Es cierto que crecimos en mundos separados, pero en el único donde quiero vivir... es en donde podamos estar juntos.
New York, 30 de Junio de 2015.
Tu respiración aún está alterada. En tu mente continúan los últimos espasmos de ese orgasmo compartido y sientes tu sangre cálida corriendo por tus venas y la humedad en tu ropa interior. El olor de tus compañeros aún está en tus fosas nasales... Pero no es el único. Hay otro que se cuela con fuerza hasta tu cerebro, uno que apesta a ese aroma indefinido que tienen ciertos locales nocturnos.
Te encuentras de nuevo en el bar en que habías quedado con Guillaume, sentada en la barra. Cerca de ti, al otro lado, la camarera te observa con los ojos bien abiertos y el ceño fruncido. Su discreción ha quedado anulada por completo por lo que quiera que haya visto en ti. Y no es la única que te está mirando. Todos los hombres y mujeres de la barra tienen sus ojos fijos en ti, algunos de una forma más disimulada que otros.
Apenas tardas un instante en girar un poco la cabeza y darte cuanta de que hay alguien más allí. A escasos dos palmos de tu rostro está Guillaume, con el codo apoyado en la barra y la cabeza en la mano. Te mira aparentemente fascinado, con los ojos brillantes y una sonrisa que es totalmente encantadora.
Venimos de Capítulo 1: Tú ya no eres sólo tú (Ruth).
—Oh, por mí sigue —te dice con un gesto de la mano libre, como si aquello fuera más interesante que pedir cualquier tipo de explicación—. En serio, no pares si no quieres, Morgan —insiste bromeando—. Y si quieres seguir luego en mi casa, puedo estar así toda la noche.
A pesar de sus bromas es imposible pensar que algo de lo que ha pasado esté mal. Con esos siete desconocidos es todo tan natural que nada parece malo, sólo hermoso y perfecto.
No tengo ni idea de lo que acaba de pasar. Lo sé y a la vez no sé el por qué ni el cómo, pero la verdad es que me importa más bien una mierda. Solo podía pensar en nuestra unión, en nuestras pieles ahora acariciándose con mimo, derrumbados sobre el pecho de ese hombre, que parecía ajeno a lo que realmente acababa de suceder. Aunque para mí era casi imposible concebir que alguien pudiese haber sido partícipe de algo así y a la vez ser alguien completamente ajeno... Y, mal le pese, creo que incluso sobraba. Aunque no me quejaré del resultado, no puedo hacerlo, sencillamente no puedo.
Abro los ojos de nuevo y me descubro en el bar de antes. Veo miles de ojos puestos en mí y me sorprendo pensando que me importa una verdadera mierda, aunque odie ser el centro de atención, ahora mismo creo que nada podría cabrearme... Ni siquiera Guillaume con esa estúpida y encantadora sonrisa, que me mira a menos de la distancia que tolero en otras circunstancias. Siento todos los ojos puestos en mí y no puedo hacer más que reír. Río con ganas, como hacía tiempo que no había reído... creo que no recuerdo cuándo fue la última vez que me sentía tan feliz y con tantas ganas de reír, como si no pudiera contener toda la alegría dentro y tuviese que soltarla de ese modo. Joder, casi había olvidado cómo sonaba mi carcajada.
Me quedo mirando a Guillaume, aún riendo. Lo miro y me encojo de hombros, sorry-not-sorry hubiese dicho en el momento. Aún con pequeñas risas, busco en mi cartera los veinte dólares que la camarera me pidió por la copa y los pongo sobre la barra, ¡veinte dólares! ¡le habría dado cuarenta! Me llevo la copa a los labios y doy un par de largos tragos. Es la vez que mejor me ha sabido el whiskey en mi vida.
Miro de nuevo a Guillaume, con una amplia sonrisa. Me duelen los carrillos de sonreír y el estómago de los espasmos de la risa. Era pura felicidad. En otras circunstancias, habría salido corriendo del sitio refunfuñando, avergonzada y cabreada, pero, ¿ahora? Qué cojones. Nada de lo que haya podido hacer ha podido estar mal, además, por las expresiones de la gente, tan mal no habrá estado el espectáculo, ¿no?
