Partida Rol por web

Cementerio de Runville.

La verdad es que desde el piso superior de la casa de los Ennis podía vislumbrarse el cementerio sin mayores problemas, tal era la corta distancia que lo separaba de éste. Llegar os llevó apenas un par de minutos. Claro que corríais como si os pisara los talones el mismísimo Al Capone con el grueso de sus secuaces. El avance fue todo lo veloz que vuestras ya ancianas piernas os permitieron, bastante considerable dada la costumbre de éstas de correr tras maleantes, vagos y borrachos.

Claro que esta vez no se trataba de un vago, un borracho o un maleante. Esta vez era algo mucho más serio. Un asesinato. No era frecuente que sucediese algo así, ni en Runville ni en ninguno de los condados vecinos.

La pobre mujer que ahora mismo se debatía entre la vida y la muerte solamente había especificado que se trataba de un crimen acaecido en el cementerio, pero de todos modos sabíais bien dónde podría encontrarse un cadáver para que la antigua maestra lo hubiese encontrado en una jornada como aquella. O se hallaba en el camino de entrada, cosa que era evidente que no ya que nada veían vuestros ojos al respecto, o bien podríais localizarlo en el único punto que los vecinos habrían de visitar en una jornada como aquella.

Y evidentemente, vuestro agudísimo instinto no os traicionó. Allí, sobre la tierra recién removida de la tumba de Henry Ennis yacía el cuerpo sin vida de la bella esposa de Dwight Goodson.

El cadáver de Ethel reposaba sobre la tierra removida, donde apenas una hora antes el cuerpo de Henry había hallado santo sepulcro. Su rostro aún conservaba una parcial rojez propia de la congoja que la habíais visto sufrir durante el convite a Ennis. Las mejillas proseguían húmedas, al igual que las pestañas de sus delicados ojos. Parecía recostada, descansando sobre la tumba de Ennis, sumida en la tristeza. Cualquiera podría haber supuesto que se hallaba durmiendo de no ser por la espectacular puñalada que, sangrante, destrozaba su pecho izquierdo. Una estocada en pleno corazón provocada por un objeto punzante que no reposaba en la herida ni al lado del cadáver.

Nadie había en el cementerio. Solamente vosotros dos y el cadáver de Ethel.

¡Dios Santo! Más de cuarenta años de servicio y nunca me acostumbraré a esto. Más cuando se trata de alguien a quien tan bien he conocido, con quien tantas veces he hablado. ¡Maldita sea!

El rostro desencajado de Talbott mostraba cuánto le afectaban aún a día de hoy estas cosas. Se permitió un minuto de consternación antes de reaccionar y retomar su faceta de jefe de policía.

Creo que es evidente, Rupert, que voy a necesitar ayuda con esto, al menos hasta que pueda disponer de Dos Passos a plena potencia, pero lo prefiero donde está, controlando a la turba en la casa Ennis y llamando al forense para que se presente a toda prisa. Debemos preservar la escena y buscar todas las pistas posibles.

“Debemos”. Había dicho “debemos”, como olvidando que ya te habías retirado. En aquel momento daba la impresión de que habíais vuelto al pasado, a los años en que trabajabais codo con codo, aunque la mayoría de las veces había sido en casos de poca monta.

El ex policía asentía ante las palabras de su compañero, pero por algún motivo, aquella muerte le resultaba tristemente poética.

Su mente empezó a dibujar un patrón, intentando ver cómo pudo sucederse.

El cadáver no presentaba en esencia síntomas de haberse defendido, no había en su rostro imágenes de violencia, y no había tampoco en su posición nada que delatara que hubiera habido un forcejeo.

La tierra batida hacia poco tiempo era sin duda, un elemento revelador para vislumbrar si había tenido lugar un altercado. Además que por otro lado, quizás alguien hubiera escuchado un grito o un alarido.

Lo que solo podía traducirse en una cosa, que la victima conocía a su agresor. Nada descabellado si teníamos en cuenta que todo el pueblo estaba en el funeral. Pero por algún motivo, aquella idea le embaza a incomodar, porque ya la tenía antes de llegar.

Por otro lado, la posición del cuerpo indicaba que estaba velando el cuerpo, y que se giro para atender a una persona. Una mujer sola en un lugar como aquel, hubiera desconfiado de cualquier hombre, y seguramente hubiera dado un paso atrás. A menos de que fuera su marido, pero ese quedaba exculpado, porque su borrachera, era tal, que dudaba de que aun supiera que su mujer había fenecido.

Por otro lado, si el agresor se había marchado con el cuchillo, debía de haber pequeñas gotas de sangre en el suelo que indicaran por donde se había marchado. Y sin duda había sido por el camino, era lo más lógico.

Tenemos que evitar que las demás personas vengan por este sendero, al menos hasta que encontremos el arma homicida.

Habiendo dejado ya ese tiempo de respeto, se movió y agacho para revisar con cuidado las marcas de huellas sobre la tierra batida y  sus alrededores.

