Partida Rol por web

Sanitarium

Lo que la culpa arrastra

Cargando editor
31/08/2010, 22:06
Director

Escena para Alicia Guevara donde se hara la parte de historia de la ficha.

Cargando editor
01/09/2010, 20:43
Director

"Smoking on the water" suena en la gramola, de vez en cuando se ralla el disco, haciendo que una nota disonante se mezcle en el aire con vapores de los fritos y el humo de cigarros. Abres tus ojos soñolientos y miras el vaso medio vacio que tienes delante, al mirar a tu alrededor te das cuenta de que estas en un restaurante de carretera, sentada en frente de la barra con varias personas a tu lado, camioneros y motoristas a los que no se les ve la cara entre las nieblas, las voces son susurros que te taladran el cerebro como si tuvieras una gran jaqueca. De repente una voz agradable te habla al otro lado de la barra, donde no había nadie te encuentras un hombre hispano de mediana edad, vestido con una bata de medico, que te sonrie mientrás se pone a limpiar un vaso con un trapo con parsimonia:- Buenas noches, señorita Guevara, tenemos una cita como cada noche, mira este sitio- Mientrás que rodea con su mano libre el bar y señala:- Otro lugar para olvidar tus penas, en alcohol y en la soledad del vaso, pero yo te puedo ayudar.- Notas una tranquilidad que jamás habias notado, de este hombre se libera algo que te hace quedarte aqui sentado en este lugar...

Cargando editor
02/09/2010, 15:02
Alicia Guevara

«Maldita mierda. Debo estar al borde del delirium tremens.»

Recordé una noche, semanas atrás.

«Me había metido en la cama con una botella de vino y me había quedado sentada en la oscuridad mirando por la ventana. Era la primera vez que me había quedado sola en dos semanas y me sentía agobiada. Me alimentaba de soledad, y sin ella me sentía como privada de agua y comida. Cada día sin soledad me debilitaba. No me enorgullecía de mi soledad, pero la necesitaba. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para los otros. Entonces había tomado un trago de vino.

De repente la habitación se había llenado de luz. Un traqueteo y un rugido. Un puente del metro pasaba a la altura de mi habitación. Un manojo de caras borrosas pasaban raudas y se alejaban, me observaban a través de los sucios cristales y desaparecían con el rugido del tren. Pero no me veían. Luego había regresado la oscuridad. Entonces había apretado los párpados y la habitación se había llenado de luz y de nuevo había contemplado aquellos rostros escalofriantes. Era como una visión del infierno repetida una y otra vez. Cada nueva vagonada de rostros era más horrible, demente y cruel que la anterior. Entonces había echado la botella vacía a un lado. »

Una mueca torció las comisuras de mis labios hacia arriba. ¿Sonreí? Cómo saberlo, apenas podía divisar mi sombra en el espejo que detrás de la barra multiplicaba las botellas de licor.

No me digas, ¿y cómo es eso? ―Entonces recordé esas mismas palabras “yo te puedo ayudar” repetidas en las bocas de decenas de tipos de toda traza y calibre. Pero, bueno, nunca de los labios de un ‘médico’ devenido en lavacopas.

«Hay cada personaje en el mundo…»

Sin embargo, se estaba muy bien en aquel sitio.

Cargando editor
03/09/2010, 13:13
Director

El hombre vestido con bata de medico termina de dejar el vaso bien limpio en la pila. -Porque quieres olvidar, no dejas de vagar por ello, porque en tu vagar solo ves rostros borrosos- Señalando al gentio, que sigue tan borroso como antes:- Por una vez en tú vida, te sientes a gusto contigo misma- Recoge la botella que tienes a tu lado y te la llena de una manera profesional:- Aqui soy un confesor, soy el barman de este bar y a la vez alguien que necesita una cosa de tí... sinceridad- Apoyando la mano en su lado de la barra te sonrie:- Cuentame tus problemas, y al final de todo esto conseguiremos que se disipe como el humo de tu moto en el viento de poniente.- Te das cuenta de que quieres hablar, liberarte de la pesadez que presiona tu pecho y que no te deja respirar. En tanto la maquina cambia de disco al de T Rex, con su "20º century boys". Y con esa canción el hombre te pregunta con calma:- Que relación tienes con tus padres, y algún recuerdo que tengas de ellos, el que tengas grabado más a fuego.-

Cargando editor
04/09/2010, 00:09
Alicia Guevara

Lancé una larga bocanada de humo y aquel umbrío recinto se tiñó de serpenteantes volutas azuladas. Incluso el barman. Sonreí. En la gramola sonaba una banda inglesa que alguna vez le había cantado a hadas, elfos y duendes. Menuda mierda. Después se habían metido en eso que llamaban glam rock, sonaban algo mejor,,, pero no tanto.

