Partida Rol por web

Con una furia apenas contenida que Jarlath nunca había visto hasta aquel momento, Enansal formuló una duda que, si bien todos compartían, nadie había juzgado oportuno expresar en voz alta hacia el momento. Al hombre le sorprendió la franqueza pura y sin tamizar de la elfa, y no pudo por menos de preguntarse cómo debía de estar viviendo ella, alguien tan diferente de él mismo, las pérdidas sufridas. En algún momento se lo preguntaría, pues deseaba entender un poco mejor qué había detrás de aquellos ojos. Pero no sería aquel día. Jarlath sentía que todos necesitaban pasar un tiempo a solas, reflexionar sobre cuál había sido su papel en lo sucedido y cómo podrían reconciliarlo con su futuro desempeño en la misión que se les había asignado. Se fijó entonces en Velanna, que respondió a su compañera con una amargura que no habría necesitado palabras para reflejarse en su faz. Supo en ese instante que la guarda veterana también había perdido a manos de un demonio, y que había perdido mucho.

Tácitamente, el guarda comandante Dernheim los despidió hasta el amanecer, dándoles permiso para marcharse. Sintiendo como si la tensión acumulada en la habitación se disipase en un instante, Jarlath se inclinó de nuevo y dio media vuelta. Apenas dirigió un leve gesto de asentimiento a sus compañeros en señal de despedida antes de abandonar la sala de mando. Por áspero que pudiese ser su carácter, el joven caballero había tenido toda la razón del mundo en su última sugerencia: aquellos que no estuviesen familiarizados con los Caminos de las Profundidades bien harían en empezar a estarlo, pues pronto no tendrían más método de aprendizaje que la práctica.

De modo que el trovador se encaminó hacia la biblioteca de la fortaleza. De todos modos, era poco probable que consiguiera dormir aquella noche.

Se preguntaba qué podía hacer. No abrazarse las rodillas y echarse a llorar. Ni siquiera cuando era una niña había sido esa una reacción a la que se entregara fácilmente. Prefería darse media vuelta y salir corriendo, alejarse de la fuente de sus cuitas hasta sentirse a salvo. Mas no había huida de las que la atenazaban en ese momento. Sentía deseos de chillar, o de guardar silencio y dejarse llevar por una furia más profunda y dura, hacer crepitar la tierra, deshacer los pilares que soportaban el peso de aquella fortaleza y dejarla caer sobre las cabezas de todos ellos.

Se mordió los labios. Miró a Velanna fijamente, sin parpadear, durante largo tiempo, como si buscara más allá de aquella respuesta en los patrones de sus iris.

Las breves palabras del guarda comandante pasaron de largo sin detenerse en sus oídos. No escuchó la percusión de los pasos furiosos del enano en las losas. No vio al muchacho de cabellos rojos marcharse  cabizbajo, ni al trovador seguirle con ánimo sombrío.

Apartó por fin la mirada. Era algo diferente lo que necesitaba. Se marchó de allí en silencio, lamiéndose las marcas de dientes en el interior de sus labios.

Enansal va a buscar a Jonas, el guarda gris con el que viajó hasta Weisshaupt.

El resto de sus compañeros de misión se dispersó apenas el Guarda Comandante les permitió la retirada, pero Aydriss permaneció detenida en el sitio unos instantes, no desconcertada, pues ya había comprobado que en la Orden existían las horas de asueto, pero sí indecisa.

Odiaba profundamente que le concedieran tiempo. Tiempo. No sabía qué hacer con el tiempo. ¿Descanso? El descanso era dormir, pero no podía dormir hasta el siguiente amanecer. De hacerlo, despertaría demasiado pronto, y a la noche siguiente se habría vuelto improductiva. ¿Entrenar? Ya había entrenamientos oficiales, sobrecargar más su cuerpo solo repercutiría en su perjuicio. ¿Hacer otra tarea de utilidad? Su superior ya les había despedido, solicitar más trabajo era algo que no le estaba permitido. ¿Qué más se podía hacer con esa absurda y cronometrada libertad de duración menor que un día?

