Partida Rol por web

- Sir Rudolph - completó el des escudo brillante antes de recordar cual era la "nueva" identificación que había adoptado - Más concretamente Sir Rudolph das Lichtschild - añadió mientras enfundaba su arma

- Cortar leña? - la sorpresa se dibujó en el rostro del joven caballero mientras observaba a la novicia con desazón - Si así lo hiciera no sería útil para defenderos de los peligros del camino - trató de explicarse sin encontrar las palabras para discutir ante la que consideró una enorme insensatez

Aún sorprendido por las palabras de la joven, estiró la mano para tomar el pergamino y casi sin darse cuenta se lo tendió a Sir Ulrich mientras comentaba - Mi compañero, el lider de la expedición, es Sir Ulrich Ulfgart, en tanto que nuestra guía es conocida como Doña Navief - completó presentando a quienes participarían de la marcha.

Todavía meneando la cabeza ante el comentario, se lo escucho murmurar por lo bajo - Por los sagrados clavos de la Cruz de nuestro Señor. Quien en su sano juicio utilizaría una espada para cortar leña. Esta travesía será más larga de lo que preveía -

-“Por via de aquesta, nos, Lord Johann Brendel Bicken des Borga, Obispo de la Diócesis de Frankfurt, por la Gracia de Dios, en el convencimiento de estar imbuído de su sabiduría determino que resulta de buen juicio el deseo de Denia de Frankfurt de hacerse acompañar del conocido como Edgar Elric en su viaje hasta San Ponape, pues solaza su espíritu y aleja sus temores. Pues cuando un alma es pura no hay que temer, al fin y al cabo ¿no se hizo acompañar Nuestro Señor Jesucristo de Maria Magdalena redimida?

Es criterio que someto gustoso a la buena lógica de los competentes caballeros encargados de dirigir la expedición, si hubiera algún detalle que Dios no ha tenido a bien iluminarme e hiciera peligrar la dicha misión.”

Así rezaba la carta que Sir Rudolph le había pasado tras recibirla de Denia.

Algo avergonzada ante la reacción del caballero corrigió -Lo siento, no quería decir eso exactamente, solo quería decir que espero que no tengáis que usarla, jamás intentaría deciros como o para que debéis de usarla y por supuesto obviamente no es un instrumento apto para la leña- se disculpo ante el joven caballero.

Luego al presentarle a sus dos compañeros agacho la cabeza en modo de saludo/reverencia -Encantada de conoceros Señorita Navief y Sir Ulrich, como ya sabrán, supongo, yo soy Denia y estoy más que agradecida a nuestra señora por ponerlos en mi camino- les sonrió amablemente.

Ulrich tomó la carta que le tendía su compañero y la abrió para conocer el contenido de la misma. En la lectura de la misma arrugó la frente y elevó una ceja mientras observaba al muchacho que se encontraba sentado en el sofá junto a la monja. Volvió la vista a la carta y después la desvió hacia Denia, intentando comprender las razones por las que el Obispo había decidido tal insensatez.

Pasando la misma a su compañero, preguntó a Denia de forma directa, quizá algo brusca. Estaba claro que no le hacía nada de gracia tener alguien más del que preocuparse:

-¿Quién es Edgar Elric?

No era complicado saber que el hombre que esperaba en el sillón era el susodicho. Sin embargo la relación entre ambos era lo que intrigaba a Ulrich.

Asintió -Es como mi hermano mayor, siempre ha cuidado de mi y es la familia que me queda, no es que dude de vuestras capacidades, ni mucho menos, es simplemente que estaría más relajada si él nos acompañase, es un buen hombre y no da problemas- miro a Sir Ulrich casi suplicante, pues él tenia la ultima palabra.

-Ser cómo no es lo mismo que ser vuestro hermano. Sentenció Ulrich. No deseamos más preocupaciones que las que su excelencia nos presenta en el cumplimiento de nuestra encomienda.

Ante la afirmación de Denia, el rostro de Ulrich mostró sorpresa fingida.

-¿No da problemas? Es curioso como situaciones determinadas afloran comportamientos inesperados. Dudo mucho que sea capaz de no dar ningún problema allá a dónde nos dirigimos.

Ulrich entonces se giró hacia Elric y le pidió que se acercase con un gesto de la mano y mirando a Denia para confirmar que se trataba del chico que esperaba en la misma estancia. Preguntó de forma directa y sin contemplaciones mientras le examinaba de arriba a abajo, valorándolo e intentando hacerse una idea de en qué medida podía servir de ayuda

-¿Cuáles son vuestras habilidades, muchacho, y de qué conocéis a la hermana Denia?

