No necesitas mirar directamente a tu marido para notar cómo se tensa con las palabras que le dedicas a la doctora. Puedes percibirlo por el rabillo del ojo, en el mismo aire, incluso recrear en tu mente con total claridad la misma expresión mezcla de asombro y horror de la primera vez que Vivian te acusó delante de él de no ser su madre, o de cuando Dorian anunció que no quería celebrar su Bar Mitzvah. Pocas veces esa expresión ha ido dedicada a Ariel, aunque existen, y muchas menos a ti.
No tarda en soltar el aire contenido por la nariz y llevar sus ojos hacia la intrusa y carcelera. Sabes lo que viene ahora. Sabes que en sus ojos ahora hay una disculpa y que sus manos se moverán en un gesto que tratará de excusarte por lo que has dicho, de buscar una justificación cualquiera menos que eso es exactamente lo que piensas.
—Disculpe a Milka, doctora —dice, con una precisión casi dolorosa—. No está siendo un momento fácil para ella.
Más difícil sería predecir la expresión de la mujer, pero si en ese momento buscases su reflejo en el cristal, la verías enarcando una ceja hacia tu espalda para después hacer un gesto con la mano hacia tu marido.
—Oh, no se preocupe, señor Bendij —dice con un tono que se te antoja un ápice más frío que antes, cargado de un espeso desdén—. Cosas peores me han dicho. Milka desvaría como le avisé que sucedería, su mente enferma inventa enemigos y tal vez las alucinaciones estén empeorando. Pero pronto le pondremos remedio.
Escuchas cómo se pone en movimiento y un instante después la puerta se abre, pero antes de que llegue a cerrarse, la doctora añade algo más.
—Les dejo ahora. Si necesitan cualquier cosa o Milka empeora, sólo tienen que pulsar el llamador. Nos veremos a las cinco en mi despacho.
No espera respuesta antes de que el sonido de la puerta cerrándose llegue a tus oídos.
De pronto una imagen acude a tu mente, como en un flash que dura apenas un instante.
Ves una calle de lo que parece una gran ciudad, con rascacielos y carteles luminosos. Allí está Rena, de pie sobre la acera, sola. De inmediato sientes que algo va mal con ella, una angustia intensa encoge su pecho y llega hasta el tuyo a través de ese hilo que une vuestras almas.
Se siente en peligro. Se siente atemorizada y hundida. Y sobre todo se siente sola en la gran ciudad.
Y tal como vino, la imagen se va.
La bondad de Aharon me desespera, dónde el entiende paz para mí es descrédito. Vuelve pequeñas mis necesidades para no tener que enfrentarse a la realidad de ellas. Reduce mi voluntad y palabra hasta que no es más que una pulga en sus manos a la que chafar con el pulgar, y aun así actúa y suda en la ejecución como si tuviera enfrente un león.
No ha dejado de ser el héroe que fue para mis hijos, que fue para mí, pero tampoco a dejado de ser el villano ebrio de poder; y en nombre de uno y otro se cree hasta con derecho a cambiar mis emociones. Hoy bien podría ser mi padre.
Me contengo mientras Geller me escupe y Aharon no solo lo tolera sino que encuentra sintonía con su disculpa ajena. No invento enemigos, y estoy completamente segura que ella lo sabe, tanto como identifico en ese "pondremos remedio" una provocación del diablo. Sé que se regodea al no hacer caso de su prisa y tomarse un segundo más para estar en la habitación y dar la última caricia verbal a Aharon como si fuera un cachorro. Pero me contengo. Aguanto el chaparrón. Y procuro no darle más armas contra mí.
En cuanto se cierra la puerta estoy apunto de liberar mi lengua para reafirmar esa negativa que me he hartado de repetir, incluso más que negarle un perro a Ariel pero entonces toda la rigidez de mi mis hombros, semblante y del puño que encarcela parte de mi pelo se pierde en la felicidad de ver a Rena.
Aunque esa felicidad, como toda la que ha existido en mi vida, con la salvedad de mis tres tesoros, es efímera y se entierra en angustia y dolor.
Parpadeo con el fin de la imagen aunque en mi cerebro sigue tan viva como el miedo de Rena, el de Aharon de hace unos minutos, el de Dallas a través del teléfono, mi propio miedo con Budi, mi propio miedo en esta jaula, el miedo de Dorian, y el miedo de Annabelle.
Y puede que sean demasiados miedos para que una simple sierva los arrope a todos, pero si por uno puedo hacer algo, por uno hay que empezar.
Doy la espalda a la ventana y miro a mi marido sin saber como ocultar en mi expresión mi enfado y daño por casi cada palabra que ha pronunciado en esta habitación desde que he escuchado la melodía de ocho almas; pero lo oculto en mi voz tan bien como sé.
— Tampoco está siendo un momento fácil para ti —le disculpo con sus propias palabras—. Voy a refrescarme las ideas, y a intentar portarme mejor.
Dicho lo cual me encamino hacia el baño, pero antes de entrar en él, imito a Geller y añado algo más — ¿Podrías ir a comprar una baraja de cartas? El rummy me relaja.
Dicho lo cual y tras su respuesta me acomodaría en el suelo, apoyada con la espalda en la puerta y volvería a esa calle de ciudad que late en mis recuerdos intentando entrar en ella.
¡A rena world! Con el culo frío.
—Claro. Y gracias. —Las palabras musitadas de Aharon se despiden de la puerta cerrada que sus ojos abandonan para buscar los tuyos al mismo tiempo que tú te giras hacia él, como si a pesar de estar condenados a no entenderos pudierais moveros en una coreografía instintiva.
Su gesto es contenido, pero sus ojos expresan más de lo que probablemente él querría mostrar. Te hablan de su tristeza, pero también de su frustración. Frustración con la situación que no se siente capaz de cambiar y también contigo, a quien culpa y no culpa al mismo tiempo de tus palabras hacia la doctora. Sin embargo, en cuanto hablas se ablanda y su mano se mueve un poco hacia ti con un abrazo colgado de sus dedos, apenas un par de centímetros, lo justo para que él se dé cuenta y la contenga. Frota su pantalón liberándolo de una mancha inexistente y toma aire despacio. Notas sus ojos buscando la bandeja sobre la mesita y detenerse sobre la baraja, pero también percibes con claridad que no desea abrir la puerta a más preguntas. Está cansado y asiente con la cabeza.
—Claro —repite, esta vez para ti—. Tendré que coger el coche, pero no tardaré mucho.
Coge su chaqueta y su teléfono móvil antes de marcharse, pero deja el portátil olvidado en la habitación, y no necesitas fijarte demasiado en la forma en que se hunden sus hombros para saber que son en este instante un reflejo claro de su ánimo.
Motivo: Fatiga
Dificultad: 8
Tirada (6 dados): 9, 10, 4, 6, 8, 7
Éxitos: 3
Sentada en el suelo y con la espalda apoyada en la puerta del baño, tu mente rememora sin dificultad esa imagen que se ha presentado en un flash. Sientes ese hilo que te une con Rena tensándose como respuesta. Sucede en apenas un instante. Un momento estás allí y cuando respiras el olor antiséptico del hospital desaparece y da paso al humo y el polvo propios de una gran ciudad.
Seguimos en Capítulo 2: Tarde o temprano, todos tenemos que pagar (Rena).