Luego de un vuelo breve y relativamente tranquilo, salvo por algunas turbulencias minutos antes de aterrizar, arriban al aeropuerto internacional de Mendoza. Al bajar sus maletas ya los están esperando junto a la cinta del equipaje y son ustedes los primeros en salir, ventajas de viajar en primera clase.
Al salir del control de equipajes (sin que nadie los controle) ven a un señor vestido con ropa elegante y un cartel que indica "Finca Zúñiga". Poco a poco el grupo se va reuniendo alrededor de él, que les pregunta sus nombres al tiempo que va tildando en una lista.
-Muy bien, parece que estamos todos. Síganme por favor.
Y los conduce hasta un minibus que los conducirá lo que resta del trayecto.
El viaje por vía terrestre demora más que lo que había demorado el vuelo: unos cuantos kilómetros hacia el norte y luego girando al oeste para iniciar el ascenso con el monte más alto de América frente a ustedes. El tiempo del viaje es más que suficiente para conocer a quienes convivirán en el hotel durante la próxima semana y apreciar al mismo tiempo el imponente paisaje de la cordillera.
Eliott había realizado el vuelo armado de gran paciencia. No viajaba en primera clase, así que tenía que sufrir las estrecheces de un viaje en turista, pero aquello no supuso demasiado problema para la última etapa de su viaje Buenos Aires - Mendoza. Incluso se le veía bastante fresco para el largo viaje que había realizado.
Al descender del avión, se dirigió sin mucho preámbulo hacia la zona de recogida de equipajes y allí recogió su gran maletón de viaje, plagado de estampitas y pegatinas. El maletón era rígido y con las esquinas remachadas en dorado. Parecía uno de los arcones de viaje que se utilizaban 80 años atrás. O bien era una reliquia familiar muy bien conservada, o un objeto vintage de extraño gusto. Las estampitas y pegatinas que lo decoraban parecían aleatorias pero tenían un enlace común para cualquiera que tuviera una especial dote de observación: Todas y cada una de ellas eran regiones vinícolas.
Lo mismo durante el viaje como al salir del avión y dirigirse hacia la zona de recogida de maletas, Eliott tenía puestos unos auriculares y musitaba en voz baja frases sin sentido con un fuerte acento francés y una cadencia extraña. Al poco tiempo resultaría evidente que estaba practicando el idioma
¿Dónde esta la oficina de coggeos más cegcana?
Un café con leché, pog favog.
Muchas ggacias, caballego.
Después de usted, señogita.
Pagece que hoy llovegá.
Pog lo menos hace tgeinta ggados a la sombga.
...
Después de recuperar su maleta, se acercó al hombre con el cartel de Finca Zuñiga y, finalmente, se quitó los auriculares de las orejas.
Monsieur Eliott Duchamps. C'est moi! ¡Ese soy yo! ¿Espegamos a alguien más o podemos pagtig? ¡Estoy impaciente pog llegag al hotel!
Claudia se puso sus gafas de sol Dior para ocultar las ojeras que seguramente enmarcarían sus ojos. El vuelo había sido largo y el asiento de un avión no es una cama "king size" precisamente, aunque fuera un asiento de primera clase. Avanzó por el pasillo arrastrando su maleta de mano de auténtica piel de cocodrilo. Aquella maleta le había costado una fortuna y no iba a dejarla en manos de unos burdos asistentes de bodega para que la maltrataran.
No podía pensar más que un burbujeante baño de espuma y una copa de Don Perignon cuando llegara a su habitación. Por supuesto, había encargado que prepararan una lujosa suite, adornada con flores frescas de color blanco ( única y exclusivamente blanco), y en la cama únicamente sábanas de hilo egipcio.
Dejó encargado en el mostrador de la aerolínea que llevaran el resto de su equipaje al hotel, con unas claras y minuciosas indicaciones de cómo debían tratarlo.
Se puso a buscar entre el gentío a la persona que se suponía había venido a recogerla. Cuando vio el cartel de "Finca Zúñiga" se dirigió hacia allá con determinación. Se sorprendió cuando vio que había más personas, pensaba que era un transporte privado...
- Claudia Figueroa- se presentó la mujer sin quitarse las gafas. No se las quitó en todo el trayecto hasta el hotel. No tenía el más mínimo interés en confraternizar demasiado con aquella gente. Evidentemente, si alguien se dirigía a ella, por cortesía le seguiría la conversación. Mientras tanto, se limitaba a admirar el espectacular paisaje a través de la ventanilla.
