Phillip estaba acostado en una sala increiblemente grande. Tardo unos instantes en percatarse de que no era la prisión, pues estaba iluminada por una serie de antorchas de hierro colocadas en las paredes, y su cuerpo se encontraba reposando extraña y cómodamente en una mesa de roca sólida.
Sin moverse fue capaz de notar que se encontraba bastante arriba del nivel del suelo, el tacto de su improvisada cama no era desagradable ni frío. Su cuerpo daba señales de no querer moverse ni cambiar de posición, ni sus músculos estaban agarrotados, ni las articulaciones molestas.
Por el rabillo de sus ojos comenzaba a sospechar que no era el único descansando en ese recinto, que parecía estar totalmente construido de roca.
Philip se encontraba observando por sobre los límites de la trinchera como volaban explosivos a su alrededor, miró hacia abajo, como para comprobar que aún su cuerpo estaba íntegro, y pudo corroborar que allí estaban sus borcegos embarrados, sus vestimentas de camuflaje, la munición del rifle que llevaba en su mano derecha y los tres cuchillos que hasta ese momento no había tenido necesidad de utilizar. Aquel bombardeo estaba siendo implacable y él lo sabía, a su alrededor solo se oían lamentos tras las exposiones, solo se olía sangre desparramada sobre otros cadáveres que yacían muertos desde hacía minutos, cuando había explotado la anterior granada. Philip se dio vuelta, tratando de encontrar una vía de escape, miro por última vez hacia el cielo, quizás esperando que algo del más allá lo de redima, o quizás no, solo diciendo “soy la peor escoria, merezco vivir para cargar con el peso de mis actos”, pero solo vio un cielo nublado, o quizás era el humo y la tierra revuelta lo que lo nublaba todo. Finalmente dio unos cuantos pasos tratando de hacer pie hasta que escuchó una voz.
- Ayuda, por aquí, si me ayudas te guiare para que salgamos de aquí.
Evidentemente alguien lo veía a él, pero él no sabía de dónde provenía aquella voz. Tanteó a sus alrededores y comenzó a guiarse por aquel oído aturdido.
- Por aquí, por aquí…
Finalmente Philip logró dar con el hombre, pero para cuando lo pudo ver ya lo tenía al lado, y no era un americano, sino un soldado germano abalanzándose sobre él con un cuchillo en la mano. A diferencia de Bolchevique, el germano se encontraba herido al punto de tener algunos órganos asomando por entre un tajo de 30 centímetros de largo que se encontraba en su estómago. Era un hombre rubio de complexión grande. Un típico germano, que seguramente tendría los ojos azules, pero Philip lo recordaría toda su vida con los ojos inyectados en sangre.
El germano logró a duras penas abalanzarse tomándolo por sorpresa, tirándolo al suelo y haciendo que caiga su arma. La lucha en el suelo duró pocos minutos, a pensar de que a Philip se le hizo una eternidad, luchando por su vida, viendo la muerte en los ojos de aquel soldado que le llegaba con cada movimiento que daba, sin embargo quería llevarse a alguien más consigo. Para cuando el germano cayó muerto con su propio cuchillo clavado en el cuello Philip pasó los dedos de su mano derecha por sobre su rostro, completamente tajeado, completamente repleto de sangre. Se hundió en la tierra, despertó, una enfermera lo miraba. Volvió a despertar.
Se encontraba en una sala extraña, desconocida para él, recostado sobre lo que parecía al tacto una mesa de piedra. Miró de soslayo, sin querer moverse demasiado, algo de aquella situación lo hacía sentirse bien, cómodo, si aquello era un sueño no quería despertar, no quería reaparecer en la trinchera. Sabía que estaba despierto, aquella había sido otra de sus recurrentes pesadillas, solo que ya no se movía en sueños, ahora las había naturalizado. A veces despertaba agitado, o sencillamente como esta vez, solo sintiendo comodidad ante su situación. Estaba en su celda en Norteamérica? Tampoco. Por qúe todo es tan confuso cuándo uno recién despierta? – pensó - solo quisiera saber dónde demonios estoy. Una antorcha, definitivamente no era la prisión. Se sentía vivo, sus dedos tamborileaban sobre la dura piedra. Por qué una piedra me resulta tan cómoda? Por qué podría yacer aquí toda una vida? No quiero volver a casa, aquí se está bien. Su mente se encontraba con estos pensamientos cuando el mismo peso de la vigilia agudizaba sus sentidos. En aquel silencio ya podía oír como se destacaba el sonido de la antorcha, y también oía respiraciones, de muchas personas. No estaba solo. Volvió nuevamente la cabeza pero esta vez con mucha más vehemencia, dispuesto a encontrarse con la realidad. Su cuerpo se tensó, sus piernas se movieron ligeramente ante la tensión ejercida sobre sus músculos. Vinieron a su cabeza recuerdos de él abriendo un maletín en una sala similar pero sonorizada con los gritos desesperados de una persona que sabía que sería torturada en instantes.
A ver con que nos encontramos por aquí xD
Definitivamente Corver estaba alucinando. Sus ojos se movieron a la izquierda, luego a la derecha. La velocidad con la que cambió la perspectiva fue sombrosa, casi con pensarlo una imagen se desvaneció y allí se formó la otra... tán... nítida. Tan rápido se percató de que las respiraciones eran simplemente idea suya.
