Escucho los tonos de llamada tan idénticos y equidistantes que todos ellos parecen fusionarse en uno, un primer y único tono que repetido hasta la saciedad en mi cabeza.
Mi pulso discrepa consigo mismo entre la tranquilidad del cosquilleo que empieza en las caricias de Aharon y escala mi brazo con calidez y la agitación del nerviosismo que inyecta en mi ese tono de llamada hecho eco. Y como resultado mi corazón bombea en arritmia, olvidadizo de las melodías aprendidas hasta que el recuerdo del presente se corta y sé que no hay vuelta atrás.
Mi espalda abandona la almohada en la que me habían enclavado para incorporarme por completo, como si mi espalda recta fuera capaz de prestar mayor atención y de comprender más allá de lo que la comodidad permite. Con esa primera palabra mis ojos se abren en pánico escénico y buscan a mi apuntador con la prisa del qué digo.
- Soy Milka Bendij -anuncio en inglés y sonrío a Aharon con más calma- ¿Hablo con Morgan Laurent? - pregunto abandonando la visión de mi marido para pasear los ojos por una cocina ajena hasta llegar a ella-. Hi -respiro-.
Muevo mi mano derecha para enlazarme a Aharon, no puedo irme ahora, no en consciencia, no puedo volver a dejar caer el teléfono. Siento el dolor en el brazo, o en el hombro, o en toda la zona, una punzada a la que me empeño a ganar y, en consecuencia, aprieto el aparato contra mi oído por más que estoy segura que no lo necesito, la tengo delante, y estoy a su lado, sentadas en cama y cocina, tan oportuno como irónico que con esa misma visión invertida empezara todo y que con esa misma visión quiera creer que va a sacarme de esta.
Es extraño como esa mujer me hace bailar de mi mundo al suyo, perder y recuperar la mano de Aharon a la vez que pierdo y recupero el frío y la rigidez de su encimera bajo mi palma. Esa misma encimera que no es suya y ni siquiera sé porqué lo sé pero que siento tan cómoda como si fuera la de mi propia casa.
Veo la confusión en sus ojos, la entiendo y la comparto, sonrío desde su lado en la calidez de su cocina y busco sus ojos a los pies de mi cama con complicidad. Algo la inquieta e inquieta mi pecho, y ese dolor punzante cerca del hombro se vuelve mi inquietud.
- Chocolate y malvaviscos -pienso alargando mis ojos a los armarios de esa cocina - y un toque de canela- aprieto la mano de Aharon pero siento la de Adam y solo ese gesto me vale para archivar mi asombro y volver a hablar - Dios bendito...Gracias por existir -desplazo mis ojos a su vendaje a un lado y al frente de mi- ¿Estás bien? -pregunto por toda su historia.
Las emociones de la mujer te embargan en esa extraña comunión entre ambas, acariciando con suavidad algún lugar en tu pecho. Puedes sentirla, del mismo modo que intuyes que ella te siente a ti.
Y cuando habla, su voz te llega por duplicado. En primer lugar, directamente de sus labios, delante de ti, en la cocina de Matt y en esa cama de hospital. La voz de aquella mujer suena de alguna forma dentro de tu cabeza, reverberando por dentro y llenándote de una manera que no habías conocido antes. Su pronunciación es más clara que la de la mayoría de la gente que conoces, y a pesar de que sabes que está haciendo un esfuerzo para hablarte en inglés lo hace como si fuera una nativa de toda la vida. Como si sus palabras se tradujeran para tus oídos directamente desde su mente.
Sin embargo, al mismo tiempo y con unas milésimas de segundo de retraso, su voz te llega a través del teléfono, directa a tu oído, creando una extraña y molesta sensación de eco, como un sonido a punto de acoplarse por repetición.
Sentada en la encimera, balanceo las piernas que no tocan el suelo, quizás por nerviosismo, quizás por inercia. No sé qué o quién me voy a encontrar tras esa línea, solo espero que sea esa persona. Necesito saber qué está pasando y qué cojones tengo que ver con una mujer que está en el culo del mundo, en un hospital y que, teóricamente, tengo que salvar.
Una voz de mujer me responde al otro lado de la línea, ¿será ella? Algo me dice que sí, que tiene que serlo. Y así es. Cierro los ojos un momento y agacho la cabeza mientras la escucho hablar al otro lado de la línea.
- Sí, soy yo. Verás...-voy a comenzar mi explicación, pero me detengo.
