Nuestra casa se encarga de las cuestiones mundanas de la flor y nata de la sociedad de nuestra bella ciudad para que ellos no tengan que preocuparse por nada. Madame Lafont ha tenido la amabilidad de invitarme a pasar la velada en su casa para, en sus propias palabras, sacarme de tanto papeleo en el que me tiene metido. [Víctor]
¿Cómo que "para sacarlo de tanto papeleo"? Aquello no tenía ningún sentido. Lafont no iba a tener un gesto de caridad de la nada con un abogado con el que seguramente - no, podía decir sin temor a equivocarme que, de facto - no tendría ninguna relación con ella más allá de lo meramente profesional. Es más, juraría que una primogénita como ella tampoco trataría demasiado con alguien profesionalmente, o desde luego, no si había otros que pudieran hacerlo por ella. A menos que fuese algo extremadamente importante.
La cuestión es que no me la coló. Se había delatado a sí mismo con una explicación desastrosa. Mi primer impulso fue apretarle un poco más, quizá incluso usar Dominación con él, pero algo me detuvo. Sí, habéis oído bien, podéis descorchar el champán: No actué de primeras siguiendo una corazonada. Ese algo no era otra cosa que Rebeca, pero no su presencia. Razoné por una vez que que lo más inteligente era hablar de esto antes con ella, y también con el resto de las chicas, ya que había visto a alguna por allí. Casi como si me hubiera leído el pensamiento, llegó y se presentó, y Víctor hizo lo propio con ese cuento que había improvisado.
Miré a Rebeca con una expresión de aprobación absolutamente falsa, asintiendo a las palabras del abogado, y casi estaba yendo ya en dirección a las escaleras cuando noté el tironcito en mi brazo.
- No he visto jamás un intento de subterfugio más patético que ese - le susurré -. A quien voy a denunciar es a él, por haber querido tomarme por tonta de esa manera.
Casi había olvidado que estuve a punto de creerlo.
- Sea lo que sea que trame Lafont, ese tiene que ver. Y no voy a parar hasta sonsacárselo.
Ya habíamos llegado a la habitación con la puerta verde, en la segunda planta. No sabía si debíamos llamar o no. Di un par de toques, y al no oír nada - o tal vez no esperase lo suficiente - directamente abrí.
Me gusta recordarme a mí misma que soy joven, que he visto demasiados pocos años como para compararme aún con la mayoría de los presentes, y sin embargo empiezo a pensar que venir aquí no ha sido la mejor de las ideas. No me arrepiento, al menos no aún, pero hay una cantidad de gente que para alguien como yo, acostumbrada a los laboratorios y a tratar con cinco o seis personas a la vez como mucho, resulta un poco (bastante) agobiante. Intento localizar a Madame Yora para orientarme, pero la pierdo en la mirada, y aunque hay un tipo que me da mala espina acercándose en su dirección no sé dónde esta ella. Es entonces cuando localizo a Madame Lafont y tomo una decisión: voy a hablar primero con ella, Madame Yora puede defenderse perfectamente.
Mientras me acerco a la anfitriona reparo en una mujer que se acerca a un hombre de traje bastante aseado, y el pobre no parece tomárselo bien, pero entre el agobio y que quiero poder volver pronto a hablar con Madame Yora, mi prioridad no ha cambiado. No había tenido muy en cuenta que me tocaría esperar, tristemente, pero igualmente puedo escuchar discretamente y la conversación es interesante. Hay muchos en este mundo nuestro que tienen mortales bajo mecenazgo, yo eso lo he vivido en primera persona.
Y cuando Madame Lafont me saluda, devuelvo el saludo con formalidad y cortesía y sonrío ante sus palabras. Voy a responderle que mi abuelo se encuentra bien y todas esas cosas, pero la anfitriona sigue hablando y acabo por despedirme con un gesto cuando esta termina de hablar y se pone a atender a la siguiente persona de la fila.
Me dejo arrastrar por la sociedad unos minutos, intentando localizar a Madame Yora, pero poco después suena la una y decido que la mejor manera de tranquilizar mis sospechas es ponerme en camino hacia la sala en la que nos han indicado la reunión.
