En este tipo de situaciones, Charles se cuestionaba el haberse unido al ejército. No era el miedo al dolor o a la muerte lo que le hacía dudar de sus acciones, era la intuición de que no había un buen camino: cualquier elección era equivocada, la situación no tenía escapatoria.
¿Sería la noche cerrada la culpable de ello? ¿El fango que lo cubría todo? ¿la traicionera luna que apenas aparecía para luego ocultarse? Todo ello más el hecho de que odiaba las órdenes dadas por el Capitán Lombard. Debía estar su turno completo vigilando en ese nido de ametralladoras, protegido por bolsas de arena junto a otros tres reclutas.
El velo de sombras que reinaba le hacía imposible distinguir los rostros de sus compañeros, que no hablaban y se sentaban en torno como desconocidos para él.
Dios salve a la Reina, esta noche sería la última.
La oscuridad que rodeaba a Brick atraía temores, pesadillas e inquietud. El clima siniestro y apagado, el denso manto de la noche cubriéndolo todo como un sudario de luto hacía mella en el ánimo alegre de Brick como pocas cosas lo habían hecho en su vida. Pero no era la oscuridad, un temor nocturno que superó de niño, sino la guerra.
La guerra con su dolor arrastrado, su sufrimiento, la dolosa injusticia, la pérdida y la duda. La duda, quizás, era lo peor. Él no saber si estaba del lado correcto...o sea, claro que lo estaba, pero a veces no podía evitar pensar que enemigos y aliados no eran más que un puñado de hombres que se mataban sin motivo aparente. Y el encontrar los mismos rasgos de valor y camaradería en un enemigo que debía de ser pérfido y ruin daba que pensar. Sobretodo durante un turno de guardia.
Odiaba la guerra, no hacia grande a nadie. Al contrario, él, un orgulloso hijo de Estados Unidos, con sangre de sajón en las venas, se sentía pequeño ante aquella inmensidad. No, le gustaba la guerra, aunque cumpliría con su parte de deber. No le gustaban las órdenes del capitán y tampoco le gustaba esperar; no había mucha diferencia entre esperar un pedido tras una mesa de despacho que vigilar las insondables tinieblas.
Esperar le aburría. Y, entre sombras, pensar era peligroso.
Se giró hacia sus compañeros, su ánimo también estaba apagado. Dos turnos más como ese y terminarían siendo menos que sombras.
—Menuda noche, ¿Eh muchachos?-No debían hablar pero un poco de cháchara no les matería, además, no apartaría sus ojos el frente ni sus calludas manos de la empuñadora de la ametralladora —.Unas horas más así y no tendremos que esperar a que nos maten, lo hará el aburrimiento. ¿Os he contado alguna vez como Bill "Nudillos de Hierro" me partió la nariz por tercera vez? Si, ese rufián tenía motivos para apodarse así, le descalificaron tras descubrir que metía onzas de plomo en sus guantes. Pero tenía algo bueno, tenía una hermana...-y así fue tejiendo una historia, en voz baja, siempre atento al frente, con el que espantar a la densa noche y sus pensamientos más afilados.
Era incierto saber o adivinar la impresión que aquellos relatos causaban en los taciturnos soldados, pues no se movían ni expresaban palabra alguna. Sus figuras parecían muñecos de trapo a los ojos de Conroy, cada vez se volvían más irreales.
Por fin, selene se hizo presente, enmarcada en densas nubes, revelando un campo irregular, de una inmensidad abrumadora, cargado de alambres de púas y postes de madera distribuido de manera caótica. Y allí lejos, dónde parecía haber simplemente árboles y matojos, ahora las sombras se arrastraban. Por un momento, era seguro pensar que se trataba nada más que de las nubes, recortando su silueta espectral frente al astro nocturno.
Toda duda se desvaneció cuando la alarma sonó, el chillido agudo lo llenó todo. Como si hubiesen agitado un hormiguero dormido, las parcas trincheras se transformaron en un bullir de actividad. Uno de los compañeros de Charles, que hasta entonces no había dado señales de estar vivo, saltó como un depredador sobre la ametralladora y comenzó a disparar a discreción. Tras él los otros dos se movieron, sin tanto nervio pero con absoluta constancia, y comenzaron a encargarse de la cinta de balas. El estruendo no se hizo esperar, y todos los nidos de ametralladoras respondieron, coloreando la escena con enormes fogonazos como pinceladas.
Pronto, los morteros comenzarían a dispararse, la pólvora y el plomo serían los vehículos utilizados para dare muerte al enemigo... enemigo que se acercaba en una numerosa multitud de figuras negras que avanzaban lentamente, devorando la tenue luz y devolviéndola desde sus cascos.
Sus compañeros eran lo que él llamaba unos "aguafiestas". A pesar de que había dejado caer un buen par de historias, aderezadas con unos cuantos chascarrillos fáciles, sus compañeros ni se habían inmutado, como si la negrura de la noche los hubiera embrujado de alguna siniestra manera. Era la guerra, destruía a los hombres por dentro dejándo una fea carcasa a la vista.
La luna reveló el paisaje; alambre de púas, maderas, trincheras, y las tinieblas que parecían corretear por el horizonte. Brick entrecerró los ojos tratando de percibir si eran algo más que un juego de sombras producido por su imaginación. La alarma quebró el silencio igual que un relámpago y entonces todo volvió a empezar.
Los gritos de sus compañeros, hasta ahora inanimados, se volvieron coléricos, apremiantes. El nido de ametrlladora pronto empezó a escupir plomo. La noche se llenó de fogonazos. Brick tuvo un momento para pensar en esos pobres muchachos que iban a masacrar. La guerra de trincheras consistía en enviar la suficiente gente en una carga frontal para llegar hasta la posición del enemigo. Sus enemigos eran carne de cañón, sacrificios prescindibles en una guerra que no entendía de honor ni de luchas justas. No había grandeza en aquella.
Aún así Brick tomó su rifle y, apostado sobre los sacos de arena, empezó a disparar cada vez que veía un blanco claro. Era su deber como soldado y aunque no hacía que se sintiera del todo cómodo, se sentiría peor con una bala enemiga entre ceja y ceja.
La marea que se acercaba parecía no amedrentarse ante la potencia de fuego defensora. Cada tanto se veia que uno se detenía, arrodillaba o caía sentado, para luego ponerse de pie y continuar avanzando. Los "Boches" parecían seguir por pura fuerza de voluntad, como si así ellos pudiesen ignorar el letal fuego que les llovía.
Pronto, Charles tuvo un claro objetivo a tiro, disparó una vez. Estaba seguro de haberle dado en el torso, sin embargo no cayó. La segunda vez apuntó más alto, y su aguda vista le permitió distinguir el impacto en el cuello. Nuevamente, no cayó.
La desesperación comenzó a invadir al americano, el cual se vio obligado a observar alredor con otros ojos, buscando algo más que objetivos. Su mente intentaba asimilar que sucedía, pues los enemigos no solamente no caian, tampoco disparaban las armas en sus manos... simplemente, avanzaban, con un marcado ritmo militar. Y, paso a paso, estaban casi encima de él.
A esa distancia, ya no podía huir, tampoco pelear contra un enemigo que no era afectado por las balas.
Inundado de dudas y profundo temor, en su mente solamente pudo discernir una certeza.
Aquellos enemigos no eran humanos.
-Fin del Prólogo-