- Tranqui, ya he terminado-respondo, resuelta. Doy un trago más a mi copa-. Ya no hace falta ir a tu casa, lo siento, Lavigne, demasiado lento esta vez-me encojo de hombros, aún sonriente-. Estoy de puta madre así, gracias.
Tu risa arranca del rostro de Guillaume una expresión de expectación, como si esperase que a esta le siguiera algún tipo de explicación. Mientras sigues riendo él acaba por sonreír primero y por unirse a tu risa después. Lo hace como si no importara el por qué, como si simplemente se hubiera contagiado. Y aún cuando ríe es capaz de hacerlo sin perder esa pose tan suya y que debe ser tan estudiada, como si hasta en ese momento la naturalidad fuese secundaria y ganase la galantería.
Sus ojos se desvían un instante a los veinte dólares que dejas sobre la barra al mismo tiempo que la camarera los coge. Por la expresión de ella podrías jurar que no espera que vuelvas por aquel local, pero no hay duda en que si lo hicieras del brazo de tu compañero te aceptaría sin reservas. Esa camarera y probablemente todos los dueños de bares de la ciudad.
Para cuando acabas de reír y de tus carcajadas sólo queda esa sonrisa los ojos de Guillaume te observan con tanta atención como antes. Y aunque es evidente que esperaba una explicación no parece disgustarle lo que recibe a cambio. Él se lleva una mano al pecho con un gesto exagerado cuando dices haber terminado, como si eso le produjese un fuerte dolor, y a esa mano le sigue la otra cuando le dices que ha sido demasiado lento.
—¡Pero ma chérie! —protesta recurriendo de nuevo al francés, algo que probablemente le habrá servido para derretir el alma y las piernas de cientos de chicas—. ¡Hemos estado tan cerca!
Es evidente que el hombre bromea y lo hace de buena gana. Su decepción es fingida y no crees que vaya a intentar nada real contigo, suficientes veces han quedado las cosas claras entre vosotros.
Antes de volver a hablar él lleva también su copa a los labios, y mientras bebe mantiene sus ojos y su sonrisa fijos en ti. Parece genuinamente contento, y sabes que en parte se debe al trabajo que tenéis pendiente. Tras beber hace un gesto con la barbilla, señalándote.
—Espero que ese no fuera el asunto pendiente que te impedía tomarte otra copa conmigo —bromea sin que parezca que pide realmente explicaciones. Entonces se dibuja en su rostro su mejor pose de negociador—. Vamos a hacer una cosa: ordenemos prioridades. Mañana el trabajo, y cuando salga bien lo celebramos —augura e insinúa antes de acercar un poco su copa dispuesto a brindar para sellar aquel pacto. Vuelve a ser evidente que no lo dice en serio pero sabes que, si cuela, él encantado.
—En realidad lo digo por ti —añade después sin dejar el tono relajado—. Un día de estos encontraré a la señora Lavigne, y para cuando ese momento llegue te arrepentirás de no haberlo probado. —Se encoge de hombros—. Es por ahorrarte remordimientos.
Bebo de mi copa mientras lo escucho hablar, aún sonriente. Creo que tanto él como yo sabemos que lo nuestro es puramente profesional y que nunca ocurrirá nada entre nosotros, pero me hace gracia que siga "intentándolo", a veces incluso me hace dudar de que realmente sepa la naturaleza de nuestra relación.
- ¿Pero no ves que al final me estoy tomando la copa contigo?-elevo ligeramente el vaso y me río. Joder, hacía mucho que no estaba de tan buen humor, no parezco yo-. Sí, claro, me dejas un triste cuarenta por ciento y encima esperas celebrarlo. Sigue soñando.