Cuando vuelvo a levantar mi vista al frente, aquí está. Literalmente. Está aquí. En la cocina de Matt... que ahora es media habitación de hospital. Me quedo mirándola durante unos momentos, siento como me embarga la misma sensación que con Wes. Siento que confío en ella, que es cercana, que podría contarle cualquier cosa. Contengo el aliento. ¿Qué cojones? No me gusta esto, no me gusta sentir esto hacia alguien, no me gustaba con Wes, no me gusta ahora con Milka. Pero por otro lado... una parte de mí quiere esto, quiere que esté bien, quiere contarle todo sobre mí, quiere depositar toda mi confianza. Esto es una puta locura.
Tengo el acto reflejo de llevar la mano a mi cajetilla de cigarros para sacar uno y fumar... pero recuerdo que probablemente Matt me matase si llenase la cocina de humo de tabaco. Y tampoco quiero fumar en un hospital. Porque estoy en un puto hospital y a la vez no.
Te estás volviendo tarumba, Morg...
Miro el teléfono y la miro a ella, tan confundida que yo. Quiero colgar, veo que está luchando por mantener el aparato cerca de su oreja, pero tengo miedo de que, si cuelgo, se marche.
Veo que me sonríe y hago lo mismo, casi de forma involuntaria. Es una media sonrisa, algo confundida, incómoda pero a la vez... joder, a la vez me alegro de verla, aunque no quiero admitirlo o más bien no me dejo admitirlo. Está bien que con Wes pude tener química, pero... ¿una química así? ¿con dos personas? ¿el mismo día? ¿yo? Me satura.
Me da las gracias por existir. Aunque no sé si me lo dice a mí u a otra persona. Prefiero pensar que es a otra persona a decir verdad.
Cuando me pregunta por mi brazo, miro el vendaje. Casi se me había olvidado que me habían disparado ese mismo día. Me humedezco los labios antes de hablar.
- No te preocupes... es solo un rasguño-le digo. Para ser una herida de bala, he tenido mucha potra-, ¿y tú... cómo estás? ¿Qué te ha pasado?-le pregunto mirando la cama en la que está.
Es curioso oírla a la vez por teléfono y en directo, curioso y molesto, y aun así sigo con el teléfono al oído; aunque esa incomodidad por el acoplamiento de realidad y eco no me resulta desconocida, salvando las distancias, no deja de ser una dificultad añadida para entenderla y, en ello, mi mano encuentra una excusa para aflojar la presión del móvil contra mi oreja y sujetarlo a dos centímetros de mi perfil.
Habla de ese dolor con ligereza y despierta en mí admiración por ello. Es fuerte.
Muevo mi mano en su cocina, estirándola en el aire con los dedos separados y compruebo la ausencia de notables marcas de mi aprendizaje de las que siento el escozor y comparo con el del brazo, por defecto. En el hospital, no obstante, mis ojos se ponen en Aharon sin que mi mano, atrapada en las suyas, se mueva del sitio.
Me extraña su cambio de idioma pero es una lección que ya aprendí con Dallas, el alemán está ganando fuerza últimamente, aunque ella no parece necesitar practicarlo realmente. Acepto su cortesía y digo en mi idioma nativo -Dicen que perdí la conciencia. Dicen que el problema es mi cerebro -le explico por encima y mientras mis ojos la buscan a los pies de mi cama, en su cocina me atrevo a negar con la cabeza-. Van a operarme -separo el teléfono de mi oído lo justo para ver la pantalla sin mostrarla al mundo y busco la tecla para silenciar el micrófono antes de llevarlo de nuevo al oído-. Te he interrumpido -vuelvo al momento en que me aceptó la llamada-.
En su cocina me atrevo a ponerme en pie, presiono con las manos en el margen de la encimera y salto en busca del suelo. Contemplo los muebles, los fogones, a Morgan y un fuerte deseo de hacer pretzels se despierta en mi, es una ansiedad conocida y, a la vez, ajena.
Sabes de alguna manera que Milka ha pasado a hablar en un idioma más natural para ella, pero tú la sigues oyendo en un perfecto inglés.
Primero observo como se mueve por la cocina, como si también tuviese la confianza necesaria como para hacerlo. Se me hace extraño sentirla tan cercana y a la vez... lo veo como algo natural, que tiene que ser así, que debía pasar así. La escucho hablar en alemán, mucho más fluido pero a la vez, mi cabeza traduce todo lo que ella va diciendo, estoy unos segundos callada, concentrándome en su voz, en su idioma, en el modo en el que resuena en mi cabeza y consigo entenderla a la perfección. No consigo entenderlo, no me gusta entender este tipo de cosas pero... ¿qué más da? Mi ser me dice que está bien como está, una vez más el sentimiento de naturalidad me embarga.
