La habitación principal de la fiesta.

Once campanadas

Un gran reloj, situado en algún lugar desconocido de palacio pero que se escucha desde cualquier lugar de éste, avisa de que dan las 11 de la noche.

Todos los invitados parecen haber llegado, el último hace rato. El Príncipe os invitó a todos de forma impersonal. Símplemente hizo correr el anuncio entre las familias nobles, diciendo que aquellos que estén sanos pueden asistir a la fiesta, y así evitar que la enfermedad les alcance. Para asegurarse, antes de entrar un grupo de médicos se han asegurado de que no tenéis síntomas: ojos rojos, sangre en las encías, tos sanguinolenta, moretones en la piel...

Los síntomas aparecen muy rápido tras ser contagiados, y el buen rato que lleváis esperando en la recepción del palacio también ha sido suficiente para comprobar la salud de todos.

En ese momento, justo durante las campanadas, se abren las puertas de palacio. Ante vosotros hay un gran salón de baile dorado. Montones de sirvientes con bandejas ofrecen bebidas y comida, y a los lados del salón hay largas mesas con más aún. Al fondo del todo, un trono, y en él un hombre.

- ¡Pasad, pasad! - Grita el Príncipe entusiasmado. - No dejéis las puertas abiertas. Pasad, invitados míos, y divertíos. ¡Que comience la música!

Ingreso, saludo al principe prospero con una reverencia y me que quedo a la derecha de su trono por si tiene algunas palabras que compartir con nosotros.
En el camino tomo una copa de refinada sustancia alcoholica. Y al llegar levanto la copa con una reverencia. A la salud de principe prospero y de los invitados.
Es noche de fiesta y para festejar estamos en las estancias inmaculadas de nuestro noble anfitrion.
Con la mano derecha levanto la copa, inclino la caveza y el torso levemente con la mano izquierda en la espalda y una sonrisa en la mascara.

Hago una reverencia al príncipe con elegancia. Observo la majestuosa sala y bebo de mi copa de vino impresionado. Sin duda me pongo a andar por la sala observando todo su esplendor. Me resulta una sala sublime y necesito tiempo para contemplarla.

La habitación Naranja sería el corazón de la fiesta, o al menos así había indicado el Príncipe que debía ser, así que Reulen se encontraba cerca de las puertas de entrada para dar la bienvenida cordial a todos los invitados que poco a poco iban incorporándose a la velada. Con cada invitado que entraba, Reulen se inclinaba haciendo una reverencia y se identificaba.

Bienvenido Milord. Milady. Mi nombre es Reulen y mi misión aquí es que pasen la velada más placentera posible. No duden en dirigirse a mi para cualquier petición. Espero la velada sea de su agrado.

Cuando el Príncipe Próspero habla saludando a todos e indica que debe comenzar la música, Reulen se gira hacia el cuarteto de música de cámara y les dirige un gesto coordinado con la petición del príncipe para que la música comience a sonar.

Los músicos eran habituales de las fiestas del Príncipe, así que la sincronización fue total y apenas pudo notarse distanciamiento alguno entre el momento en que el Príncipe dio la orden y el momento en que los músicos comenzaron su interpretación.

Esto debía ser así, ya que era de suma importancia que la figura de Reulen permaneciese en todo momento en segundo plano y no adquiriese ningún tipo de protagonismo.

Reulen sonrío satisfecho de su labor y continuó recibiendo a los invitados.

Camino con porte distinguido, remarcando mi estatus y haciendo breves y elegantes reverencias a los presentes que me cruzo. Después de saludar cordialmente al Príncipe, haciendo gala de mi conocimiento del protocolo, comento:

—Ah, qué velada tan agradable, majestad; y qué cuarteto tan encantador. ¿Es Haydn eso que oigo?

Entré, con paso solemne y el mentón erguido, observando al resto de invitados, tratando de localizar alguna "cara" amiga.

Un caballero ataviado con una máscara que representando tres caras se presentó a mi llegada. Cortésmente, le respondí con una sonrisa y una pequeña reverencia.

- Gracias, buen hombre. Si requiero sus servicios se lo haré saber, sin duda. Y... Bonita máscara, muy elegante. A simple vista no parece usted pertenecer al servicio.

Continué mi paso hacia una de las mesas donde se exponían los diferentes tipos de canapés y bebidas espirituosas. Aún era pronto para empezar a comer... Así que me decidí por una pequeña copa de champagne chardonnay, el cual comencé a tomar a pequeños sorbos a la vez que observaba al cuarteto.

Entré en la Sala Naranja, admirando el exquisito gusto del arquitecto y la majestuosidad de la enorme sala. Caminaba casi girando sobre mi misma, casi parecía que bailaba al son de la música, mientras seguía disfrutando del arte de la habitación. Mis pasos me llevaron a tropezar con un hombre con una máscara de tres caras.