« ¿Olvidar? Como si aquello fuera posible…»

— ¿Olvidar? Ojalá pudiera olvidar una maldita cosa. Toda la mierda está ahí, esperando que la recoja y la trague. ¿Querés eso? Este mundo caga y traga su propia mierda como si de un manjar se tratase. Vos yo… Ellos—, dije señalando a aquellas siluetas borrosas, ajenas a cuanto ocurría en derredor. Pero, ¿ocurría? Qué más daba. Si era un sueño o un delirio, era tan real, o irreal, como la vida misma. Una jodida mierda.

Me eché al garguero un nuevo trago y sentí la caricia áspera del licor rodando por mi garganta, voluptuosamente. Entonces los recuerdos fluyeron solos, desenredándose de una larga madeja gris como una telaraña, y escuché mi propia voz pastosa y reconcentrada enhebrando palabras e imágenes, que se instalaban en los rincones y que se me antojaban más reales que aquello que acontecía ante mis ojos.

 « ¿Olvidar? Como si aquello fuera posible…»

Entonces me escuché a mi misma como en un largo monólogo de borrachos. Y que lo estaba. Vaya mierda.

— La primera cosa que recuerdo es estar debajo de una mesa –siempre estaba debajo de una mesa-, veía las patas de una mesa, veía las piernas de la gente, veía el mantel colgando como una cortina separándome y ocultándome de aquella gente. Me gustaba estar ahí, bajo la mesa. Nadie parecía percibir que yo estaba allí La luz del sol calentaba el piso de parquet y se reflejaba entre las piernas de aquella gente. Me gustaba la luz del sol y aquellas motas de polvo revoloteando entre los haces de luz.

 » Luego, un árbol de Navidad. Velas. Bolas de colores iridiscentes. Una estrella. Y comida, mucha comida. La comida parecía algo muy importante. Jugosos trozos de carne, papas asadas, salchichas, pollo frito, guisos, empanadas, milanesas, ravioles, pastas, muchos platos de pastas…

» Había dos personas: una más grande con el pelo siempre revuelto, una narizota, una boca enorme y una ceja que le surcaba de lado a lado la frente; siempre estaba furiosa, gritando y gesticulando con su enorme boca grasienta. La persona más pequeña era tranquila, de cara redonda, pálida, con grandes ojos acuosos. Yo temía a las dos. Esa gente no parecía feliz de estar junta. Se llamaban  Enrique y Marta. Yo nunca los llamaba por sus nombres.

» Mi padre siempre estaba furioso por algo. Allá donde fuéramos, siempre se metía en discusiones, pero la mayoría de la gente no parecía asustarse por sus gritos. A menudo se quedaban contemplándolo con calma y él se ponía más furioso.

» No me dejaban jugar con otros niños. «Son malos niños, sus padres son pobres», decía mi padre. Y mi madre asentía. Ellos querían ser ricos, así que se imaginaban ser ricos. Los primeros niños de mi edad que conocí fueron los del jardín de infantes. Parecían muy extraños, se reían y hablaban y parecían felices. No me gustaban. Siempre sentía como si fuera a vomitar… y el aire parecía extrañamente quieto. Pintábamos acuarelas y plantábamos semillas de lechuga y tomate en el huerto. Me gustaba la señorita que nos daba clases en el jardín de infantes, me gustaba mucho más que mis padres…

» Ellos peleaban todo el tiempo. En una ocasión mi padre me encerró en mi cuarto y los dos se pusieron a discutir a los gritos. Escuché el estrépito de cristales rompiéndose. Entonces mi padre empezó  a golpear a mi madre. Ella gritaba y el no dejaba de pegarle. Escapé por la ventana e intenté entrar por la puerta principal. Estaba cerrada. Lo intenté por la puerta trasera, por las ventanas. Todo estaba cerrado. Me quedé en el patio de atrás, escuchando. Era terrible. Aquellos gritos y el sonido sordo de los golpes. Entonces hubo un portazo, un silencio y luego el sollozo quedo de mi madre, como un lamento lejano que fue apagándose hasta que cesó del todo.