Apuro lo que queda en el vaso y lo dejo en la barra, acercándolo al otro lado para que la camarera lo coja. Sonrío por su última frase y asiento con la cabeza, cargada de sarcasmo.
- Wow, qué generoso por tu parte-respondo, guardándome la cartera y volviendo a ponerme la chaqueta, dispuesta a marcharme-. Pero creo que podré vivir con la duda-le guiño un ojo-. En fin, tengo trabajo que hacer, si tengo alguna duda, te llamaré. Pásalo bien-me despido y me dispongo a salir del local para dirigirme a casa y ponerme a trabajar en la "misión" de mañana.
Guillaume asiente dándote la razón con una breve risa en cuanto preguntas lo de la copa, como si aquel argumento fuera irrebatible. Acto seguido, con tu siguiente comentario, su sonrisa se afila y sus ojos brillan. Le conoces lo suficiente como para saber que una respuesta se está gestando ya en su cabeza, pero no llega a interrumpirte. En lugar de eso se permite una expresión lupina mientras te sigue escuchando.
Acto seguido, cuando te preparas para marcharte, él se gira en su taburete para seguir de cara a ti. Sin embargo cuando te despides él no hace lo mismo, sino que libera ese comentario guardado. Lo hace después de encogerse de hombros, como si eso fuera inevitable y no estuviera en su mano.
—Morgan, cariño —te dice con voz grave—. No puedo subirte de ese cuarenta y pretender celebrarlo —dice, imitando tu tono al repetir esa palabra—, eso sería como compararte con una... ya sabes —asegura con una mueca de fingida seriedad—. Te respeto mucho más que eso.
Tras aquellas palabras y dejando que su risa vuelva a aparecer te hace un gesto de despedida y se gira de nuevo hacia la camarera, para pedirle que le ponga una nueva copa. No se vuelve a mirar cómo te vas, pero sí te llega su voz y no te cabe duda de que sus palabras son para ti.
—¡Pasa una buena noche!
Al salir del local puedes notar algunas miradas fijas sobre ti. Entre ellas no está la de tu socio, pues Guillaume tiene ya sus ojos de nuevo sobre la camarera. Fuera el portero está pidiendo el carnet a un par de chavales. Van vestidos de manera elegante, sí, pero parecen demasiado borrachos como para que hacer la vista gorda con su edad merezca la pena.
Haciendo repaso, llevas sin pasar por casa desde por la mañana, cuando huiste de manera apresurada a casa de Matt. Y ahora estás a casi dos horas andando de tu sofá, aunque ir en metro lo dejaría en apenas treinta minutos.
Pensándolo bien puede ser peliagudo volver por allí. Imputan a Budi delitos muy graves, y si en tu carrera consiguieron seguirte es probable que ahora alguien esté vigilando la zona. Por otro lado parece poco probable que tengan algo contra ti, si hasta el momento no ha sucedido nada fuera de lo normal.
Para cuando llegas a casa encuentras a tu compañera de piso tal y como ella te había anunciado. En la mesa hay helado y cerveza y en la televisión uno de tantos capítulos de Sexo en Nueva York. En el momento en que oye la puerta Lindsay se gira, poniéndose de rodillas sobre el sofá para verte nada más entrar. Ya lleva el pijama, pero aún ahora no se ha quitado el maquillaje.
—Buenas noches, Morg —saluda con una sonrisa antes de palmear el sofá justo a su lado—. Llevas todo el día fuera, espero que tengas mucho que contarme. ¿Cómo le ha ido a nuestro pobre cornudo? ¿Esa mujer adúltera y malvada pagará por sus pecados?
Conforme iba llegando a casa, el recuerdo de Budi y todo lo ocurrido vuelve a mi cabeza... acompañado del amargo sabor de la culpabilidad. Pero qué coño podía hacer yo, ¿cómo podía ayudarlo? No había forma. Estaba en manos de los federales... Gracias a mí. Aún sentía la dulce sensación de comodidad y plenitud que mis compañeros me habían dejado, pero comenzaba también a desaparecer para dejarle protagonismo al desaliento.