- Mis disculpas, caballero. - Dije haciendo una sutil y graciosa reverencia. - Es la primera vez que visito esta sala y... me estoy enamorando de ella a cada paso que doy. - Había estado tan estupefacta admirando el lugar que ni se había percatado de la presentación de aquel hombre. - Si me perdona, antes de dedicarle mi atención y quizás un baile, me gustaría presentarle mis respetos al anfitrión. - Con una nueva reverencia me alejé del hombre y caminé con gracia y soltura hacia el trono.

Una vez allí, presenté mis respetos al Príncipe y le agradecí la invitación así como la oportunidad de aislarnos de aquella mortal enfermedad. Luego regresé junto a los demás, dejándome llevar por los acordes musicales y observando la variedad de máscaras que invadían el lugar.

Al llegar a la habitación Naranja, alzo la vista para mirar unos segundos los adornos que embellecen la bóveda, sin duda deben haber requerido un trabajo minucioso. Pero no me distraigo mucho con eso, la arquitectura no era una de mis pasiones y menos aun una tan presuntuosa.

Reulen me da la bienvenida, me fijo en uno de sus rostros. -Gracias.- Digo con un tono seco y áspero, mientras continuo mi camino hacia el centro de la sala. Aunque esta fiesta fuera para preservar nuestra buena salud confinándonos y alejándonos de todo mal, siempre dejaba esa preocupación en el ambiente, por aquellos menos afortunados que habían quedado atrás.

El Príncipe nos da la bienvenida y enseguida empieza la música, eso era algo que ya me gustaba más, una melodía dulce y trabajada siempre era motivo de admiración, además ayudaba a distraerse de pensamientos mucho más pesimistas. Saludé al Príncipe, como marcaba el protocolo y me dirigí a coger una copa de vino.

- Mmmrrrwwww... - Fue lo único que se escuchó debajo de la máscara del doctor, pues estaba dando buena cuenta de los canapés que le ofrecían.
El pobre Giovanni estaba hambriento después del viaje y no reparó en comer y así reservarse para la fiesta.
- Buona notte Príncipe. Giovanni Ventura, medici de la peste, al vostro servizio. - Se presentó con un asentimiento de cabeza y una leve reverencia. Después de todo, el había sido llamado e invitado a palacio como el resto, perteneciese a la clase noble o no.
Por otro lado, todos estaban tras una máscara y cualquiera podría ser un impostor con falso título o algo peor.
El hecho de tratar con personas de la nobleza ponía nervioso al médico que, para relajarse y no tartamudear al relacionarse con ellos, había ideado un método propio a lo largo de los años de experiencia. Ahora, tocaba disfrutar de la fiesta y seguir paliando su hambre.

Entro a la sala y lo primero que me llama la atención es el perfecto y perfeccionado decorado, la amplitud y la majestuosidad de dicha sala. Miro a mi alrededor y veo que no soy el único asombrado. La música acompaña muy bien y hace dejar de lado las preocupaciones por las que todos nos encontramos aquí dentro. Me acerco a por una copa de vino, pero dudo...me acerco primero a donde se encuentra el Príncipe y hago una pequeña reverencia, entonces, me acerco a por una copa de vino.

- (No me parece apropiado beber y comer antes de mostrar mis respetos al Príncipe, y mucho menos, hacerlo con una copa en la mano.) Piensa para sí mismo.

Andras no puede evitar un silbido de admiración cuando entra en la sala Naranja. La arquitectura es exquisita, y los detalles son numerosos y minuciosamente trabajados. Le gustan los detalles bien trabajados, al fin y al cabo, el demonio está en los detalles.

Los instrumentos de cuerdas ejecutan con precisión una sonata. Andras presta atención a la armonía. La música es una danza que sigue unas reglas estrictas, y no le sorprende la ausencia de la más mínima disonancia en el tejido musical.

Rechaza la copa que se le ofrece, y ni siquiera repara en la comida que llena las bandejas de plata. Sutilmente se hace un hueco entre los asistentes que ya comienzan a animarse y bailar. Ignora la presencia del Príncipe y se sitúa junto a Violet.

-Saludos -dice secamente- mi nombre es Andras. No creo equivocarme si aseguro que a usted también le ofende la frivolidad de esta mascarada.

Avanzando con paso grácil esta la Condesa de Sacromonte, ha cruzado las puertas ataviada con un precioso vestido que entalla su figura con elegancia, los hombros desnudos dejan ver un hermoso collar que brilla con la noche.
En una mano sosteniendo el antifaz, su sonrisa es agradable aunque su mirar busca al anfitrión, lo encuentra al poco de ingresar a la habitación naranja, y avanza en su dirección, lo mismo que otros nobles, al son de la música y admirando cortes lo que la rodea, paciente en su gesto, porque tienen la noche entera para admirar la hermosa obra de su eterna y altiva majestad, el Principe Prospero.