No puedo evitar fruncir el ceño al escuchar lo que le ha sucedido, al igual que no puedo evitar preocuparme y sentir una pequeña ansiedad y miedo cuando me dice que la van a operar. Nunca me han gustado los hospitales, menos aún el quirófano... el miedo ante la posibilidad de perderla me oprime el pecho. Agacho la cabeza, no soy alguien que encaje bien este tipo de cosas. No me gusta perder gente. Por eso no quiero encariñarme del todo con nadie, porque todos se van, de una forma u otra.
- ¿Es... es muy grave?-pregunto con miedo a la respuesta.
Veo que ella silencia el teléfono. Chica lista. Y yo hago lo mismo, silencio el micrófono. Suficiente le tiene que estar doliendo la cabeza como para que mi voz duplicada le taladre el cerebro... Joder, Morgan, intenta pensar en otra cosa.
- ¿Eh?-por un momento olvido de qué tenía que hablar con ella-, ¡ah, sí! joder...-caigo en la cuenta-. Verás... desde anoche están sucediendo mierdas muy raras a mi alrededor. Primero veo como una tía se vuela la tapa de los sesos en un callejón, pero ella estaba como en una cama de hotel, ¿sabes? Al día siguiente me encontré con Budi Hort, que está acusado de ser un terrorista aquí en EEUU y estaba en busca y captura hasta que...-hasta que lo delataste sin saber una puta mierda. Aprieto los puños- hasta que lo pillaron. Él me dijo que Annabelle le había hablado de mí... Ah, Annabelle es la tía del callejón-aclaro-. Y me dijo que estabas en peligro y que tenía que salvarte, que eras importante, que todos lo éramos... Y que teníamos que tener cuidado, que nos estaban buscando. No le dio tiempo a decirme quién ni por qué... apareció la pasma y... bueno, el resto te lo puedes imaginar-le dedico una mirada a mi brazo-. Vine aquí para buscar por internet algo sobre ti, aunque fuese una mísera cuenta de Facebook... Y entonces apareció un tipo a mi lado. De la puta nada. Me dijo que se llamaba Wes y que estaban sucediendo cosas muy raras a su alrededor también, que él venía de California y que había aparecido sin más aquí. Estuvimos intentando contactar contigo y cuando por fin lo conseguimos, desapareció tal y como se fue. Entonces has llamado tú y...-me encojo de hombros-. Y aquí estamos.
No tengo por costumbre hablar tanto, ni tan de seguido. Pero siento que me estoy volviendo loca, estoy nerviosa, no soporto no saber qué ocurre a mi alrededor. Esto es demasiado para mí, me supera en cierto modo. Ahora quiero saber si a ella también le ha pasado algo parecido y cómo podemos solucionarlo.
Perdón por el retraso, llevo unos días pachuchilla, creo que estoy incubando algo (gripe, virus random, un alien...) y no me encuentro bien estos dias :(
Parpadeo a su primera pregunta, y tanto sentada como de pie, siento la ansiedad en mis piernas, un peso terrible que me mantiene en el sitio y, a la vez, empuja cada una de mis células a querer correr.
Miro a Aharon y me pregunto si ella le verá o se ignoran mutuamente- No es grave -aseguro y con todavía esa última silaba suspendida en el aire, giro mi cabeza para mirarla a ella, y subo a sus ojos en su cocina-. Entonces le hago una señal con las manos, para pedirle papel y lápiz.
Espero, y no insisto si no me entiende. Mientras en el hospital empiezo a sentir el cansancio de mantener el brazo en alto con la tirantez y escozor del corte en el brazo.
Cuando ella empieza a hablar, mis pupilas reaccionan a esa palabra malsonante que lanza con naturalidad, o más que a la palabra en sí, a la comodidad con que la pronuncia. ¡La de horas que debe pasar en capilla!
Tomo mis cabellos entre mis dedos y juego a enredarlos y peinarlos mientras la escucho, visualizo perfectamente esa flor de sangre en la pared empapelada y mis ojos se pierden en los de esa mujer rubia. Temo, siento el pulso acelerarse y un grito atragantarse en mi garganta. El aire de mis pulmones olvida el camino fuera de mi pero la voz de Morgan Laurent me envuelve como lo haría la de mi madre, y esa extraña amplia confianza que ha nacido de una sola mirada me ayuda a soltar ese aire que, irónicamente, me asfixiaba.
