Partida Rol por web

Madre se da cuenta de que la tensión en la esposa es visible. La idea de la bruja de coger las tijeras no le parece nada descabellada en esta situación. Entiende que su marido le ha dado libertad para ir por la casa y hacer y deshacer dentro de ella. Aunque estos tipejos pertenecían al ámbito de los negocios y no podía despacharlos a su antojo. Su propia supervivencia estaba por encima.

Aun sostenían la máscara. Ya no creía que fuese una máscara. El tacto se le hizo extraño, después de pensar en el cadáver sin cabeza. Se preguntó para qué una máscara de una de sus ex-esposas y qué habrían visto alguna vez los ojos al otro lado de esos agujeros.

— Tranquila, Bruja. Tenemos que ser astutas en esta situación... Contemplar la escena y mantenernos invisibles. — sugiere Animus mientras Aisha sostiene con una de sus manos la tijera y en la otra, Madre se encarga de analizar la fotografía. De momento ella es quien mantiene el control de la esposa, así que dando unos pasos hacia atrás, busca esconderse entre las mismas sombras que ofrece el cortinado o algún pilar allí ubicado, así se pierde de la vista de aquellos desgraciados. 

— Hay un detalle que me llama la atención... ¿Qué favor le debe Barba Azul a estos sujetos como para tomarse estas atribuciones? No sé que pensar, me resulta demasiado desagradable y un tanto preocupante. Quizás nuestro esposo les ofrece a sus mujeres. — lo deja caer Animus, esperando que sus hermanas analicen aquella duda. La voz viene acertando en cada habitación y ahora se siente en una encrucijada, ya que enfrentarlos puede ser un acto puramente de deshonra y humillación. 

Por el momento, La Bruja mantiene el temple, aunque la sangre le hierve y nada le gustaría más que verter su veneno en los oídos de esos hombres y verles asfixiarse con sus palabras, pero su hermana Animus tiene razón, y con razón es la que les guía. Deben evaluar la situación, calcular bien sus movimientos, pues, al fin y al cabo, la Esposa es solo una y esos hombres crueles y fornidos son tres. Aunque sostener aquellas tijeras afiladas le conforta hasta cierto punto, en modo alguno se siente capaz de enfrentar a los tres a la vez. -Esperaremos -dice, llanamente.

Y al igual que la Madre interroga la fotografía, la Bruja hace lo mismo con las tijeras. ¿Qué secretos se ocultan entre esas filigranas doradas que las decoran? ¿Será el filo lo suficientemente punzante como para clavarse en el cuello de esas bestias?

Aisha se hizo a un lado, los tres hombres estaban demasiado ocupados emborrachándose, dándose de codazos y compitiendo en un concurso de brabuconadas espeluznantes con las que demuestran su profundo desprecio por las mujeres.

Consigue concentrarse en la foto de Zendaya, aún inquieta por las lágrimas que esta parece ser capaz de derramar, aún siendo un objeto inanimado, bidimensional y polvoriento. El troquelado conserva el recuerdo de una bella mujer que fue convencida de que podía ser aún más hermosa, de que su cuerpo podía ser el de una divinidad entre los hombres si no mostraba miedo a intervenciones que nada tenían que ver con su alimentación o el ejercicio. El rostro, de ángulos extraños en sus pómulos, demostraba cómo había sido manipulada, cortada y reconfigurada en base a los caprichos de otros: aquellos que se habían burlado de ella ante su esposo y este último, Barba Azul, quien la había empujado a las camilla en que varios cirujanos profanaron su templo, para convertirla en un ideal que deslumbrase a aquellos molestos invitados.

Barba Azul ha conservado este objeto porque era la clara muestra de su triunfo. Puede que la debilitada Zendaya no hubiese soportado mucho tiempo en este mundo tras sus intervenciones, peor por unos días fue la encarnación de Afrodita entre los mortales, algo que nadie pudo negar... La máscara era una medalla grabada con un rostro femenino, un  ideal con el que podría medir a esposas más dispuestas y fuertes. Algún día su esposa sería la envidia de los propios dioses.

