Corrí hacia el hombre más grande de todos los que bebían en grupo y me abracé a él como una damisela en apuros, estaba desesperada pero sabía que si parecía una loca me ignorarían. Recuperé el aliento en sus brazos y alcé mi mirada con ojos suplicantes.
- Buen señor, ¡por favor ayúdeme! He sido atacada por unos hombres y temo que puedan seguir persiguiéndome, un caballero trató de defenderme pero le pegaron y creo que se lo llevaron. No pude hacer nada más que seguir corriendo hasta encontrarle a usted y a sus amigos... Esos hombres conducían un automóvil que desprendía olor a pescado.
Empecé a llorar en sus brazos recordando a Alfred -Por favor, avisen a la policía o hagan algo, lo que sea... ¡Se lo suplico!
Cuando Alfred pronuncia el nombre de "Robert Burns" al anciano se le iluminan los ojos y su tez, roja ya por el efecto del alcohol, de repente adquiere un tono todavía más colorado.
"¡En efecto! Soy un descendiente directo del magnífico Robert Burns, así como, claro está, un ferviente admirador de su vida y obra. ¿Quizás has reconocido en mi algún parecido físico? -el anciano sonríe tímido mientras muestra los innumerables huecos de su amarilla dentadura- Muchos dicen que conservo su cautivadora sonrisa."
Sin esperar respuesta y en esta ocasión con más lentitud, el mendigo da una vuelta sobre su propio eje y, tras ello, extiende sus brazos y empieza a recitar.
"¿Deberían olvidarse las viejas amistades
y nunca recordarse?
¿Deberían olvidarse las viejas amistades
y los viejos tiempos?
Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos."
Durante unos segundos, Archibald aguarda el aplauso de su único espectador y, acto seguido, visiblemente satisfecho, se acuclilla y empieza a rebuscar entre la basura circundante a la escalera. Tras sacar de la cochambre un amplio retal de tela mugrienta, extiende la ropa minuciosamente sobre el suelo y empieza a colocar sobre ella multitud de cachivaches que saca de sus bolsillos y de las pilas de desechos.
"Pues sí que eres un buen tipo, sí. Si eres capaz de arriesgar tu vida por encontrar a un amigo, sin duda lo eres. -aunque no pare de hablar, el vagabundo parece concentrado en su tarea.- ¿Y ese amigo tuyo es de Aberdeen? Quizás lo conozco. En la calle se conoce a mucha gente, sabes."
Finalmente, el mendigo prende los extremos de la ropa y los ata formando un amplio hatillo que, con un irregular movimiento de brazos que por poco le hace caer, se carga a la espalda. Cuando el hombre consigue estabilizarse, mira con su característica sonrisa desdentada a Alfred.
"Bueno, ya estoy listo. Podemos irnos. Me dijiste que me invitabas a un trago, ¿verdad?"
Visiblemente contrariado por la repentina invasión de su espacio personal, el hombre se queda mirando a Juliette y, al acto, con repugnancia en la cara, la aparta de un empujón, cosa que hace que esta pierda el equilibrio y caiga al suelo. El resto del grupo toma la misma actitud de desagrado y, en décimas de segundo, se crea un invisible perímetro de contención alrededor de la francesa.
"¡Señora, compórtese, por favor!"
Molestos por la intromisión, los hombres regresan al pub, dejando tras de sí a la mujer. Al abrirse las puertas, el inigualable sonido de violines escoceses interpretando música tradicional celta se filtra desde el interior del local. Desconcertada por la actitud del grupo, Juliette mira hacia la puerta y el espejo que la adorna le da, ante su estupor, el motivo del descortés recibimiento que acaba de recibir.
Su elegante vestido color marfil ahora es una parodia de lo que fue. Ya no únicamente el amplio roto ocasionado aquella mañana en la casa MacBain afea la vestimenta de la francesa. Una gran cantidad de manchas negras y marrones e innumerables descosidos y desgarros cubren la tela, en otro momento aterciopelada. Sus medias, rotas por la vertiginosa carrera, dejan entrever unas piernas arañadas y sucias. Así mismo, sus manos muestran un manicura destrozada y su enmarañado pelo, todavía empapado por la caída en el charco, presenta adherido en él restos de polvo y tierra.
Pero la estupefacción de Juliette dura poco, ya que, de repente, una voz femenina y ronca increpa a la cantante y la hace salir de su ensimismamiento. Desde la esquina de un callejón contiguo, una mujer de mediana edad con visible sobrepeso y vestida con un pesado abrigo marrón repleto de manchurrones negros, agita un puño amenazante.
