Partida Rol por web

—¡Oh, de ninguna manera! Mi intromisión no es incómoda, sino oportuna. Quizá lo confundas con el incómodo silencio de hace un instante, eso sí que era incómodo. Y aburrido —contesto con despreocupación a la mujer hipotérmica—. Soy Glÿnmaer, el más abnegado de tus admiradores, sapientísima conocedora de lenguas extrañas y escritos ilegibles. Me has hecho una pregunta muy acertada. Por qué os espío, has preguntado. Y la respuesta es que no hay ninguna que explique por qué estoy haciendo algo que en realidad no estoy haciendo.

Miro por el rabillo del ojo a la lunática que echa mano de su látigo y tengo claro que no voy a volver a hacerme visible ante ella. Es una embustera, no solo no cumple lo que promete sino que además es una maleducada. Ni siquiera me dijo su nombre.

—Puedes ir a darte un paseo en busca del posadero, que nosotros te esperamos aquí mientras hablamos de asuntos importantes. Payne.

Dudo que sea tan tonta como para usar su látigo con una criatura que es capaz de hacerse invisible y degollarla mientras duerme pero, por si acaso toda la inteligencia de la pareja la acapara su compañera políglota, vuelo hasta la esquina más alejada para evitarle a la domadora la tentación de suicidarse.

—El caso es que he tenido una conversación de lo más provechosa con un viejecito llamado Toradiche —le comento a Lissandra, aunque no hay forma de saber a cuál de las dos me estoy dirigiendo—. Nos hemos hecho amigos y me ha regalado ese pergamino con sus notas para que sepa todo lo que necesito saber sobre cierto templo donde vive una bola negra que se va a comer el mundo. Por desgracia, el pobre debe tener artritis a causa de la edad y no consigo entender su letra.

»Ya sé que este asunto no tiene nada que ver contigo y estoy deseando dejarte en paz con tus cosas. Y seguro que tú también lo deseas, así que cuanto antes averigüe qué pone en ese pergamino, antes podrá volver cada uno a sus asuntos, ¿de acuerdo? No es mucho pedir un par de minutos de atención, ¿verdad que no? E igual de paso te enteras de algo interesante y todo como pago por tu buena obra. Yo ya te he demostrado mi buena fe dejándote ver ese texto tan importante para mí, un poquito de reciprocidad sería bienvenido.

Payne no parecía demasiado preocupada ante la posibilidad de que Glÿnmaer la matara mientras dormía. A decir verdad, parecía estar dispuesta a acabar con ese molesto asunto aquí y ahora, sin dar mucha opción a futuros conflictos. Su inteligencia no era tan aguzada como la de la formidable mujer que tenía al lado, pero su practicidad y su sentido común no conocía límites. Glÿnmaer parecía tener un objetivo común con ella, pero había demostrado de sobra que no podía confiar en él.

Caminó directamente hacia donde escuchaba la voz, arrinconando a Glÿnmaer contra la esquina de la habitación que había elegido arbitrariamente para ser aplastado como una mosca.

—Grune —llamó al hombre que estaba en la puerta—. Entrad. Tenemos un intruso. Es invisible, así que tomad todas las precauciones para que no se escape. Fredaric, pídele un saco de harina al posadero y tráemelo.

-La harina no hará falta, Payne -apuntó Lissandra-. Si algo sé son trucos contra criaturas invisibles, aunque desde luego un saco de harina resulta un recurso mucho más barato que malgastar mis componentes. Glÿnmaer, si querías que tradujera este pergamino habría bastado con entrar y pedirlo por favor como personas civilizadas que somos; en cambio entras de modo que nadie pueda verte, con subterfugios, y arrojas el pergamino esperando que yo obre bienintencionadamente porque sí.

Cogió el pergamino y se lo guardó.

-Necesito una buena razón para no dejar que Payne haga lo que quiera contigo. Y no me vale la excusa de hacer una buena obra, hay que ser estúpido para venir con ese tipo de argumentos. ¿Eres un héroe o algo por el estilo?

—Por supuesto que soy un héroe. Uno que intenta salvarnos a todos de la más absolunta aniquilación, lady Manoslargas. Si no piensas ayudarme, por lo menos devuélveme lo que es mío para que pueda encontrar a alguien que sí sepa leer lo que pone.

