La fila de obedientes soldados avanzaba con un animoso paso hacia una brillante luz. Una densa niebla lo envolvía todo, lo empapaba todo. La humedad entraba por todos lados, incluso debajo de los pesados uniformes y las gruesas botas. Leves gotas parecían formarse en el rifle reglamentario, así como en la oxidada bayoneta.
Un paso, otro más, otro. La luz parece agrandarse, quizá en algún momento vaya a tragarlo todo, a llegar desde todo lados, pero ahora se encuentra al frente de la fila. Los soldados son incontables, silenciosos, monótonos.
Una voz desde aquella niebla luminosa comenzó a retumbar, imperativa, hosca Soldado Bruce ¡avance! corta, simple. ¿Era el capitán Lombard o el teniente Bruce? ¿importaba?
El avanzar parecía inminente, pero el inexperto Johan no lo deseaba, había algo en aquella luz que le hacía pensar simplemente en muerte y olvido.
Busque disimuladamente mi petaca de whiskey... mire hacia ambos lados para asegurarme que ningun superior pudiera verme aun tras la niebla, y di un sorbo, volvi guardar la petaca... larga noche sera y quiza quien sabe que horrores nos esperan tras esa niebla...
El contenido de la petaca no sabía más que a arena, arena seca que no reportaba ni una gota de valor al tembloroso músico. Esa pequeña, breve e insignificante pausa no había sido una buena idea. La llamada de aquella voz podía más y aunque no quisiese, tuvo que avanzar, lenta pero insistentemente.
La espalda del soldado que iba al frente se alejaba y se desdibujaba entre la luz y la neblina reinante. Las pupilas del joven recluta se contraían ante lo inevitable.
Apuro el paso para alcanzar al la tropa
Traicionando sus más íntimos instintos, lo que lo había mantenido con vida hasta ahora, el joven Bruce avanzó, intentando apurar el paso. La situación sostenía en su pecho la misma tensión que tener que lidiar con su padre, con el legado que su familia quería depositar en el él: avanzar sabiendo que su intuición era otra, que su sentido era otro. Así, cada paso dolía, cada paso lo hacía entrar más en la nebulosa, en la luz.
Ya no había compañeros, ni tropa, ese blanco había devorado todo, ingresado por los ojos de Johan, tragándolo.
A sus espaldas, la voz que lo apremiaba se redujo a un murmullo denso. Para en segundos transformarse en una horrible y desgarradora carcajada.
Fin del prólogo.