Partida Rol por web

Virgen permanece en silencio, pero asiente a lo que dice Animus. Su querida hermana tiene razón, deben mirar en detalle para desenmarañar el misterio.

Sin embargo hay algo que empieza a calar en el ánimo de Virgen. No puede creer que su esposo sea una mala persona, y la llena de lástima que haya tenido tan mala suerte con todas sus esposas. Sin embargo, el recuerdo del pobre y frágil niño que sufría hace que se le vuelvan a llenar los ojos de lágrimas, y se pega un poco más a sus hermanas buscando consuelo. Al escuchar el sonido se gira un momento, y ante la visión de la diminuta huella ensangrentada agarra levemente a su hermana más próxima por la muñeca.

-Tiene que decirnos qué pasó con la tercera esposa...- Musita con un hilo de voz.- Y por qué hay sangre ahí...

Mientras la esposa consultaba a Dorina por la historia de la tercera esposa tres figuras entraron casi de puntillas en la estancia, actuando como si estuviesen embriagados e imitasen con mala conciencia los pasos de baile que los niños empleaban al entrar y salir por las ventanas de la sala.

Eran un hombre de aspecto desagradable, moreno, con barba, que sudaba copiosamente...

- Al fin de vuelta en el caserón de Barba Azul, hermanos. ¿Habrá cumplido con su promesa?

- Eres un pejiguero, Maduk. Aquella mujer era más bella que tu oveja, por mucho que tu prefieras follarte al animal.- Rió el segundo, recuperando una bota de vino que bailaba de mano en mano, como si jugasen a algún juego de cantina con ella.

- No entiendo vuestra obsesión por las mujeres, Galesus. Son criaturas que sangran días y días todos los meses y nunca acaban de morir, aparte de ser unas histéricas de mecha corta que tan pronto os dan besitos como os rompen un cántaro en la cabeza.- Comentó el tercer visitante, que parecía mucho más joven que sus compañeros, quienes le propinaban unas buenas collejas cada vez que trataba de alcanzar la bota. - Lo que pasó la última vez estuvo muy feo. No deberíais apostar poniendo en peligro a otros...-

Los tres hermanos, pues quedo claro que eso eran, pasaron de largo junto a Aisha, sentándose alegremente en el lugar que parecía corresponder a su esposo, uno sentado, otro en pie, elevando la bota por encima de su cabeza, bebiendo desagradablemente del rojizo chorro propulsado desde la boquilla del cuello, y el pequeño sentado a los pies del trono.

- Zendaya era una muchacha insegura y estos desaprensivos a los que aquí ves jugaron con este factor para bromear con vuestro esposo, pero aún así él necesita de sus servicios y le sigue dando cobijo cada vez que visitan el lugar.- Comentó la sirvienta a su nueva ama, sin entrar en detalles sobre la relación de los tres extraños con Barba Azul. - Hay hombres que no merecen tal apelativo, peor por respeto al señor lo máximo que puedo hacer es ignorar a los hermanos. aparte, mirarlos a los ojos es arriesgarse a caer en uno de sus juegos. No os arriesguéis si creéis que en vuestro interior albergáis algún asidero en el que estos pordioseros puedan tender una soga tras juraros que aquello en vuestro cuello es el collar más lujoso del mundo.- Quedaba claro el desprecio del ama de llaves, pero aún así se veía obligada a hacer de tripas corazón y procuraba no dejarse oír por aquellos especímenes al tiempo que parecía recomendar una sumisión silenciosa.

Una cortina se elevó hasta casi besar el techo, y durante ese lapso, ocupado por aquella ráfaga de viento, Aisha pudo ver con más claridad lo que había causado la sombra sobre la cortina unos minutos antes: un cuerpo femenino, desnudo, privado de cabeza, tan fino como si se sostuviese empleando huesecillos más propios de un pajarillo enfermizo.

Aisha ante las palabras de Dorina, muerde su labio inferior visiblemente nerviosa, pero lejos de mantenerse en esa actitud, en lo más profundo de su mente es Animus quien toma la palabra hacia sus hermanas. — Esto es cada vez peor, aquí hablamos de traición y estos hombres son peligrosos. Estamos en una situación donde un paso en falso, nos someterá al mismo destino de aquella mujer, no sé... Me enerva muchísimo que unos desgraciados atenten contra alguien y se burlen de nuestro esposo. ¿Qué haremos hermanas? — pregunta la voz, un tanto rabiosa debido a la injusticia del hecho, a todo lo que por sus interior corroe.

— Está bien Dorina, creo que puedo con ellos. Aún así... ¿Han violado a la esposa? — pregunta Aisha un tanto intrigada, posiblemente Animus puede verbalmente con aquellos patanes, aún así no mueve un paso sola ni en sueños. La voces de sus hermanas, también valen. 

