Aunque cada vez cuente con mayor movilidad en los brazos, Catherine sigue sin notar las piernas. Eso hace que, pese a que la punzante rugosidad del suelo rasgue su piel desnuda, la anticuaria no sienta malestar e insista en seguir el origen de aquella brisa, albergando la esperanza de hallar una salida al exterior.
Pequeños surcos carmesíes cubren sus piernas cuando, al fin, la mujer consigue asomar la cabeza tras un lateral del pequeño montículo de rocas. Tras él, a escasos diez metros de donde se encuentra, un sol acabado de emerger del horizonte ilumina la salida del angosto túnel de roca en el que se encuentra. La brisa marina, fresca y pura, golpea su amoratada cara y el salitre inunda sus cuencas nasales.
Emocionada, Catherine avanza un poco más. Tanto los brazos como los hombros le duelen por el continuo esfuerzo de reptar arrastrando sus inertes piernas, pero decide sobreponerse a las molestias y seguir adelante. Cuando, tras un gran sufrimiento, consigue recorrer un puñado de metros por el túnel, algo de textura rugosa le roza la mano. Sorprendida, la mujer mira bajo esta y, semienterrado en la gravilla del suelo, encuentra algo parecido a un saco de arpillera.
Necesito que hagas una tirada de Escuchar.
Por cierto, Catherine no siente las piernas, con lo cual no puede caminar. Consecuencias de su altercado con la criatura de la poza.
En cuanto a lo de estar semidesnuda, Catherine lleva en paños menores desde el principio de la escena, cuando se despertó en el interior de la celda. Si lo piensas bien, es normal perder algo más que un calcetín después de ser arrastrada varias millas por el mar ;)
¡Es por aquí, por aquí! – Reconocía esas galerías, incluso parecía que el suelo había cambiado para hacerse más liso, recordándole a la entrada del almacén aunque también pudiera ser una sugestión suya.
No sabía qué opinaría el resto, pero para ella la luz representaba la salida. Según su lógica los sectarios estaban en la caverna y, aunque hubieran intentado huir en un momento dado antes que ellos, esperaba que Sutherland no hubiera llegado solo, sino que sus compañeros estarían fuera esperándolos y encerrando a los sectarios que salieron.
¡Vamos, vamos! – Igualmente no les quedaba otra opción, esperando simplemente haber escogido la correcta.
Motivo: Fuerza
Tirada: 1d100
Dificultad: 70-
Resultado: 53 (Exito) [53]
Aquellas luces que se movían frente a nosotros me hacía pensar en la seguridad y en la libertad. Alguien había conseguido encontrarnos y venían a liberarnos y salvarnos de lo que fuera que nos perseguía.
Eleanor hizo un último esfuerzo para cargar el cuerpo del comisario que poco a poco parecía debilitarse. Cogí fuertemente al comisario y uní mis fuerzas a las de Eleanor en un útlimo esfuerzo antes de consguir la tan ansiada liberación.
Vamos. Las luces nos indican la dirección. Vayamos hacia ellas.
Esperaba que lo que teníamos delante fuese mejor que lo que se oía detrás, así que me encaminé hacia allí mirando de reojo a mis compañeros. Parecía que Eleanor tenía más fuerza que yo y podía llevar al Comisario junto con Alfred, mejor, no quería dejarlo a merced de lo que fuese que nos perseguía.
- ¡Sí, estamos a punto de conseguirlo!
Los investigadores reemprenden el paso con la firme convicción de estar próximos a la ansiada salida. A medida que avanzan, les parece apreciar un incremento en la velocidad de movimiento de los puntos de luz, cosa que les indica que aquellos individuos los han percibido y tienen prisa por interceptarlos.
Poco a poco, los puntos luminiscentes empiezan a tomar forma de haces de luz, como los proyectados por una linterna, y el ruido de pasos apresurados entre las rocas de la caverna se acentúa.
— ¡Alto! ¡Policía! ¿Quiénes son ustedes?
La luz de las linternas ciega a los agotados investigadores, mientras notan como los individuos, que por el ruido que hacen son un buen puñado, los rodean. Pasados unos segundos de tensión, el dueño de aquella voz bronca y autoritaria vuelve a sonar, pero esta vez con tono de urgencia y preocupación.
— ¡Dios mío, Martin! ¿Qué te ha ocurrido?
Un hombre de baja estatura, ligero sobrepeso y pronunciada calvicie surge de detrás de las cegadoras luces y se acuclilla ante el cuerpo exangüe de Sutherland, el cual Eleanor y Alfred han depositado en el suelo tan delicadamente como sus entumecidos brazos se lo han permitido. El hombre va vestido con un uniforme de policía y en su mano derecha empuña una pistola. Tras guardar el arma, sujeta los hombros del herido y lo zarandea ligeramente, pero este parece haber perdido por completo el conocimiento.
Como puede se acerca hasta la abertura tomando conciencia de que aunque aquello fuera una probable salida ella no podría escapar,no en que estado y mucho menos si como se temía se había quedado inválida.No le quedaba ninguna esperanza pero aún así siguió adelante
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 75-
Resultado: 37 (Exito) [37]
Ya,ya,era más para escenificar la confusión siente y la desorientación. Mucho es que tenga unos rasguños nada más jeje
Me tomo unos instantes para retomar el aliento y señalo hacia el fondo de la caverna por donde habíamos venido.
Por allí..... Hay... unos.... individuos muy raros. Parecen....algún tipo de secta. Han atacado al comisario y han matado a una de nuestras compañeras. Pero cuidado, hay unas criaturas diabólicas muy extrañas que nos perseguían. Ni siquiera sé si las armas de fuego podrían matarlo. No creerían lo que hemos visto allí.