Veo a más gente moverse en todas direcciones, así que ocasionalmente saludo a quienes me miran, y dejo caer mis ojos un instante sobre una mujer que lleva una cámara, a quien también saludo con un leve asentimiento formal.
No tardo demasiado en llegar a la puerta verde, sin embargo, así que cuando me encuentro allí a una persona llamando y luego abriendo, me acerco también.
-¿Os encontráis aquí también para la tertulia? -Les pregunto, más por cortesía que por duda.
Saludo a Sabine en las escaleras y les pregunto a Alba y Rebeca si están allí por la tertulia
Motivo: mente olvidadiza
Dificultad: 7
Tirada (6 dados): 7, 6, 5, 3, 7, 3
Éxitos: 2
—No sé quién te crees que eres, pececito, pero te aconsejaría que cuidaras tus modales. —Su tono sí es amenazante—. Esta pecera es muy grande para ti.
-Bien es justo – Tenia que intentarlo.
Por lo general me quedaría a sacarle algo pero está por llegar la hora acordada. No quiero dejar a la Senescal esperando.
Intento borrarle la memoria de nuestra conversación y sigo mi camino.
Me dirijo a la puerta verde. Espero que las demás chicas hayan tenido más éxito que yo, pero lo dudo, no es como Madame Lafont invita a cualquiera. No dejo que eso me desanime. Estamos aquí para practicar y hacernos un nombre propio.
Siempre se empieza en algún lado.
Escucho a Temi preguntar si todas venimos a lo mismo.
Espero que si, que todas busquemos lo mismo esta vez.
La verdad es que la zona me parece pintoresca. Parece tranquila. Y segura. Mis sentidos están alerta, aún así. No sé muy bien a qué atenerme.
Tras dar mi nombre y entrar en el camino que conduce a la casa, lo primero que pienso es que Madame Ladont es mucho más moderada de lo que había imaginado en un principio. Aunque, por experiencia, sé que las apariencias engañan, y muchas veces se puede pretender dar una imagen al exterior que no tiene nada que ver con lo que la realidad alberga.
Le entrego las llaves de mi coche al hombre de la barba rubia sin entretenerme demasiado. Con paso seguro y movimientos naturales le tiendo mi chaqueta al lacayo. Había escogido para la ocasión un elegante vestido color granate oscuro con la espalda abierta, por encima de la rodilla. El lacayo me llama la atención, no solo por su corta edad, sino por la sumisión con la que me está tratando. Las prisas con las que desaparece provocan una sonrisa en mi rostro. Debe ser duro para un humano tener los nervios a flor de piel rodeado de tanta criatura de la noche.
No tardo en entrar por la puerta del otro lado del vestíbulo. Debo admitir que, aunque la casa tiene un aire vintage, la composición es agradable. Efectivamente, mi impresión anterior acerca de la modestia de la anfitriona ha sido todo un acierto. La casa está plagada de servicio dispuesto a atender con aparente profesionalidad a los invitados. Y nos están sirviendo… sangre. Cojo una copa. Cualquier humano diría que estamos tomando simple vino. Y, por mi parte, debo mantener las apariencias.
Sigo andando hacia la estancia contigua. Me quedo quieta, intentando divisar alguna cara conocida, cuando Smahane se acerca a mí. - ¡Gracias! Me alegra verte tan bien. – Le sonrío con amabilidad. Hay que cumplir la etiqueta al dedillo. Sobre todo si no quieres sobresalir… No me da tiempo a moverme del sitio, ya que la mujer se está acercando para susurrarme discretamente. – De acuerdo. – Susurro a mi vez. Le doy un suave beso en la otra mejilla y sigo la dirección que me ha indicado hace un momento. Saco disimuladamente el móvil de mi bolso de mano, a juego con mi vestido, y miro la hora para asegurarme de ir a tiempo. Vuelvo a guardarlo y me pongo en marcha. No me cuesta mucho encontrar a la anfitriona. Tiene una impresionante melena, al igual que el vestido, y destaca sobre la mayoría de personas ahí presentes. Me acerco a ella y espero a que centre en mí su atención.
-Buenas noches Madame Lafont. Es un honor asistir a su fiesta. – Inclino ligeramente la cabeza, en un gesto respetuoso a la vez que elegante.