Fue al comprender esto que la esposa comprendió qué se exigía de ella en esa habitación y qué exigirían de ella aquellos tres desalmados: la sumisión a los extraños y su adecuación a los deseos de segundos y terceros. Tenía que aprender a doblegarse y aceptar los caprichos de los hombres, pues este era el único motivo por el que podrían considerarla mejor que a una oveja. 

Aún abatida al ir descubriendo todo esto, Aisha se movió por la sala ligeramente mareada, posando su mano sobre aquellas tijeras que descansaban en un cojín casi sin darse cuenta, pero estas se abrieron a ella descubriendo parte de sus secretos. Con esta herramienta y decenas de fotografías el mismísimo Barba Azul había trazado la imagen que sus cirujanos debían crear para él. Había cortado aquel troquelado que su esposa había encontrado bajo la cajonera, recortando de más en las carnes de su mujer para adaptarla a los ideales que otros le habían transmitido. Era como si esas mismas tijeras hubiesen cortado la propia piel, la carne y cartílagos de Zendaya. Y ahora querían hacer lo mismo con su nuevo soporte...

Los ojos de las tijeras se habían deslizado en los dedos de Aisha y forzaron estos a abrirse y cerrase, para cortar con tres movimientos el aire que había entre sus filos. A cada movimiento parecían tomar una mayor posesión de su brazo, hasta que, tras cortar unos mechones de su cabello, terminaron por cortar superficialmente la mejilla de la esposa, quien notó cómo el dolor se abría, como un pequeño ojal en su rostro.

Los tres hombres notaron su forcejeo y se giraron, sonrientes para apreciar el espectáculo, dando su propia opinión sobre cómo proceder...

- Va a ser un trabajo laborioso, esos mofletes parecen propios de una cerda bien alimentada.- Comentó el comerciante bigotudo. Y tras sus comentarios las tijeras se abrieron y cerraron, haciendo un sonido similar al de una aguda risa femenina.

El cambio... el cambio era algo bueno. La Bruja estaba convencida de ello. Perfeccionarse a uno mismo, ya fuese en cuerpo, espíritu o mente no podía ser algo malo, y sin embargo aquello estaba mal, terriblemente mal. Habían usado a aquella pobre muchacha como una muñeca de trapo, cosida y recosida, hecha y desecha al antojo y voluntad de aquellos hombres. La Bruja notó de inmediato el corte en la mejilla, un recordatorio físico de lo estúpida que podía llegar a ser a veces, ciega ante lo evidente. Las palabras vulgares y mordaces de aquel comerciante restallaron en el oído de la Esposa, como otro corte, de otro tipo. La Bruja se quedó congelada en el sitio, impasible, escuchando el chasquido tan característico de las tijeras al abrirse y cerrarse, como una carcajada que se estuviera riendo de ella por lo tonta que había sido.

Todo sucede de repente, Animus ya lo ha vivido cuando en el otro cuarto su intervención terminó hiriendo a Aisha. Ahora tiene el control, comprende a bruja mejor que nadie, pero la habitación espera de la esposa algo más que huir, indignarse y contradecir las reglas de un juego demasiado macabro. ¿Dónde está límite en todo esto? Es que con el correr del tiempo más conoce a Barba Azul, más asco le está generando debido a las crueldades que está descubriendo con el visitar de cada habitación. 

Está claro que hay motivo muy oscuro no sólo detrás de este cuarto, sino en la intención de aquel hombre en entregar las llaves para explorar libremente. Pero esto no es una visita guiada, es un mero recordatorio de lo que no se debe hacer porque al fin de cuentas terminas como cada esposa. Y lo triste, lo injusto, es que cada lugar será un acto desmedido por parte de su esposo, será una muerte o más que bajo su voluntad fueron el testigo fiel de su malicia, de su egoísmo tan manifiesto. 

