Sacas al perrito, al que quizá dejes suelto, ya que te hace caso cuando le llamas. Paseas por esa oscura ciudad, fría, pero sin que cale tus huesos. Te hace sentir bien. El ambiente huele diferente a esa hora, y no sabes por qué, te sienta incluso mejor que el día. Percibes el sonido de las pisadas de la gente, algunos coches que todavía circulan hacia cualquier lugar del mundo.
Acabas sentándote en uno de los bancos del parque, donde ya no corre ningún niño, ni habla ningún padre o madre. Algún transeúnte pasa por ese lugar, ignorando tu presencia, al igual que tú ignoras la suya.
Observas, no sabes por qué, el cielo, perdiendo tu mirada en él. Así, unos minutos, hasta que empiezas a sentir algo raro, a percibir algo que jamás has visto.
Parece... algo indefinido. Es como una aurora boreal, mucho más diluida. Es como una corriente que, conforme bajas la mirada, puedes percibir por todas partes, no solo en el cielo.
Toda esa corriente te acaricia, lo percibes ahora, pero no es algo nuevo para ti, extrañamente. Te llegan otros olores del ambiente, que no habías percibido antes.
Las personas que caminan están rodeadas de un suave aura, cada cual de su color. Es un estado en el que te sientes... seguro. Aunque observando la infinidad de ese cielo, puede antojarse enorme, superior.
El cielo. Aquel gran abismo, en ese instante, ya no parecía tan lejano.
Comienza a levantarse, lentamente, abandonando el miedo que sentía en un inicio, cuando todo comenzaba a cambiar. Algo tan cálido en su interior no podía ser malo.
Contempla cómo esa cortina de color, tan clara y tan suave, lo baña todo. Alza una mano, contemplando su mano en contraposición a ella. Y como si fuera la corriente de un río, comienza a mover sus dedos, para sentirla entre ellos, para cambiarla, para buscar más sensaciones.
¿Era aquel el modo en que iba a vivir? Si era así... todo parecía más brillante y hermoso.
Como respuesta a tu aceptación, quizá, esa corriente acaricia tus manos, tu cuerpo. La sientes, y no sabes aún cómo, ni cuándo, ni por qué, pero... sientes que podrías moldear todo eso. Modificar a placer tu alrededor, hacer cosas grandes.
Podrías... podrías con la ayuda adecuada, Ksifarai...
Se siente sobrecoger, al escuchar su voz, como si fuera interrumpido en mitad de una lectura. Una lectura de la realidad.
¿Y hacer qué?
Todo continúa a tu alrededor, y esa voz ríe suavemente.
Todo. Todo cuanto desees.
Incluso con... ¿la criatura que está por venir?
Tendré que acudir a amigos... ¿qué ha cambiado?
Todo se manifiesta, no puedes reprimir tu naturaleza. Solo observas. Este es un estado natural para ti. Esto es la magia, Morton.
Agacha la cabeza, confuso. ¿Se había estado reprimiendo? Ni siquiera sabía cómo.
Haremos el bien con esta oportunidad.
Escuchas una risa, pero no dice nada más. Entonces, escuchas otra voz que no es la suya, como una intromisión breve en tu mente, la cual sientes lejana.
Ksifarai...
Gira la cabeza, como si hubiera escuchado a alguien detrás de sí.
¿Quién eres?
Por el momento, no escuchas nada más. Aunque te sientes observado por algún motivo, sin embargo no detectas peligro, ni tampoco ves a nadie.
Tu perro te hace volver más a la realidad lamiendo tu mano, y poco a poco dejas de ver esa corriente.
Acaricia al perro, e intenta no sentir tristeza por perder esa visión.
Se pregunta, de camino a casa, si podría volver a sentirla a placer.
Entre esas dudas, caminas, pensando tanto que no terminas de saber en qué piensas. Muchos problemas, y una naturaleza que no terminas de comprender por el momento.
El camino a casa es tranquilo, y aunque de momento no puedes volver a verlo, la voz que siempre te acompaña, esa voz sin nombre, calma tus deseos.
Podrás.
Y con esa esperanza, dejas atrás la oscura Londres para adentrarte de nuevo en el calor de tu hogar. Quién sabe cuánto tiempo seguirá manteniendo ese calor.