Partida Rol por web

Te alejas de la seguridad del grupo y de la luz de la antorcha y de las pequeñas hogueras que Xose está fabricando. Corres, presa del pánico, del miedo, corres adentrándote en el bosque, siguiendo el rastro de Nara. Corres, ves a otros podridos, pero les esquivas, corres, crees ver a un narco, y le evitas, corres... y en mitad de la oscuridad te topas con un podrido. No le has visto.

El podrido trata de morderte pero no lo consigue.

Escuché un ruido, y rápidamente miré con la esperanza de que fuera mi hermana. En su lugar, un zombie se abalanzó sobre mí... fue una fortuna que mis reflejos funcionaron justo a tiempo para esquivarle.

En cualquier caso, tenía que debatirme entre perder tiempo en tratar de matarlo o correr el riesgo de huir cuanto antes. Dada las circunstancias, y teniendo en cuenta de que tratar de matarlo tampoco me garantizaba que pudiera matarlo, traté de escabullirme lo más rápido que pude y evitar el encuentro.

¿Nara...? ¿D-dónde estás...?

De reojo, observaba los movimientos del zombie... no eran rápidos, pero aún estaba cerca de mí...

Te vuelves para intentar escapar de él, muerta de miedo, y vuelve a morderte. Esta vez te alcanza, y notas cómo sus putrefactos dientes se clavan en tu hombro. El dolor es inmediato, y la sensación de la infección trasladándose a tu sangre te hace estremecerte.

Noté la mordida. Sus dientes putrefactos atravesando mi piel. Rápidamente grité, pero no era un grito de dolor, sino de miedo... un grito de desesperación. Pero no sentía miedo por mí. Sino por Nara y Gaspar... Si yo moría, ¿qué sería de ellos? ¿Sabrían cuidarse sólos? No podía morir aún. Incluso aunque estuviera infectada... antes quería saber que Nara estaba bien. Despedirme de ella, y de Gaspar... de todos.

—¡MUERE! ¡MALDITA COSA! ¡MUERE!

Me revolví sobre mí misma, y traté de clavar mi daga en el rostro de aquel putrefacto. Gritaba, le maldecía, mi rostro se contrajo lleno de una ira que nunca antes había sentido... No era yo, era otra persona... una versión iracunda y horrible de mí...

—¡MUERE! ¡JODER!

Clavas tu daga a través de la cuenca ocular del que porta el rostro de tu muerte. Su cuerpo cae sobre ti, y quedas tumbada bajo él, sobre el suelo húmedo cubierto de hierba. Ves las copas de los árboles meciéndose con la suave brisa marina, y un cielo negro repleto de estrellas. Sientes un dolor punzante en tu hombro, y la infección irradiándose poco a poco pero imparable hacia el resto de tu cuerpo. A tu alrededor todo está tranquilo.