Mis manos se enfrían al hablar de Budi, y tiro un poco de aquella que sujeta Aharon, temiendo que llame a la doctora Geller por otra chorrada - Le vi -busco la ventana con los ojos en el hospital, y avanzo un paso hacia mi supuesta rescatadora en su cocina-.
Sigo escuchando con el corazón en la garganta, y al conocer el nombre de esa mujer y recordarlo en los labios y ojos de Budi una lágrima se escapa de mi y se desliza por mi mejilla. Y en ambos lugares me esfuerzo a tener una mano libre para recogerla y difuminarla en mi piel con un gesto rápido.
El resto de sus palabras son tan ágiles que me fascinan. Es increíble como su cerebro puede recordar y descartar cada sinónimo de un concepto hasta elegir aquel que se ajusta a lo que quiere.
- ¿Los dos me buscabais? -pregunto sorprendida e inconscientemente tomo un poco de aire que sabe a esperanza con un regusto amargo- ¿Estás en Hamburg? -pregunto oliéndose un "Nueva York" como respuesta pero sin dejarle tiempo busco a mi marido - Aharon, ¿cómo se llama este matadero?
De obtener el nombre miraría a Morgan para entregárselo en silencio, alzando las cejas en un "aquí estoy" hastiado y angustioso.
- Wamai -le cuento sin contexto-. Kenya -le sonrío en ambos lugares a la vez y en mi cabeza una tercera sonrisa vuela a él-. -Budi también vino, me dijo que pueden llegar a vosotros a través de mí. Que no puedo dejar que lo hagan pero que él no podía ayudarme porqué le habían capturado -mis ojos se escapan a Aharon de soslayo, estudiando su reacción o la falta de ella- Morgan, voy a ponerte en manos libres -le anuncio pero quiero saber si le parece bien-.
En ese momento notas cómo el teléfono emite una vibración corta en tu mano con lo que parece ser un mensaje de texto.
No puedo evitar sentirme bastante más aliviada al saber que lo que tiene no es grave, por lo que supongo que la operación será bastante sencilla... ¿no? Debería ser así. Espero que sea así. Se me hace tan raro desearlo con tanta fuerza tratándose de alguien a quien acabo de conocer... quiero que esté bien. Me incomoda y a la vez siento que tiene que ser así. Joder, si tan solo supiera qué está pasando para poder explicar qué es todo esto... No soporto esta extraña sensación.
Me mantengo en la cocina. Aunque también estoy allí pero... intento mantenerme todo lo alejada posible. No me gustan los hospitales, ese olor antiséptico artificial, ese ambiente forzosamente tranquilo, esa sensación de nada... Me ponía los pelos de punta. Nunca me habían gustado. Me siento incómoda.
Milka me pide papel y boli, por lo que le tiendo el Bic azul que tengo en el bolsillo y cojo el rollo de servilletas para cederle una y que escriba lo que desee.
Mientras hablo veo que una lágrima se escapa y rueda por la mejilla de Milka. Oh, joder, no. No te me eches a llorar, joder... Pienso mientras siento que todos mis músculos se tensan. Tampoco soporto que la gente llore delante de mí, me siento como si fuese un puto robot, no entiendo por qué lloran exactamente, pero no me gusta que lo hagan y no sé cómo reaccionar ni qué cojones hacer. Mi instinto me lleva a alargar el brazo a coger el rollo de servilletas de la cocina y tenderle una a Milka, esta vez para que se secase las lágrimas o se sonase los mocos o lo que quisiera...
Ante sus preguntas asiento.
- Sí, bueno, al principio solo te buscaba yo, pero apareció Wes y me ayudó. Supongo que él ahora también estará haciendo por encontrarte o encontrarme o encontrarnos o como se diga...-le digo encogiéndome de hombros ligeramente-. Estoy en Manhattan-respondo. Me quedo un momento mirando al vacío. Estoy en Manhattan y ella en Hamburg. Joder. Mi cerebro sabía que era así, pero escucharme decirlo en voz alta era mucho más raro, era imposible de creer, pero así era-. Asklepios Klinik Barmbek-respondo a la pregunta que hace. Lo digo lento, procurando pronunciarlo medianamente bien-. Eso me dijo tu amiga Dallas. Me puse en contacto con ella a través de Facebook. Si pregunta, nos conocemos de un viaje que hice a Alemania-le digo.