El pelirrojo, sin embargo, había dicho algo con sentido. Tal vez fuera de lugar, pero con sentido. Investigar sobre los Caminos de las Profundidades parecía una tarea relevante para su misión... pero ella no sabía investigar. De hecho, la elfa no sabía siquiera leer un libro. Pero tal vez podría aprender algo útil en caso de ir a la biblioteca. Y, si no, siempre podía ayudarle a buscar los libros o a mantener las velas encendidas. Más de una vez había acompañado a su amo en las largas noches que pasaba en su estudio escudriñando pergaminos.

Tras volver a inclinarse, por tercera vez, ante los mandos, la esclava aceleró el paso hasta ponerse a la espalda del fereldeno y se dispuso a seguirle hasta su destino.

“O también lo que acaba de decir ella”.

Calíope bajó la cabeza y suspiró. Se quedó mirando el piso de piedra y se preguntó si esas baldosas tendrían su propia memoria. Los recuerdos de cada ser vivo que les ha pisado y de las historias que acaecieron en aquella sala. Inevitablemente ver aquel suelo hizo que recordara algo, cuya relevancia no era muy importante. ¿Por qué razón debería mezclar tres tipos diferentes de hierbas, pudiendo mezclar hasta cinco tipos? Sin embargo, debía elegir bien qué ingredientes colocar, en vista de los resultados anteriores.

Luego escuchó la voz de un hombre llamar a una tal Alba.

- ¿Qué?- dijo sin entender nada. Entonces vio que las otras personas empezaban a marcharse.- Oh, ¿hemos terminado? Genial. Ha sido un placer, nos veremos en otra ocasión.- le dijo al hombre sentado mientras se despedía de él con la mano.

“¿Para que inclinarse pudiendo mover el brazo?

Al salir de la puerta, se quedó parada. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Dar una vuelta, volver a su habitación, pensar en nuevos componentes para su proyecto secreto versión 2.0, ir a la biblioteca, estudiar sus pergaminos mágicos y aprender de una vez por todas la forma de convocar nubes negras?

Entonces comprobó que la silenciosa ella se apresuraba en seguir los pasos del hombre pelirrojo. ¿Qué diantres iban a hacer esos dos? Merecía la pena investigarlo. La maga empezó a moverse con rapidez y se situó detrás de ellos?

- ¡Eh! ¿Adónde os dirigís ahora? ¿No os importa que vaya con vosotros, verdad?- les preguntó, aunque no dejó que le respondiesen.- Oh, pero que estoy diciendo, por supuesto que no os importa. En ese caso, me acoplo a vuestro plan.

-¿Acaso escuchas cuando la gente habla a tu alrededor?-Respondió molesto a las palabras de la mujer tarada que le venía siguiendo-Voy a la biblioteca, a investigar.-Sentencio con frialdad-Si quieres venir, hazlo. Pero no pretendas que estudiemos juntos. Hay muchas mesas en la biblioteca, y no me apetece que me molesten-Sin decir más, me giro y sigo caminando. ¿Qué se creían esas dos, que por ser compañeros en una misión iba a cogerles de la mano y a cantar el cumbayá como si fuéramos una familia de pusilánimes? ... idiotas...

La hechicera se encaminó igualmente en su misma dirección, con la rápida dialéctica que la caracterizaba y que la elfa se veía incapaz de seguir. Antes de que de sus labios pudiera salir la palabra "biblioteca", ella ya se había respondido a sí misma, haciendo que Aydriss volviera a cerrar la boca casi con desconcierto. Esa mujer no se parecía en absoluto a los magos que había conocido en Tevinter. Pero, en cualquier caso, puesto que sus dudas estaban (con mayor o menor precisión) resueltas, la esclava siguió caminando tras el pelirrojo, sin acusar en su rostro ninguna clase de emoción ni hacia la animosidad de la primera ni hacia la hosquedad del segundo. Estaba acostumbrada a tratos bastante peores y, después de todo, ambos eran como ella: meros instrumentos a la hora de cumplir una misión. Su personalidad o sus relaciones importaban tan poco como la suya propia.