Amenazas, robos... estoy empezando a pensar que no me estoy juntando con la clase de gente adecuada...

- Enseguida... - Se escuchó a Grune del otro lado. 

Pero no fue enseguida. Fredaric seguramente había ido a por ese saco de harina y quizás por eso ese "enseguida", fue un poco más lento de lo esperado. Finalmente la puerta se abrió rápidamente, pero tan solo una mínima rendija que dejaba pasar a los tres hombres que estaban del otro lado y al saco de harina...

—No hay lugar como el hogar —recito, en el momento en que la puerta se abre, golpeando los tacones de mis botitas entre sí.

Si lo consigo, intentaré alejarme volando de allí tan deprisa como pueda. Soy más rápido y mi maniobrabilidad es muy buena. Quizá no consiga salir indemne de la emboscada pero me habré llevado una valiosa lección a cambio: nunca confíes en una humana.

La próxima vez que nos veamos, estaré mejor preparado para el encuentro ahora que sé que actuar de buena voluntad no funciona con ellas. Pensaba que estaba entre potenciales aliados, teniendo en cuenta que les ayudé en la emboscada del tigre, pero está claro que me he equivocado una vez más al juzgar a la gente. No volverá a ocurrir.

- No hay lugar como el hogar. - Se escuchó en la sala la voz del pixi oscuro y acto seguido también se escuchó como resonaba el choque de los talones de sus botitas.

Una vez entraron Grune y Fredaric cargando el saco de harina, Lutipold cerró la puerta tras de si y como habían planeado, tan solo la abrieron lo suficiente como para poder pasar ellos y nadie más.

—¡Por fin se larga! —dijo Payne en voz pretendidamente alta—. Ahora podemos empezar a hablar, Lissandra.

Lo que siguió fue un murmullo, demasiado bajo para que alguien que había escapado de la habitación utilizando el más mínimo resquicio legal para hacerlo pudiera utilizar para escucharlas.

Nada más abandonar aquella estancia donde era evidente que no era bienvenido, regresó a la sala del bar. Todo seguía como antes, las mismas caras y el mismo ambiente, a excepción de una presencia que llamó poderosamente la atención de Glÿnmaer. Un hombre enorme embutido en una armadura pavorosa recubierta de afiladas púas, se encontraba hablando con el mesonero. Terrigan señalaba con la mirada hacia la puerta que el pixi oscuro acababa de franquear y hablaba entre susurros con aquel hombre que se escondía bajo un yelmo oscuro que iba a juego con el aura que el mismo desprendía.

Acheron entrecerró los ojos, percibiendo un molesto zumbar a su alrededor que le estaba distrayendo de la conversación con el alopécico posadero.

-Deberías cerrar las ventanas por aquí, tabernero-, dijo al tiempo que trataba de aplastar de un tremendo manotazo al insecto que se había colado en la sala.

-Condenados mosquitos...-.

Aunque no hablaba muy bien de la higiene del local que los insectos vagasen por el interior del salón, Acheron ya estaba acostumbrado a dormir al raso. Y aun así, jamás perdonaba la vida a los mosquitos. Parásitos inútiles. Ladrones de sangre. Despojos de la creación.

Suspiro aliviado al haber logrado escapar indemne de las dos lunáticas de la habitación. Dos perturbadas que me han robado y han amenazado con matarme y embadurnarme de harina, seguramente para cocinar mi cadáver.

Todavía temblando, escucho a alguien decirle al tabernero que cierre las ventanas. ¡Otro que intenta atraparme en el interior de este local infernal! Pues de ninguna manera...

Miro en su dirección y me llevo un susto de muerte.

—¡Ah, un cubo de fregona parlante!

Bato mis alas con redoblada energía y me golpeo la cabeza contra una viga del techo. Está claro que hoy no es mi día... Me encaramo como puedo a la traicionera viga y me quedo allí sentado, balanceando mis piernecitas por encima de la concurrencia mientras registro el contenido de mi pequeña mochila.

Acheron era un prodigio matando insectos voladores. Tan depurada era su técnica que una vez mató dos moscas separadas a varios metros de distancia la una de la otra de una sola palmada. A una la aplastó completamente. La otra, claro, murió de un nanoinfarto.