Llegué a casa con un ánimo más similar al mío natural: apagada y con expresión bastante seria. Al entrar en el apartamento, dejé las llaves en una pequeña mesita de la entrada... esa mesita que Lindsay tanto se había empeñado en poner ahí para dejar las llaves. Lo encontró en la basura y solo le hacían falta un par de capas de pintura nueva y un buen lavado. En un principio me negué a aceptarlo en el piso, porque sabía que esas tareas me tocarían hacerlas a mí... Resulta que antes de ser sintiente, era adivina.
Me desplomo un momento sobre el sofá, a la vez que expulso pesadamente el aire de mis pulmones.
- Ha sido un día... largo-le comento-. No sé si la mujer pagará o no... pero quien sí que me ha pagado ha sido su cornudo esposo-me descalzo utilizando las puntas de los pies y estiro los dedos una vez liberados de las botas. Tenía más cansancio acumulado del que me esperaba-. Estuve en casa de Paul viendo el partido y...-sé que te encantaría oír sobre la orgía, pero...-... el resto de lo puedes imaginar. No, no te voy a dar detalles guarros-le digo antes de que se adelante-. ¿Y tú?-pregunto. Hasta que empecé a vivir con Lindsay no me preocupaba por lo que hacía o dejaba de hacer... pero a fuerza de costumbre y de cogerle cariño, suelo devolver la pregunta por lo menos.
Solo esperaba que no se enrollase demasiado, tenía trabajo aún por hacer...
Lindsay recibe con una carcajada tus noticias sobre el señor Powell. Pero su risa no tarda en convertirse en una sonrisa pícara en cuanto mencionas a Paul. Empieza a abrir la boca con una clara pregunta brillando en sus ojos y cuando te adelantas a su pregunta, frunce los labios en un mohín de fastidio.
—Yo no tengo nada que contar. Llevo toda la tarde viendo la tele y ese helado estaba entero cuando lo cogí. —Señala con la cuchara el bol de tamaño XL que ahora está casi vacío—. ¿Pero y tú? ¿Dos días seguidos con el macizo? —dice, enarcando las cejas al regresar al tema que le ha llamado la atención—. ¿Te estás ablandando, Morgan Laurent? ¿Puedo ir escogiendo mi traje de dama de honor?
Se ríe de buena gana con sus propias preguntas y deja la cuchara sobre la mesa antes de echarse hacia atrás en el sofá para mirarte entera en lo que parece un rato de tranquila normalidad. Bromas, risas, Sexo en Nueva York, helado... En este momento casi podrías pensar que tu vida era normal. Casi.
—Te lo podrías haber traído a dormir. Así al menos me alegrarías la vista. —Hace una pausa y señala su pijama de color celeste—. Y recuerda que el azul es mi color, tendrás que elegir tu vestido de novia a juego conmigo.
De repente tu teléfono emite el sonido corto con el que te informa de la llegada de un mensaje.
No puedo evitar soltar una pequeña risa que resuena en la nariz. Es cierto que Paul está durando bastante, pero estoy bastante cómoda con él, es un buen tío... No me atosiga, no quiere más de lo que no estoy dispuesta a dar, se pira después de follar, no es empalagoso... No sé, la mayoría de tíos con los que he estado, han acabado pillándose y con la temida pregunta de "¿a dónde va esta relación?". Me dan escalofríos. La relación va a donde tenga que ir, pon el piloto automático y disfruta, coño. Por fortuna, Paul no había entrado en esa fase, pero ya sabía donde estaba la salida si le daba por entrar.
- Tú lo que quieres es ir a una boda porque dicen que se liga mucho, ¿no?-la miro de reojo y sonrío-. Lo siento, pero no entra en mis planes casarme y tener mini-Morgans correteando por ahí, igh.
