Es cierto que crecimos en mundos separados, pero en el único donde quiero vivir... es en donde podamos estar juntos.
Hobbe, Mumbai, 1 de Julio de 2015.
Tu respiración aún está alterada. En tu mente continúan los últimos espasmos de ese orgasmo compartido y sientes tu sangre cálida corriendo por tus venas y la humedad en tu ropa interior. El olor de tus compañeros aún está en tus fosas nasales... Pero no es el único. Hay otro que se cuela con fuerza hasta tu cerebro, uno tan familiar como ese pero más frecuente en tus recuerdos: estás de vuelta en casa.
Te encuentras en la cocina de la casa de tus padres. Delante de ti, en la mesa, está el desayuno que tu madre había anunciado un rato antes. A pocos pasos de tu posición, cerca de los fogones, está tu madre, y cerca de ella tu padre. Ambos te miran con los ojos bien abiertos y una expresión que mezcla confusión y horror en el rostro. No es sólo que parezcan no saber qué decir, sino que parece que hayan olvidado siquiera que pueden hablar. Como si lo que han visto, fuera lo que fuera, hubiera sido capaz de enmudecer incluso a tu madre.
Aún así es imposible pensar que algo de lo que ha pasado esté mal. Con esos siete desconocidos es todo tan natural que nada parece malo, sólo hermoso y perfecto.
Venimos de Capítulo 1: Tú ya no eres sólo tú (Ruth).
Sabía que algo así podía pasar, de hecho me lo esperaba y por eso alertaba a Morgan y a mis padres mientras estaba en aquel bar tan chulo. Seguro que va a ser complicado explicarles esto, pero bueno, puede que no me crean y sería lo más lógico. Puede que mi abuelo si lo hiciera, él sabía ver la verdad muy fácilmente.
Es imposible que no esboce una sonrisa y afronte el día de otra forma después de lo ocurrido.
- Vais a tener que hablar en algún momento - comento encogiéndome de hombros y sintiendo en mi corazón un pequeño miedo que va en aumento cada segundo que se quedan callados.
- Esto es de lo que quería hablaros, tendréis que abrir la mente y estar preparados...
Los ojos de tus padres están fijos en ti. Ellos parecen estupefactos, atónitos y quizá un poco asustados. Sin embargo cuando hablas con normalidad, bromeando, esos sentimientos parecen dejar lugar a la confusión. Ambos parecen igual de conmocionados, pero es tu madre la primera en reaccionar. Se acerca a la mesa con su paso lento y comedido, y de repente parece como si para ella ya no pasase nada extraño.
—Voy a calentar esto, hijo —te dice acercándose a recoger tu desayuno—. Se te habrá quedado frío mientras estabas con la cabeza en quién sabe dónde. Siempre has tenido pájaros ahí dentro —asegura, hablando como si lo que acababa de pasar no hubiera estado fuera de lo normal.
Tu padre, por su parte, comienza a pestañear en el mismo momento en que empiezas a mostrar signos de estar bien. Lo hace rápidamente, como si con cada pasada sus ojos pudieran librarse un poco de algún tipo de ilusión o imagen borrosa que tuvieran delante.
El hombre va vestido con ropa de trabajo y aún tiene las manos sucias. Parece evidente que ha dejado a medias lo que tenía para entrar en casa, probablemente en cuanto tu madre le avisó.
—¿Qué ocurre, hijo? —pregunta con un deje de preocupación. Se apresura entonces a sentarse mientras tu madre se encarga de lo del desayuno. Entonces se acerca un poco a ti sobre la mesa, como para decir algo que quede lejos de los oídos de tu madre—. Ayer creí que Alisha estaría... Ya sabes —dice con seriedad, haciendo un gesto por encima de su vientre. Una vez más puedes ver en sus ojos un brillo de ilusión—. Pero ahora me estás preocupando. —Dirige sus ojos hacia la cocina—. Nos estás preocupando.
Un instante más tarde tu madre vuelve a entrar en el salón. Se acerca hacia la silla de tu padre y permanece en pie, alargando una mano para ponerla encima de su hombre. Él la busca con los dedos, y juntos esperan tu respuesta. Él parece tener el corazón en el puño y ella debe estar más convencida de que aquello no será nada. Cosas de una cabeza alocada como la tuya.