Tan excelso exterminador de insectos era el colosal y cetrino guerrero, que cuando aquel bichejo zumbón se escabulló de su sentencia de muerte al tiempo que profería unas palabras con una voz chillona, el pasmo fue considerable.

-¿¡Pero qué coñññ...!?-. El bárbaro miró de soslayo al tabernero. -¿Desde cuándo hablan los insectos en esta tierra...?-. Algo en el tono incisivo de la pregunta sugería que, en realidad, no quería una respuesta.

Acheron miró hacia el techo, donde intuía la presencia del bichejo volador.

-Tú... Repite eso...-, dijo dirigiendo un dedo a lo que parecía un ejemplar de polilla del color de la ceniza.

¿De verdad estaba hablando con un insecto?

El khuul debía haberle dado muy fuerte para estar teniendo esa ensoñación.

- Señor yo... - El mesonero trago saliva. - También he oído algo pero... - Rebuscó con la mirada en todas direcciones. - Yo no veo nada, señor. Ningún insecto. Yo... - Entonces al ver la expresión de aquel terrorífico hombre bajo un casco, entendió que éste no requería ninguna respuesta y simplemente cerró la boca.

La hechicera de hielo se sintió estúpida. No sabía quién era el ente invisible, pero desde luego era muy maleducado y merecía que la sacerdotisa de Loviatar le diese una larga lección sobre cortesía. Sacó del bolsillo el pergamino y lo abrió.

-No sé a qué ha venido todo esto ni quién era esa criatura, pero lo que hay en este pergamino me interesa e intuyo que a ti también. No estoy aquí por casualidad ni porque me guste la calidez de la región, estoy aquí porque un ente quiere destruir el mundo y, sinceramente, no me he pasado los últimos años construyendo mi reino para que venga un cualquiera a borrar del mapa toda la existencia. No me apetece, si sabes a lo que me refiero.

Cuando Lissandra abrió el pergamino, enseguida tuvo la intuición de que se trataba de un pergamino arcano. La bruja de hielo empezó a leer los símbolos hasta que se cercioró de que en efecto se trataba de un pergamino que contenía las instrucciones para lanzar un conjuro. Tras unos minutos de estudio, Lissandra determinó que se trataba de un conjuro del segundo circulo. Un artificio mágico para eliminar el veneno de un organismo.

-Bueno, Payne -suspiró la hechicera-. Nos ha timado. Es un conjuro que ni siquiera puedo lanzar. Y algo me dice que tú tampoco. Sirve para lentificar el veneno en el organismo de una persona.

Payne pidió a sus hombres que se pegaran a la puerta, sin abrirla. Aquella criatura irritante ya había demostrado la capacidad de teleportación. No cometería el mismo error de abrir la puerta para que pudiera teleportarse al interior y comenzar la misma historia otra vez. Por Loviatar que como lo enganchara lo iba a reventar.

—El ente del que hablas tiene muchos nombres: Tharizdum, el Ojo Arcano, o simplemente Dios Oscuro —le dijo en un tono de voz bajísimo, casi al oído—. Le venera un culto conocido como El Mal Elemental. Tienen un símbolo. Un ojo dorado en llamas, y hay diferentes facciones dentro de la misma iglesia. Una por cada elemento: fuego, aire, tierra y agua. Se construyó un templo en una zona fronteriza en las fronteras del Ducado de Ulek, el reino de Veluna y el de Celene.

»Desconozco la ubicación exacta del templo —reconoció—, pero sí sé dónde empezar a buscar. Una antigua fortaleza, a diez millas de aquí, siguiendo la carretera del pueblo maldito de Nulb. La llaman la Barbacana del Foso. Tengo entendido que era frecuentada por los seguidores del Mal Elemental. Y que en el propio Nulb, ahora un pueblo fantasma, trataban con ellos.

Hago poco caso al obtuso gigante acorazado y dedico mi atención a la puerta y a la pareja de sádicas que conversan al otro lado. Puede que no consiga oír lo que están diciendo, pero tal vez sí consiga saber lo que están pensando. O tal vez la palabra correcta sea "tramando".

El Bosque Nudoso está en peligro y una miserable puerta de madera no va a detenerme.