparecieran por un rato. Había luchado valientemente y a pesar de su sacrificio por aquellas gentes había sobrevivido ante un rival que sin duda superaba a todos los que se habían refugiado en Nidoverde.

Cuando las bayas comenzaron a hacer efecto y parecía que el metal se recomponía mágicamente. - Te dije que estaría a tu lado para ayudarte a levantarte, no tienes porqué agradecer. Somos todos los que tenemos que agradecerte a ti. le dijo aún no le salían la sonrisa que le hubiera gustado dedicarle pero permaneció a su lado hasta que pudo moverse y miró con gesto agradecido a Draenna. - Están todos bien, no te preocupes. A pesar de estar casi desmontado seguía preocupándose por los demás.

- Que gran peso me ha quitado usted de encima, maese Égida. Por un momento creí que no lo contaría. El mediano mostraba una sincera alegría al ver recuperarse a su compañero.

Permaneció unos instantes en silencio. Viendo cómo interactuaban sus compañeros.

- Que hacemos ahora? Espetó de improvisto.

- Tu vida estuvo en la manos de ese dracónido y sólo estas vivo por que él decidió no terminar contigo en ese instante. - dijo con cierto tono de reproche al forjado. De alguna forma pareció haberle sentado mal que no la dejara ayudarle. Él había decidido cargarse a las espaldas toda la responsabilidad, una responsabilidad que debía ser del sargento y que este no había tenido el valor de asumir...

- Me pregunto ¿Porqué hizo eso Langdredosa? Creo que quería dejar claro que no les persigamos, que no tenemos posibilidad alguna de truncar sus planes, sean cuales sean. - continuó diciendo Draenna muy seria.

Si era un toque de advertencia había sido claro y rotundo. "No os interpongáis en nuestro camino u os aplastaremos" "no tenéis nada que hacer contra nosotros"

- No lo se Joorin. - le respondió con aire de derrota en sus palabras. - A mi tampoco me gusta que ese culto a la dragona campe a sus anchas por la región.

Abdali bajó también a felicitar al armado, bueno más bien a mofarse un poco.

Qué, querías imitar al infernal y probar la muerte frente a una criatura-dragón?- Le dio una palmada en el hombro- Lo has hecho fenomenal! Te has mantenido firme cuando otros habrían suplicado clemencia. Además no nos olvidemos que has salvado a la dama... Seguro que puedes conseguir sus favores...

Tan pronto lo dijo se quedó pensativo. Si Égida era una criatura metálica, tendría todo de metal? Necesitaría mujeres metálicas?

Eran muchas preguntas pero no el momento adecuado para formularlas. Se giró para responder a Joorin.

- Primero deberíamos descansar, ya es media noche y no sé vosotros, pero yo estoy agotado. A primera hora deberíamos seguir el rastro de los bandidos a su campamento y ver si podemos rescatar a los prisioneros. Podríamos haber entrado simulando que somos mercenarios contratados, pero después del espectáculo de Égida, me temo que le reconocerían enseguida.

Observó al constructo mientras se mesaba su imberbe barbilla, sopesando si podrían disfrazarle de algo.

- Una gran idea, maese Abdali. Bostezó Joorin. - Descansemos lo que queda de noche. Por la mañana desayunamos fuerte y trazamos un plan.

- Será mejor que descanse, maese Égida... Una vez dijo esto, inmediatamente se preguntó si el coloso metálico necesitaba tal cosa.

- Si queremos tener alguna posibilidad de debilitar al culto de la dragona debemos ser como los lobos y cazar en manada al miembro más débil. No podemos atacar de frente, debemos diezmarlos poco a poco o buscar una oportunidad para aislar a uno de sus cabecillas y enfrentarnos todos contra él sin que se lo espere. - sentenció con una seguridad que hasta ahora no había tenido. Quizá el valor del forjado la hubiera inspirado y hubiera decidido actuar en vez de marcharse de allí como hubiera hecho antaño...

Draenna más tarde hablaría con el gobernador. Él y sus hombres tenían que hacer un recuento de personas desaparecidas. Todo aquel que no siguiera vivo o hubiera muerto durante el ataque, podía haber sido secuestrado. Era necesario saber de cuanta gente se podía tratar ya que no era lo mismo rescatar a 10 que a 50 personas...

Mientras estos hacían los recuentos, ella meditaría sobre todo lo sucedido. El tiempo de quedarse al margen había terminado y aunque quería desentenderse de todo aquello, algo la impulsaba a derrotar a esa dragona y a su malvado séquito. ¿De dónde venía ese impulso? Draenna volvió a ver a ese dragón en sus meditaciones, ese que le había acompañado en fugaces visiones desde no recordaba cuánto tiempo atrás y parecía querer decirle algo...

Si pudiese llorar, Égida estaba seguro de que habría derramado lágrimas de alegría. Esa gente, esas cinco personas a las que había conocido apenas hacía unos días, se habían volcado sobre él para darle su apoyo y asegurarse de que estaba sano y salvo. Buena gente. Justo el tipo de gente que necesitaba ahora.

—Sí... tenéis razón —aunque su intención original era la de adelantarse al grueso del ejército de bandidos, ahora no las tenía todas consigo. Si sólo uno de ellos había sido capaz de tumbarle sin apenas un rasguño, ¿quién sabe qué esconderían en su guarida? Debían descansar, organizarse y pertrecharse. Había sido un día demasiado largo y duro.

Buscó un lugar apartado y se sentó con las piernas cruzadas y las manos sobre el regazo. Desde que era Égida, siempre había dormido así, y le resultaba cómodo para meditar y calmar sus pensamientos. Además, le permitía estar alerta frente a cualquier amenaza, aunque dudaba que tras lo sucedido, alguien volviera a atacar Nidoverde en mucho tiempo. Esa gente se merecía sanar sus heridas.

El propio gobernador se reunió con los aventureros. Era tarde, todo el mundo estaba cansado y desde luego necesitaban descansar ahora que el peligro había pasado. Quedaron en hablar por la mañana pues al parecer tenía algo que pedirles.

Para todos, tanto los soldados como los vecinos de Nidoverde, los aventureros habían rescatado al sacerdote y algunos vecinos, habían ahuyentado a un dragón y además se habían enfrentado en combate singular contra uno de sus líderes para salvar la vida a la familia del sargento y uno de los muchachos que ayudaban en el molino. Mucha gente había muerto y la mayoría de casas habían sido saqueadas pero para los habitantes de Nidoverde eran unos héroes. "Los defensores de Nidoverde". 

Les procuraron un rincón cálido y las mejores atenciones posibles. Les llevaron algo de cenar y se deshicieron en alagos y agradecimientos, sobretodo el sargento Markguth y su famila. Hasta que, finalmente, todos lograron conciliar el sueño.