Era totalmente increíble lo que explicaba, pero confiaba en que al menos creyeran una parte de aquello y nos sacaran de allí antes de que nos atrapara lo que nos perseguía.
Sáquenos de aquí y les sugiero que si se atreven a ir allí al fondo lo hagan con cuidado.
Les intentaremos explicar todo pero este lugar no es seguro.- Se alegraba de ver a la autoridad, la verdadera y no de maleantes disfrazados para llevarlos de nuevo a las entrañas de la cueva, aunque todavía podía escuchar el croar de aquella bestia y su cercanía.- Tenemos que salir de aquí, cuanto antes.- Miró al resto de sus compañeros y a Sutherland, quien parecía haber perdido por completo el conocimiento.
No dejaba de mirar hacia los pasadizos que habían recorrido, temiendo que al girar una esquina encontrarían otra vez a esos sectarios.
Tras escuchar las palabras de los investigadores, el policía de marcada calvicie y, por lo visto, amigo del inspector Sutherland, se pone en pie y con la linterna enfoca en dirección al fondo de la caverna. Pasa unos segundos en silencio oteando la oscuridad, hasta que con voz susurrada se dirige a los recién hallados.
— Soy el inspector Brown, de la policía de Dundee. Sutherland nos puso al corriente de todo lo sucedido en Puerto Llano — sin preocuparse por parecer descortés, el hombre echa un vistazo a los tembloroso investigadores antes de continuar —. Por las descripciones que nos dio, supongo que ustedes son el grupo de civiles que ofrecían ayuda en la investigación sobre Edward Drake.
El agente saca su pistola y la prepara.
— Johnson, Hill y Williams, escoltadlos hasta la superficie y llamad a una ambulancia. Los demás, conmigo. No quiero que se me vuelva a escapar otro más de la familia Howell.
Dos de los policías recogen el cuerpo inconsciente de Sutherland y empiezan a caminar hacia la salida de los túneles, antecedidos por otro agente que alumbra el camino con su linterna. Mientras, el resto de hombres, precedidos por Brown, siguen avanzando por el corredor de roca con paso acuciante.
Aunque los cuerpos de Juliette, Eleanor y Alfred agradezcan el alivio, una pesada fatiga acompañada de una tranquilidad crispada embarga a los investigadores. Al fin se ven a salvo, pero el extremo padecimiento sufrido les imposibilita bajar la guardia por completo. No es hasta que logran alcanzar la entrada a los túneles y sacan la cabeza al exterior cuando algo en sus corazones parece aflojarse y una incontrolable llorera empieza a inundar sus ojos.
Es entonces cuando, de repente, surgido de la oscuridad que hay a sus espaldas, el reverberante y aciago sonido de un puñado de disparos estremece sus corazones.
A partir de ahora, la narración sigue en Escena 12. Desde las profundidades. En breve os daré paso.
Decidida a abandonar aquella maldita gruta cuanto antes, Catherine opta por no inspeccionar el tejido de arpillera y seguir avanzando en dirección a la salida. El sonido de las olas romper en las rocas es cada vez más claro y el aire marino le revuelve el apelmazado pelo. Siente la libertad al alcance de su mano cuando, de repente, un chapoteo a su espalda hace que sus nervios vuelvan a tensionarse.
La anticuaria sigue avanzando, sin mirar atrás, presa del miedo. Trata por todos los medios acelerar su movimiento, pero lo único que consigue es extenuarse y producirse heridas más sanguinolentas en la desnudez de su cuerpo. El corazón se le acelera cuando unos pasos sobre la arena y un débil cloqueo irrumpen en el túnel. Algo ha salido del agua y la acecha a escasos metros.
Con la intención de anticiparse a un inminente ataque, Catherine gira su rostro. El agotamiento que siente le imposibilita emitir un grito de horror al presenciar a una de aquellas criaturas que, unas horas antes, la habían arrastrado al fondo del mar y apresado en aquella diabólica gruta.
La figura semierguida de aspecto ictiforme observa a Catherine mientras sujeta el saco de arpillera que esta, momentos antes, había encontrado semienterrado en la arena. El espanto hace que la mujer sea incapaz de apartar la mirada del ser, que clava sus enormes ojos de pez sobre ella. Su cuerpo está cubierto de pequeñas escamas verdes y grisáceas, aunque en algunas partes del torso y las piernas puede intuirse algo parecido a piel, cuya pigmentación se asemeja a la de un ser humano. A su vez, sus brazos son largos y huesudos, pero, a diferencia de los de los raptores de Catherine, estos no están rematados en espeluznantes garras, sino en manos de alargados dedos.
La mirada aterrada de Catherine se posa en el rostro de la bestia. La vacuidad de su mirada de pez la estremece y la mantiene congelada, hasta que sus fauces se abren y algo parecido a la expresión de un sentimiento se dibuja en su cara bestial, justo antes de emitir sonidos guturales parecidos a palabras.
— Di... Dijjle a mi amigjjo Al... Alfredjj quej... quej sienjjjto lo ocurrido. Nu... nunca lo olvijjdaré. Gjjracias.
El espanto y desconcierto que siente la anticuaria es tal que su cerebro, incapaz de soportar más tensión, opta por desconectarse de la perturbadora realidad. Sus ojos se nublan y, mientras observan como la criatura se aproxima dando pequeños brincos, la mujer acaba irremediablemente desvanecida sobre la arena mojada del túnel.
A partir de ahora, la narración sigue en Escena 12. Desde las profundidades. En breve, te doy paso.