Cojo la misma cuchara que ha dejado ella hace unos segundos para atacar el helado que hay sobre la mesa. Está realmente bueno, si hay algo que no faltaban en esta casa eran: el helado, la cerveza, los tampones y los condones. Vivir con Lindsey era como vivir en un anuncio de compresas: todo alegría, felicidad, diversión... Solo que con alcohol y comentarios guarros. Más bien era como si American Pie la hubiese escrito Samantha de Sexo en Nueva York (esa serie acaba enganchando).
- ¿Y tu barman de la otra noche?-pregunto tras sacarme la cuchara de la boca, sin helado ya-. A ver si la que va a vestir antes el blanco vas a ser tú...
El móvil se ilumina y le echo un vistazo rápido al número que aparece en la pantalla.
- Puf, más curro. Voy a encerrarme en mi cuarto con una cerveza y que sea lo que Dios quiera...-me levanto del sofá para coger una cerveza a irme a mi habitación. Una vez dentro, leo el mensaje mientras preparo el ordenador, dispuesta a escuchar las instrucciones de Guillaume y leer los archivos que me ha dejado...
Técnicamente, no había mentido a mi compañera de piso.
—Ah, me has pillado —dice Lindsay alzando ambas manos con una carcajada—. Si algo he aprendido en mi vida de Hugh Grant es que no hay nada mejor que una boda para encontrar a tu Andie McDowell...
Enarca las cejas con un gesto divertido y empieza a acomodarse en el sofá para comenzar a hablar del camarero cuando tu atención se dirige hacia el móvil y se lleva sus ojos detrás.
—Uh-uh. ¿Más curro a estas horas? Tía, a este paso vas a nadar en billetes, como el tío Gilito. —Suspira, resignándose a seguir viendo la tele sola, pero antes de que te marches añade algo más—. Dede no está mal, pero para lo que está. No me lo llevaría a un museo, no sé si me entiendes —explica, al parecer sin pensar en que ella no ha visitado un museo desde el instituto por lo menos.
Se ríe y mientras entras en tu cuarto la puedes ver cogiendo de nuevo el helado y la cuchara.
—¡Por cierto! —exclama desde fuera cuando ya no la tienes a la vista—. ¡Llamó tu hermana al fijo! Ya no me acordaba ni de cómo sonaba. Pensaba que lo habíamos metido en el trastero... Pero bueno. Dijo que volvería a llamar mañana.
Cuando miras el teléfono puedes ver que el mensaje ha llegado desde el número de Wes:
"No, yo estoy casi bien."
Empiezas a preparar el ordenador para comenzar a trabajar, pero algo sucede antes de que el aparato termine de arrancar.
De pronto una imagen acude a tu mente, como en un flash que dura apenas un instante.
Ves una calle de lo que parece una gran ciudad, con rascacielos y carteles luminosos. Allí está Rena, de pie sobre la acera, sola. De inmediato sientes que algo va mal con ella, una angustia intensa encoge su pecho y llega hasta el tuyo a través de ese hilo que une vuestras almas.
Se siente en peligro. Se siente atemorizada y hundida. Y sobre todo se siente sola en la gran ciudad.
Y tal como vino, la imagen se va.
- El día que te lleves a alguien al museo, avísame. Será fiesta nacional: "el día en el que Lindsay Graham sentó cabeza"... Y no se sentó sobre esta-me río por la broma soez. Ella tenía esa capacidad de sacarme alguna que otra broma, aunque nunca pierdo mi sarcasmo... marca de la casa, supongo.
Abro la puerta de mi cuarto y escucho lo último que tiene que decir. Me quedo quieta en el sitio durante unos segundos, casi congelada.
¿Beth?
- Ah. Vale. Gracias. Buenas noches-me despido de forma brusca y seca, antes de cerrar la puerta tras de mí.