» Un día mi padre se fue y no regresó. Mi madre lloró y lloró y lloró hasta que dejó de hacerlo. Se secó las lágrimas y nunca más volvió a llorar. Nunca que yo la haya visto y escuchado. Se puso un vestido nuevo, se maquilló y salió a buscar un trabajo. Consiguió uno como recepcionista en un consultorio dental, ganaba poco pero nos alcanzaba. Y todo parecía ir mejor, la escuchaba cantar y mis notas en el colegio mejoraron. Hasta me hice de unas amigas. Pero fue breve.

Entonces alcé los ojos y contemplé a aquel extraño sujeto. ¿Cómo se llamaría? Qué mierda importaba. Era una puta ilusión, como todo. Encendí otro cigarrillo y, después de dos o tres caladas, agregué en tono sombrío:

— Entonces llegó Oscar…

Cargando editor
04/09/2010, 18:08
Director

La musica cambia a una tonada suave de musica ambiental, como si cambiara según el tema que sacaras a coalición, casi te divierte en pensar en que se pondra la siguiente vez que hables. El hombre ha estado atento, sin intentar mirarte el escote o algo parecido, sin duda esto es un sueño. El hombre te dice:- Si no quieres hablar de ello por ahora, sigamos con otro tema...-

Cargando editor
06/09/2010, 15:55
Alicia Guevara

Encendí otro cigarrillo y miré por el ventanal que daba a la carretera. Sólo oscuridad, apenas unos borrosos trazos de luz de tanto en tanto. Había llevado una vida de perros, y aún estaba como al principio.

«La muerte estaba a mi lado, siempre estuvo allí, pero nunca daba la última mordida. Alguien dijo que el amor nunca es mejor que los amantes. La muerte tampoco. Sin ambición, sin talento, sin oportunidades. Lo único que me mantenía fuera del basurero era la puta suerte, y la suerte nunca dura. Por suerte…»

— El sueño es como la muerte… No, realmente espero que no. La muerte debería ser paz y no una eternidad de aburrida conciencia. La muerte debería ser olvido, sino no tengo un puto camino.

Otro trago. Una última calada al cigarrillo.

— No soy buena conversadora…

Mis ojos elevan una apagada mirada hacia aquel extraño sujeto.

— ¿De qué te gustaría que hablemos? Los ‘loqueros’ siempre andan hurgando infancias, perversiones y sexo. Para ustedes todo se explica en alguna fijación infantil. Estuve en un psiquiátrico un tiempo. Aburrido. Lo bueno es que te la pasás durmiendo. Y aprendés a mentir… sino no salís más.

Sonreí para mí, algunos recuerdos se apretujaban en mi abotargada cabeza.

«Sí, menuda mierda.»

— Aprendí rápido que lo único que quieren escuchar son mentiras. Mentiras en todos lados. Mentiras en la televisión, mentiras en la radio, mentiras en los periódicos. Mentiras en la calle, en el trabajo, en el bar, en el hogar. Mentiras, mentiras y más mentiras. La vida es una puta mentira. Y para peor, una puta frígida. Brindo por eso.

Una carcajada pastosa escapa de mis labios

— Che, ¿la gramola cambiará de tema si chasqueo los dedos?

Cargando editor
07/09/2010, 17:56
Director

El extravagante camarero sonrie ante tus deducciones, mientrás que te sirve la copa, que tiene el color de la miel, tan irreal como la niebla que oculta a los demás comensales que conversan en la soledad que permite el lugar. Finalmente se decide a hablar, como reflexionando las palabras, mientrás chasquea los dedos y cambia la tonada "yo y el demonio del blues" de Rober Johnson:- Esta me gusta especialmente- Y ante el arte del negro cantante de blues, el hombre chasquea los dedos- Como en esta canción todos tenemos nuestros demonios, la gente quiere creer que las enfermedades mentales solo son un sintoma de un cerebro enfermo, pero yo creo que hay algo más, lo que digas aquí no seran palabras huecas y es por eso que te he pedido que expreses todo lo que recuerdes, todo lo que quieras comentar de los temás que te pregunte, sin miedo- Saca un pequeño yesquero y se enciende un cigarrillo, y da una calada:- Ahhh esto es bueno... ummm porque no me hablas de tu tiempo en la carretera, cuando fue tu primera vez con una moto, tenemos todo el tiempo del mundo para que me digas todo-