La reacción de mi madre es la que esperaba, como siempre termina quitándole importancia a todo lo que digo. Pudiera ser una mentalidad un tanto infantil pero estaba seguro de que ella no llegaba a entender nunca cómo me sentía, algo que es normal si me sigue viendo como a un crío. Por otro lado mi padre es quien se dirige a mi con aspecto más preocupado, pero no pasa nada, sé cómo es él. Es alguien práctico, simple y con los pies en la tierra, si le asusto con temas de este tipo creerá que estoy majara.
¿No lo estoy?, lo he pensado mucho últimamente.
Me doy cuenta de que quizá ellos no están preparados para comprender como yo lo hago. Pero no quiero mentirles, no puedo. Tomo unos segundos para reflexionar antes qué decir, respiro profundamente e intente rebajar el latido de mi corazón.
- No Papá, no se trata de nada de eso - comento con una sonrisa apagada y un tono qué podría pasar por tierno. Debería ser al revés, yo debería estar asustado. Verás...
Se nos une de nuevo mamá y también intercambio la mirada con ella. - Lo mejor será que os lo explique cuando pase todo lo que tenga que pasar hoy, ¿podréis esperar? Por favor. Suspiro y paso la mano por mi cara volviendo a sentir la presión de todo el día que viene.
- Mamá ayer me explicó que quizá no deba entregarme, que no resolvería nada - asiento lentamente - Quizá no deba hacerlo, no cambiaría nada, por otro lado es posible que no me quede más remedio que hacerlo. Sea como sea, me enfrentaré y ya veremos, ¿si? - pregunto con una suave sonrisa que crece hasta ser una más feliz.
He cambiado de tema, no quiero molestarles con varias cosas al mismo tiempo.
Tu padre aguarda con los ojos puestos en ti. Puedes notar su tensión y su nerviosismo, y cuando pronuncias aquel «Verás» que anticipa una explicación se echa un poco hacia adelante, expectante. Sin embargo cuando das marcha atrás, aplazando de nuevo aquello, él parece confuso. Escucha tus palabras, pero parece buscar más allá, intentando entender tus motivos. Sus ojos se desvían hacia su mujer en el momento en que hablas de ella y en ese instante parece entender. O, más bien, creer que comprende. Probablemente que hayas cortado tu exposición justo en el momento en que ha entrado tu madre para él tenga un significado.
Pendiente de ti, tu padre escucha tus palabras. Puedes ver cómo su ceño se frunce cuando acabas hablando con normalidad, como si no pasase nada.
—Devendra, ¿estás seguro de que vas a resolverlo hoy? —pregunta—. La verdad, no creo que estés como para conducir.
Guarda entonces un par de segundos de silencio y entonces extiende la mano por encima de la mesa, buscando la tuya para cogerla con fuerza. Con su tacto áspero parece intentar mostrarte su apoyo.
—Si quieres puedo llevarte yo a la ciudad —se ofrece—. Puedo estar contigo cuando hagas... Lo que sea.
Tu madre te observa mientras hablas, mucho menos alterada que su marido. Con la mano aún en el hombro de este te escucha y asiente, y parece a punto de hablar cuando tu padre interviene. Entonces ella guarda silencio, aunque un gesto de leve desaprobación aparece con suavidad en su rostro al escucharle.
—Déjale, él sabe qué debe hacer —asegura, levantando un instante la mano para poner las dos sobre tu padre, una en cada hombro—. Si quieres que le lleves, lo pedirá.
La mente de tu madre parece haberse quedado unos segundos atrás, en el momento en que hablaste de vuestra conversación sobre tu futuro.
—Lo que debes decidir, Devendra, es qué vida quieres tener —enuncia con solemnidad—. Aún la tienes toda por delante y es entera para ti. Puedes formar una familia o puedes perder tus mejores años. Nada cambiará para nadie, salvo para los que te queremos. —Aprieta con suavidad y cariño los hombros de tu padre—. Pero es tu decisión.
Con esas palabras y sin esperar respuesta, como si al decir eso hubiera hecho suficiente, tu madre se dirige de nuevo a la cocina.
Una vez os quedáis a solas tu padre vuelve a hablar. Lo hace tras esperar un poco y bajando un poco la voz, como si no quisiera ser escuchado.