Entrar en mi cuarto me tranquiliza. Aunque desde luego, mi habitación no es el espacio del orden y la armonía precisamente. La cama, de somier bajo, está deshecha y tengo ropa tirada por el suelo y apilada sobre la silla del escritorio. En este, está mi portátil, un flexo, un cenicero, la cámara y un montón de papeles del trabajo, justo en la pared tengo una pizarra que utilizo para las investigaciones... Justo ahora se pueden ver las anotaciones sobre mi último caso, escritas en verde, rojo, negro y azul. El armario está medio abierto y se ve parte de la ropa colgada dentro. Tengo unos cuantos estantes de pared con varios libros, CDs y DVDs. Ah, y en el armario hay, pegada con fixo, una foto de Lindsay y mía de hace un año o así... Ella insistió.
Y a pesar de estar en mi "remanso de paz", no me quito a Beth. Cada vez que escucho acerca de mi hermana, me echo a temblar. Cuando me quiero dar cuenta, la cerveza que me he traído a mi habitación ya está abierta y le falta un cuarto. Quizás Beth sea la persona a la que más miedo me de enfrentarme, y no a ella como persona... sino a todo lo que conlleva. Mirarla me duele, mirar a sus ojos es como mirar a los de mi padre... solo que mucho más perdidos y dolidos.
Yo pude irme y eso hice... Y la dejé atrás. Siempre que vuelve, viene por dinero y luego... se esfuma, hasta la próxima vez. Dudo que me vea siquiera como su hermana mayor. Hay tantas cosas que quiero decirle y explicarle... Verla cometer los mismos errores que yo, es el peor de los castigos y no tengo manera de hacérselo saber, porque la muy cabezota no es capaz de aceptar ni un puto consejo. No, ella tiene que hacer lo que le da la gana, tiene que ir contracorriente.
Siempre que nos vemos, si estamos más de una hora en el mismo sitio, acabamos discutiendo. Porque yo intento ayudar y ella no tiene ni puta idea de la vida y me pone nerviosa y grita y yo grito y... Creo que es la única persona capaz de sacarme así de mis casillas.
Cojo el móvil y escribo un escueto mensaje a mi hermana:
Lindsay me ha dicho que llamaste. Mañana te veo para almorzar. Invito yo
Camino hacia el escritorio y me desplomo sobre la silla. Que yo sea quien la invite a comer seguramente sea el reclamo para que no me ignore y venga... Probablemente quiera pedirme dinero para vete tú a saber qué. Darle dinero es hacerme a la idea que es pasta que no voy a recuperar. Pero pronto tendré una gran suma, así que vamos a trabajar en ello.
Manda huevos Morgan. Te estás metiendo en mierdas legales, estás experimentando cosas sobrenaturales de la hostia... Y te echas a temblar por la visita de tu hermanita.
Me río sola y enciendo el ordenador. Mientras carga, escribo un mensaje a Wes, pues su respuesta no me deja tranquila:
¿Casi? Aún duele la herida de la "fiesta" con tus amiguitos o qué?
Una vez el ordenador está cargado, introduzco la contraseña y accedo a mi escritorio. Saco de mi bolsillo el pen-drive que me ha dado Guillaume. Mientras carga, me coloco los auriculares y saco un cigarro para encenderlo. Vamos a trabajar.
Ya a solas en tu habitación es fácil sentir esa reminiscencia de la llamada de tu hermana en tu cabeza, como si sólo la posibilidad de verla hiciera más difícil concentrarte y relajarte. Es probable que sólo quiera dinero, sí, para luego desaparecer. O más bien es probable que sólo quiera dinero para poder seguir desaparecida.
Envías tus mensajes, pero el de ella no aparece como recibido por el momento. Aún así es fácil creer que la verás al día siguiente.
Una vez enciendes el ordenador y enchufas el pen-drive se abre una ventana de color oscuro, la misma que suele aparecer cada vez que Guillaume te proporciona información de esa manera. En esa ventana debes introducir la clave de desencriptación que él mismo te dio tiempo atrás. Esa es su manera de estar seguro de que nadie que no seas tú verá lo que te prepara, por más que alguien se tome la libertad de robar a un ladrón.
En cuanto la clave está introducida los archivos comienzan a desencriptarse solos. El primero parece únicamente un documento de texto donde tu socio habrá explicado las cosas paso a paso.
