Partida Rol por web

Tal y como había dicho Gerin, seguir a los trasgos no estaba siendo algo difícil. El rastro era claro y facil de seguir incluso en la noche. Pisadas, ramas y arbustos rotos, restos de objetos sin valor... Durante un par de horas el improvisado grupo de aventureros al servicio del mago, con las correspondientes presentaciones hechas, siguieron la pista de las criaturas que habían asaltado la torre. Y de pronto, inesperadamente, un claro se abrió ante ellos.

Pese a disponer sólo de la pobre iluminación provista por las antorchas, a los aventureros no tardó en quedarles claro de que se trataba un algo antinatural. Los árboles y el resto de la vegetación en la zona estaban destrozados, algunos incluso estaban carbonizados, como si hubieran ardido. Y entonces lo vieron, un profundo surco en la tierra de varios metros que acababa en un profundo cráter.

Sin querer acababan de llegar al lugar donde el meteorito había caído. Y antes incluso de poder verbalizarlo un destello azul los cegó.

Tras el destello azul, el claro desapareció de la vista de Kelrin y cuando se quiso dar cuenta estaba rodeada de un escuadrón de arqueros elfos... del que ella formaba parte. O mejor dicho él.

Juntos ascendían por la ladera de una colina a paso marcial. Todos a una con una coordinación increíble. La tensión y la emoción le embargaban a partes iguales ante lo que estaba por venir. Lo que estaba tras el final del ascenso. Y pese a todos esos sentimientos, el elfo no estaba preparado para lo que vio.

Ante él se encontró la mayor batalla que jamás había visto. Hombres, elfos y enanos luchaban contra un ejército de gigantes. Gigantes... era la primera vez que el elfo los veía. Más grandes de los que podía creer. Más amenazantes de lo que podía pensar. Más poderosos de lo que podía imaginar.

Al unísono y siguiendo las órdenes de su jefe, todo el escuadrón comenzó a cargar y disparar de forma coreográfica. Los gigantes eran un blanco fácil, pero las flechas no parecían herirles de gravedad. Una tras otra, las distintas salvas se fueron sucediendo y el peso de los carcajs se iba vaciando.

El arquero estaba tan enfrascado en su mecánica de cargar y disparar que tardo unos segundos en responder a los gritos de sus compañeros. Cuando se giró vio como un grupo de diez gigantes cargaban contra ellos y como ese orden inmaculado que había guiado al escuadrón se rompió en una desbandada caótica.

La visión terminó y Kelrin tomó aire a bocanadas como si hubiese terminado de correr una maratón al sprint. Las piernas de la drow tambalearon y se tuvo que apoyar en un árbol para no caer al suelo. ¿Qué acababa de ocurrir?

Tras el destello azul, el claro desapareció de la vista de Kilian y cuando se quiso dar cuenta estaba en lo que parecían un salón. Con los cinco ensangrentados cadáveres de una familia en el suelo.

Estaba contento. ¡Más que contento! Eufórico. Esa era la palabra. Como lo estaba siempre que mataba a alguien. Siempre que entregaba su don. El don de Izar. Sabía que no lo hacia del todo bien. No era necesario ensañarse. No era necesario esa obsesión por el olor a sangre. Por el oír del crujido de los huesos. No era eso lo que enseñaba la Segadora. Pero no podía evitarlo.

Era débil. Era imperfecto. Intentaba servir a su diosa y lo hacía. Pero era falible y no podía hacerlo como era debido. Miro los cadáveres de los niños. Eran los favoritos de Izar y también los suyos. Ellos aún no habían experimentado los sufrires de la vida. Ellos aún eran puros, perfectos para ser reclamados por la Marchitadora.

Y ahora tenía que salir de ahí o alguien acabaría descubriéndole. Y eso no podía ser, tenía que seguir extendiendo su don. Pero primero tendría que hablar con el tanatocultor y pedir perdón.

La visión terminó y Kilian tomó aire a bocanadas como si hubiese terminado de correr una maratón al sprint. Sus piernas temblaban pero el guerrero fue lo bastante fuerte como para evitar perder el equilibrio. ¿Qué acababa de ocurrir?

Tras el destello azul, el claro desapareció de la vista de Arael y cuando se quiso dar cuenta estaba en una capilla de rodillas junto a otras dos personas más.

Por fin había llegado. El día que más había deseado desde que varios años, siendo niño, atrás ese paladín los buscase en la granja. Los rayos del sol cruzaban la enorme cristalera que había tras el altar tiñéndola de celeste y bañando a los tres arrodillados. Instintivamente miró a su izquierda y ahí estaba ella. Sonrió.