— Hermanas... — dijo Animus. — La realidad nos golpea de lleno, ahora mismo tras ver con nuestros propios ojos como Barba Azul crea a una mujer a su imagen y semejanza, a lo que su ideal soberbio y egoísta pretende. Desechando una vida, como si fuera un papel que enrollar y arrojar al cesto de basura. Ahora tenemos la posibilidad de resistir o abrir las piernas de la esposa y permitir que ellos se sirvan, para reflejar nuestra sumisión, para acatar las reglas de una mente macabra que no tiene escrúpulos. Es ceder o contradecir... — explica la voz a sus queridas hermanas. — Aquí está en juego mi principio fundamental: La justicia y el control, cuestiones que me rechinan estando en este lugar. Necesito escuchar sus opiniones, son vitales para mi. 

La cara de Virgen ha pasado por todo el espectro del rojo en estos momentos, y ante la pregunta de Animus enrojece todavía más. Apenas entiende aquello de lo que hablan, pues ella es la faceta que menos tiene que ver con todos esos asuntos, pero sí comprende una cosa: eso no está bien. Cuando nota el corte suelta un chillido de dolor e indignación.

-No, eso es indigno y horrible, hermana. ¡Debemos resistir!. No podemos ceder a semejantes hombres un tesoro que pertenece a nuestro esposo.- Dice con una vocecita cándida que parece que estuviera entonando un salmo a un poder superior. Sin embargo un par de segundos después la doncella valiente se quiebra, y vuelve a ser la niña temerosa y dulce.- Pero después...-Casi suelta un hipido, pero la presencia de sus hermanas le ayuda a tener algo de valor.- Animus, Barba Azul es un monstruo.- Susurra aterrorizada, dando voz a aquello que lleva pensando desde que vio a aquel pequeño sufriendo, desde que fue consciente de lo que les sucede a las esposas. No quiere que Aysha sea la siguiente.- Quiero volver a casa, con padre y madre. Y con nuestros hermanos. No podemos quedarnos aquí...le va a pasar algo muy malo a Aisha...

El comerciante más huesudo se levantó de su sitio, volcando su copa con una risotada desalmada, caminando hacia la esposa mientras se relamía pero Dora le detuvo abriendo los brazos, como si con eso erigiese un muro entorno a su nueva ama.

- Tranquila anciana, solo quería ver si realmente esta mujer sabe por dónde ha de cortar o solo pretende hacer una sangría que nadie vaya a querer amar. Sería muy triste que para escapar de las bromas de tres tarugos como nosotros, la seora se tenga que deformar.

Dorina no podía hacer mucho más ya que había jurado a su señor ser correcta y amable con la peor escoria que visitaba aquella morada, pero al menos trataría de alejar a aquellos indeseables de su nueva señora. Pena que en ese momento la cadena de críos volvió a entrar en la sala, pero abordando al ama de llaves, dos y dos la tomaron de cada mano y solo en ese momento Aisha `pudo apreciar que había algo distinto en los pequeños: sus antes rubicundos mofletes ahora eran del rojo de la carne viva, como si también ellos hubiesen pasado por las tijeras. Y antes de poder reaccionar se la llevaban a rastras hacia la cortina por la que solían salir.

- Se... Señora... No desista...- La anciana había caído al suelo y trataba de sacarse a los críos de ecnima, peor estos se burlaban y la pateaban, lo suficientemente lejos como para dejar vía libre a los comerciantes.

- Pero si nosotros solo bromeamos, cómo ibamos a imaginar, pobres paletos de nosotros que alguien iba a hacer caso de nuestros desvaríos... O tal vez incluso no fuese el temible Barba Azul quien esquilase a sus ovejas, tal vez por eso nos deja a nuestras anchas en sus aposentos, ya que él no tiene vista para la belleza de las cosas sencillas.- Se mofó el que hata ese momento parecía el más joven e ingénuo, peor no tenía problema en sacarse algo del bolsillo, una pequeña navaja plegable, de hoja oscura que descubrió empleando sus regordetes dedos blancos. - Poco más solemos pedir que beber la leche de los senos de la mujer del lechero.