La dama llega en relativamente corto tiempo al frente del elevado trono de su majestad y, acariciándole una sonrisa clásica los labios, lleva en una mano el sostén de su antifaz, pero la otra aún puede colocarse sobre su pecho, un segundo después se inclina en una reverencia tan hermosa como elegante, el vestido moviéndose junto a ella un par de segundos.

-Su Majestad –dice, dulce su voz y su mirada dulce baja para no retar la vanidad del señor del castillo, eleva al poco la mirada y, con la sonrisa más controlada, susurra – Gracias por invitarme a su hermosa fiesta, es un honor estar, una vez más, en su presencia –al final, y con el gesto del sangre azul reinante, se levanta, con sutil prisa, antes de dar paso a los que continúan yendo a presentar sus saludos.
Es una noche hermosa y ella, seducida por el brillo, la noche y la música, anhela fundirse en la fiesta y reír con los otros.

Es usted muy amable, condesa - parte de la labor de Reulen consistía en conocer el nombre de todos y cada uno de los invitados, y también su estatus. - Lo cierto es que, como puede ver, el Príncipe cuida al milímetro cada detalle - aclara en referencia a su máscara englobándola con un gesto como parte de la decoración de la sala y dando a entender que su elegancia se debe a la elección del monarca - Es intencionada su impresión, ya que soy tanto uno más del servicio como soy el mayor entre mis iguales. Soy el ayuda de cámara personal del Príncipe, y por tanto tengo el honor de gozar de toda su confianza.

En ese momento la marquesa tropieza conmigo.

Por favor, marquesa, acepte mis disculpas. He sido yo quien se encontraba en medio de su recorrido y por tanto ha sido culpa mía. Gracias por el elogio a la decoración. Gran parte de sus accesorios han sido expresamente seleccionados para la velada de hoy.

Al entrar por fin en el salón no puedo dejar de asombrarme y admirar la suntuosidad con la que todo ha sido preparado. La gente contribuye a esa sensación con sus fastuosos disfraces, que los mantienen escondidos a ojos profanos. Las máscaras siempre otorgan ese halo de misterio y fantasía que tanto gusta en las fiestas como ésta.

Saludo a quien me recibe, y a mi anfitrión el Príncipe dedico una reverencia. Me pierdo en medio de los danzantes y los observadores, entre tan magno evento donde todos parecen hablar y mucho parecen callar.

Dupin entró con aire altivo, como buen francés, y miró la sala rápidamente pensando que en Francia habían salas mejores, más bonitas, mejor decoradas y con mejores compañías. Al fin y al cabo se trataba del país del buen gusto y el refinamiento. El suyo, no este país de empanadas de anguila y cerveza. Barbaros.

Dedicó una amplia y pomposa reverencia al Príncipe y se fue a disfrutar de la fiesta. Ah la fiesta. Esperaba que estuviera a la altura, Dupin Bernadotte solo se movía de su tierra natal bajo la promesa de grandes eventos sociales. Ojalá aquel fuera uno que se quedara para siempre en su memoria. Aunque no tratándose de una fiesta francesa lo dudaba muy seriamente.

Paso tras paso me abro camino por el enorme salón principal; con un andar lento y asistido por un bastón debido a los años a cuestas pero que conservaba una notable elegancia. Entre la soberbia interpretación de los músicos y las sutiles pero ostentosas risas de los invitados me acerqué al trono del Príncipe.

-Milord –dije inclinándome en una reverencia hasta donde mi vieja cadera me permitía.

Presenté raudamente mis respetos al anfitrión y fui en busca de una copa; no quería incomodar al Príncipe Prospero con las habladurías de un anciano habiendo tanta juventud que le sería una compañía más grata. Por lo que permanecí en un rincón, deleitándome con el sabor del vino en mis labios y la alegre celebración que seguía su cometido.

A su llegada un hombre bajo la mascara de tres rostros se presento antes el como Reulen, tal y como estaba haciendo con cada uno de los invitados, el Gran Duque hizo lo propio y se inclino levemente para presentarse de igual forma.

-Doger, Gran Duque y mayor placer. -Respondió él, que pensaba que los títulos así como el nombre fácilmente podrían ser inventados y el suyo era tan bueno como cualquier otro.

Hecha la presentación fue directamente hacia el Gran Príncipe para mostrar sus respectos, como ya hicieron otros muchos invitados a la fiesta. -Mi señor. -Dijo simplemente tras una gran reverencia.

