Si aquello era la conclusión del Mal que había azotado el Castillo, sus gentes, y mucho más allá, no era Jayrah quien pudiera decirlo.
Asistía a las dificultosas y misteriosas manipulaciones del místico con atemorizada reverencia, y se mantenía en segunda línea, intentando no estorbar. Aunque no podía contener el gesto de adelantarse a ayudar cada vez que Casyyr sufría algún espasmo, o contraía los músculos de las manos que sostenían el cristalino vial.
El Donner era un anciano, a la vista de todos, y parecía inútil el intento de recuperarle. Rezó, sin dioses en su haber, rezó. Y esperó, escuchando, oyendo el nombre maldito del ser, que no humano desde su visión, que había truncado cuanto de recto y honesto hubiera habido entre esos muros, por poco que fuera.
Se estremeció al recuerdo de su periplo en el foso oscuro y mágico al que la llevó su persecución, infructuosa.
Y con la mirada clavada en los rasgos de muerte, en el que había sido el eje de toda aquella historia, se hizo el firme propósito de no cejar hasta entender. Y el aún más firme de recuperar lo que quedara de su perdida familia, de la relación con una madre desconocida, de su vida truncada...
Allí estaban, en toda su gloria, los comportamientos extraños y oscuro de los nobles que Iluubra no llegaba a entender. Sí adivinaba que algún mal vicio había afectado a uno o más de ellos y hasta había llegado a las manos o los sesos del hermano pequeño de su señor. El origen de esta enfermedad parecía místico, demoniaco, y por tanto muy lejos del interés de la sirvienta.
Aun así, se sentía satisfecha. El asunto estaba en las manos necesarias y ella había hecho mucho por ayudar. Esto le dejaba un poso de esperanza, de continuidad. La esperenza del sueño que tenía de cambiar aunque fuese en parte de vida, de dejar los caminos, la granja y las frutas podridas por logares como este, o quizá un poco más sencillos. En lo que esperaba pudiera ser su hora de triunfo, hizo por colocarse discretamente junto a su reciente señor, en posición servil, de tal manera que hasta el Destino se viese engañado y le adjudicase ese puesto en adelante.
Sí, lo sé, estoy tardando cosa mala en plan horrible redoble de tambores. Se me han juntado un par de encargos y en fin... Pero bueno, no pasa de esta semana, ok? Mañana, quizá unos días más tarde. Quiero hacer un post largo y medido, y necesito tiempo para ello.
Besotes.
- ¿No tendréis aquí algo de vino, verdad? - preguntó el fryllë, en cuanto se recuperó del ataque de tos - y quizá también algo de comer. Esto lleva tiempo, quizá hasta el atardecer no veamos respuesta.
- ¿Cómo has dicho? - protestó Jorgall -. ¿Vamos a esperar hasta la tarde?
- Y quizá hasta la noche - el sacerdote se encogió de hombros -. Esto no es un ejercicio de ábacos. No se calcula cuánto tarda en resucitar un hombre.
- ¿Resucitar? ¿Es que estaba...?
- No muerto, no. Puede que haya exagerado - se disculpó el fryllë -, pero para el caso, se aplica el mismo remedio. Lo que le he dado...eh... mmmm...bueno, diremos que retiene el alma en el interior del cuerpo y le da algo en qué pensar. Imagina que estás durmiendo y te hacen tragar vino picado... algo parecido. Pero lleva más tiempo.
- Ya veo - Jorgall daba vueltas con evidente incomodidad alrededor de la mesa reconvertida en mesa de operaciones -. Si tenemos que esperar, esperaremos, pero no saldremos de aquí. Haremos que nos traigan algo de comer y rezaremos, joder, rezaremos para que esto termine de una maldita vez.
Primera parte.
Por una vez, no fue Iluubra la elegida para realizar el recado, sino que Jorgall asignó a un soldado del exterior la tarea. La espera en el interior fue larga, y el Principal hizo callar cualquier intento de conversación por parte del Fryllë, quien terminó por adoptar una expresión hosca y cruzarse de brazos, al menos hasta que trajeron la comida. Como si no hubiera un tema delicado en ciernes, Casyyr dio cuenta del vino, del queso y de cuanto se le puso por delante, incluso aceptando parte de lo que Jorgall le ofreció.