Nunca había querido así a nadie. Siendo niño había experimentado los clásicos amores infantiles, pero nunca un sentimiento tan profundo. Un sentimiento que embargaba su cuerpo, su mente, su alma. Sabía que tras ese día ambos tendrían que emprender un viaje, pero a la vuelta, a la vuelta tomarían los votos y se volverían uno. Y como uno servirían a su diosa.

La ceremonia continuaba y su interior comenzó a arder con un fuego arrojador. La pequeña llama que siempre había sentido en su corazón, se había desbocado embargándole, abrasándole, transformándole. Algo en él había cambiado para siempre. Nunca podría volver atrás. Y nunca querría hacerlo. Ahora era un paladín de Nihal. 

La visión terminó y Arael tomó aire a bocanadas como si hubiese terminado de correr una maratón al sprint. Sus piernas temblaban y acabó de rodillas en el suelo. ¿Qué acababa de ocurrir?

Tras el destello azul, el claro desapareció de la vista de Klaus y cuando se quiso dar cuenta estaba en una forja martilleando hierro al rojo vivo. Su brazos eran robustos como vigas y tenía una larga barba... ¿acaso era un enano?

Uno. Dos. Tres. Cuatro... Diez. Diez eran los golpes que tenía que dar. Después giraba la pieza y volvía a golpear. Otra vez diez golpes. Y vuelta a girar. Sólo así podía conseguir un prisma perfecto. Era un trabajo aburrido pero si alguna vez quería ser un maestro no le quedaba más remedio que hacerlo sin rechistar.

Por suerte no tenía que pensar mucho así que se evadió en el proyecto en el que estaba trabajando. El gran artefacto de destrucción. Aunque tenía que ponerle un nombre mejor, su maestro siempre le decía que los nombres eran importantes. Había salvado los problemas más importantes. La campana de cuarzita para contener la energía y la jaula de hierro para mantener la integridad de la campana. El problema era el martillo. No conseguía que la ruptura fuera uniforme para la liberación de la explosión.

Tenía que trabajar en ello y terminarlo. Los cálculos de la capacidad calorífica de la campana eran impresionantes. Podía ser el proyecto de su vida. Pasar a la historia. Pero con el rango que tenía nadie le permitiría poner en desarrollo su artilugio sin un diseño riguroso.

El enano dejó de golpear la pieza y la alzó para verla mejor. Tras examinarla concienzudamente sonrió. Estaba perfecta. 

La visión terminó y Klaus tomó aire a bocanadas como si hubiese terminado de correr una maratón al sprint. Sus piernas temblaban qué acabó cayéndose de culo al suelo. ¿Qué acababa de ocurrir?

Tras el destello azul los compañero se miraron los unos a los otros. Todos jadeaban agotados, como si hubieran corrido con todas sus fuerzas durante una larga distancia. Todos se sentían agotados y miraban a sus compañeros con desconcierto. Y todos habían intentado no perder el equilibrio con distinto resultado. Kelrin estaba apoyada en un árbol, Arael y Vincenza de rodillas y Klaus sentado. Sólo Kilian y Dan habían sido capaces de mantener el equilibrio.

Dan fue el primero en hablar. No se terminaba de creer lo que acababa de experimentar. Había sido tan real. Tan auténtico. Todo. Lo que veía, lo que escuchaba, lo que oía, lo que tocaba... Todo. Y ahora estaba en ese bosque de nuevo como si nada hubiera pasado. ¿Pero había pasado realmente? ¿Era una ilusión? No sabía qué era, pero sentía algo diferente en su interior.

El monje había sido entrenado de muchas formas y para afrontar múltiples situaciones. Él era un guerrero y un protector. Adiestrado para defender. Para ser un muro de acero ante sus enemigos. Y ahora se sentía roto.

—¿Qué... qué ha sido eso?—musitó abrumado— Toda esa gente... el volcán...

Entonces miró a sus compañeros.

—¿Lo... lo habéis visto?

Continuaba todavía preguntándose que acababa de ocurrir cuando oyó el relato de Dan y traté de responderle con toda la precisión posible.

- No he visto nada de eso –dijo Kilian aún aturdido por la visión que acababa de presenciar. - Yo…bueno, más bien él, acababa de matar a una familia; estaba contento por ello. Su sangre recorría mis manos y estaba recreándome y a la vez arrepentido por no poder hacerlo según los designios de Izar. Tenía que salir de allí y pedir perdón a un tal tanatocultor o algo así, cuando la visión se esfumó.

Recobró por completo la compostura cuando se percató de algo que había dicho Dan.
 - Un volcán… ¿Podría ser la boca de Nashira? ¿Qué más has visto Dan? –preguntó un tanto consternado por lo que había visto y oído sobre las visiones

Se puso en pie lentamente intentando que el cuerpo no le temblara como sentía que lo hacía. Lo primero que hizo fue mirarse las manos, buscando alguna señal de quemazón, algún callo, algo que le confirmase que aquello que había sentido y hecho era real de alguna manera.