"¡Desgraciada! Si molestas a los borrachos no soltarán ni un penique. ¡Vete de aquí! ¡Este es mi territorio!"
Inesperadamente creía haber encontrado una fuente de información. A pesar de que no parecía estar en sus cabales, esta gente veía cosas y oía cosas sin que los demás se percataran de su presencia. Solían ser ignorados por todos y eso les daba una invisibilidad que utilizaban sin querer para recabar información que ellos no necesitaban, pero que quedaba almacenada en sus cerebros.
Mi amigo se llama Edward. Edward Drake y ha desaparecido. Si me dices algo útil no te invitaré a un trago, te compraré una botella entera de whisky.
Juliette mira titubeante a la mujer que la increpa sin saber bien qué hacer o decir. Esto enfada todavía más a la mendiga que, deshaciéndose en improperios, empieza a caminar hacia la francesa mientras se arremanga y cierra los puños con fuerza.
"Zorra, te vas a enterar de lo que es bueno. ¡Nadie le toca las narices a Berta La Gorda!"
Archibald vuelve a las pilas de basura y, tras unos segundos retirando cachivaches, extrae de la inmundicia un par de muletas que entrega sonriente a Alfred.
"Toma, te ayudarán a caminar, ratón."
Dicho esto, el anciano se aproxima a la puerta y saca la cabeza por ella. Después de echar un vistazo, vuelve su mirada y, dando saltitos, se aproxima al crítico de arte y le ayuda a incorporarse.
"No hay gatos a la vista, así que podemos pasear con tranquilidad."
El vagabundo se coloca junto a Alfred y le asiste en sus primero pasos. Pese a agradecer la ayuda, el londinense no puede reprimir una sensación de repulsión al oler nuevamente los efluvios que desprende el cuerpo y las ropas del mendigo.
"Drake, Drake... Me suena, pero diría que en Aberdeen no hay ninguna familia con ese apellido. - Archibald se rasca teatralmente el mentón, mientras piensa - ¿Conoces el apellido de la madre de tu amigo, ratón?"
Los dos hombres salen al callejón y empiezan a caminar lentamente por la oscuridad sin que Alfred conozca el destino.
Disculpa, ayer actualicé todos los hilos pendientes, pero se me olvidó el tuyo :_)
Intento moverme con las muletas que me dio Archibald. Una expresión de asco me salió a la cara al colocar las manos en aquella superficie pringosa. Las manos se me quedaban enganchadas en algo que decidí no investigar que era.
Quizás te suene más el apellido MacBain que era el apellido de su madre.
Esperaba que el nombre MacBain, que era más conocido en la ciudad por lo que había visto le trajera más recuerdos y más información útil. Dentro de lo que parecía su paranoia se vislumbraba información veraz.
La pordiosera alcanza a una atemorizada Juliette que únicamente consigue ponerse en pie y recular un par de pasos antes de presenciar el inminente puñetazo que la mujer se dispone a propinarle. No obstante, debido al nerviosismo, esta falla en su intento de agresión y la francesa siente el puño de la mendiga rozarle la cara.
Esto es suficiente para que Juliette tome plena consciencia de lo que está sucediendo y salga corriendo de la plaza en dirección opuesta a la vagabunda.
Motivo: Berta propina un puñetazo a Juliette
Tirada: 1d100
Dificultad: 50-
Resultado: 77 (Fracaso) [77]
Lo siento, pero la escena estaba al borde del combate y debía solucionarlo. Has estado un turno sin intervenir y, en una situación así, siempre hay riesgo de que a los PJs les ocurran cosas indeseables. Pero bueno, por suerte no ha pasado nada. Ahora que ya has dicho que no estarás disponible hasta pasado Reyes, (creo que) puedes estar tranquila por Juliette.
¡Nos leemos!
Por un instante, la sonrisa bobalicona de Archibald pierde efusividad. No obstante, el mendigo tarda poco en recomponerse y, tras una súbita e infundada carcajada, su arrugada cara vuelve a desprender su característico aire de despreocupación bañada en alcohol.
"Comercian con los rincones más remotos del mundo y traen extrañas cosas con ellos. O por lo menos eso es lo que hacían antes esos MacBain."
Los dos hombres sigue caminando por callejones. Poco a poco, Alfred es capaz de percibir en el paisaje que los almacenes y las fábricas empiezan a dejar paso a los locales comerciales y las viviendas. Todo sigue teniendo el mismo aspecto decrépito, pero la vida está algo más presente en esa parte de la ciudad.
"A ver si llegamos pronto. Me muero de sed, ratón. ¿Qué prefieres? ¿Ron o güisqui?"