—Oye, hijo... —te llama entonces—. Si lo que sea quieres que lo hablemos de hombre a hombre podemos hacerlo. Podemos dar un paseo, o puedo enseñarte cómo está el huerto —se ofrece. No es común que tu padre actúe dejando a tu madre al margen, lo que es síntoma de que está realmente preocupado por ti.
Escucho pacientemente a ambos mostrando su punto de vista acerca de cómo debería plantearme los hechos. De nuevo parece que los dos tienen puntos de vista muy diferentes, y me hace pensar que quizá mi madre no acaba de entender la gravedad de los hechos. Todo y eso, puede que esta mañana sea la última así que prefiero poner buena cara y no discutir.
Me gustaria quedarme aquí y pensar que ese hombre no me iba a perseguir pero doy por hecho que no será así.
En la ciudad tengo todo, mi trabajo, mi vida. No puedo renunciar a ella.
- No, papa, no estoy seguro de nada ahora mismo - explico con calma e intentando mantener el mínimo de compostura, no me perdonaría perder las formas con él. - Sé que todo puede salir mal, y, a decir verdad creo que es lo que va a suceder - continúo haciendo una pequeña pausa. Pero no puedo escapar de él, sabe quien soy y daría conmigo aquí.
- Si vienes conmigo creo que te pondrías en peligro, no quiero eso... Si se pone agresivo quiero ser el único a quien haga daño - explico. Y... sobre lo otro - niego lentamente. - No te preocupes, de verdad, es algo bueno aunque pueda parecer una locura. Te lo explicaré si todo va bien, pero creo tengo una especie de don papá.
Tu padre parece ligeramente fastidiado cuando dices no estar seguro de nada. Su mano oscila en la mesa, como si por un lado quisiera reafirmarse en su postura y por otra animarte. Sin embargo ese gesto se detiene cuando dices que crees que todo saldrá mal. Te mira, rebosante de confianza, y parece a punto de intervenir cuando sigues hablando. Por su expresión parece que guarde sus palabras únicamente por no interrumpirte, pero nada de lo que dices después parece hacerle cambiar de opinión.
—¿Un don? —pregunta extrañado, aunque puedes ver que antes de ir a ese tema no es capaz de dejar el anterior—. Devendra, hijo... —enuncia con un tono más cercano. Cuando vuelve a hablar su voz suena desafiante, pero no hacia ti, sino hacia ese otro hombre del que le has hablado—. Que venga —reta—. Que venga si se atreve. Tú tienes una familia que va a cuidar de ti, y si hace falta se lo demostraremos.
Guarda un instante de silencio antes de proseguir, y lo aprovecha para echarse hacia ti, incluso apoyándose en la mesa para llegar mejor, y palmear tu hombro con fuerza desde el frente, como si así te demostrase más apoyo o que está más dispuesto a enfrentarse a ese enemigo tuyo.
—Tú dices eso, pero ponte en mi lugar: si él se pone agresivo yo quiero que seas el único que no sufra daño. Puede que ya no seas un chaval, Devendra, pero sigues siendo mi hijo. Pero no voy a insistirte —acepta al final, alzando las manos—. Sólo que sepas que si quieres que vaya, yo estoy dispuesto. Y seguro que Varian también.
—Y ahora explícame lo de ese don —pide al fin—. Verte siempre es una alegría, pero con las noticias que has traído no nos vendría mal otra más.
La preocupación de un padre no termina de calar tan hondo en mi como supongo que es su intención, al final soy yo quien creo que está protegiéndole a él de la verdad. ¿Cómo voy a dejar que se enfrente él por mi? Aunque su idea de preguntar a Varian no es del todo loca, supongo que podría pedirle ayuda. - Papa, no, de verdad, cuando esto acabe mejor - explico asintiendo otra vez esta vez con una actitud más firme. Es importante, pero no tanto como la sombra que se cierne sobre mi hoy - comento dándole una pequeña palmada en el brazo a modo de consuelo.
Todo cuanto expreso frente a mi padre lo acompaño con una sonrisa, con un fuerte tono jovial y en ningún caso doy espacio a que pueda parecer triste.
No quiero eso para él. - No tiene por qué salir mal, tan solo... tan solo... ¿hagamos un punto de encuentro estos días vale? Hablemos más y más a menudo. Si sale mal te llamaré en cualquier caso... Creo que los presos tienen derecho a una llamada.
