Escena para ROLEO LIBRE

Ikoma Kazuo escudriñó camino abajo y después volvió la vista hacia atrás, a la comitiva de la magistrada Mirumoto. La noche caía, y se había adelantado empujado por la impaciencia y la sed. Por suerte, parecía que habían alcanzado su destino para esa noche. 

—¡Luces, magistrada! ¡Creo que atisbo a ver un ryokan! —gritó, mirando hacia delante una vez más, inclinado sobre el lomo de Daitan y jugueteando con sus orejas. 

Mirai apresuró el trote de su montura para alcanzar a Kazuo. Como todos, o eso se le antojaba, estaba cansada e impaciente por llegar a un lugar de descanso. Seguía con aquel gesto adusto e inamovible que se quebró en una leve sonrisa al ver los indicios de los que su compañero hablaba.

—Por fin —resopló, estirándose con las manos apoyadas en la parte baja de la espalda. —¿Acostumbráis a viajar mucho, Kazuo-sama? —inquirió reanudando la marcha a paso ligero.

Kazuo sonrió cuando la yojimbo de la magistrada se acercó para cabalgar junto a él, y volvió a hacerlo cuando preguntó acerca de si viajaba. 

—Conozco algún que otro rincón de Rokugan, si eso es lo que preguntáis, sí. En uno no muy distinto a este —y miró hacia atrás, hacia los demás— conocí a Isawa-sama. Recorrer el Imperio siempre me llenó de felicidad, pero entonces se me envió a la corte de Ryoko Owari. 

Kakita Mirai recordó que, en efecto, Ikoma Kazuo había estado afincado en la Ciudad de las Mentiras cuando se conocieron, antes de que partieran todos hacia las tierras en disputa. 

—Sea como sea, los caminos están llenos de leones como yo, de la familia Ikoma. Cuando dejéis de ver a mis hermanos y empecéis a encontraros con mis primos de las familias Akodo y Matsu... buscad refugio, hacedme caso. Nosotros, los Ikoma, como los emisarios del Clan, somos la... la calma que precede a la tempestad. 

En sus palabras, aunque se habían pronunciado medio en broma, también se podía leer un cierto orgullo. 

Mirai sonrió levemente, asintiendo ante sus palabras. Siempre era de agrado escuchar consejos que venían de buena fe.

—Lo tendré en cuenta. Creedme que viajando con la Magistrada toda advertencia es poca y nunca se aprende lo suficientemente rápido —comentó con un quedo suspiro. Ya había visto mucho al lado de Megumi, y empezaba a intuir que tan sólo era el principio. —Parece que nuestros caminos están más entrelazados de lo que pensábamos, Kazuo-sama. Yo también conozco a Isawa-sama. Nuestros hermanos están casados entre ambos clanes, además de no ser un desconocido en nuestras cortes. Siempre me causó buena impresión, aunque no hemos tenido la oportunidad de hablar mucho. —Volvió la mirada hacia atrás brevemente, cerciorándose de que el resto de la comitiva todavía estaba a cierta distancia. Entonces se volvió hacia el Ikoma con una sonrisa socarrona asomando en la comisura. —¿Hay algo en el joven shugenja que merezca mención?

La pregunta escapó de los labios de Kakita Mirai y tuvo un efecto extraño en el rostro del omoidasu. Pese a que ya oscurecía, ella pudo ver como los ojos y labios del León se entornaban, como si hubiera dejado de interesarle la izakaya y en su lugar hubiera atrapado su atención algo que había dejado atrás hacía mucho, mucho tiempo. No tardó en encontrar la anécdota que buscaba, y entonces su expresión floreció en la acostumbrada sonrisa burlona y ojos atrevidos que lucía tan a menudo y que eran para aquel peculiar cortesano lo que la katana y el wakizashi eran para cualquier bushi. Kazuo, sin embargo, no llegó a desenvainar ninguna de las dos, pues vio que el propio Satoru se les acercaba* y, por el motivo que fuera, prefirió callar. 

—¡Ah! ¡Isawa-sama! Hablábamos de vos. 

Satoru volvió grupas al escuchar su nombre, y espoleó a su montura hasta que el poni se acercó a la altura en la que hablaban los otros dos yorikis.

-Confío en que contando mis hazañas de juventud, al menos, Ikoma-sama, cuando aún no era un jinete tan hábil. -Respondió el joven shugenja al bardo con una sonrisa pícara, utilizando el mismo honorífico, y dedicó un saludo más formal a Mirai. -¿De qué serviría forjarse una reputación si nadie habla de ello después, al fin y al cabo?

Algo se revolvió entre la ropa del joven Isawa, y una cabecita cubierta de pelo color anaranjado surgió de entre sus pliegues, lo que hizo que la sonrisa de Satoru se ensanchara.

-Tameiki también siente curiosidad por de qué hablabais, parece. -Añadió acariciando a la pequeña gatita.

La sonrisa de Mirai se ensanchó al ver al animal asomar entre las ropas del joven. Parecía ciertamente más relajada de lo que había estado en todo el trayecto, o prácticamente desde que la comitiva se había juntado. E incluso en ese momento, no pudo evitar echar un vistazo atrás para asegurarse de que Megumi no se quedaba demasiado atrás.

—Que buena compañía guardáis —comentó hacia el shugenja, alegre, antes de responder a su comentario. —Kazuo-sama parecía haber recordado alguna anécdota interesante, pero sospecho que ha preferido que la contéis vos. He mencionado que somos conocidos, aunque no tengo el placer de decir que realmente os conozca. Hace muchos años que no coincidimos.

Satoru sonrió cuando Mirai habló de la buena compañía, dando por sentado que se refería a la pequeña.

-Los kami y las Fortunas nos observan. -Contestó con tranquilidad, mientras ayudaba a Tameiki a salir de entre sus ropas, y la colocaba en su regazo. La gatita se enroscó sobre sí misma, y luego se tumbó de espaldas para permitir que el shugenja rascara su tripa mientras ella cazaba sus finos dedos. -Así que es difícil no pensar que, cuando encuentras a una criatura como ella sin esperarlo, no se trate de algo predestinado.

La voz de Satoru era diferente cuando hablaba del animal. Tan pausada y amable como acostumbraba, pero también había algo en ella, una mezcla entre tristeza y melancolía, que no dejaba dudas de que el vínculo entre ellos era más fuerte del que podría esperarse entre un samurái y su mascota.

-¿Sólo alguna? -Preguntó, cuando mencionaron las anécdotas. -Conociendo a mi viejo amigo, habrá escogido con… -Se detuvo, con una duda que casi seguramente era fingida, y sonrió al completar su frase. -Tanta astucia como buen gusto. Al fin y al cabo, tiene donde escoger. Un año en los caminos es tan largo como cinco en las cortes, aunque más corto que un suspiro en un duelo. ¿En cuál pensabais, Ikoma-sama?

He mencionado que somos conocidos, aunque no tengo el placer de decir que realmente os conozca. Hace muchos años que no coincidimos.

-Lo que resulta una lástima, Mirai-san. Siempre es doloroso que el deber nos mantenga tan alejados de nuestra familia. -Las palabras de Satoru se detuvieron un momento, más breve que un latido, pero en ese instante una extraña turbación cruzó la mirada del Isawa, como una nube fugaz oscurecería el sol antes de desvanecerse.

-Especialmente cuando es una familia agradable como las nuestras. -Añadió, sonriente, mientras continuaba jugando con la pequeña felina. Parecía que el sol nunca hubiese dejado de brillar en su rostro.