Partida Rol por web

Los aventureros descendieron a las profundidades de la tierra. Las escaleras que bajaban estaban transitadas desde hacía siglos, los escalones hundidos por el paso constante y la oscuridad cada vez mayor. Aunque eso no era problema para ninguno de ellos, Dámasor era un faro en mitad de aquella negrura, calentaba los corazones de sus compañeros y los animaba a continuar.

Bajaron y bajaron hasta que pensaron que ya no podian seguir bajando y entonces, las escaleras llegaron a su fin y la piedra labrada dio paso a terreno más salvaje, una caverna de grandes dimensiones que estaba, exactamente  como habían pensado, justo debajo del agujero que habían salvado en el salón de los esqueletos. Al mirar hacia arriba, muchísimos metros por encima de sus cabezas, se podía ver un atisbo de la grieta. Pero estaba demasiado oscuro como para estar seguros y, además, mirar hacia arriba producía algo de vértigo. ¿A cuántos metros se encontraban bajo la superficie? Toneladas de tierra sobre sus cabezas comenzaba a resultar un poco agobiante.

El aire era pesado y costaba un poco respirar. Grandes formaciones de estalactitas y estalagmitas daban forma a la caverna. A pocos metros de dónde habían desembocado había una entrada practicada en la misma roca que parecía ser la continuación de las escaleras que habían bajado. A lo lejos, siguiendo unas huellas claras en la tierra y el polvo, había otra salida por la que se podía ver luz. La cueva estaba transitada y en el suelo se había abierto dos senderos claros: uno conducía a la entrada del sur y otro daba un rodeo por los desniveles de la cueva hasta el fondo de la misma.

—¡Ay, ratas! —dijo, Mayra. Era lo único que veía en aquella oscuridad insomne—. Tobías, ¿ves algún rastro de los soldados?

- Ratas... - Sonrió. - Tienen mala fama. Muerden y transmiten enfermedades, pero cuando estuve de campaña en el sur y escaseaban los alimentos... - Chasqueó la lengua. 

Mientras Tobías rebuscaba algún tipo de rastro en aquel lugar, Vila echó un vistazo general sin moverse del lado de San Dámasor y Mayra. Ya habían sido sorprendidos suficientes veces como para saber qué no estaban a salvo en ningún momento y más valía estar siempre atentos a lo que pudiera suceder.

Tobías se quedó mirando al techo de la caverna. En el centro, a gran altura, podía distinguir el agujero que habían sorteado arriba gracias a la magia de Mayra. Habían descendido hasta las profundidades de la isla, a un territorio excavado no por los thracios, sino por la naturaleza, y casi se sentía de vuelta a un lugar familiar.

No os voy a engañar, dijo. Supongo que podría distinguir huellas de pezuñas y huellas de botas, pero no mejor que cualquiera. Vamos a ciegas.

Ni siquiera Mequetrefe y Alarian eran rastreadores. Ambos cazaban, como pasatiempo, como los nobles que vivían lejos de las ciudades, pero tenían perros adiestrados que se ocupaban de encontrarles las piezas.

Los hombres bestias moran en las cavernas, ¿no? Tendremos que preguntar direcciones a los siguientes que intenten matarnos.

Las rodillas me duelen de tanto bajar escaleras. La gente que suele pensar que subir es siempre más fatigoso que bajar es que no han bajado lo suficiente en sus vidas pero yo siempre he estado muy abajo, con los más humildes.

—E-este no pa...rece un buen sitio para de-de-descansar —sugiero a mis compañeros, que debaten sobre no sé qué ratas que yo no he visto por ninguna parte—. ¿Qué os pa...rece si se-seguimos caminando?

Señalo a la senda que tenemos frente a nosotros. No es que me motive particularmente, pero al menos está más cerca que la que se ve a nuestra izquierda y que nos obligaría a recorrer un gran trecho por este terreno irregular. Solo nos faltaría tropezarnos y rompernos un tobillo aquí abajo entre los escombros de la desmoronada planta superior.

Los exploradores observaron la caverna y la caverna los observó a ellos. Mayra solo veía, más bien escuchaba, a ratas y ratones hacer su vida por entre las piedras, mientras que Vika encontraba interesantes los rastros de huellas que abrían dos senderos diferentes en el suelo de gravilla y tierra. Tobías fue quién encontró algo más en las pisadas.