¿Wamai? ¿Kenya?
- ¿Estuviste allí o has visto a alguien de ahí?-pregunto ante las localizaciones que me da, que no termino de entender ni relacionar-. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Quiénes nos buscan? ¿Por qué?-pregunto con el ceño fruncido.
Me comunica que va a poner el manos libres y en ese momento siento que el móvil vibra, tengo un mensaje. Respondo asintiendo con la cabeza mientras miro el móvil para leer ese mensaje.
Cuando compruebas tu teléfono puedes leer en la pantalla el siguiente mensaje, recibido desde el mismo número con el que has estado comunicándote antes:
La historia se repite. Estoy con un keniata, Wamai Saád ú. Conoce a Milka. Dice que está en peligro. Si encontramos a una tal doctora Geller daremos con ella.
PD: Estás muy loca tú.
Al obtener servilleta y boli vocalizo un gracias mudo en su cocina y me acerco al mármol para escribirle con toda la buena letra de que sea capaz a pesar de los poros de ese papel.
El viernes toman mi alma
Sin embargo, algo en mi pecho se encoge al ver ese mensaje, no es el temor a una realidad puesta en palabras, pues jamás me he planteado otra, hay demasiado en juego para ser inconsciente. No, es más bien una angustia alimentada por el terror a los hospitales y ese alivio que siento en ella al entregarle una media verdad, así que doblo la servilleta y la guardo en mi puño.
Luego, a esa otra servilleta que me ofrece niego con una sonrisa indicando que ya he acabado. Me da vergüenza, pero mis emociones pueden más que mi piel.
Escucho sus siguientes palabras con asombro y halago. Y con ellas un pequeño cosquilleo acaricia mi alma con calidez y aun desde Manhattan me siento protegida. Manhattan, California y Magadi parecen infinitamente más próximos.
Asiento al nombre del hospital como si no fuera extraño que ella ya lo conozca, y cuando me da esa explicación que la logia debería haber pedido, asiento de nuevo.
- Estuve - respondo pegada a su pregunta y desarrugo la servilleta para escribir la dirección de Wamai por el otro lado y dejarla sobre su mármol.
Avenue Mbagazi, El cafetal; a poco mas de un día y una noche del charco envenenado, Magadi, Kenya
- Solo sé que no hay que mirar a nadie a los ojos -respondo antes de poner el manos libres y dejar el teléfono sobre la cama-.
- Ella es Morgan Laurent -me dirijo a Aharon- Estoy con ella en Manhattan y ella aquí con nosotros.
Me enredo el boli bic en pelo y quito el mute.
En esa habitación de hospital el hombre que acompaña a Milka permanece esperando, mitad con ella y mitad ausente. No parece verte, y con sólo un vistazo se te hace evidente que está escuchando la conversación. Además, sería imposible que no lo hiciera. Pero aún así sus ojos están en algún punto indefinido, como si fuera capaz de recluirse en su propia cabeza para daros intimidad. En su rostro está presente una sombra que no identificas del todo, pero que a Milka parece resultarle familiar.
Aún así está pendiente de ella. De vez en cuando la mira, y aún cuando ella tira de su mano hasta parece tardar un par de segundos en decidir que puede soltarla sin que se desmaye, se quede catatónica o cualquier otra cosa por el estilo. No se te escapa cómo su ceño se frunce un poco cuando ella habla de que Budi ha sido capturado, o de lo que él le dijo, pero ni siquiera entonces interviene.
Sí habla, sin embargo, cuando ella deja el teléfono sobre la cama y te presenta, a pesar de que de él no diga nada.
—Encantado, Morgan, soy Aharon —te dice, y las siguientes palabras parece añadirlas sólo por si acaso, aún en esa situación, las condiciones merecen ser aclaradas—. El marido de Milka.
Pero no llega a decir nada más. Antes de eso escuchas la puerta: alguien llama, y parece a punto de entrar. Es en ese momento cuando se corta la comunicación.
No ves a Milka desaparecer de la cocina. En un instante está y al siguiente no, yéndose a la vez que lo hace esa habitación de hospital. Y al igual que ya te había pasado su ausencia deja en ti un poso de tristeza, de soledad, como si ese hilo que os unía acabase de romperse por la tensión y fuera demasiado maravilloso para ser remendado fácilmente.