Asintió a Sir Ulrich, confirmandole que era correcto al que se dirigía. En el momento que Ulrich se dirigía a ella sintió muchisima lastima por él, se veía un hombre recto, pero al que había afectado emocionalmente el paso del tiempo incluso avinagrado el carácter. Sin duda prefería tratar con el joven, parecía menos rudo, pero había aprendido ya hace mucho un dicho que decía su maestra, y aunque no se podía aplicar a raja tabla si podía servirle "Quiereme cuando menos lo merezca, pues sera cuando más lo necesite" a menudo las personas así necesitaban ayuda, más que ellos, su alma. 

Hasta ahora se había mantenido en silencio, observando la situación, pero cuando hablaron de llevar a alguien más, le pareció que la reacción de Sir Ulrich era un poco exagerada, por lo que intervino brevemente, sobre todo tratando de resarcir los ánimos de la muchacha, que si bien le parecía frágil, no le parecía melindre en ningún aspecto.

- Yo pienso que no hay nada como la comodidad de viajar con quien se aprecia, señorita Denia. De mi parte, sabed que no hay problema alguno en llevar a Sir Edgar con nosotros. Ya que los caballeros han ofrecido proveernos de una segunda tienda de campaña, y que las provisiones son más que suficientes, pienso que con él vuestro camino se hará muy grato. -Carraspeó un poco antes de mirar de reojo a Sir Ulrich.- Para mi también es un placer ofrecerle mis servicios como guía. Espero que tengamos una travesía muy bendecida y que lleguemos a salvo a nuestro destino.

Ya le parecía que ella y Ulrich no se llevarían para nada bien, pero tampoco era algo que la amedrentara. Siempre y cuando cada quien cumpliese con su función, no debería haber mayor problema.

El del escudo brillante asintió a las palabras de la novicia, moviendo levemente su cabeza hacia abajo, apreciando la forma en que esta trataba de corregir su desliz, pero sin tener en claro como se le habían podido ocurrir tales ideas.

Sorprendido por las palabras de su compañero Sir Rudolph tomo la nota y leyó su contenido mientras escuchaba las palabras que surgían de sus compañeros de viaje

Tras la lectura, volvió a doblar el pergamino y se lo devolvió a Sir Ulrich, sin considerar la posibilidad de pasárselo a la guía - Caramba - comentó sin querer comprometerse

La situación parecía ir definiéndose. Un sordo entrechocar de voluntades entre su mentor y la guía. La inocencia de la novicia. Un factor desconocido en el tal Edgar, el "casi hermano" de Denia y su papel como... ¿mediador?... entre todos los caracteres que compondrían la caravana

"Será una experiencia interesante" se planteó a si mismo, dudando si comentar algo más o simplemente apoyar, con su silencio, las palabras de Sir Ulrich. Después de todo el tenía claro por quien se decantaban, en primer término, sus lealtades. Y mientras no fuera necesario tomar partido en forma activa esperaba poder evitarlo. "El viaje será largo"

-“Por via de aquesta, nos, Lord Johann Brendel Bicken des Borga, Obispo de la Diócesis de Frankfurt, por la Gracia de Dios, en el convencimiento de estar imbuído de su sabiduría determino que resulta de buen juicio el deseo de Denia de Frankfurt de hacerse acompañar del conocido como Edgar Elric en su viaje hasta San Ponape, pues solaza su espíritu y aleja sus temores. Pues cuando un alma es pura no hay que temer, al fin y al cabo ¿no se hizo acompañar Nuestro Señor Jesucristo de Maria Magdalena redimida?

Es criterio que someto gustoso a la buena lógica de los competentes caballeros encargados de dirigir la expedición, si hubiera algún detalle que Dios no ha tenido a bien iluminarme e hiciera peligrar la dicha misión.”

Así rezaba la carta que le pasó Sir Ulrich

Algo más animada sonrió ampliamente al a guía -Muchisimas gracias por comprenderlo señorita Navief, es más que nada eso, me sentiría más cómoda, teniendo en cuenta que me voy a someter a un ritual de purificación, que no estoy muy segura de en que consiste.... me gustaría estar por lo menos lo más entretenida y cómoda posible durante el viaje- miro de nuevo a Sir Ulrich.