Las que se dirigían al pasillo del sur, no eran demasiado recientes y el camino no estaba muy transitado. Eldrid se interesó por este y olisqueó la entrada, buscando pistas. Tobías estudió el sendero más largo, el que recorría toda la cueva. Solo alguien como él, que había vivido bastantes más años que el resto bajo una montaña, era capaz de reconocer rastros en entornos así. De modo que pudo ver huellas de pisadas no solo de tamaño diferente, sino que sin duda unas eran de gnolls o de bestias, y las otras eran pisadas de botas, tal vez humanas. Al aproximarse un poco más a la montaña de escombros, Tobías encontro un pedazo de tela de un violeta oscuro con algo bordado.

Un árbol blanco. Sin duda se trataba del Almendro Blanco, el símbolo del Imperio.

Fijaos. Creo que eso son huellas de las zarpas de los gnolls, pero esas otras, dijo, señalando a una zona donde la tierra era más blanda, probablemente por filtraciones de algún acuífero, son de botas.

Debía ser evidente para todos que los hombres bestias no empleaban calzado.

Más adelante, siguiendo las huellas de las botas, enganchado a una pila de escombros del derrumbamiento, algo llamó la atención de Tobías. Era un pedazo de tejido, y no uno cualquiera. Se lo dio a Vika para que lo enseñara a los demás. Llevaba el símbolo del almendro blanco. ¿Demasiada coincidencia? Tal vez lo habían dejado cuando los hicieron prisioneros, para indicar su paso por aquel lugar.

Vamos por el buen camino, dijo. Dedicó una sonrisa al maduro sacerdote, a quien no parecía seducirle, por buenas razones, la idea de caminar entre los escombros.

Mayra lanzó un suspiro de alivio.

—¡Por fin una buena noticia! —le contestó a Tobías, mientras se zambullía en el aire en la dirección en la que había señalado el explorador.

Una de las múltiples ventajas de volar era no tener que acercarse a esas sucias y repugnantes ratas.

Vika asintió complacida al hallazgo de Tobías y acabó por darle una palmada en el hombro, como señal de aprobación. Había hecho un buen trabajo. Por fin, después de todo el tiempo que habían estando explorando aquella maldita isla llena de peligros y de seres hostiles, encontraban una pista sobre lo que estaban buscando. Debían aprovecharla. 

- Así es Mayra. - Ratificó las palabras de la arcana. - No debemos detenernos ahora. No podemos perder el rastro. - Y dicho aquello, suponiendo que todos estaban de acuerdo se propuso avanzar. - Detrás de ti. - Le sonrió al explorador del grupo.

Me considero muy afortunado de viajar en compañía de jóvenes tan preparados y sagaces. Si de mí hubiera dependido, habíamos equivocado nuestro camino y perdido el rastro que veníamos buscando. Gracias a los dioses, Tobías no es tan fácil de engañar como yo y me alegro de que haya sido así, aunque ello implique seguir la ruta en apariencia más ingrata.

—¡Buen trabajo, mu-muchacho! —le felicito por enésima vez, pues continuamente está encontrando el modo de ayudarnos a todos a avanzar— Sigamos por donde in... indicas.

El grupo siguió el sendero de huellas, atravesando la caverna con dificultad debido a la gran cantidad de rocas y piedras. Aunque Dámasor iluminaba con su aura radiante y Tobías portaba la antorcha, era dificil moverse con soltura. No para Mayra, que sobrevolaba a sus compañeros en dirección a las escaleras y las columnas.

El entusiasmo duró lo que tardó un virote en salir disparado hacia la maga y clavarse tan profundamente que la punta apareció a su espalda, por encima de una de sus alas, hundiéndose hasta la mitad todo lo largo que era. El gnoll que había disparado comenzó a gritar de alegría mientras cargaba un nuevo virote en la ballesta, escondido entre una de las columnas y un montón de piedras.

-¡Intrusos! -rugió uno de ellos.

Un enorme gnoll apareció en lo alto de la escalera empuñando una lanza, mientras felicitaba al gnoll que había disparado y observaba como Mayra se escoraba hacia un lado a causa de las heridas. Eldrid corrió para ponerse bajo Mayra por si acaso perdía vuelo. Entonces, los demás gnolls abandonaron su puesto y cargaron las ballestas al ver aproximarse al grupo.

El dolor era algo que le era, mayormente, ajeno. La maga perdió el aliento cuando el virote se le clavó en el hombro y le asomó por la espalda, demasiado cerca de sus pulmones. Contuvo el aliento y se quedó rígida un momento antes de que su sistema nervioso enviara oleadas de dolor por todo su cuerpo.