- Bueno, parece que todo se reduce a los manejos de ese cambiapieles. Un inmortal en el palacio, ¡qué te parece! Uno que vive cientos de años cambiando de apariencia, matando para sobrevivir. Pero lo que yo me pregunto, fryllë es...¿por qué la enfermedad? ¿Es normal que un cambiapieles haya llenado de locos caníbales el palacio y la ciudad?
el anciano sacerdote practicó un gesto de fastidio, pero al final cedió a la pregunta.
- No, eso no ha sido posible. Los manejos, como tú los llamas, de Lonnegahr vienen de más profundo. Sus continuas idas y venidas por esta tierra se debían a un estudio muy metódico que estaba llevando a cabo para encontrar una... daga, digamos, un objeto de sacrificio, que contenía un líquido que, destilado de la forma adecuada...
- Sin complicaciones.
- De acuerdo. Envió a un pobre idiota a que lo recogiera, pero debió parecerle bonito porque se cortó con él. Él fue el primero en notar el hambre, aunque no le cambió por completo. Creemos que llegó enloquecido a la ciudad alta, al lugar del intercambio, donde nunca llegó a reunirse con Lonnegahr. En ese momento comenzaron los ataques y las muertes, ya imaginas. Quien sufría el mordisco del portador de la daga o se llevaba un pinchazo, empezaba a experimentar un hambre incontenible. Se comería lo que fuera, lo que fuera y siempre querría más, hasta que muriese a su vez.
- Pero el de la daga no murió.
- No al principio. Él fue más difícil de rastrear, porque se movía por cualquier lado, atacando sin orden ni concierto y cada uno que atacaba, al final sufría el efecto y atacaba a otros... Mientras tanto, Lonnegahr, convencido de que no había obtenido la daga por culpa de Rannedh, fue a sus aposentos, le arrancó la lengua y lo precipitó. Luego se las arregló para meterlo en el pozo, aprovechando lo que ya era un lío de mucho cuidado.
- ¿Y después?
- ¿Después, de qué? ¡Espera! Se mueve.
El fryllë apuntaba con un dedo a la mesa donde el Donner, lentamente, se removía como si estuviera despertando de una horrible pesadilla. Jorgall, Mydoyrn y él se levantaron y se colocaron alrededor, inseguros de qué debían hacer. Lentamente, tras un intenso parpadeo, el Donner abrió los ojos.
Segunda parte.
- ¿Dónde?...
- ¡Señor! - el principal Jorgall se apresuró a ayudarlo a incorporarse -. Estáis a salvo, en mis dependencias. Hemos apresado al culpable del mal de la ciudad.
El Donner miró al principal con ojos vacíos, hasta que, un instante después, las pupilas reaccionaron y pareció comprender.
- El culpable... sí, sé a quién te refieres, pero no es el único que pululaba por aquí a su gusto. Más de uno hay en mi palacio que, de una forma u otra, ha contribuido al dolor de estos últimos días. Uno a uno los haré prender... y conocerán el tormento de Gareth Ermylliôn.
- Eeeeh... señor, debéis descansar. Os recomiendo una superficie más cómoda que una mesa, sin duda. Vuestra cama, en vuestro dormitorio. ¡Traed agua! ¡Acercarla! Probad, señor, está fresca. Os sentará bien.
- ¿Quién os atacó? - intervino de repente Mydôyrn, rompiendo el breve silencio que acompañaba los tragos largos del Donner.
Éste derramó parte del agua y miró con ojos enrojecidos.
- Tú - rió -. Sí, tú. Pero yo sabía que no eras verdaderamente tú. Aunque sabía mucho de tu historia para hacerme dudar. Me clavó una daga, a partir de eso sentí un hambre enorme, inmensa. Algo como nunca antes... me abatiste... en fin, me abatió de un golpe y quedé inconsciente. Aquí está la herida.
El donner mostró una incisión reciente en el costado izquierdo. Supuraba un líquido amarillo. El fryllë lo miró interesadamente.