Ahuyentada por la mendiga, Juliette sale despavorida de la plaza y se cuela por la primera calleja que ve. Corre sin mirar atrás, descalza, esquivando farolas y bancos, mientras no puede alejar de su mente la idea de haber fallado a su compañero. De repente, un adoquín mal encajado en el pavimento hace que la francesa caiga al suelo y aterrice aparatosamente sobre un montón de cajas húmedas y mal olientes. Eso es suficiente para que la chica se desmorone y, hecha un ovillo y rodeada de basura, empiece a llorar desconsoladamente.
Quince minutos más tarde...
Alfred y su sonriente acompañante al fin alcanzan su destino. Ante ellos, una moribunda luz se filtra por las ventanas y la puerta de lo que parece ser una taberna. El hombre que acompaña al crítico de arte, un anciano vestido con harapos y cargado con un pesado fardo, da un salto de alegría y se precipita hacia la entrada, mientras tira de su acompañante que a duras penas se aclara con las dos muletas con las que va equipado. No obstante, cuando se disponen a entrar en el establecimiento, el paso del londinense se detiene en seco al percibir un llanto acallado y muy familiar. Nervioso, dirige la mirada hacia la esquina contigua donde, rodeada de basura y visiblemente fatigada, no le cuesta dar con la fuente de tan triste sonido.
"¿Juliette, eres tú?"
Volvéis a estar juntos :)
Me moví con dificultad debido a las muletas, pero me acerqué a donde estaba Juliette para ayudarla a incorporarse. Poco podía hacer en ese esstado, pero un caballero siempre ayudaba a una señorita en apuros, aunque fuera la fuerte Juliette.
Juliette, por el amor de Dios. ¡Cuanto me alegro de volverte a ver! Pensaba que podría haberte ocurrido algo terrible al caminar sola por esas calles de noche. ¿Estás bien?
Intenté torpemente ayudarla a levantarse y una de las muletas cayó al suelo. Me encontré solo con un apoyo y cuando mi pie lesionado tocó el suelo, una punzada de dolor subió por la pierna.
¡AY! Maldita pierna.
En ese momento caí en la cuenta de que me había olvidado de mi nuevo amigo Archibald y me giré para comprobar si aún estaba en la puerta o lo había perdido en el interior de la taberna.
Con la ropa harapienta, los pies prácticamente negros, magulladuras por todo el cuerpo y el poco maquillaje que me quedaba estropeado por las lagrimas estaba resignada a pasar la noche allí, ya que había gastado las últimas fuerzas que me quedaban en huir de aquella aterradora mujer. Casi me parecía oír la voz de Alfred pero asumí que era mi subconsciente machacándome de nuevo. Pero su voz volvió a llamarme, abrí un poco los ojos y vi una figura, las lagrimas no me dejaban enfocar bien. Retrocedí contra la pared asustada, ya no podía huir mas.
- ¿Qui... quién anda ahí? ¿Alfred? - Caí en la cuenta de que era imposible que le hubieran liberado - No me haga daño, sea quien sea...
Aquel hombre me ayudó a incorporarme y cuando lo tuve en frente no pude creer lo que mis ojos veían -Es... imposible... te atraparon, creía que iban a... matarte... ¿como has...? ¿de donde...? Tu pierna... No entiendo nada... - Estaba claramente confusa por aquella situación.
Sonreí al volver a ver a Julette. Me alegraba al verla con vida, aunque estaba bastante desorientada.
Los dos necesitamos calentarnos de momento. Cuando volvamos al hotel entonces nos bañaremos y cambiaremos de ropa. Tengo muchas cosas que explicarte, y por lo que veo, tu también.
Miré hacia la puerta todavía buscando a Archibald esperando no haberlo perdido.
Tengo que presentarte a mi salvador. Te sorprenderás cuando sepas de quién dice que es pariente, pero me rescató de los rufianes del almacén.
Me detuve. Estaba a punto de ponerme a hablar en un momento poco adecuado. Sostuve a Juliette como pude mientras me recostaba en una de las muletas.
Vamos. Si coges la muleta que se me ha caído podemos caminar uno contra el otro y recostados en las muletas.
Un anciano harapiento cargado con un pesado fardo aguarda en la puerta de la taberna que hay a pocos pasos, más pendiente de lo que se cuece en el local que en el recién reencuentro. Mira impaciente al interior, mientras da pequeños saltos visiblemente entusiasmado. Su boca, casi totalmente despoblada de dientes, sonríe y contrae las mejillas que, posiblemente, no estén únicamente enrojecidas por el frío de la noche.
"¡Vamos, ratón! Ya puedo sentir el sabor del güisqui."