El tiempo pasa volando y pronto es la hora de reunirme con Smahane. ¿Qué se traerá entre manos? De camino al lugar indicado dejo mi copa en la bandeja de uno de los criados y me doy prisa en subir las escaleras.
Motivo: Percepción + alerta
Tirada: 5d10
Dificultad: 7+
Resultado: 8, 5, 6, 8, 3 (Suma: 30)
Exitos: 2
He de reconocer que el hombre del traje gris me está poniendo un poco nerviosa. ¿Qué demonios oculta en ese bolsillo? ¿Y por qué no saca la mano?
Madame Lafont me saca de mis pensamientos. Me pica la curiosidad cuando habla de su abogado; el hombre del traije azul, si no me equivoco. No, el cainita del traje azul, mejor dicho. ¿Qué puede tener madame Lafont entre manos para necesitar un abogado? Parece que Alba está hablando con él, quizá tenga más información.
Miro el reloj, es casi la hora a la que hemos quedado con la Senescal. Me dirijo a la puerta verde y me alegra ver que Alba ya está allí.
¿Qué le voy a hacer si me reconcome la curiosidad? Esta noche acaba de volverse mucho más interesante para mí.
—Hola, chicas —saludo a mis amigas. Me alegro de que todas estemos invitadas a esta fiesta —. Menudos invitados más peculiares, ¿no? ¿Y qué pinta el abogado de madame Lafont aquí? No es muy normal, ¿no?
Termino de subir las escaleras detrás de Artemise y me encuentro ya al grupo de chicas en el rellano. Parece que Smahane ha convocado a más personas de las que esperaba, y no puedo evitar preguntarme qué querrá tratar que sea tan urgente como para reunirnos a tantas personas en medio de la tertulia de Madame Lafont.
—Buenas noches —las saludo con una breve sonrisa.
Cuando se me pasa por la cabeza que igual se ve un poco raro que nos acumulemos frente a la puerta, me doy cuenta de que Alba no sólo ya ha llamado si no que está abriendo la puerta verde, e intento asomarme entre las demás para comprobar si Smahane está dentro de la sala.
- No he visto jamás un intento de subterfugio más patético que ese - le susurré -. A quien voy a denunciar es a él, por haber querido tomarme por tonta de esa manera.
Rebeca sonrió. En un mundo de conspiraciones, la franqueza de Alba era refrescante.
Ya habíamos llegado a la habitación con la puerta verde, en la segunda planta. No sabía si debíamos llamar o no. Di un par de toques, y al no oír nada - o tal vez no esperase lo suficiente - directamente abrí.
Aún colgada de su brazo, no fue suficientemente rápida como para evitar la impulsividad de Alba. Un listado de pequeñas infracciones de etiqueta pasó por su mente, pero trató de tranquilizarse pensando que si la Senescal iba a usarlas para una tarea desagradable, obviaría las descortesías. A una escoba no vas a pedirle que sepa tratar al rey, sólo que recoja la suciedad.
Más mujeres empezaron a aparecer, por los comentarios invitadas a la tertulia. Rebeca respondió con cortesía amable a sus saludos, y con algo de frialdad a la mujer que llevaba -y estaba usando sin permiso de los fotografiados- una cámara. Invasivo.
-¿Os encontráis aquí también para la tertulia? -Les pregunto, más por cortesía que por duda.
- Ciertamente -asintió.
—Hola, chicas —saludo a mis amigas. Me alegro de que todas estemos invitadas a esta fiesta —. Menudos invitados más peculiares, ¿no? ¿Y qué pinta el abogado de madame Lafont aquí? No es muy normal, ¿no?
La interacción tan natural de Beaufort le sorprende, pero es contagiosa. Dirige una mirada a la puerta entreabierta, el picaporte aún en manos de Alba, antes de asentir brevemente. Espera a que Alba entre para seguirla.