- Es veneno, sí, la sangre demoniaca que termina por volver a los hombres locos, esclavos del hambre.
- Pero él... - balbuceó Jorgall -, nuestro Donner está recuperado.
- Sí, no hay por qué dar las gracias - refunfuñó el anciano sacerdote -, ya vi la herida cuando lo trajeron, en realidad, imaginaba algo así, por cómo estaba su cuerpo, y probé con un remedio antiguo. No tenía muchas esperanzas, la verdad, pero... mira por dónde... ha funcionado.
- Entonces la sed es normal.
- Si es de agua, sí. Señor - se dirigió al Donner -, ¿tenéis más sed?
- No, lo cierto es que me encuentro mejor. Me queda una sed más, eso sí, la de venganza. ¿Dónde está ese monstruo?
- Si os recuperáis, señor, os llevaré ante él - se ofreció Jorgall.
Tercera parte... qué poco falta ya.
Mañana o la semana que viene, cuarto y último. Hoy no tengo yo el día...
Las salas de interrogatorio estaban suficientemente fuera del palacio para no manchar su brillo con los gritos de los atormentados. Por la sorpresa de los guardias, el donner no debía entrar habitualmente en ellas, pero él atravesó las dependencias administrativas de la superficie, llenas de legajos y tubos con confesiones y pruebas, como si las conociera de toda la vida. Mydôyrn de Nyrr los acompañaba, y se insistió en que también lo hicieran Jayrah Ydhûn e Iluubra Senra, el viejo Coraar y el principal Jorgall, es decir, todos ellos, ni uno solo se libró de aspirar el malsano aire estancado, envenenado con sudor, sangre y miedo.
Entre potros de madera oscurecida, por fortuna vacíos, y celdas también sin ocupante, el donner se abrió paso hasta donde uno de los trabajadores, un hombre de aspecto taciturno, como ausente, alto y desgarbado, lo esperaba.
-Mi señor - saludó, practicando una desmañana genuflexión.
-¿Dónde está ese monstruo?
-Dormido. Vendría bien despertarlo.
-Vendría bien - el donner estuvo de acuerdo.
Siguieron por un pasillo igual a los demás, sin ventanas excepto por algún agujero pequeño en el techo, hasta llegar a una celda. En ella, dormitaba una figura oculta en las sombras, muy pequeña. Las piernas, que eran la parte del cuerpo más visible, estaban llenas de llagas y la piel arrugada sobre una musculatura frágil. Mydôyrn frunció el ceño.
-A quién estamos buscando?
-Es él, señor. El mismo Lonnegahr. Cuando empezamos a interrogarlo su cuerpo se fue...desinflando, no sé qué otra cosa decir. Se quedó pocho como una fruta que se pudre a ojos vista. Le creció una barba gris, casi blanca, y los ojos se le hundieron. Una cosa espantosa. Jamás habíamos visto nada igual.
-Cambiaformas - sentenció Coraar.
-Eso dijo uno de los nuestros, señoría, pero son habladurías que, además, van contra la fe y...
El viejo sacerdote se rió.
-No van en contra de la fe. Están prohibidas para el vulgo. Es mejor que vuestras cabecitas huecas piensen que no hay nada ahí fuera más de lo que nosotros os decimos. En realidad, normalmente es cierto, para ser unos zotes, tenéis mucha imaginación.
El interrogador se mantuvo en un silencio respetuoso.
-Despertadlo.
El interrogador cogió un balde de agua y lo lanzó al cuerpo enjuto, que se estremeció y se movió como un gusano acorralado.
-Quieren hablar contigo, tú. Ahí está. A pesar del susto del principio, luego es como uno más. Aunque a veces parece que el dolor le hace gracia, pero va respondiendo.
El donner ignoró al interrogador y se acercó a los barrotes.
-¿Por qué todo esto, bestia?
Una risa envenenada le llegó desde la oscuridad.
-¿Por qué? Por lo que todo el mundo. Por vivir más.
-¿Qué...estás...diciendo?
