Al contrario de lo que podría parecer, los vampiros bordeleses forman un variopinto grupo de seres que abarca desde segundones parisinos con ansias de prosperar hasta vástagos de dudosa reputación en cuyo pasado nadie pone demasiado interés porque no es lo suficientemente turbio para suponer un problema.
Esto da como resultado una mezcla extraña e inestable pero que alegra las aburridas noches de la ciudad a cualquiera que las pase en alguno de los cuatro elíseos, sin contar la sede del Marquesado en la casa-museo de Beauharnais, que solo abre sus puertas para eventos oficiales. Así, según sus intereses los vástagos de Burdeos pueden acudir al CAPC, el Museo de Arte Contemporáneo, en busca de un ambiente refinado; a La Sandale, si le apetece una noche de baile desenfadada entre mortales, o bien puede acercarse a las tertulias en casa de Madame Lafont, la Primogénita nosferatu. Églantine Lafont, aunque nadie que aprecie mínimamente su posición en la ciudad osaría llamarla por su nombre de pila, gusta de reunir en sus salones lo más variado de la sociedad. Si es la primera noche de un vástago importante en la ciudad es muy probable que la pase bajo su techo, tal vez incluso recomendado por el propio Príncipe.
A los que vienen de grandes ciudades el ambiente provinciano de reuniones sociales puede parecerles sacado de una novela de Jane Austen o las hermanas Bronte, si acaso hubieran leído alguna, pero los juegos de cartas, la charla insustancial y las grandes alianzas políticas transcurren plácidamente con el paso de las horas sin que apenas se den cuenta. En resumidas cuentas, aunque la vida desaparezca al caer el sol y los locales echen el cierre, sea la hora que sea siempre se puede encontrar un lugar en el que pasar el rato en compañía, si sabes dónde buscar, claro. Burdeos no será la ciudad más bulliciosas para los cainitas pero desde luego que tiene su encanto.