Cargando editor
09/09/2010, 17:55
Alicia Guevara

 

«Baby, I don’t care where you bury my body when I’m dead and gone…»

Aquellas palabras resonaban en un contrapunto entre la guitarra y la voz fantasmal del cantante. Venderle el alma al Diablo en un cruce de carreteras, ¿y por qué no? Hacía más de dos décadas que recorría las rutas. Dos décadas…

Mi mirada se perdió en la niebla azulada que emanaba de los cigarrillos, bocanadas serpenteantes, y los recuerdos. Dos décadas…

— Había caído en el barro una noche de lluvia,  había visto a un hombre apuñalando a otro y había pasado de largo, había entrado a una de esas viejas tabernas de San Telmo, ebria de recuerdos, había metido una moneda en la máquina de discos y había sonado ese tema. “Baby, I don’t care where you bury my body when I’m dead and gone…”

» No viviste hasta conocer una de esas pensiones de mala muerte con nada más que una bombilla de 60 vatios, compartiendo la habitación con otros cuerpos sudosos, apretujados en catres. Ronquidos profundos, bastos, oscuros, resollantes, infrahumanos… Y la cabeza que parece que se te partiera. Los olores entremezclándose: calcetines sucios y rígidos, bragas con orines y pintitas de sangre, colonias baratas, y un aire denso que gira en espirales con el acre olor de los cuerpos dormidos. Boqueando, babeando, hablando entre sueños, sacudiendo las nieblas de una pesadilla. Cuerpos gordos y flacos y encorvados, unos sin piernas ni brazos, otros sin cerebro. Sin esperanzas. Entonces te levantás, recogés tu pocas pertenencias, las metés en la mochila y salís, caminás por las calles, subís y bajas aceras, doblás la esquina y pensás. En nada. Está oscuro y hace frío allí afuera, pero se está mejor.

» Estar perdida, estar loca, tal vez no era tan malo si se podía estar así: tranquila. Necesitaba un lugar donde nunca nadie pronunció mi nombre. Sin teléfono, sin trabajo, sin nada. Las ratas y yo. Aquella vez supe que era una celebración de algo el no hacer sino sólo saber. Las ratas y yo. Mis demonios y yo.

» Y esa mañana me largué con la mochila al hombro y poco más. Tenía diecinueve años y una maraña de rutas por desandar. Fue fácil, fue rápido, fue…

Mojé la punta de mi dedo en aquel licor ambarino y dibujé sobre la recia barra de madera -surcada de cicatrices y de historias- un torpe gráfico representando Sudamérica. Primero la Argentina…

— Hacia el sur por toda la costa atlántica y luego hacia el norte desde Cabo Vírgenes hasta La Quiaca. Hice dedo y en ocasiones pagué un boleto de tren o autobús; trabajé de lavacopas, camarera, vendedora, repartidora, tornera, mecánica, jardinera, trabajos legales y de los otros…

Entrecerré los ojos y el aire se puebló de olores y sabores que evocaron lugares, melodías y perfiles. Una larga calada y una niebla azulada me envolvió, protectora.

— Dormí en la ruta, bajo la marquesina de un local abandonado,  en plazas y en estaciones de trenes, en galpones, en albergues y pensiones, en cajas de cartón, en una bolsa de dormir, sobre un banco, sobre la tierra húmeda, en camas mullidas con sábanas de seda, en catres duros con sábanas rasposas, frente al mar, en una cueva, en un sótano infectado de ratas, en el calabozo de una comisaría, en un cementerio abandonado, sobre fardos de heno en un camión, en una reposera junto a una piscina, sobre un árbol, bajo la lluvia, entre una multitud que hormigueaba en el aeropuerto, en el atrio de una iglesia, envuelta entre las asépticas sábanas de un hospital, entre una nube de mosquitos, bajo una estrellada y gélida noche en la puna de Atacama, entre delincuentes y asesinos, acurrucada en el regazo de una anciana…

Entonces, mi índice avanzó sobre el acuoso boceto del mapa y trazó una línea sinuosa hacia los recuerdos. Dos décadas.

— Luego proseguí camino hacia Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia… Y de allí a la costa este de Méjico. De Cartagena a Cancún en un crucero de lujo con Manuel, un narco de Chihuahua. Tenía dos mujeres, una decena de hijos y más amantes que disponibilidad para atenderlas. El me regaló la vieja Ural. Necesitaba muchos arreglos y, mientras esperaba un trámite que había efectuado en la embajada argentina, fui comprando algunas piezas y remodelando aquel viejo cacharro. Desde entonces llevamos doce años juntos.