Bianca, la sala está repleta de gente que va y viene, se pierde en charlas insustanciales y trata de aparentar más de lo que en realidad es. Te das cuenta de que has llegado bastante justa cuando observas que Alexandrie es la única que sigue hablando con Madame Lafont y solo hay una pareja detrás de ella esperando a presentarse. El resto de las habituales de casa de Smahane Yoma están desperdigadas por la sala. Alba y Rebeca están hablando con un hombre que lleva traje azul oscuro; Najla, con una mujer que no parece muy contenta con la conversación; Sabine se pasea por la sala haciendo fotos discretamente y Temi parece entretenerse moviéndose entre la gente sin rumbo fijo.
Me acerco a ella y espero a que centre en mí su atención.
Bianca, esperas a que Madame Lafont termine de hablar con una pareja de dos jóvenes bastante atractivos que van románticamente cogidos de la mano. Uno de ellos, rubio de pelo alborotado, viste una chaqueta gris claro sobre una camisa azul celeste, vaqueros y zapatillas que ciertamente desentona en el ambiente refinado de la casa, pero Madame Lafont no parece darle mayor importancia, sino que lo saluda con gran alegría y un gran beso en la mejilla.
—¡Abuela! —dice el chico riéndose—. ¡Que me pones en evidencia delante de toda esta gente!
—Si no hubiérais llegado tan tarde Martin y tú habría mucha menos gente viéndoos, así que te está bien empleado.
En lugar de una discusión se te asemeja más bien a una broma común entre ellos. El otro joven, deduces que debe de ser Martin, sonríe discretamente tratando de aparentar más seriedad y elegancia de las que en realidad hace gala. Sí que es cierto que su atuendo casa bastante más con el tono general de la casa, con unos pantalones caqui y una camisa blanca, aunque sin chaqueta, pero está claro que ambos son hijos del siglo XXI y no del decimonónico ambiente de Lafont.
Por lo que puedes escuchar, la conversación gira en torno a sus próximos esponsales. Madame Lafont correrá con todos los gastos y serán pronto, aunque no precisan la fecha exacta.
Después de unos minutos de alegre parloteo sobre la tarta, las servilletas y la decoración, el hombre que se encuentra junto a Madame Lafont le dice algo al oído y ella despacha con un beso a cada joven para centrar su atención en ti.
—Querida señorita Olt, creo que no han tenido el placer de presentarnos antes. —Percibes en su mirada un destello inquisitivo.
-Buenas noches Madame Lafont. Es un honor asistir a su fiesta. – Inclino ligeramente la cabeza, en un gesto respetuoso a la vez que elegante.
—Tengo entendido que no sois de por aquí y sin embargo vuestro frances es exquisito. Permitidme que os felicite por ello. Me gustaría preguntaros, si no es indiscreción —dice regulando la voz a un tono apropiado para las confidencias— de dónde venís y a qué dedicáis vuestra vida.
Desde algún lugar de la sala, un reloj de pie da la una de la mañana. Es la hora de la cita con madame Yoma.
—Sin embargo, un compromiso de gran índole me reclama ahora que han terminado las presentaciones. —Lafont remarca el "gran" con mucha teatralidad mientras se aleja y se despide de ti con un gesto descuidado—. Espero que podamos hablar pronto, querida. Diviértete.
Antes de subir las escaleras, te detienes un instante a revisar las fotos que has hecho de la sala. Tampoco son muchas, así que no te lleva demasiado tiempo. Conforme las estás pasando, notas que algo no está bien. Hay algo raro en ellas pero no terminas de entender qué es. [Tirada de memoria: astucia + alerta]
Vuelves a pasarlas de nuevo. Bingo. El hombre del traje azul aparece solo en todas las fotos, incluso cuando sabes que hablando con él estaban Alba y Rebeca. Repasas una a una todas las fotos para darte cuenta de que ninguna de las dos sale en ninguna de las fotos. Las demás están, Madame Lafont aparece, a Quentin se le ve y a priori no echas en falta a nadie más; pero de ellas, ni rastro.
Motivo: Astucia + Alerta (memoria)
Dificultad: 7
Tirada (6 dados): 2, 6, 9, 6, 10, 9
Éxitos: 3
El no tener reflejo es una superstición. Los vampiros, por lo general, aparecen en las fotos, los espejos y las cámaras de vídeo; si bien es cierto que algunos de verdad no lo tienen y no suele ser una buena señal.