“¡Es tan hermoso!” ese es el pensamiento que cruza mi mente lo mismo que detiene mi corazón en su lugar al ingresar en el salón naranja de su alteza, el Príncipe Prospero, mi pecho se eleva y retrae sin demora a causa de la aspiración del aire perfumado.

El salón es hermoso, la música deliciosa y la comida… no he probado la comida, pues acabo de entrar en este lugar… avanzo a paso lento, no es común que una dama bien llevada y soltera venga a este tipo de fiestas pero mis adorados padres se han servido de una vieja tía para acompañarme, aunque la haya perdido de vista al poco de ingresar al castillo ¿Qué importa? Estamos en el castillo de su majestad y eso ya es por demás excitante.

-Gracias señor –expreso con lentitud y cortesía, ante el hombre de las tres caras que da la bienvenida en nombre del príncipe, al tiempo que le busco con la mirada, el corazón latiendo y el pesar a punto de ser olvidado -Es una fiesta hermosa ¿Usted ha ocupado la planeación? Si es así, permitame extenderle mis felicitaciones, porque ni aún Apolo podría haber pensado y logrado visión más hermosa -concedí al final, dando una sola mirada de admiración y cortesía, padre dice que debemos ser corteses con la servidumbre... le ofrezco una sonrisa como compañía de mis palabras antes de excusarme -Si me disculpa, iré a presentar mis respetos a su alteza -inclinación breve de la tez, vuelvo a la caminata. 

Todo ha sido infinitamente triste y preocupante los últimos meses, la noticia de la plaga, “la muerte roja” ha cruzado todos los grandes caminos y se ha llevado sin reparo multitudes de vidas, la hermosa duquesa de Selverton dicen que ha logrado sobrevivir ¡Pero su rostro ha quedado para siempre con la marca! Y ella era tan hermosa… además de que su primo, Giovanni, también ha enfermado y la gente dice que no sobrevivirá, lo que es ¡terrible!... su espada era rápida y su rostro se parecía a una de esas estatuas antiguas… además, tenía unos ojos bonitos.

Un suspiro un poco desolado escapa de mi boca y sacudo la cabeza, estamos en una fiesta y aquí nadie está enfermo, su alteza nos lo ha prometido, la enfermedad no se atreverá a cruzar los altos muros del castillo y, por una vez en mucho tiempo, podremos disfrutar de una hermosa fiesta.

Aprovecho un instante con el resto de invitados para reverenciar a su alteza, pero no demoro gran cosa en ello, mis ojos perdidos en el mar de invitados, escucho un par de comentarios acerca de lo poco indicado de la mascarada pero no me importan, continuo caminando con el paso grácil y los movimientos exactos como la manecilla de un reloj, el mentón elevado, la espalda recta y la gracia de una bailarina… si mi madre me viera ahora se sentiría orgullosa.

Doy vueltas por el salón escuchando la música… entonces la veo ¡Que mascara más bonita! Es del color de la luna cuando aún no ha sido pintada, lila y violeta, y parece en compañía de otra persona… ¿Hombre? ¿Mujer?…. Mujer, decido por el color de su traje, aunque una nunca puede estar segura, en verdad quiero acercarme y preguntar quién hizo esa máscara ¡Le pediré a mi padre una! Pero, podría enfadarse, a algunas damas no les gusta compartir el nombre de sus artesanos, y sus ojos son tan bonitos… al final me decido, no puedo interrumpir la conversación de las dos “damas” pero puedo esperar un poco… quizá se desocupen…  me acerco con la gracia, soltura y confianza –mi padre diría descaro, pero no está aquí – propias de mi edad y linaje hasta llegar cerca de ellas, lista para escaquearme una copa de vino del mesero más cercano.

- Que hermosa habitación, se nota el como fue hecha con gran cuidado en los pequeños detalles, debió tomar mucho tiempo el llegar a armar algo así, ya hacía falta una fiesta en la cual nos podamos olvidar todos de esta horrible enfermedad que cada vez se lleva más vidas. - Mucho gusto, soy Cesar Vinsmoke. - Hago una reverencia. - No creo que sea necesario decir más, ya que mi familia es conocida a lo largo y ancho de este mundo. 

- Avanzo poco a poco a través de la sala mirando las paredes, techo, los muebles y a las personas que ya estaban ahí Buscando a alguien en especifico hay mascaras muy interesantes, al llegar al frente del Príncipe, hago una ligera reverencia mientras digo. - Un placer conocerlo por fin en persona, Majestad. 

- Luego de eso tomo una copa de vino de uno de los sirvientes, y me dirijo hacia la persona que logre reconocer. - Hola Margarita me alegro de encontrarte en esta fiesta, no sabía si habías sido invitada, una sorpresa muy grata sin duda.