Alcé los ojos y contemplé por un instante a aquel sujeto, hecho mitad de ensueños, mitad mentiras. ¿Qué parte del cerebro inventaba todo esto? ¿La que aún conservaba algún atisbo de cordura o la que irremisiblemente había naufragado en los recuerdos?

«Algo más hondo que la realidad, porque la mentira –y el ensueño- es la carne de nuestra alteridad. »

— Perro fiel como pocos, no le pidas más de lo que puede dar, pero podés confiar que no te dejará colgado en la estacada.

Cargando editor
10/09/2010, 20:07
Director

El tipo sonrie mientrás que el ambiente esta cargado de blues y humo, con su sempiterna sonrisa  reparte una bebida a otro cliente invisible como los demás a traves de la neblina, mientrás que escuchas lo que le comentas y cuando terminas dice:- Pero el alejamiento no te ayudo, los recuerdos como los demonios  te siguen a donde quiera que vas, y siempre buscan los momentos de mayor flaqueza para hurgar en la herida, creo que ahora me gustaria saber el porque a ese miedo a las maquinas, que tienes... ¿Te sorprendes? Nos hemos visto más veces, solo que no siempre has estado receptiva, a nadie se odia tanto que al que aplica una cura dolorosa...- En tanto una de las luces del local se apaga y varios de los tipos desaparecen en la oscuridad y ya no se les oye.

Cargando editor
11/09/2010, 18:09
Alicia Guevara

« Somos lo que recordamos; somos lo que los otros recuerdan de nosotros; somos una trama de recuerdos desencontrados…Olvido, divino tesoro.»

Mi dedo jugaba trazando mapas con dorados hilos de licor, enhebrando y zurciendo recuerdos, viejos y ajados recuerdos. Hablé sin alzar los ojos, sumergida en las evocaciones.

— No soy tan ilusa. Nunca pretendí darle un volantazo a los recuerdos. Por lo menos, eso no me llevó a la carretera. Los recuerdos son vulgares atracadores, están ahí, acechando. El olvido es la cura. La muerte. Esa puta gorda vestida de negro…

Entonces sí, alcé la mirada, una ceja se arqueó y en mi sonrisa se insinuaron ironía y sorpresa.

— ¿Miedo a las máquinas? No jodas. Soy fierrera, me gustan los motores, los engranajes, el olor a aceite. Puedo pasarme el día entre tuercas y tornillos. No le tengo miedo a las máquinas, pero le tengo miedo a la estupidez, y ahí sí…

Encendí el último cigarrillo y arrojé la marquilla a un lado del cenicero. Le dí dos o tres caladas antes de proseguir con aquel soliloquio.

— Detesto las computadoras y los celulares, pero lo que más me rebela es la estupidez. Esa necesidad de estar las veinticuatro horas conectados. Click-click-click-click. —Mis dedos imitaron un frenético tipear en un teclado. —Me compré unas bragas con puntillas y pum, subo la foto. Stoy aburrida, yo tb!, dnd tan t2?, asdf. ¿Qué mierda es eso? La vida se transformó en una pasarela de estupideces, una tras otra. No te niego que tiene sus cosas buenas, pero le gana por goleada lo malo. No hay intimidad, todo es público, corté con mi novio, pum, video, foto y comentarios del culebrón. Una vieja tiró un gatito a un bote de basura y tenés kilómetros de comentarios. Click-click-click-click. —Y otra vez aquel teclado invisible— ¿Una guerra? ¿Millones de muertos por el hambre? Cri-cri-cri, canta un grillo solitario. No hay mapas ni brújulas; navegan en la mierda. Todo es aquí y ahora. Rápido, cómodo y fácil es la consigna. Estamos creando un mundo de pajeros que sólo quieren consumir… mierda y más mierda.

Los últimos acordes de un blues envolvían aquella estancia, como una niebla sonora. Entrecerré los ojos y exhalé una última bocanada de humo, ceniciento, casi azulado.