Alzo la mirada para ver a todos los demás, que parecían tan afectados como el mismo, no había visto nada de un volcán, ni fuego, ni asesinatos ni nada similar.

Yo....construía algo....pero no era yo...era...era como un enano.....tenia hierro fundido entre las manos, y creaba un arma....algo peligroso, con muchos cálculos y variables, soy joven....tengo un maestro...pero confió en mis capacidades....es un martillo y es especial...de alguna manera, tiene algo dentro, algo que explota... – Negó suavemente no sabía explicarlo del todo, había visto muchas cosas en ese momento, y había sentido una seguridad en sí mismo que no tenía normalmente consigo.

¿Qué ha pasado?

Arael seguía de rodillas, durante unos segundos había sentido la necesidad de rezar Nihal. Estaba experimentando algo que le era totalmente ajeno: El sentido. El sentido en su forma más pura y real, en forma del amor a una mujer, a la Justicia y a Dios.

Por primera vez en su vida la certeza se apoderó de su psique; el miedo y la ansiedad dejaron de consumir su mente. Todo lo que había temido, odiado, amado, esperado... era insignificancia en comparación con la mujer y la Diosa. Se sentía como teniendo un verdadero hogar, pero que además ese hogar estaba dentro su ser.

Todos estos sentimiento empezaron a desvanecerse. Volvía a ser ella.

Claro, ¿Quién era esa mujer? No era nadie. 

¿Quien era Nihal? Una figura más a la que alabar en los templos. 

¿Y la Justicia? Una mentira.

La felicidad original que había sentido casi se desvanecía de su memoria, dejándole, si cabe, una oscuridad mayor dentro de su ser. O quizás, quizás... una pequeña llama.

La elfa se mantenía de rodillas mientras sus compañeros hablaban, con una mirada inexpresiva y una lágrima en su mejilla.

Era incapaz de moverse, apoyada en el árbol miraba al suelo con los ojos muy abiertos. Sentía una profunda presión en su pecho que, con cada latido, esparcía una desagradable sensación de desasosiego por todo su cuerpo. Conforme fue disminuyendo, todo fue cobrando cierto orden en su mente. 

Recordó ese último paso, tratando de huir de un destino fatal. Su escuadrón... ¿estarían bien? Sintió extrañeza ante aquella pregunta, pero su mente siguía reviviendo hacia atrás lo que había vivido. El fervor de la batalla, guiado a partes por el miedo más profundo y al valor de a quien no le queda más que luchar, el sobresalto, aquella agradable sensación de pertenencia, de amistad y confianza... 

Se le erizó el pelo ¡No! Aquello no estaba bien, por qué se sentía tan bien al recordar su relación con los... De un sobresalto, comenzó a tantear su cuerpo, para comprobar que todo estuviera bien, se miró las manos y, ahogando un grito, se llevó impulsivamente las manos a la cara, como si tratara de quitarse algo.

-¡No!  Contrólate... -apretó las uñas en su cuero cabelludo - están todos muertos y me alegro por ello, todos esas razas inferiores perecieron, todos muertos y me da igual -repitió como un mantra para recuperar el control.

Entonces fue consciente el resto del grupo, hablaban de algo... les miró de reojo, entre su pelo, esperando que nadie hubiera reparado en ella.

- Mentira, eres débil...

Dan miró a Kilian atónito. Le sorprendía que el guerrero pudiera explicar una visión así con tanta... ¿naturalidad? No sabía si esa era la palabra. Horrorizado como ya se sentía por su propia experiencia, las palabras del joven guerrero fueron como un mazazo. El monje se llevó la mano a la cara y negó con la cabeza apesadumbrado.

—Yo... no sé... no sé si quiero hablar de esto.

Vincenza no tardó en levantarse con un ágil movimiento. La joven espadachina miró sus manos e instintivamente trazó una serie de movimientos en el aire que recordaban a los de un mago. Al ver que no ocurría nada hizo una mueca de resignación, como si lo esperase. Pese a compartir ese sentimiento de agitamiento, ella había reaccionado a la experiencia como Kilian y Klaus, de una forma mucho más calmada y racional.

—Creo que esto era a lo que se refería Gerin—dijo respondiendo a la pregunta del druida—. Realmente es algo inexplicable. Hasta para un mago. Pero no hemos tocado el meteorito...

Los miro a todos callado durante unos segundo antes de acercarse a la tierra que estaba quizás mas oscurecida por donde había caído el meteorito y tomo un poco con sus ropas antes de echarla a un pequeño vía con cuidado de no tocarla directamente.