Luego, una vez determinado lo que encontrara, se acerco a las manos de Ethel, quería ver si había algún  vestigio, quizás un trozo de tela, quizás un broche, o un botón en sus manos, que pudiera decirles quien era el culpable.

Y cuando hubo terminado, encamino sus pasos en rastrear el lugar en busca de un cuchillo, o un punzón, que pudiera indicarle donde lo habían tirado, porque dudaba que el asesino hubiera vuelto a la mansión con el arma.

Seguramente Talbott le dijera de que arma se tratara, era su especialidad. 

Un breve paseo en torno al escenario del crimen demostraba que había huellas. ¡Cientos de ellas! A fin de cuentas, esa misma jornada se había llevado a cabo el entierro de Ennis. A lo que era el momento en que el ataúd había recibido santa sepultura no habían acudido más que un escasísimo número de personas, pero desde la mansión Ennis hasta el cementerio había una distancia ridícula, así que habían sido muchos, muchísimos, los vecinos que habían abandonado por unos instantes la recepción en memoria de Ennis para visitar su tumba, aún con la tierra fresca recién removida y la lápida brillante y lustrosa, recién instalada. Huellas de hombres, huellas de mujeres -a juzgar por los rastros de puntiagudos tacones dejados en la tierra fresca del camino, ligeramente embarrado por la humedad presente en los últimos y lluviosos días-, incluso huellas de algún animal -sin duda el reverendo Edward Rook había aprovechado el entierro para darse un paseo por el cementerio con su inmenso perrazo, tan regordete, huraño pero en el fondo bonachón como su humano.

Entre el maremagnum de huellas recientes era imposible discernir si algunas habían sido impresas en el barro de forma más reciente que las anteriores. Ni siquera las de Katharina sobresalían de entre las de los demás, tal era la miríada de pisadas recientes.

Tras ese paseo inicial en torno a la escena del crimen, tocaba revisar el cadáver de la bella y lánguida Ethel, tratando de alterar en lo más mínimo posible la escena, así como la posición del cuerpo. Las manos de la joven asesinada sujetaban un pedacito de papel. Así a ojo parecía un fragmento de una fotografía rota. Parte había sido arrancada, y lo que restaba del papel no podía verse ya que la señora Goodson aún seguía sujetándolo con fuerza, apresado entre sus finísimos dedos. Un primer vistazo a las uñas de la víctima no revelaba rastro alguno de tierra, sangre o fibras. No parecía haber tenido tiempo de luchar...

Talbott recorría la escena en un frenesí de actividad, pero sin decir palabra. Por fin habló:

-Supongo que te has dado cuenta, como he hecho yo, de que no es normal que tras asestarle un par de puñaladas en el pecho el cuchillo no haya dejado más salpicaduras que estas de aquí- dijo, señalando al suelo frente a la víctima- Y que sin embargo no haya ni una sola más allá de un par de metros a la redonda del lugar en que fue apuñalada. Alguien, sin duda, usó algún medio para limpiar el puñal, un pañuelo, un paño, un trapo viejo... Algo así. Quizás si encontrásemos ese dichoso paño... Debe estar en alguna parte. No creo que el asesino -o asesinos- se haya atrevido a llevárselo consigo. Y si lo ha hecho, espero que lo pillemos con las manos en la masa.

Ante tu sugerencia de abandonar la escena unos instantes para recorrer el camino hasta la casa en busca del arma, Talbott te da carta blanca, permaneciendo al lado del cuerpo en busca de nuevas pistas. El paseo no te lleva más de unos cinco minutos, pero resulta poco fructífero. Ni arma del crimen, ni pañuelo revelador. Nada. Solamente más y más huellas, superpuestas e indescifrables. Ni siquiera te las apañas para reconocer las tuyas entre las existentes.

Por el camino, tu agudo oído de policía te permite escuchar el frenesí que emana de la casa Ennis, en donde parece haber cundido el pánico por lo sucedido. Por encima de las voces se percibe la de Dos Passos, luchando por poner orden entre el gentío, algo que parece que poco a poco va consiguiendo. Cuando los alaridos de la mansión comienzan a cesar, puedes escuchar el frenético obrar de Vivien Hayworth, Richard Ambler, el reverendo Rook y la posadera Mary Stone tratando de reanimar a la antigua maestra del pueblo. También escuchas a alguien correr como si le fuera la vida en ello. Es Alan Ettringer, el antiguo doctor del pueblo, que acaba de salir de su casa portando dos maletines y galopando como alma que lleva el diablo en dirección a su amiga Katharina Smith, quien se debate entre la vida y la muerte en aquellos momentos.

Talbott tenía razón, habían asestado las puñaladas, con rapidez, y habían limpiado el arma. No la debía de haber tirado, al menos no por donde él había buscado, así que empezó a buscar en otra dirección.

Al volver con su antiguo compañero le comento rápido.