Al escuchar las palabras de Navief, Ulrich arrugó el ceño de nuevo:

-Agradecemos vuestra opinión, doña Navief, pero la decisión no es competencia de vos. Comentó moviendo la carta para hacerle ver que las indicaciones de la misma eran claras al respecto.

-Entiendo los argumentos de la hermana Denia, pero la seguridad de la encomienda es asunto de nos. A no ser que su amigo demuestre saber manejar una espada y ser de utilidad para el cometido de la expedición, lamento tener que negarme a ello.

Ulrich continuó hablando con la guía mientras esperaba la contestación del muchacho:

-Como bien sabéis, nuestro destino dista mucho de las comodidades y facilidades de un viaje de placer. Nos adentraremos en terreno peligroso y desconocido. Nada bueno se comenta de aquellos lares, ¿cierto? Entiendo que da lo mismo guiar a cinco que a seis personas hacia el destino en cuestión, pero no es lo mismo asegurar la salvaguarda de dos que de tres personas con los mismos recursos.

Largó un suspiro al escuchar el comentario de Ulrich. ¿Aquel nombre no tenía sensiblidad alguna?

- Por supuesto que no está en mi decidir aquellos que acompañen a la hermana Denia a lo largo de su viaje. Solo expresaba mi opinión como guía, diciendo que de mi parte no hay problema alguno en guiar a una persona más. En todo caso, mi contratación la ha hecho directamente su Ilustrísima, y yo simplemente haré el trabajo que me encomienden; no pienso interferir en vuestras decisiones. 

Volvió su mirada hacia la doncella, tratando de infundirle ánimos.

- Sabed que sea cual sea la decisión tomada por vuestros escoltas, siempre podréis contar con mi propio servicio para protegeros y haceros más placentero vuestro transitar. 

Esbozó una leve sonrisa de simpatía. Le parecía que aquella pobre mujer no podría soportar tan bien el viaje si tenía que aguantar a alguien tan pesado y cuadriculado como el caballero que acababa de dirigirles la palabra. Al menos Sir Rudolph era mucho más amable. 

Las palabras siguieron sonando en los oídos del joven caballero mientras leía la misiva una y otra vez - María Magdalena? - murmuro mientras miraba a la novicia - Esto si que no lo esperaba - añadió casi para sus adentros antes de devolverle la nota a su compañero

- Las instrucciones son claras. La decisión es nuestra. Y MI decisión coincide con al de Sir Ulrich - aseveró incluso antes de que el veterano definiera su posición final

Tras pensarlo un momento agregó dirigiéndose a su mentor - Si realmente es capaz de estar atento unas horas puede compartir un turno de guardia con Doña Navief, para que no se le haga tan extenso. Creo que unos ojos masculinos pueden darnos a todos algo más de tranquilidad - finalizó bajando en parte el el tono de voz pero sin poder evitar que sus palabras resonaran en el salón

Girando sobre si mismo se acercó al desconocido que se mantenía callado y elevó su escudo, iluminando su rostro con la cruz que surgía de la esmeralda que campaba en su centro - Entonces... podreis apoyar a nuestra guía en sus tareas más... eh... masculinas? - preguntó sin analizar que sus palabras podían sonar despectivas - Quizás así resulteis lo suficientemente útil como para que os incluyamos en el equipo -

El joven, que había permanecido sentado y silencioso desde la marcha de Denia, sólo había vuelto en si con el retorno de la chica, sus ojos se iluminaron con su sonrisa al dejar el despacho del Obispo y, aún así, pasó la mayor parte de un minuto en la misma postura y en silencio; aunque no resultaba fácil saber lo que pensaba o hacía.

-“… y Amén” – fue lo primero que dijo en voz alta, para levantarse casi sin pausa tras ello.

Avanzó, primero hacia Denia, para coger sus manos con una sonrisa en silencio, mirándola con alegría y cierto arrobo, cautivado por el aura de la chica, que apaciguaba el espíritu. Cogió sus manos con delicadeza, transmitiendo su contento sin palabras.

Luego se giró hacia los caballeros que le hablaban, había aprovechado todo aquel tiempo para pensar en cosas que ni siquiera se había planteado antes, ¿quería él acompañar a Denia? Si, por supuesto que quería, no la dejaría sola, aunque no era por nada en especial, sólo que ¿qué clase de amigo sería si no? Ella nunca había salido de su cabaña, salvo para ir a la ciudad y sin la horrible vieja, estaba sola en el mundo. Practicamente era su obligación, ¡qué demonios!, como amigo, como persona y como caballero.