— No me interesa ese juego, no me va, no es lo mío. ¿Para qué quiero un móvil? Es como tener un radar en el culo. ¿Un correo electrónico? Prefiero las cartas, tienen el encanto de lo artesanal. No sé… Algo está muy mal. Jodidamente mal. No hay encuentro, no hay piel, cero química. Será el miedo al sida, al mal aliento, al olor a pata, ni idea.

Una carcajada escapó de mi boca, como trizas de cristal disparadas por un golpe. En ese momento descubrí que no había bebido de aquella última copa, pero no tenía sed. Un áspero nudo se había atravesado en mi gaznate. Una cuerda enroscándose como una víbora…

« ‘Nos hemos visto otras veces…’ ‘A nadie se odia tanto que al que aplica una cura dolorosa…’ ¿De qué carajo está hablando? »

Me incliné hacia aquel excéntrico barman, mis ojos se ensombrecieron brevemente, pero aún sonreía cuando lo increpé con un suave susurro:

Ahora, contame vos… Sé que esto es un puto sueño, pero aún así, ¿de cuál de mis pesadillas saliste vos? ¿A qué mierda estás jugando?

Cargando editor
15/09/2010, 20:23
Director

El hombre alza los hombros como si la cosa no fuera con él, y sin dejar de sonreir te responde:- Pues yo no vengo de ninguna pesadilla, no soy algo creado por tu subsconciente, digamos que soy un pequeño invitado, que busca ayudar a mi anfitrión. ¿Te parece extraño? Como tu has dicho esta sociedad esta enferme. Yo tengo la ventaja de poder hacer que esa ayuda sea auténtica, nada de pastillas, nada de terapias largas e innecesarias, nada de cobrar por mi ayuda, me he cansado de tanta simploneria, de tanta ambigüedad- Mientrás que otras luces en el local se apagan y más gente desaparece en la niebla, en tanto el hombre sigue con su discurso- Ahora dime, ¿Porque te has intentado suicidar? No, me diras que no estás enferma...- Esperando tu posible enfado te da una tarjeta:- Aquí tienes algo tangible que no es un sueño, ahí tienes los datos que te dara con mi situación.-

Cargando editor
16/09/2010, 22:33
Alicia Guevara

Eché una fugaz mirada sobre la tarjeta que reposaba sobre la barra. Dr. Eduardo Muñoz. C/ Cypress n/7. Pleasentville. Y luego volví mis ojos a aquel rostro de amable sonrisa y de cuya boca se desprendían palabras que envolvían otras palabras que a su vez envolvían palabras dentro de otras palabras como aquellas muñecas rusas, las matrioskas.  Algo me inquietaba. Aquel sujeto usaba frases claras, pero de tan claras me enceguecían y me sumían en una luz que se dispersaba como una niebla rutilante en contraste con el lóbrego espacio que teníamos como escenario. Las luces se apagaban, una a una, al unísono con mis emociones. Como en una resaca salvaje, mis pensamientos se embotaban, mis movimientos se entorpecían y mi mirada adquiría un matiz oscuro, tristemente siniestro.

« ¡BASTA, BASTA YA! ¡DEJALA! Los puñetazos se sucedían en una interminable retahíla, pero no golpeaban mi carne. No. Aquel infierno abría heridas viejas que aún no habían cicatrizado. Heridas pestilentes que hedían putrefactas. Otro tiempo, otro lugar, el mismo infierno. Mierda sobre mierda sobre más mierda. Una montaña de mierda. Ella era la víctima y yo debía protegerla, pero era ella quien me protegía a mí. Como en aquel entonces que no supe protegerme, como en este entonces que no supe protegerla, como siempre… Un puta mierda, eso es lo que era, eso es lo que soy. El cuchillo sanguinolento en su pequeña mano, sus ropas desgarradas teñidas del escarlata de la muerte, no de la muerte de aquella bestia, no, sino su propia muerte. Se había sacrificado por ella y por mí. Las fauces de aquel horror se abrieron para desgarrar de una feral dentellada los últimos trazos de cordura que aún pendían de aquella pequeña vida ultrajada. Y se rindió a la locura como un tributo, por ella, por mí. Ese fue el momento de su muerte aunque el acta de defunción proclame una fecha ulterior. No hay verdad en esos putos papeles timbrados, mierda burocrática ciega, sorda y muda. Y desde entonces aquel sabor a herrumbre que me llenó la boca me acompaña siempre con su recuerdo. ¿Huir? Jamás podría huir de su recuerdo, esta encarnado en mi sangre, en mis huesos. Duele por las noches cuando me desgarran las pesadillas, duele por la mañana cuando una jaqueca amenaza con estallar como una granada en mi cabeza, duele por las tardes cuando el sucio cristal de un vaso de rojo vino me recuerda aquella vida, aquella sangre, aquel horror. Duele, irremediablemente duele. No hay droga, ni alcohol, ni carretera que alivie este dolor. Duele. ¿Dónde está la puta gorda vestida de negro que dé el tijeretazo que corte el cordón que me une a esta mierda que llamamos vida? ¿Dónde? ¿Por qué no viene? ¿Por qué me esquiva? ¿Dónde está la bala, el cáncer, el puñal, el auto, la última dentellada que acabe con esta mierda? ¿Dónde el olvido? ¿Dónde? La puta muerte me esquiva y se ríe de mí. Hace veinticinco años que morí, pero sigo aquí como un fantasma, buscando la muerte que no me llevó y que me abandonó a mi suerte. A mi puta suerte. Este es mi infierno, mi castigo, respirar, latir, sudar, heder, orinar, cagar… Soy un fantasma que habita entre los vivos, un muerto que respira, que la te, que suda, que hiede, que orina, que caga. Mierda que caga mierda, eso es lo que soy. Un alma putrefacta que recorre carreteras buscando a la puta gorda vestida de negro, buscando los seis pies de tierra que cubran mis huesos, buscando el olvido que me olvidó.»