Sera mejor que saquemos algo en claro, porque puede que si el doctor no llegue a tiempo, no sea el único finado que veamos hoy.

Mira a ver si puedes quitarle de la mano a la difunta el trozo de imagen que lleva, puede darnos alguna pista.

Se cayó el hecho, de que estaba convencido de que era fotografía del difunto señor Ennis. Mas por respeto que por no estar convencido. Pero había que dar tiempo al tiempo.

Puede que la fotografía fuera una pista, pero desde luego el trozo de foto no debía de ser lo suficientemente grande como para ser del todo revelador.

Con nuevos ojos, volvió a mirar cada matorral, detrás de cada piedra, buscando trapos, y puede quizás, que algún trozo mas de fotografía.

Intento mientras cavilar, sobre el tiempo que la miss Ethel había estado fuera de su vista, para con suerte, trazar una línea temporal que le llevara al momento del crimen.

Intentar extraer el pedazo de fotografía de la mano de Ethel no fue tarea sencilla. Durante un buen rato trataste de forcejear con el pedazo de papel, tratando de no alterar la posición de la mano de la víctima y de no doblar el pedazo de fotografía.

Por fin tuviste el trozo de papel en tus manos, sujeto a través de la esquina de un pañuelo para no alterar las huellas, aunque posiblemente no fuesen más que las de la difunta.

Era el retrato de Henry Ennis y su esposa, o al menos eso suponías, porque habían desgarrado parte del rostro al intentar arrancarle la foto de la mano. Estaban sentados juntos en el sofá y a los pies de ambos reposaban dos chiquillas. Una de ellas era Lucinda Ennis cuando era una niñita de unos cinco o seis años a lo sumo. La otra, no podías verlo. Era el fragmento de fotografía que faltaba, el que había sido arrancado de la mano de Ethel.

Maldita sea.

El ex agenete suelta el improperio al sacar solo una parte de la imagen de la mano de la difunta. 

Mira, teno la fotografia, sin duda tiene que tener importancia, porque la estaba agarrando como si la vida se le fuera en ello. 

Un comentario desafortunado mientras le tendia la imagen a su compañero de correrias. Su vista se volvio de nuevo hacia la mano de la mujer. 

Me parece que hay mas secretos escondidos alrededor de nuestro difunto amigo de los que me gustaria conocer. 

Sin dudarlo Rupert repaso mentalmente las ideas que habia estado barajando. Su mente siempre le prevenia pensando las peores situaciones posibles. Y hasta mirar aquella imagen, tenia la idea de que la difunta, y el señor Enis tenian una relación mas alla de la amitad. 

Del mismo modo que pensaba que Lucinda sin dudarlo era una testigo, si es que no era ella la asesina de aquella mujer, pues su comportamiento, y su aspecto le llevaban a temerse lo peor. 

Imaginaba que odiaria quizas a la amente de su padre, y por ese motivo habia tenido una pelea con la finada. Pero aquella imagen le abria una nueva via de pensamiento. 

Intento entonces hacer memoria sobre el pasado del difunto Enis, sobre su juventud, pero encontro un velo dificil de superar. No tenia conocimiento de que hubiera tenido mas hijas o hijos, y lo cierto era que como no era un hombre que gustara de chismes y habladurias, nunca se habia interesado por la parte de la vida en la que la mujer de Enis estaba viva. 

Crees que Enis pudo llegar a tener otra hija, y que es la chica de a foto. 

La pregunta era retorica, porque cualquiera que viera esa imagen, por el formato y a colocación de las personas, daria por sentado que se trataba de una fotografia familiar. 

Ahora su duda era. Era Ethel la amante de Enis, o tenia algo que ver con la otra niña que habia quedado sin rostro mientras el forense no consiguiera soltar lo que quedaba de la imagen. 

Maurice extendió el brazo para tomar la foto que le ofrecías, sujetándola él mismo con un pañuelo para no dejar sus huellas en ella. Nada más tomar el papel en sus manos soltó una exclamación de sorpresa.

-¡Válgame Dios!- acto seguido se disculpó contigo por la blasfemia, centrándose en lo que le habías preguntado- ¡Sophia! ¿Por qué Ethel vino a la tumba de Henry con una fotografía de toda la familia Ennis?

Resopló con resignación. Allí había algo que no encajaba. Podría haber entendido que Lucinda llevase una fotografía de los Ennis al completo a la tumba de su difunto padre, pero que lo hiciera Ethel, a la que se suponía amante del hombre...

-Perdona, Rupert. Se me había ido el santo al cielo. Sí que había otra niña Ennis, una gemela de Lucinda para ser exactos. Idénticas, completamente idénticas. Murió hace un montón de años, la verdad. Un caso espeluznante. No lo recuerdas porque por aquel entonces pasaste un tiempo fuera del pueblo, pero para mí fue el peor caso de mi vida. Tienes que recordarlo. Haz memoria.