-Magníficas noticias- expresó Francis desde su catrera.
Su rostro tomó un tono más serio -Seguro hay condiciones para esta alta- dijo elevando las cejas. -No está de más volver a decir que no rompais tales limitaciones- su mirada se posó sobre Johan, quien era el más joven e inexperimentado del grupo. Era habitual que el carácter bohemio del joven Bruce junto a su escasa edad fuese visto como rebelión sin sentido ante la autoridad.
-Los señores Conroy y Cassidy son todos unos caballeros- irrumpió el Sargento King desde su cama. Su intervención en la conversación fue algo sorpresivo, pues hasta entonces había expresado pocas palabras y casi todas referentes a saber el estado de su prometida. Siempre solía llevar el relicario de Elizabeth alrededor de su cuello, decía que le traía suerte. Actualmente culpaba su horrible situación al hecho de no tenerlo consigo.
-Estoy seguro de que el soldado Bruce tendrá en ellos excelentes ejemplos de comportamiento y hará todo pensando el resto de la compañía que quedará aquí- su voz sonó muy segura y amistosa, como muchos lo habían conocido en las trincheras.
Era bueno tener al viejo Joe de vuelta.
Alexander podría haber intervenido en tales comentarios que involucraban a su hijo menor, sin embargo se limitó a asentir complacido ante las palabras del verano sargento King.
En el campo de batalla, King solía inspirar respeto en los soldados que lo acompañaban, ahora parecía estar volviendo aquel sentimiento. Quizá, con tiempo, todo volvería a ser como antes, quizá el aura de extrañeza y miedo que los envolvía se iría disipando de a poco.
-El viejo sargento Joe está de vuelta- agregó el polaco de pie junto a su cama, trayendo su amplia sonrisa bajo sus espesos bigotes.
-Estoy de acuerdo con no escatimar en buenos consejos Keeper, pero no es momento para reprender a quienes saldrán al mundo de la ciudad luz-
-No puedo negar que envidio el alta que les ha sido asignada compañeros- agregó haciendo referencia a los tres que estaban a punto de salir -sin embargo no puedo evitar agregar que nos mantegais al tanto de lo que descubran, por mínimo que sea-
Rose se acercó a Johan, radiante.
-Joven Bruce, espero que se cuide al salir de aquí. Ahí afuera no podré estar para controlarlo- sus manos se agarraban parte del uniforme con fuerza.
Jajajajajaa padre no dudo de tu buena salud y capacidad para recuperarte y mucho menos con las atenciones que aquí recibimos – le digo de buen humor , asentí a las palabras de la enfermera Danvers mientras daba otro sorbo a mi desayuno, que el día de hoy me sabía a gloria.
Y yo la suya mi querida enfermera , y si, mi padre ha soportado este infierno por mí, no hay padre mejor soy un hijo afortunado – susurré a la enfermera sosteniendo su mirada, no quería que mi padre oyera aquellas palabras no por vergüenza, sino porque no quería que pensase que las decía solo por decir.
La noticia del alta y de que podríamos salir eran una bendición, deseaba salir, respirar aire fresco pero las palabras de algunos de mis compañeros y superiores me sonaron a una reprimenda innecesaria tras todo lo que había sucedido – No os preocupéis , seré ejemplo de buen comportamiento - respondí , entendía sus reticencias y dudas con respecto a mi, yo solo me lo había ganado pero tras todo lo que habíamos pasado, tenía ganas de muchas cosas pero no de ponerme en evidencia o peor aun, poner en peligro a quienes me acompañaban.
Mas las palabras de la enfermera Bolton me hicieron volver mi atención a ella – ¿no venís con nosotros? – le pregunté con un susurró que no disimulaba mi decepción.
Rob estaba deseando salir de allí y respirar un poco de aire puro sin tener un techo sobre su cabeza.
- Bien, ¿vamos? - propuso abriéndole la puerta a las dos mujeres para que salieran primero. Después, cojeando aún ligeramente, las siguió junto a sus dos compañeros.
—Cuidaremos bien de él, señor—le dijo a Bruce padre mientras palmeaba con sincera amistad el hombro del joven Bruce —. Volverá de una pieza, y con una carta de exculpación para todos nosotros —aseguró, firme y enérgico como de costumbre.
