De repente, y como si de la nada apareciese, empezáis a escuchar la voz de Abraham, a lo lejos, pero potente. "Adonai, oh Adonai" repite sin cesar.
Poco a poco dejáis de escucharlo, pues empiezan a salir Mouros gritando de la torre en su idioma. Huyen hacia su cueva. Al salir estos sale Abraham, andando con algo entre las manos, algo metálico. Varios de los Mouros que luchaban con el lobo y el lobishome se giran confundidos. Uno intenta atacar a Abraham, pero desparece con una ligera explosión de luz, como la chispa de un pedernal en la noche.
Los que huyen gritan algo en su extraño idioma, y hace que el resto de los que aún no lo estaban haciendo, se les unan. Uno de estés últimos pasa demasiado cerca de Abraham y desaparece entre otra chispa de luz.
Gonzalo aprovecha para disparar su último virote, intentando rematar al último en huir, con tan mala suerte de que en el último momento resbala, y el virote acaba en el pecho del lobishome, que si bien apenas se movía y se quejaba lastimosamente, ahora ya no se mueve en absoluto.
La roca que Lope tira suena contra los cadáveres acumulados al pie de la torre, por primera vez escucháis el sonido de una de las piedras que tirabais y, como si fuera una señal, al mismo tiempo que la piedra caía, Abraham se desplomaba.
A lo lejos se escucha a a los Mouros, cada vez más lejos, pero ya no se les escuchaba.
La calma después de la tormenta.
Al lado de la torre, y hasta la linde del bosque, una lengua de fuego seguía presente, y ahora su crepitar se hacía audible.
Argia, petrificada, se mantenía al lado de la misma, en su mano, algo goteaba.
El lobo se acercó al lobishome, lo olisqueó y le lamió en la cara. Miro brevemente a Gonzalo el ballestero. Aulló. Puede que no entendáis el idioma lobuno, pero sin duda aquel aullido transmitía dolor,pena, angustia...
Se giró y salió corriendo a la linde del bosque, esquivando el fuego, y se perdió entre la maleza.
Observé el virote insertándose en la carne del lobisome. Lo último que quería yo era matarlo y, sin embargo, no hice sino rematarlo. Las voces y las chispas de luz parecían el colofón final a esa extrañísima batalla, y me alegré al ver a las criaturas huir por el lugar por el que había llegado, así como de la huida del último lobo. No entendía realmente qué había pasado, ni cómo se había originado aquella gran lengua de fuego.
Se... se acabó -pude mascullar unas palabras-.
Sin duda, que había permanecido mucho tiempo en el castillo de Bullenos, y en ningún momento en ese tiempo habíamos tenido eventos presentes como todos los aquellos vividos. Aún me quedaba dudas que podría despejar antes o después: ¿habría huido el cura? ¿Era Onofre aquel lobisome? ¿Tenían conciencia humana aquellos lobos? ¿Sabía el marqués sobre la red de catacumbas bajo el castillo y la iglesia? Hartas dudas que, sin duda, cambiarian la historia de esa ciudad, y la de nuestras vidas.
Será mejor que volvamos cuanto antes al castillo... -dije a quien pudiera escucharme-.
Argia observó la escena como absorta, como si su mente estuviera en otro lugar, muy lejos de allí... Las cosas se habían precipitado, sucediendo ante ella de forma que apenas fue capaz de reaccionar... Pero, cuando todo terminó suspiró mientras se llevaba las manos a un costado y tomaba un pañuelo para limpiar lo que llevaba en las manos. Esperaba que el fuego cesase y no les impidiera regresar...
Una parte de ella comprendió lo que Abraham había hecho y sabía que aquel tipo de reliquia era mejor esconderla pero le pertenecía a él...
Miró al resto y asintió, aunque fue acercándose hasta Abraham para asegurarse de que continuaba con vida...
Bien hecho Gonzalo! ese ser tampoco volverá del infierno! Lope estaba convencido que Gonzalo había hecho ese disparo a propósito y le parecía más que bien que una criatura así no volviera a levantarse. En su cabeza que los demonios lucharan entre ellos era algo propio de su naturaleza maléfica y traidora.
El fuego y nuestra fe en Cristo les ha hecho huir, debemos avisar al señor de lo que sucede en sus tierras para que pida ayuda al Obispo y acabe con todo esto cuanto antes.
Me levanté entonces, sabiendo que mis palabras habían causado cierto aliento en el noble.
Señor Marqués, -le dije-, he de declinar la suya oferta, aunque celebro la decisión vuestra de inspeccionar esas catacumbas. Horas atrás dejé a mis señores y marché con el señor Moshe por las calles de aquesta ciudad indagando por cuebñnta propia, pero no volveré a hacerlo si ellos prefieren descansar.
Decidí así dejar las cuestiones posteriores a los peligros a los soldados del castillo, pues iría a descansar con mis compañeros, y que mi misión había sido, desde antes de llegar a esa ciudad, protegerlos a toda costa. Aún recordaba a Onofre, pensado en mi interior que aquel lobishime que luchó en la batalla no era si no él mismo, y que un servidor le había dado muerte con la ballesta en funesta pifia de puntería...
Si conoce vuaced a Onofre, el vecino y antiguo castellano que defendió este castillo tal vez a las órdenes de vuestro padre, señor Marqués -le dije como últimas palabras-, sabeds que él fue quien nos puso en la pista de todo este mal que se yergue. Sabed que fue un buen aliado de esta vuestra ciudad.