- Pero ella sigue siendo nuestro mejor trabajo, ¿No es cierto? Mirad cómo la hemos mejorado, si ahora ni tan siquiera consume espacio.- El tercer comerciante se acercó a la cajonera de las máscaras y consiguió forzar el último cajón, descubriendo que algo se había quedado atrancado en su rendija por el lado de dentro, algo rosáceo y mugriento: un amasijo de cuero sonrosado y cabellos que algún día había respondido por Zendaya.

De una patada el brabucón expulso el frontal del cajón, dejando que aquel amasijo de pellejos y huesos besase el suelo, pero aquella visión no era tan aterradora como el notar que la amorfa forma comenzaba a arrastrarse por el suelo, como obedeciendo a alguna forma de pensamiento, cuando nada en ese estado debería ser capaz de mantener una consciencia humana.

- ¿Quién mejor que nuestra plantilla para darte forma?

Como obedeciendo a la voluntad de aquel amasijo, las tijeras volvieron a dirigir el brazo de Aisha, esta vez clavándose en su pierna izquierda.

Virgen suelta un leve chillido al sentir el dolor en su pierna, no sabe cómo escapar de allí y cada vez teme más por Aisha.

-¿Qué podemos hacer, hermanas?

La visión del despojo es casi demasiado para ella, y retrocede con las mejillas pálidas y anegadas en lágrimas.

-¿Qué le han hecho a esa pobre criatura...?

Aisha se fijó en que a aquella especie de cuerpo marronuzco y medio deshinchado le faltaba la cabeza, como a aquella silueta que había creído entrever tras la cortina. Fue tras notar el dolor de la tijera clavándose en su carne cuando su cabeza se giró tratando de recuperar una visión general del lugar... Y allí descubrió la cabeza, donde medio segundo antes había estado la fotografía troquelada de Zendaya, en el suelo, con sus ojos huecos y su boca cosida mediante varias puntadas que parecían torpes cruces, como dibujadas por un niño.

Dorina, sobrepasada por el grupo de niños, cuyos rostros ahora eran idénticos a los de la difunta Zendaya, solo pudo asumar un brazo por entre los cuerpos de sus acosadores.

Mientras el cuerpo momificado parecía tratar de acercarse hacia Aisha, el rufián bigotudo le dio una patada, desplegando el saco de cuero de forma remotamente humana, lo que facilitó su avance. Sin volver a mirarlo, el comerciante volvió a dedicar toda su atención la Esposa, mientras sacaba una navaja de su cinto y la abría con deleite. 

- ¿Pero tanta prisa tienes por comenzar el trabajito?- Le preguntó, al ver cómo el brazo de Aisha volvía a extraer fuera de la herida de su muslo las doradas tijeras de las que cayeron un par de gotas de sangre. - Pues si es así, y estando tu esposo ausente, tendremos que ayudarte nosotros mismos. Túmbate y déjanos hacer, pequeña. Te haremos más hermosa que a ella y tu esposo no tendrá ojos para nadie más. Serás la esposa que por tanto tiempo ha buscado entre otras, tan solo necesitas un poco de ayuda, y nosotros hemos visto trabajar a sus cirus... Cirus... Cirujanos... Ja ja ja ja ja.-

Los hermanos del cuatrero se levantaron de su asiento sonrientes, deseando ayudar a aquella esposa desesperada. Tan desamparada, envuelta en carne y pellejos que le sobraban por todos lados. Una promesa de belleza por parte de aquellos garrulos no podía prometer nada bueno, pero Aisha parecía petrificada ante la horripilante escena que ante ella se desarrollaba.

De alguna manera y ante la preocupación de Virgen, Animus prefiere hacer justifica, ante la situación, ante el horror que delante de sus ojos se presenta como una realidad descarada. Es el momento de actuar, huir no es la opción y ante la triste imagen de aquella mujer, prefiere tomar el control de la situación para hacerse con la violencia. 