Numerosas estructuras idénticas poblaban lo que su vista lograba discernir, todas altas mesas construidas en un granito de colores uniformes. Excepto por los restos de sangre podrida y coagulada que adornaban sus flancos de manera irregular. La tenue lumbre que provenía de los adminículos sujetos a los muros marcaba contrastes de rojos amarronados y negros, sirviendo todo ello de marco para una cantidad de cadáveres que no podía llegar a contar con certeza.
Todos sus compañeros de batallón estaban allí, mutilados, desfigurados, descuartizados, descomponiéndose. La visión de la muerte era conocida para él, no la temía. Pero algo allí era inquietante: la tranquilidad y la paz era sofocaba su sentido común, el hedor de los cadáveres era inexistente. Todo allí era tan natural y tan lejano.
Escrutando los rostros que tenía en las cercanías, pudo reconocer uno que le volvía súbitamente luego de haber luchado contra aquél germano. En una mueca de espanto, como embalsamada, la cara del doctor Van DeVere observaba el vacío. En sus fosas nasales y su mejilla algo se arrastraba... quizá los gusanos ya lo estaban devorando.
- Philip, estás soñando – decía una voz de mujer. Luego abría los ojos, al observar de donde venía aquella voz femenina se comenzaba a trazar una imagen masculina, se acercaba hacia él, llevaba bastón, y el contorno se hacía cada vez más claro.
- Vladimir Tchoiklov, qué haces aquí? Pensó, sin embargo el sonido de su voz portando aquella frase retumbó en la sala
- Eto ne bol'shevistskaya mechta , eto tvoya smert' . YA byl tem, kto ubil tebya, kogda ya reshil, chto vy potratili pri otpravke v tyur'mu tam ty umresh' ot vashego dukha . I ahoara ne mozhet ne mest' , nikogda ... ty mertv –
Philip no sabía prácticamente nada de ruso, sin embargo aquellas palabras pronunciadas por Vladimir hacían eco en la sala, y aquel eco traducía cada una de las palabras, decodificándolas de la siguiente forma:
- Esto no es un sueño Bolshevik, esta es tu muerte. Yo he sido quien te ha matado cuando decidí tu destinó, cuando te envíe a aquella prisión para que allí mueras junto a tu espíritu. Y ahora no podrás vengarte, nunca más... ya estás muerto.
Bolshevik supo que esto no era su muerte, estaba alucinando, no sabía dónde, ni que año era. Al mirar nuevamente sus manos, un suncho de cuero las tenía sujetas. Trató de moverse y no pudo. Volvió a mirar hacia al frente, todos los soldados con los que había combatido estaban muertos, decoraban la sala, se mostraban amenazadores, inquietantes. Volvió a cerrar los ojos, los abrió. Sus manos libres se encontraban frotando su rostro, intentando despertarlo, no las movía él, no era su voluntad. Los cadáveres semi descuartizados se acercaban hacia él, querían decirle algo. No olían, parecían en paz con su muerte. Entre ellos sobresalía uno por no estar moviéndose con el resto, era el doctor Van DeVere. Un haz de luz provocada por el fuego de una antorcha iluminaba su contorno, reflejaba el movimiento de lo que a Philip se le hizo en su imaginario que serían gusanos alimentándose de su carne.
- Díganme que quieren de mi y déjenme despertar. Qué quieren? Qué es lo que quieren por mil demonios? – Dijo levantando cada vez más la voz a la vez que empezó a sacudir sus brazos, que nuevamente se encontraban amarrados con los sunchos.
- Doctor Van DeVere, que hace aquí? Dónde estoy. Déjenme despertar – Sus brazos volvieron a soltarse y sus puños golpearon con fuerza la dura piedra en la que yacía acostado, pero más que dolor sintió la podía atravesar. También sintió que todo aquello era volátil, y que quizás esa era la clave para volver al mundo real.
Por las dudas aclaro que lo que está en ruso no es más que una traducción cutre del google translate, el único recurso que tengo a mano je.
Quizá el haber matado tanta gente, el haber infligido dolor sin pagar realmente por ello estaba ahora cobrándoselo con su mente.
¿Dónde terminaba la vigilia y comenzaba lo onírico?
¿Eran solamente recuerdos o algo más estaba jugando con su percepción?
Volvió en sí. La sala continuaba en quietud, una paz extraña desbordaba de esos cadáveres y el fuego que los mostraba ante él.
Intentó mirar las tiras de cuero que sostenían sus muñecas, y gritar... como estaba tan seguro que lo había hecho. Sin embargo, sus brazos de un gris verdoso terminaban en recientes muñones infectos. Nada limitaba sus movimientos, excepto la falta de calor, de pulso. Su rostro nunca había sido curado, ya que los restos de pus y sangre bañaban la piedra debajo de una calavera con restos de carne desgarrada e hinchada. Le era imposible ver que ocultaban sus órbitas oculares rodeadas de una piel blanda y carcomida.
No, no le era extraño verse, así como tampoco entender que ese descanso era algo que merecía.
Aunque su paz mental duró poco, pues pronto entendió que algo más que ordinarios gusanos había consumido las partes blandas de su cuerpo. Algo que podía atormentarlo mucho más que cualquier tortura que hubiese presenciado o imaginado jamás. Algo que hacía sacudir su cavidad toráxica, empujando lo que quedaba allí de su piel y músculos; que generaba suaves y violentas oleadas.
Algo estaba queriendo salir, y no quería verlo.
-Fin del prólogo-