-“Mis disculpas, mis señores, rezaba por Denia, para que Dios aliviara sus desvelos y allanara su camino, pues bien se lo merece. Mi nombre es Edgar Elric” – dijo con una reverencia apropiada y llena de donaire, aunque de clase humilde parecía versado en el protocolo apropiado y de forma natural. Como demostró al presentarse a Navief tomando la punta de sus dedos para besar sus nudillos, sin llegar siquiera a tocarlos con los labios, como si ella fuera una dama noble

-“Respondiendo a las dudas de los nobles señores, diré que puedo hacer guardia, sí, no soy el hombre de más finos sentidos pero entrenados los tengo, si les place a sus señorías.” – su educación era innegable y cada vez parecía más probable que no se tratara de un mercader, sino de un trovador itinerante, aunque más bien se diría un bardo, como los de antaño, custodios del saber popular y del arte.

-“No soy un guerrero. Más bien saben sus señorías que en el mundo hay almas bajas, que no valoran el saber y la música y sí los contenidos de los bolsillos ajenos. Pocas veces mi elocuencia no ha sido suficiente para evitar conflictos, éstos y otros muchos, pues creo que la palabra y el acuerdo pueden ser más fuertes que la espada. Pero, ¡ay!, el buen Dios consideró que no era menester dar raciocinio a tantas y tantas bestias y animales, con ellos no diálogo posible y para ellos llevo armas: un estoque de los carabins del Rey de Francia y un arco que gané en un concurso en tierras de los elfos, por si fueran menester.”

-“Tampoco puedo decir que sea un guía profesional, pero por suerte está doña Navief para ello. Lo que sin duda sí puedo hacer, es ayudarla con mis humildes conocimientos, algo podré decir de cualquier cosa que nos encontremos, bestias, gentes, lugares singulares… Y de especial importancia puede ser mi dominio de la lengua de casi todos nuestros vecinos: flamencos, occitanos, francos, milaneses y genoveses – sea en su lengua o en la de la Monarquía – y, por supuesto, la lengua franca de la cultura: el latín. Fueramos al norte, al sur o al oeste, podríamos comunicarnos.” -

El joven sonrió abiertamente sin ápice de malicia y con el propósito de levantar el ánimo, algo que su sonrisa conseguía de cualquiera que no se esforzara en evitarlo.

-"Eso sin contar lo ameno de mi música que, desde la humildad, debo decir que hace tiempo nadie critica como menos que agradable. De hecho, parece que mis compañeros siempre hallan solaz cuando acompaño de mi arte tareas críticas y su espíritu se eleva si han de acometer hechos de armas." -

Al escuchar a Sir Rudolph, simplemente volvió a tomar aire profundamente. Si bien aquello que él decía daba la apariencia de sonar bastante rudo para con ella, simplemente lo tomó como un cumplido del hombre, deseando que ella no sufriese ningún percance, ni tuviese que montar excesiva guardia, para de este modo redirigir todas sus energías a guiar el camino. En todo caso, un poco de trabajo menos no le hace daño a nadie. Pero no pasó lo mismo con el segundo caballero en hablar.

Contuvo una especie de mueca cuando Edgar se presentó con ella. ¡¿A quién se le ocurría si quiera intentar besar el dorso de su mano?! De todas las cosas que hubiese podido escuchar por causa de su género, nada podía ofenderla más que el hecho de ser tratada como una damicela. Además de eso, tanta elocuencia le causaba cierto recelo, pues no confiaba demasiado en aquellos cuya principal arma es la lengua. 

- Doña Navief. -Respondió tajante al saludo del hombre. Pocas veces usaba el apelativo "doña", pero este era uno de esos casos en los que no le apetecía ser llamada por su pseudónimo a secas.

Luego escuchó el detalle de que había ganado un arco en tierras de los elfos, y no pudo reprimir una de sus cejas que se alzó rebelde en insinuación de incredulidad, puesto que le parecía que este hombre no tenía nada que hacer con tan nobles criaturas como los elfos, y mucho menos le parecía que aquel pudiese emplear correctamente un arma de ese tipo. Escuchó el resto en completo silencio, aunque ya con bastante prejuicio, debido al movimiento inicial que había hecho el hombre.