Decidida a ir más allá, aferra la tijera con fuerza mientras una sensación muy fuerte la recorre entera, es odio, asco, pero también es esa impulsividad de Animus ante lo que tiene delante de ella. - ¿Que has dicho?- pregunta ya cegada, envuelta en ese halo de ira que la consume. - ¿Crees que Barba azul aceptará lo que piensas hacer? Soy hermosa, perfecta a la vista y no necesito ser el modelo de mi esposo, porque tiene todo lo que necesita y más. - agrega al buscar rebatir aquello en palabras, intentando acercarse para enterrar la tijera en aquel imbécil. 

- Querrás hacer lo que tu mente enferma y la de estos, pretenden. Pero no sé lo haré fácil... - afirma Aisha, cambiando de actitud radicalmente. - Bruja, hay que hacer arder esto. Es hora de que juntas, saquemos lo peor de si mismas. - termina por decir cuando en ese mismo instante donde intenta clavar la tijera, se organiza para un ataque mayor con sus hermanas. 

Ya fue suficiente. Se había rebasado con creces el límite de lo que la Bruja podía tolerar. Sus hermanas heridas, ella misma sangraba, incluso la pobre Virgen había sido mancillada por la violencia... Ni siquiera necesitó el permiso de Animus, aunque lo agradeció. La furia de las hermanas caería con justicia sobre aquellos malhechores.

-Aunque, pensándolo mejor... -comenzó a decir tras las palabras violentamente satisfactorias de su hermana. Confiaba no estar forzando en demasía los límites de la mente de Aisha con aquellos cambios bruscos. -Querer ser mejor nunca puede ser algo malo. Más hermosa, más inteligente, más... perfecta. Si no soy capaz de mejorar, ¿cómo voy a ser capaz de superar a las otras esposas? Debo servir mejor que ellas a mi esposo, debo triunfar donde ellas fracasaron. Esa es mi función y mi deseo. ¿Y quién si no hombres fuertes, hombres sabios que conocen las penurias de la vida como vosotros para ayudarme a cumplirlo? -confiaba la Bruja en poder embelesar a aquellos tipos estúpidos con palabras sencillas y humildes, haciéndose la tonta, dicho en plata. La Bruja se acercaría a ellos como la sierpe que se arrastra entre la hierba sin ser notada para saltar sobre su presa como un resorte. Su objetivo iba a ser Galesus, el hombre frente al cual se había interpuesto el ama de llaves y que había cuestionado si la esposa sabía cortar por dónde tocaba. Oh, vaya si sabía hacerlo. La Bruja iba a cortar el hilo de su vida.

Ya cegada por la situación y tras escuchar que Bruja está dispuesta a seguir aquel camino donde sólo existe oscuridad, Animus decide avanzar con la tijera en la mano para realizar varios cortes en las partes accesibles de aquel cuerpo asqueroso, desea con todas sus fuerzas mutilar a Maduk a cualquier precio y no tendrá reparo en hacerlo. Por esa razón Aisha envuelta en aquel fulgor plagado de ira, mueve su brazo para rasgar la carne de aquel animal, llenarse de ella mientras sus ojos en un tono más oscuro, lo contemplan con asco. 

Y mientras se empeña en cumplir con su objetivo, ella siente que su misma temeridad la ha colocado en una situación muy difícil. Lo tiene claro, cuando se cruza el abismo y la oscuridad te abraza, todo puede ser demasiado diferente y confuso. No hay control, no hay sentido de la justicia. Sólo hay ganas de ver la sangre derramada, consumirse en el anhelo de la muerte, en la potestad de controlar una vida y decidir cuando es el final. 

Quizás este momento marque un punto crítico en Animus, pero es necesario cuando la autoconservación es el punto primordial de sobrevivir y no caer en los repetitivos engaños. Si querían una esposa cruel, la tendrán. Así de simple.