Tras aquello se acercó a la madera quemada que también estaba cerca del epicentro para repetir el mismo procedimiento y guardar algún tipo de evidencia y quizás más tarde comprobar si tenía carga mágica palpable. También pensaba poder darle un poco a su abuelo en cuanto pudiera verlo, seguro que le parecería un suceso interesante.

No entendía ni quería romperse la cabeza entendiendo que habían visto los demás, suficiente tenía con lo suyo en aquel instante.

No llegaba a comprender que había ocurrido. Si aquello, como era previsible, era a causa del meteorito; no quería volver a experimentarlo. Miró a sus compañeros, la mayoría de ellos estaban cariacontecidos. Si el meteorito era capaz de hacer esto estando en posesión de unos simples trasgos, no quería pensar que pasaría si llega a caer en manos de alguien que sepa sacarle el máximo partido.

Al ver a Klaus recogiendo tierra, miró alrededor por si veía algún resto que se hubiese podido desprender del meteorito. Tenía que hacer tiempo mientras sus compañeros se recuperaban del todo, no podía aventurarse solo. Al escuchar lo que dijo Vincenza respondió:

- Quizás haya algún trozo desprendido del mismo, o la misma erosión y las llamas del mismo al caer, haya hecho que algún trozo se consumiera y queden vapores del mismo en el ambiente que al respirarlos nos han provocado estas visiones –dijo encogiéndose de hombros dando a entender que era una simple hipótesis lanzada al aire y acompañamdolo de una sonrisa socarrona al saber que siendo guerrero; su opinión no tendría tanto peso como las de aquellos poseedores de dotes mágicas.

Se recompuso un poco mientras sus compañeros hablaban. Sus teorías no eran nada alocadas: fragmentos del meteorito en la tierra o el ambiente... o tal vez energía mágica residual de la explosión. Era difícil saber la verdad sin saber qué era exactamente aquel meteorito. Carraspeó y añadió con voz ronca:

- Sea como sea, no lo sabremos hasta que no recuperemos el meteorito.

Al decir esto recordó la advertencia de Gerin. No pudo evitar preguntarse si el mago sabría de los efectos de aquel cráter y si había olvidado mencionarlo por algún motivo. Tal vez más adelante sería apropiado compartir su recelo con sus compañeros.

- Sigamos.

Aún conmocionado por lo ocurrido, el grupo reanudó su marcha. Desde el primer momento no habían destacado por ser un grupo muy animado, pero ahora parecían un cortejo fúnebre. El crepitar de las antorchas y el crujir de las ramas al ser pisadas era el único ruido que emitían.

El rastro seguía siendo fácil de seguir, pero la noche iba avanzando y el cansancio empezaba a hacer mella en los aventureros. No estaban seguros de la hora pero posiblemente la medianoche ya había dado paso. Fue Vincenza la primera que manifestó la idea de parar para descansar pero entonces encontraron a los trasgos. O mejor dicho, lo que quedaba de ellos.

Como si no hubiera sido suficiente el haber experimentado las perturbadoras visiones, ahora encontraban la estampa de observar una veintena de cadáveres esparcidos por un área de unos veinte metros cuadrados en lo que parecían lo restos de una pelea. O mejor dicho de una masacre. 

Algunos cuerpos estaban tirados en el suelo, otros apoyados sobre un árbol y varios en una de esas inverosímiles posturas de cuando la muerte llega sorpresivamente. 

¿Qué había pasado ahí? ¿Se había repetido en los trasgos el episodio de los elfos que narró Gerin? ¿Habían sido atacados por una tercera fuerza? ¿Por quién? ¿Y cómo lo habían sabido? Y lo más importante de todo. ¿Dónde estaba el meteorito?

Arael fué recuperando su cordura poco a poco durante la marcha. La masacre que tenía frente a sus ojos le dió un poco de asco, pero no era ni una porción de lo desconcertante que fué su visión anterior. De hecho, casi le ayudó a animarse.

-¡Hey Vizen! ¿No querías acampar? Este claro parece seguro. - Se dirigió a la humana, mientras afinaba todos sus sentidos acercándose a los cadáveres en busca de alguna pista.

Observo el lugar tragando en seco y esperando que sus compañeros estuvieran a salvo, aunque sabía que no estarían demasiado lejos. Él se negó a acercarse a los cadáveres así que busco más bien pisadas fuera del círculo de muerte y destrucción, algunas pisadas que no correspondieran con los Trasgos quizás, o que indicaran por donde había venido el enemigo o hacia donde se había ido.

Se colocó en una de las zonas en las que parecía mas centradas antes de cerrar los ojos y concentrarse durante unos segundos antes de abrirlos de nuevo buscando cualquier tipo de rastro mágico cerca.

—Soy selectiva con quién duermo—respondió la espadachina a Arael mientras inspeccionaba a uno de los cadáveres con una sonrisa burlona—. ¿Tan bajo es tu listón?