Alcé los ojos y asomó en mi boca una mueca que pretendía ser una sonrisa. El aire hedía a la oscura niebla de los recuerdos. Maldita sea. Alejo aquella última copa que destella matices dorados. Un licor para desinfectar heridas que nunca cicatrizan. Y ahora sí, sonrío ante aquel pensamiento.

«Bebo para desinfectar las heridas abiertas. Alcoholismo aséptico. Menuda mierda…»

Mis argumentos apestan, como yo. Mis dedos repiquetean brevemente sobre la barra y derramo mi mirada sobre aquel extraño sujeto que ahora puedo nombrar. Dr. Eduardo Muñoz. Presentación hecha con espacio de publicidad incluido: Yo tengo la ventaja de poder hacer que esa ayuda sea auténtica, nada de pastillas, nada de terapias largas e innecesarias, nada de cobrar por mi ayuda, me he cansado de tanta simplonería, de tanta ambigüedad…” Podría meterse en política. Una sonrisa juguetea en mis labios, mi mirada se clava en aquel hombre y respondo con más que evidente ironía:

— ¿Por qué bebes? Porque tengo sed. ¿Por qué comes? Porque tengo hambre. ¡Vaya mierda de pregunta! ¿Por qué intenté suicidarme? Porque quiero morir, of course. ¿Qué otra razón cabe? Y estoy enferma, ¿por qué negarlo? Estar cuerdo en este infierno es síntoma de locura.

Mis dedos se atraviesan en su camino con aquella tarjeta. Dr. Eduardo Muñoz. C/ Cypress n/7. Entonces la tomo entre el índice y el pulgar y la contemplo.

« Dr. Eduardo Muñoz. C/ Cypress n/7. Doctorado en escarbar la sesera de borrachos acodados a la barra de un sueño. Menuda mierda de profesión. »

El sueño oprime mi cuerpo, sacudo la otra mano frente a mis ojos, como espantando moscas molestas y derramo una húmeda y cansada mirada sobre mi interlocutor:

— ¿Y esto? ¿A cuento de qué es?

Cargando editor
07/10/2010, 22:35
Director

Mientrás estas rememorenda te das cuenta de que las luces del bar se van apagando haciendo que las tinieblas se adueñen del local y la musica del tocadisco es disonante, haciendo cada vez haciendose más extraña, casi puedes oir aullidos entre las notas de jazz del maestro que vendio su alma al diablo, el hombre de bata te mira fijamente y serio por primera vez en la noche-No sabes cuanta razón tienes con lo de que esto es un cuento, desgraciadamente esto no es una versión almirabada de disney donde los malos siempre pierden y son castigados, ven a esa dirección y te sanare, pero deberas decidir pronto... Hasta pronto Alicia- De repente todo se apaga y tú te encuentras sola en el asiento en el vacio que es más asfixiante que lo que recordabas... Sobretodo ahora que tienes una esperanza de poder sanarte, una esperanza que ha llegado de un sueño alucinatorio tan irreal como tu propia vida...