El edificio que vais a robar cuenta con los últimos sistemas de seguridad, además de guardias haciendo rondas continuas. Tiene alarmas en distintos puntos de puertas y ventanas, y en varias localizaciones de cada piso. En caso de que alguna salte se alertará a una empresa de seguridad privada además de a la policía y no parece que vayas a tener más que un par de minutos para salir de allí. Eso si no se sellan las puertas, cosa que parece una posibilidad. Se trata de la sede de una farmacéutica, y pronto comprendes que lo que vais a robar debe valer mucho más que lo que os pagan.
El lugar tiene quince plantas, y como no podría ser de otra manera la caja fuerte se encuentra en la superior, en el despacho del director. Esta caja cuenta con un sistema de apertura electrónico del que Guillaume se encargará y otro manual que tendrá que ser cosa exclusivamente tuya. Para llegar a ella tu compañero te ofrece distintas opciones. Tiene localizadas las cámaras, pero no podrá inutilizarlas de forma segura más que unos segundos, de modo que coger un ascensor es arriesgado. Aunque no necesitas más que unos segundos para desaparecer de la cabina, claro, y ascender por otros medios. Otras veces has hecho cosas menos factibles. Usar las escaleras, sin embargo, es más sencillo pero te expone bastante a ser descubierta no sólo por las cámaras, sino por los guardias de ronda. Además en caso de usar este último método tendrías que moverte a través de las plantas quinta, décima y decimotercera, pues las escaleras que suben desde allí no están en el mismo lugar que las que bajan.
Por último, donde sí parece seguro que tendrás que coger un ascensor es en la penúltima planta. Sólo podrás acceder a ella con una de las llaves que llevan los guardias y esa es la única forma de llegar al enorme despacho del director, que ha reservado todo un piso para él. Este último, por desgracia, no aparece en la información que te brinda tu socio: una vez allí estáis a ciegas. Pero si su distribución es de tan alto secreto parece probable que los vigilantes tengan prohibido subir allí salvo en caso de emergencia. Ese último ascensor, además, debe activarse con una llave magnética que Guillaume espera clonar antes del golpe.
Es sin duda complicado, uno de los trabajos más espinosos que has llevado a cabo. Pero es verdad que con el dinero prometido podrías vivir un par de años sin hacer más que pedir comida a domicilio, ver series en Netflix y pagar tanto tu parte del alquiler como la de Lindsay, si quisieras.
Wow. Difícil.
Sí, desde luego era uno de los trabajos más jodidos que había tenido jamás delante. Repaso la información más importante y voy haciendo anotaciones en una libreta, son rápidas e inconexas, de manera que solo yo pueda entenderlas... Por si alguien intercepta estos apuntes, que no creo, porque nunca los saco fuera de esta habitación y Lindsay teme entrar por si se pierde entre tanto desorden, pero siempre he procurado ser precavida con este tipo de cosas. Nunca se sabe.
El cigarrillo se va consumiendo entre calada y calada. De pronto siento la reminiscencia de sentimientos que sé que son tan ajenos como propios al mismo tiempo. Con todo lo de Beth y el curro casi lo había ignorado... ¿Siempre me toca a mí ser la niñera? ¿Por qué todo el mundo me pide ayuda a mí? ¿Será algo voluntario? A mí nunca se me han aparecido cuando tengo miedo o estoy cabreada, tal vez el hilo este sea sabio y decida que es mejor que no se me acerque nadie mientras esté mosca.
Cierro el portátil y me voy con la cerveza a la cama tras apagar el cigarrillo en el cenicero. No quiero echarme a arder en mitad del viaje astral. Me tumbo sobre las sábanas abiertas y cierro los ojos. Creo que es la primera vez que trato de viajar tan cómodamente... Espero que no sea demasiado tarde, o que al menos no se me ponga exigente... Creo que es Rena, la asiática. No he podido hablar con ella y tal vez sea interesante.