- Mira, vamos a llamar a Varian, a lo mejor puede acompañarme hoy al rodaje, ¿tienes su teléfono por aquí? Me robó el móvil la persona de la que te hablo, así que también tendré que apuntar el teléfono de todos otra vez en este que tengo aquí... - explico sacándolo del bolsillo. - Es nuevo. Ten, pon el vuestro por favor. Digo mientras le tiendo el teléfono.
El rostro del hombre es elocuente, pero no vuelve a oponerse a tu decisión. Tan sólo asiente con resignación aceptando tus palabras y cuando mencionas ese punto de encuentro, vuelve a asentir de nuevo.
—Cuenta con eso, hijo. Siempre he pensado que no hablábamos lo suficiente desde que te marchaste a esa ciudad terrible y ruidosa.
Sin embargo, cuando extiendes el brazo tu padre alza las dos manos evitando coger el teléfono que le ofreces y su cabeza se mueve en horizontal un par de veces.
—Ah, no. Esos teléfonos modernos son demasiado complicados para mí. Yo te digo el número si quieres, pero lo apuntas tú.
Antes de que esas palabras se hayan evaporado del todo, se levanta y comienza a caminar hacia la mesita donde se encuentra el teléfono. Del cajón saca una agenda y pasa cuidadosamente sus páginas hasta llegar a la letra «V». Entonces te la ofrece, señalando con el dedo el teléfono de tu amigo: «Varian Jaladhija: 6740 6800».
Cuando marcas el número de tu amigo en tu móvil los tonos empiezan a sucederse uno tras otro, hasta que en el tercero escuchas cómo descuelgan al otro lado de la línea.
—¿Diga? —No te cuesta ni un segundo reconocer la voz de Varian. Suena agitado, como si hubiera tenido que apresurarse para descolgar el teléfono antes de que la llamada se cortase.
¡Pufff! Si yo estoy verde en cosas modernas, entonces mi padre ya era el cromañón tecnológico por antonomasia. Ni siquiera se maneja con teléfonos móviles, a veces me pregunto si me viene esa tara debido a él. Del tal palo tal astilla suelen decir, y además también me siento más identificado en otras cosas con mi padre antes que con mi madre.
- Vale, bueno pues ahora me lo dictas - explico alzando un poco las cejas con falsa sorpresa.
Cuando me dio la agenda aproveché para acercarla a mi y tras marcar el teléfono de Varian fui a mirar también los teléfonos que me faltaban, de la familia más cercana y de la de Alisha. Los que hubiera.
- Varian,hola, soy yo, Devendra - saludo sintiendo que quizá le estaba llamando en muy mal momento. - Ha pasado algo, me gustaría hablar contigo un rato ¿Te pillo en mal momento? - pregunto solo por si acaso aunque estoy convencido de que habiendo dicho que sucede algo, dejará lo que tenga para hablar.
No me preocupa que mi padre escuche, de hecho voy a poner el manos libres en cuanto Varian pueda hablar libremente.
En la agenda de tus padres encuentras los números de cualquier miembro de tu familia que desees, cercano o lejano, y también el de la casa de Alisha y el de su móvil. Por ahí ves también los teléfonos de algunos otros conocidos del pueblo.
—¡Ey, Dev! —saluda tu amigo con alegría al escuchar tu nombre, aunque también con cierta extrañeza que seguramente vaya motivada por el hecho de que le hayas llamado al fijo y no a su móvil. En cuanto llega tu pregunta responde de inmediato—. No, no te preocupes, tío. Estaba fuera ayudando a mi madre con el huerto, pero ya casi habíamos terminado... ¿Qué ha pasado? ¿Me puedes llamar al móvil y me subo a mi cuarto para hablar? —pregunta entonces, dándote a entender con sus palabras que alguno de sus familiares debe andar a su alrededor.
De pronto una imagen acude a tu mente, como en un flash que dura apenas un instante.
Ves una calle de lo que parece una gran ciudad, con rascacielos y carteles luminosos. Allí está Rena, de pie sobre la acera, sola. De inmediato sientes que algo va mal con ella, una angustia intensa encoge su pecho y llega hasta el tuyo a través de ese hilo que une vuestras almas.
Se siente en peligro. Se siente atemorizada y hundida. Y sobre todo se siente sola en la gran ciudad.
Y tal como vino, la imagen se va.