Sin embargo, apuntó en su mente que el hombre no quería ser molestado para no incomodarle en caso de no ser necesario. Pero, lamentablemente, su otra compañera le inspiraba aún menos confianza.

A Jarlath volvió a sorprenderle la brusquedad del hombre. Desconocía quién podía ser, pero desde luego no parecía alguien acostumbrado a trabajar en equipo. Cuando tu supervivencia puede llegar a depender de otros, siempre es conveniente tratar de hacer tu compañía agradable. Aunque, a fin de cuentas, Jarlath no conocía de nada a aquel joven. Si algo había aprendido con los años era que no era prudente dejarse llevar por las primeras impresiones, y tal vez —seguramente— el huraño talante del caballero se debiese a algo oculto bajo la superficie: un antiguo fracaso, o una herida mal sanada. O quizá incluso fuese el superviviente de una tragedia, como él mismo y sus compañeros. En todo caso, no le apetecía convertirse en víctima de su mal humor, así que decidió tomar la sugerencia que el soldado le había dirigido a la mujer peculiar como si se la hubiese ladrado a él mismo. Ni siguió ni fue delante de nadie, sino que hizo su propio camino hacia la biblioteca, fingiendo no prestar atención a sus nuevos compañeros.

Las dos mujeres le parecían más misteriosas. La fuente de su dolor no era tan evidente, y el comportamiento mostrado por cada una de ellas había arrojado más preguntas que respuestas. Una, la elocuente, era como una niña en el cuerpo de una mujer. Parecía vivir parcialmente aislada en su propio concepto de realidad, sin acabar de medir con precisión las implicaciones de lo que sucedía o se decía a su alrededor. Jarlath sentía cierta envidia: tenía la impresión de que el mundo que habitaba era más sencillo, amable y luminoso que el que él hollaba. Cuando tuviera ocasión, deseaba hablar con ella para ver si era capaz de vislumbrar aquel otro lugar.

La otra, la elfa, le daba un poco de miedo. Su silencio, su ausencia de comunicación de cualquier clase, le hacía pensar más en una herramienta que en una persona. Al mirarla, ella no devolvía nada. No sabía de dónde podía proceder aquella mujer o qué podía haberla hecho así, pero daba la sensación de ser alguien a quien ni le importaba nadie ni creía importar a nadie, y eso no era algo agradable de ver.

Mientras caminaba hacia la biblioteca, Jarlath se dijo a sí mismo que intentaría averiguar lo que pudiese de aquellas personas… si bien con algunas debería ser más cuidadoso que con otras.

Golpeando fuertemente con las botas, el huraño enano dirigió sus pasos hacia la cantina, lanzando furibundas miradas a cualquiera que, por ventura, o simplemente por el exceso de ruido que generaba al caminar, se giraba para mirarle. Parecía decirles:

- Hariais bien en dedicaros a vuestros putos problemas!!!, aunque nada mas que bufidos salieron de su boca durante todo el camino.

Al llegar, el jolgorio de dentro del local se le antojó exesivo, molesto, casi como si tuviese una resaca de tres pares de cojones, tras sobrepasar el limite la noche anterior. Pero la frustración superó todo aquello, como si fuese el mas nimio de sus problemas: - Necesito un trago, repitió, empujando la puerta, y entrando en el rancio ambiente en el que los guardas que no estaban de servicio pasaban el rato, entre tragos y juegos. Sin ganas de hablar, se dirigió a un rincon libre, y se sentó, mientras buscaba la mirada del camarero, diciendole por señas: - Una botella mientras gesticulaba, aguardiente.

Era vagamente consciente de que aquello no le ayudaría, y de hecho podría acabar convirtiendose en un problema, pero, con otro bufido, decidió que no era momento para elucubraciones: - Me tomaré una (botella), y me iré a dormir hasta mañana. Algún engendro pagará por todo esto..., se dijo, tratando de motivarse para la mision del dia siguiente: quizá encontrara en aquellos túneles a algun engendro al que descabezar con su enorme hacha...