Motivo: Escopeta
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 38 (Fracaso) [38]
Motivo: Golpe de Remo
Tirada: 1d100
Dificultad: 25-
Resultado: 32 (Fracaso) [32]
La tirada sería así? No he sumado nada, sólo he puesto 25% como has dicho.
Aunque el disparo de Alfred acabe perdido en la inmensidad del mar, el estallido del arma logra amilanar a la criatura que, temerosa de recibir daño, se cubre su cabeza ictiforme con las garras en un acto reflejo. Un chirrido lastimero escapa de su boca desprovista de labios cuando Eleanor, armándose de valor, se abalanza contra ella con la intención de propinarle un golpe de remo. No obstante, la poca práctica marcial de la escritora hace que el impacto no sea tan contundente como planeaba y únicamente consigue sustituir la desorientación de la criatura por un incipiente ataque de furia.
La bestia marina descubre una infinita hilera de dientes de su enorme boca y levanta amenazante sus garras con la intención de lanzarse sobre los dos atemorizados investigadores que, víctimas del hostigamiento, se encuentran acorralados en un extremo de la barca.
Justo en el momento en que la criatura se dispone a lanzar un zarpazo sobre Eleanor, un fuerte golpe en la quilla de la barca, diferente en intensidad a los que, hasta el momento, había estado ejerciendo el oleaje sobre la madera, desestabiliza sus movimientos y la hace retroceder. Importunada por la interrupción, la bestia lanza un chillido de rabia al aire y se asoma al turbulento mar, con la intención de localizar la causa de su molestia. Es entonces cuando algo surgido del agua la agarra y la lanza por la borda para, en un pocos segundos, acabar engullida por las olas.
Motivo: ¿A quién ataca la criatua?
Tirada: 1d100
Resultado: 91 [91]
Motivo: Ataque de garra de la criatura
Tirada: 1d100
Dificultad: 25-
Resultado: 51 (Fracaso) [51]
¡La criatura ataca!
Para decidir quién será la primera víctima, lanzo 1d100. Par para Alfred. Impar para Eleanor.
La impotencia de estar contra una criatura medianamente estática y no poder darle un simple golpe con el remo eficaz era tal que se había tomado durante unos segundos aquello como personal. Había intentado usar todas sus fuerzas, todas sus reservas en un único golpe que no había sido más que una aparente acaricia de la criatura, quien decidió demostrarle realmente cómo se dañaba al rival.
La escritora soltó un grito asustado cuando la criatura mostró los dientes, temiendo que los hundiera en su cuello.
Se quedó quieta esperando al golpe aunque intentara en vano levantar el remo para usarlo como escudo, uno que creyó que había funcionado al no sentir nada más que el movimiento de la embarcación. Tuvo que obligarse a abrir los ojos y controlar su cuerpo para ver que algo la había salvado pero, ¿podía considerarse así? ¿Realmente era una criatura marina que se había apiadado de ella o un tercer enemigo que ambos bandos tenían en común?
¡Tenemos que irnos de aquí! – Fuera cual fuera la respuesta, ella no se quedaría a comprobarla. Gritó a Alfred con la intención de que se alejara de las barandillas para que no le capturaran también a él, buscando algo más céntrico para resguardarse.
Sin perder un instante, los investigadores se hacen con los remos y se disponen a abrirse paso entre el oleaje, que persiste en su braveza y les zarandea de un lado a otro. Por ahora, no les importa saberse completamente perdidos en el inmenso mar. A ninguno de los dos les preocupa poner rumbo, ya que el único objetivo que tienen en sus mentes es alejarse cuanto antes de aquel maldito lugar.
Tras media hora de frenética huida, la adrenalina disminuye y los brazos empiezan a arder por el excesivo ejercicio físico. Alfred es el primero en decaer al remo y, tras soltar la madera, queda con la mirada fija en el sol poniente, introspectivo, tratando de entender lo sucedido. Aunque por fortuna el mar haya vuelto paulatinamente a la calma, en el interior del crítico de arte la sensación de peligro sigue palpitando fuerte.
Eleanor no tarda en tomar ejemplo de su compañero y también deja de luchar contra el mar. El recuerdo de sus dos compañeras perdidas en la profundidad del mar hace que sus ojos se humedezcan al sentir que jamás volverá a verlas. El llanto se vuelve incontrolado cuando, irremediablemente, ese pensamiento se dirige a su querido George.
Los minutos se convierten en horas y la gélida noche no tarda en caer sobre el Mar del Norte. Abatidos, Eleanor y Alfred se acurrucan uno al lado del otro, tratando de entrar en calor, y, mientras recuerdan con nostalgia sus alegres vidas en Londres, aguardan descorazonados a que les alcance el irremediable fin.
Sigue en "Escena 10. Desolación".