-Soy un Urkhúll, vosotros me llamáis cambiaformas, como si entendierais algo. Vivimos mucho más que vosotros, estúpidos arrogantes, llevamos en el mundo desde antes que vosotros. Pero también morimos y, cuando lo hacemos, nuestros dioses nos arrancan la piel durante toda la eternidad. Es el castigo por lo que somos, por lo que el primero de nosotros les hizo. Así que he dedicado doscientos años a la búsqueda de algo que me hiciera vivir más. Con el tiempo, llegué aquí, tenía la sospecha de que este lugar guardaba secretos que ni vosotros conocíais. Así era, un templo antiguo de culto a un dios de la carne. En él había una daga de sacrificio impregnada con un líquido que me serviría para destilar un remedio contra mi mortalidad. Yo no podía entrar en ese recinto, no importa por qué, así que envié a alguien, pero se volvió loco... y luego todo esto.
-¿Así que tú no has matado a nadie, eh?
-Sí, a Rannedh, claro. Él sabía cosas, así que tuve que matarlo. Cometí algún error y cayó por la ventana. Me dejé llevar. No solucioné rápidamente el asunto de la daga, dejé que se esparciera. He sido descuidado. También maté al hermano de ése, por lo de vuestro trato. Me interesan esas minas y las quería malditas para todos. El trato que buscabais me perjudicaba mucho. Yo no lo maté directamente, pero supongo que mi esbirro, antes de volverse loco, recordó que yo le había encargado algo... Puede que matase a alguien más, pero seguro que no era a nadie importante para vos...
-¿Y eso es todo?
-Nada más y nada menos, "señor". Ahora será mi muerte y la gente terminará por olvidar esto. Así ha sido siempre. Nadie quiere creer en nosotros, en realidad. Nos temen mientras no estamos, pero cuando rondamos, prefieren olvidarnos pronto.
El donner se quedó quieto, luego asintió. El ser que se hacía llamar Lonnegahr se ocultaba en la esquina más oscura.
-Sí, arderás. Búscate una buena piel para taparte, porque te quemaremos esta misma noche y esparciremos la noticia de que todo ha terminado. Me has dejado una ciudad aterrada. Tengo mucho que hacer.
El cambiaformas rió, enloquecido, desde las tinieblas.
-Y vosotros - el donner se volvió hacia los demás -, ni una palabra. Nadie de vosotros. Cada uno regresará a lo suyo, repetirá la historia que yo les diga y nunca mencionará esto, o se las verá conmigo y mi fuerza, sea un hombre noble, un sacerdote, la hija adoptada de un rico comerciante, una frutera o un atormentador. Nadie, nunca, dirá nada sobre esto. Lo que sabéis es porque me habéis sacado de las cloacas, ese es el motivo por el que entendéis todos y se os permite saber. Pero nunca lo compartiréis. Ahora... largaos.
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Los días siguientes trajeron mucho ajetreo. Mensajeros que proclamaban a gritos la curación del mal que había atacado la ciudad, la figura del donner como justo salvador de Colmillo Sur, recorrían tanto las callejuelas como las tierras más allá de las murallas. Hubo movimiento en los bosques. Muchos soldados e inquisidores se presentaron ante los pueblos limítrofes y los colmaron de oro y amenazas veladas, antes de entrar en la espesura y provocar fuegos de día y de noche.
En cuanto a los personajes, Jayrah continuó con su vida, sabedora de que ahora tenía una madre recuperada, que fue admitida finalmente como parte de la corte del palacio. Pronto, Wella Jannary demostró poseer unas cualidades excelentes para el adiestramiento de las mujeres de la corte, y trajo conocimientos nuevas maneras a los pasillos del palacio.
Mydôyrn de Nyrr se llevó a su familia de nuevo al Norte, donde un nuevo trato comercial le unía al donner Gareth, con la promesa de la prosperidad. Quizá por agradecimiento o por deber, o quizá por puro capricho, se llevó con él a la frutera Iluubra Senra, quien tuvo tiempo para despedirse de su familia antes de partir.
Los días de esplendor de Colmillo Sur, poco a poco, regresaron, y volvió a quedar espacio para la intriga y nuevas maquinaciones, que más adelante se conocerán y preocuparán a su donner, pero de momento, puede decirse que este capítulo de la ciudad, breve y largo al mismo tiempo, ha llegado a su fin.