El viaje en avión había sido hasta entretenido. La azafatas me estuvieron mimando todo el trayecto. Los cócteles que me sirvieron eran espectaculares y si no hubiese sido por el cansancio del día, la morena del pelo liso habría sido más que amable. Caballerosamente tuve que declinar, pero guardaré su teléfono, nunca se sabe si más adelante me apetezca...degustarla.
El avión no trata muy bien los trajes estilosos, pero parece que acabara de salir del vestidor de la suite y no del asiento del avión. El resto de los visitantes de la Finca Zúñiga recogen su equipaje de la cinta mientras yo espero junto al chofer que nos acercará al hotel. Ventajas de hacer que envíen el equipaje con anterioridad al hotel. Si han seguido mis instrucciones, ya estará todo listo en la habitación a mi llegada.
El chofer es de conversación agradable, aunque un tanto insustancial. Pero al menos sirve para pasar el rato mientras espero apoyado con gracia en el bastón al resto de integrantes del grupo.
Buen día.
Según van llegando les saludo con una cálida sonrisa.
El viaje resultó ser bastante normal, simplemente se mantuvo atenta a la revista caras que se había traído y todos los chusmeríos de la farándula, de alguna manera ese morbo social la tenía en la lista de prioridades en el consumo. Una vez bajó de aquel vuelo y tras coger su maleta, no dudó en buscar a la persona pertinente para que la guíe hacia la finca. Al fin de cuentas quería distenderse de su trabajo, pasar un rato de paz y quien dice... ¿Conocer gente fuera de su ámbito laboral?
Ataviada con un delicado vestido floreado, su cabello siempre perfecto y algún que otro accesorio, hicieron de su imagen un destello de elegancia, finura, aunque también distensión. Podría decirse que tenía gustos refinados, aunque en actitud era más desenfadada. Aún así, se acercó a quienes estaban allí y como todo, intentó unirse a los saludos.
—¡Buenas! ¿Qué tal todo? —saludó al grupo—. Soy María Elena, pueden decirme Mary.
Tras su presentación al grupo siguió en su misma sintonía de cero dramas y problemas, no quería pensar demasiado en el suceso que ataña a ese lugar. No con esa cordillera tentándola en demasía, era una provincia tan bonita que se odió un poquito al recordar que conocía poco de ella. Había que ser positivo, la viuda hizo una pertinente invitación y es momento de conocer cada detalle paradisíaco que Mendoza le podía ofrecer. Su principal objetivo estaba en mente y al subir al coche, su mirada se perdió en la inmensidad de aquellos parajes. Como si fuera un sueño.
Ricardo había llegado al aeropuerto de Mendoza, escuchando música en una grabadora con un casette y unos auriculares en las orejas. En una mano agarraba la grabadora mientras que con la otra cargaba el equipaje mientras tarareaba una cancioncilla que resultaba difícil de descifrar. A la espalda llevaba una pequeña mochila roja con las pertenencias que había decidido no meter en su maleta.
-Du-du-du-du-dubi-dúa...
El despistado y alegre muchacho estuvo a punto de pasar por alto al hombre vestido con ropa elegante que llevaba un cartel en el que indicaba que pertenecía a la Finca Zúñiga. Eso le hizo abrir mucho los ojos y después dirigirse con rapidez hacia aquel tipo trajeado.
-Ricardo... -se presentó, con timidez al hombre para que le tildara en la lista-. Ricardo Bolívar.
El muchacho no parecía tener muchas ganas de dialogar con sus compañeros durante el viaje, por lo que no se dirigió a nadie en el trayecto. No parecía ser demasiado comunicativo. Se le notaba muy distinto a ellos en cuanto a edad y comportamiento, como si no terminara de encajar con el resto de los presentes. Quienes se entretuvieran en escucharlo, podían percibir que pasó buena parte del viaje canturreando y escuchando lo que quiera que estuviera escuchando en la grabadora:
-Dubi du-dubi du-dubi du dúa!
El vehículo cruzó el puente sobre el río Mendoza (¿sería ese el lugar donde apareció el cuerpo de Carlos Zúñiga?) y luego se dirigió directamente hacia el oeste, ascendiendo poco a poco a esa impresionante cordillera.
El camino de ascenso era bastante árido, se hacía difícil creer que una viña pudiera desarrollarse allí. Pero al llegar a la finca el paisaje reverdeció como por arte de magia.
Milagros del riego artificial.
A pesar de estar ya avanzado el otoño, el césped y los árboles de hojas perennes que adornaban el jardín frontal de la mansión conservaban todo el esplendor de su verdor.
La escena se muda al Hall