Virgen está horrorizada ante la visión de los tres hombres, y en un movimiento reflejo se oculta ligeramente detrás de sus hermanas. Ellas son mucho más fuertes y poderosas que ella, sabrán guiarla. Siempre saben.

No obstante no para de mirar a los hombres con asqueada fascinación, y su rostro se vuelve de color amapola al escuchar lo que dice el segundo de ellos.

-Hermanas, ¿de qué hablan?.- Inquiere con un hilo de voz, no entiende la conversación ni la actitud de esos hombres, comportándose como si esa fuera su casa.- No me gustan...

Al ver el cuerpo no puede evitarlo y suelta un ligero chillido, escudándose incluso más en sus queridas hermanas. La pregunta de Animus (por boca de la Esposa) hace que Virgen se sonroje incluso más, de indignación y miedo.

-Son peores que las bestias, hermana.- Dice con los dientes apretados, como cuando eran niñas y sus hermanos les hacían daño a algún pobre perro.- Deberían marcharse si han hecho eso...

Dorina habló en voz baja, tratando de que aquellos extraños no la oyesen.

- No... No llegaron a violarla... Pero no negaré que estas debían ser sus intenciones, aún así se divirtieron más burlando a su esposo, señora. En aquel momento tenían poder sobre él, peor si el viaje que está haciendo ahora sale bien, estos perderán dicha ventaja y posiblemente tendrán que tragarse sus dientes... Peor él no está aquí ahora y no sabemos cómo van sus negociaciones.

Una joven con unos cuantos años menos que Aisha entró en la sala, apartando la cortina con una mano mientras en la otra portaba una bandeja de latón dorado sobre la que mantenían un precario equilibrio una jarra y cuatro copas del mismo metal.

La muchacha, rubia, con su larga cabellera recogida en una trenza que llegaba por debajo de sus posaderas, no levantaba la mirada mientras se acercaba a los desconocidos, depositando en una mesita baja los cuatro recipientes antes de llenarlos lentamente, con el sonido del alcohol llenando de ecos la habitación, junto con el sonido de la brisa exterior.

- ¿Veis lo que quería decir? Esta cordera es otra cosa, pero aún así está sebosa de más para mi gusto. 

El extraño tomó la muñeca de la joven haciendo que se girase hacia ellos.

- Ciertamente. Barba Azul ceba a sus furcias en demasía. Lo que me gusta es poder forzarlas agarrando con firmeza sus huesos.

- Esta me recuerda mucho a hermana. Debe de ser de su misma edad.- Masculló el más joven juguetenado con el borde de la corta falda de la joven, subiéndola y bajándola, aparentemente fijándose en sus muslos. - Pero está más gorda, tenési razón.

- ¿Está vuestra tu señora en casa, gorrinillo?

La joven no era capaz de contestar por estar muy nerviosa. Tenía bastante con tratar de zafarse del agarre del hermano mayor y los toqueteos del pequeño.

- Si, queremos ver a tu señora. Barba Azul nos juró que la iba a meter en cintura para nosotros y queremos ver si ha cumplido con su palabra.

El que hablaba alargó una mano para pellizcar las posaderas de la joven no sin después poner una falsa expresión de asco. Estaban jugando... Jugando a humillar a la joven, riéndose de su cuerpo.

Aisha notó una humedad en la mano en la que todavía sostenía el toquelado de la foto de aquella otra esposa. Al mirarla vio que una gota de líquido caía desde la cuenca vacía del ojo hasta su muñeca.

En lontananza, desde fuera, comenzó a oírse un repiqueteo rítmico, como si alguien entrechocase dos fragmentos de madera o algún otro material.

Antes siquiera de que Dorina abra la boca para decir nada, la Bruja sintió un profundo desprecio y desagrado por aquellos hombres tan vulgares. Pronto, estos se tornaron en asco, odio y miedo por lo que parecía que estaba a punto de pasar. -Hermanas, deberíamos tomar precauciones -susurró, y ahora las tijeras de su esposo ya no se le antojaban tan interesantes como útiles para defenderse. Si conseguía acercarse discretamente hasta ellas... Aquellos hombres le causaban un rechazo absoluto, físico, como si se revolcara en un charco lleno de babosas, no podía permitir que la tomaran con aquella pobre chiquilla. Ni siquiera pareció percatarse de lo que sucedía con la fotografía o de aquellos misteriosos ruidos de fondo. Si conseguía acercarse, aprovechándose de su confianza en sí mismos y su aparante ebriedad, quizás podía lograr que tan solo fuese su sangre, la de ellos, la que fuese derramada.