Partida Rol por web

<...>

Tras alguna discusión, los héroes distribuyen la cura del Hidgne entre los leñadores y se dirigen a Durbenford.

En la ciudad llevan el cadáver de Helen al Templo de la Espada Rota, donde la madre Tara duda mucho de que los dioses le permitan regresar. Para pagar los componentes del ritual de resurrección deciden ir a vender una de las gemas que tenia Goembru. En el camino son abordados por el Hombre Gordo y dos de sus secuaces. Tras una conversación más o menos larga el grupo llega a un acuerdo con el mafioso. Ambos lucharan juntos contra el Gremio de la Roca Gris, a cambio el grupo jura proteger a Lady Alliara y mantener a Lord Durbenford al margen. Además el Hombre Gordo comparte una información comprometedora sobre los hábitos sexuales del señor de la ciudad y admite haber estado chantajeando a Marcus con ella para mantener la guardia alejada del barrio pobre.

Has fallado, pelirroja, !Fallado! - Las voces resonaban en su cabeza mientras huía en silencio y casi invisible de seres obscenos y deformes. Sabía que no era su imaginación porque nunca hubiese sido capaz de imaginar tales horrores. Había muerto.

De hecho, había muerto varias veces. Recordaba vagamente la explosión cegadora que le lanzó Goembru, el dolor... Y después nada. Se había despertado en medio de un páramo desolado, lleno de cadaveres y con una luz mortecina que no parecía emanar de ningún sitio. Al principio pensó que era una ilusión creada por el esclavo de la súcubo e intentó encontrar una salida. Entonces llegaron Ellos. Seres de obscuridad, sin forma definida y el hedor de la muerte. Intentó luchar pero era como detener una marea. Cayó, sólo para levantarse de nuevo en medio de la nada, con los mismos perseguidores en un macabro juego del gato y el ratón.

Pronto serás nuestra de nuevo, traidora. Has roto tu promesa. El Nanok volverá a pertenecer a nuestro Amo! Lo mismo que tú alma!

Vió una sombra y se escondió, sabiendo que tenían razón. La encontrarían como habían hecho en demasiadas ocasiones como para contarlas. Se daba cuenta que cada muerte la hacía más débil y pronto, demasiado pronto, dejaría de tener fuerzas para luchar y su alma pertenecería a Orcus. Si consiguiesen sacarla de allí y destruir el artefacto maldito...

Un ligero ruido a su espalda la hizo rodar sobre si misma y esquivar en el último segundo una guarra más afilada que cualquier espada. La habían encontrado. Otra ronda acababa de empezar.