—¡Au! —gritó Mayra.

Los ojos se le arrasaron de lágrimas. Bajó un palmo de altura en el aire, pero batió enérgicamente las alas para mantener su posición.

—¡Gnolls! —avisó a sus amigos, buscando con la mirada un lugar en el que ponerse a cubierto, aún aniquilada por el dolor.

- ¡Mayra! - Alzó a voz al ver que la arcana había sido alcanzada por un proyectil. - ¿Estás bien?

Vika llevó su mano a la altura de su espalda y agarró la empuñadura de su mandoble dispuesta a cargar contra lo que estuviera en la zona superior de aquella rampa. Iban a pagar el haber atacado a su dulce y buena amiga.

Primero escuchó el grito, y después vio a Mayra zozobrar en el aire, con la punta del virote sobresaliendo de su espalda. El hallazgo los había hecho confiarse en demasía, y estaban pagando las consecuencias. Corrió hacia la maga, aunque Eldrid fue más rápida. Por fortuna, la maga batió las alas y consiguió mantenerse en el aire.

¡Parapétate en la columna!, gritó.

El gnoll estaba cargando su ballesta de nuevo, y aunque no podía verlo desde donde estaba, por la forma en que se comportaba, debía tener compañeros tras él. No iban a llegar a tiempo de evitar una andanada.

Rezagado y caminando con la atención puesta en el suelo en mi esfuerzo por sortear los baches del camino, no reparo en la amenaza que tenemos delante hasta que oigo a Mayra chillar y la veo perder altura repentinamente.

Me lleva unos preciosos segundos darme cuenta de que estamos siendo atacados por hombres-hiena armados con ballestas que nos han confundido con invasores. Estoy seguro de si me dan la oportunidad de hacerlo podré disuadirles de su error, pero parecen demasiado alterados como para ponerse a conversar conmigo.

La mujer bestia se aseguró primero de que Mayra no caía de las alturas. Justo después, con un rugido que retumbó por la caverna, corrió por las escaleras a una velocidad demencial y de un tremendo salto cayó sobre el gnoll que había disparado a la maga. El gnoll intentaba recargar la ballesta cuando la mujer tigre se abalanzó sobre él en una nube de piel naranja y negra, hundiendo sus fauces en la carne y sus fieras zarpas arrancaron carne y huesos. La sangre salpicó las columnas, las rocas y al gnoll de la lanza, que contempló con horror el destrozo que Eldrid acababa de provocar en uno de sus guerreros.

Los gnolls tenían las ballestas cargadas y buscaban un único objetivo: la maga malherida que apenas podía sostenerse en el aire. Sin embargo, la aparición de Eldrid los hizo cambiar de parecer después de que la mujer tigre redujera a pulpa al que segundos antes era uno de sus compañeros. De modo que todos a la vez apuntaron hacia Eldrid. Los virotes volaron hacia ella, pero solo uno consiguió impactar en su brazo. Una herida superficial que solo hizo que Eldrid se enfureciera.

Vika cargó contra aquel ser que parecía ser el cabecilla de aquella tropa de bestezuelas inmunidas. Le castigaría como nunca antes le habían castigado. ¡Cómo se atrevían a tocar a sus chicas!

- ¡Muere bastardo! - Le ordenó mientras descargaba un poderoso golpe, con devoción por la ley y el castigo divino que toda criatura maligna como aquella merecía.

El gnoll vio llegar a Vika y alzó la lanza para intentar frenarla. Era como un caballo en carga, la punta de la lanza se clavó en el hombro de la sacerdotisa pero no se trabó con su armadura, de modo que la mujer pudo acabar el movimiento y le hundió tres palmos de acero en cuerpo, asomando la punta de la espada por detrás del gnoll.

La bestia aulló de dolor, soltó el arma y se alejó un paso tambaleando.

-¡Intrusos! -chilló.

Dio media vuelta y corrió hacia el otro lado del pasillo, clamando ayuda mientras los demás gnolls se pensaba si recargar el arma y correr para buscar más refuerzos como acababa de hacer su caudillo.

Tobías corrió escaleras arriba para rematar al gnoll que luchaba con Vika, pero este retrocedió gritando en cuanto la sacerdotisa lo hirió. Descartó perseguirle, y en su lugar se abalanzó sobre el más cercano de los ballesteros.