Ignoró el ligero flirteo entre el joven Bruce y la enfermera, no era cosa suya. Aunque, que le aspen si el joven Bruce se había percatado de lo incómodo que iba a resultarle la ausencia a la chiquilla, a veces parecía que solo tenía ojos para su padre y para su música.
Se alegró de escuchar la voz del sargento. Siempre lleno de fuerza, de vitalidad. Era la clase de hombre que seguiría hasta el séptimo pozo del Infierno. Luego intervino Maurice. Algo dentro de él rebulló al escuchar a su compañero. Se notaba ansioso, nervioso, igual que si hubiera incumplido el toque de queda. No le agradaba dejar a sus compañeros atrás, su honor de soldado así se lo gritaba. Se acercó a su compañero.
—Os mantendremos informados vía telegrama. Y no te preocupes. Unos cuantos días más y tú también recibirás el alta. Tómatelo con calma, amigo.
Rob ya estaba por salir así que tras esperar caballerosamente a que las enfermeras y sus compañeros abandonasen el hospital, salió el último, mirando atrás, a los ojos hundidos y enfermos de sus compañeros, de sus amigos, de sus hermanos, tratando de encontrar una gota de esperanza sobre aquel turbio asunto que se había cernido sobre ellos como una molesta tormenta de arena.
—Volveremos con buenas noticias, os lo prometo.
Tras una cálida despedida de los soldados y las enfermeras, el pequeño grupo se dirige hacia la salida del hospital.
Sin embargo, antes de poder poner siquiera un pie afuera, los internados deben pasar por la oficina del Comandante Médico Joseph Beltrie.
El paso se les bloquea unos momentos mientras un soldado hace guardia en la puerta y el comandante termina con una llamada teléfonica. Luego de la breve espera, se les pide pasar y cerrar la puerta.
El comandante Beltrie era la única persona en el pequeño recinto, sin embargo el lugar parecía desordenado, como si varias personas hubiesen estado allí atareadas. El lugar se encontraba en una suerte de tinieblas, ya que solamente ingresaba algo de luz solar por una pequeña ventana cubierta por una gruesa cortina blanca. En el escritorio la luz eléctrica de un lámpara permiteía ver el rostro de aquel hombre.
Se restregó ambas manos -Señores, yo el comandante médico Joseph Beltrie- se presentó con una voz ronca y solemne, parecía estar apurado por terminar el trámite. -Desde que el jefe de piso os ha dado el alta, yo paso a ser vuestro responsable. Repondereis a mi durante las dos semanas que dura vuestro permiso en Paris- se aclaró la garganta.
El comandante abrió un cajoncito del escritorio, revolvió entre unos papeles y entregó a cada uno de los tres soldados una hoja de papel escrita a máquina y firmada de manera elegante al final, sellada por el mismo Beltrie. -Aquí está redactado el permiso de alta- señaló con el índice el papel que sostenía Brick, mientras levantaba el labio superior de manera extraña.
-Los puntos detallados son simples: duración de dos semanas, limitado a la capital francesa únicamente y debeis presentaros ante mi todas las mañanas a las nueve en punto- hizo una mueca de disgusto.
-En caso de no presentaros, avisaré inmediatamente a la policía militar y no habrá más investigación para vosotros pues sereis acusados de desertores con pruebas- Les alcanzó una pluma.
-Id firmando por favor y espero ver vuestros bonitos rostros todas las mañanas para no tener que verle la cara al teniente Xabier- ante esto último se sonrió como si hubiese formulado una broma muy ingeniosa.
Una vez que los tres soldados hubiesen firmado el permiso de alta, Joseph guardó los papeles nuevamente, no sin antes examinarlos atentamente. Saludó con un fuerte apretón de manos a cada uno de los soldados y con una leve reverencia a las señoritas.
Por fin pudieron franquear las puertas y el Hospital du Val du Grace quedó atrás.
Fin de la escena
El dinero recibido por los soldados es una suma de francos equivalente a 50 dólares americanos. También han recibido una muda de ropa de civil. Este dinero es el que les entregó la doctora Holgate en la sala y cuyo monto estaba detallado en el permiso.
Seguimos en la escena Paris, la Ciudad Luz.