El mendigo se percata de la presencia de Juliette y, sin mudar su sonrisa y tras aclararse la voz, se aproxima a la pareja y saluda a la mujer de forma teatral.
"Mi corazón es angustia, y lágrimas caen de mis ojos;
hace mucho, mucho tiempo que la alegría me es extraña:
olvidado y sin amigos soporto mil montañas,
sin una voz dulce que suene en mis oídos."
Concluido el recital, da una rápida vuelta sobre su propio eje y, tras recuperar el equilibrio, extiende los brazos y aguarda a los aplausos. Estos no llegan, pero, sin importarle lo más mínimo, se acerca a escasos centímetros de Juliette, que de repente siente un penetrante olor a alcohol, y le coge la mano.
"Joven señora, ¿tendría la gentileza de acompañarnos a este ratón sin nido y a un servidor, Archibald Burns, a brindar por las nuevas amistades?"
Sin reparo alguno, el hombre observa de arriba a abajo a la muchacha y, después de ladear desconcertado la cabeza varias veces, queda con cara pensativa.
"Aunque creo que... -el anciano deja el fardo en el suelo y rebusca en él- debería ponerse esto. Debemos mantener una mínima etiqueta. Esta no es una taberna cualquiera, señorita."
Gentil, el mendigo entrega a Juliette un par de desgastados y burdos zapatos de hombre que claramente superan con creces el tamaño de pie de la francesa.
Alfred no respondió a mis preguntas, posiblemente por la presencia de aquel hombre que decia ser su salvador. A mi me parecía un simple borracho y por mucho que fuera el pariente de alguien importante solo era un simple maleante ante mis ojos.
Recogí la muleta de mi amigo y me apoye en él intentando no cargarle mucho, aunque mis fuerzas eran limitadas. Aquel pintoresco personaje me invitó a beber con él en aquella taberna de mala muerte pero lo único que deseaba era darme un baño y ponerme ropa limpia.
- Lo lamento buen señor, pero ha sido una noche larga y necesito llegar al hotel, quizá en otra ocasión, cuando disponga de mi propio calzado- me giré hacia Alfred y con tono agotado le imploré por un transporte -¿No tendrás unas monedas para pedir un coche que nos lleve?
Aunque soy consciente de que aquel hombre puede ser importante para Alfred ahora en mi cabeza solo prima que acabe aquella noche de pesadilla.
El rechazo de la francesa pilla por sorpresa al mendigo. Contrariado al ver como se esfuma de forma tan repentina la posibilidad casi segura de echar un trago, un rictus serio estira los labios del anciano en una mueca inexpresiva. No obstante, el hombre no tarda demasiado en rehacerse a la negativa y, tras introducir los zapatos en el fardo y cargárselo nuevamente a la espalda, esboza su acostumbrada sonrisa y hace una gentil reverencia.
"Como quiera usted, bella dama. Que duerma bien."
Dicho esto, asumiendo que "ratón" no accederá a dejar sola a su recién encontrada amiga, Archibald da la espalda a la pareja, se encamina a la puerta de la taberna y sin girarse, se dirige a Alfred.
"Ratón, ha sido un placer. Me tomaré una a tu salud. ¡Y haz el favor de cuidarte de los gatos!"
Entre carcajadas, el vagabundo se pierde tras la puerta de la taberna.
Me quedé allí de pie viendo como Archibald desaparecía en el interior de la taberna. Quizás había perdido una oportunidad de investigar algo más sobre los negocios de los MacBain, pero al menos me había quedado con una de las frases que me dijo mi nuevo amigo.
Comercian con los rincones más remotos del mundo y traen extrañas cosas con ellos
Eso debería bastar de momento para intentar averiguar algo más. Pero de momento la prioridad era llevar a Juliette a un sitio seguro y recomponernos un poco de nuestras heridas.
Vamos, Juliette. Busquemos un transporte hasta el hotel. Creo que nos merecemos un descanso.
Apoyados uno contra el otro en una escena un tanto extraña nos acercamos al borde de la calle buscando un taxi que nos llevara a la seguridad del hotel.
Tras deambular largo rato por las tortuosas calles del barrio pesquero de Aberdeen, Juliette y Alfred alcanzan lo que parece ser el centro de la ciudad. La cojera del hombre no les hace avanzar tan rápido como les gustaría, pero, en el fondo, pese a estar atemorizados y mostrar un aspecto lamentable, se sienten afortunados de estar nuevamente reunidos. La imagen desaliñada que ambos presentan les imposibilita encontrar un taxi que acceda a transportarlos hasta su destino, así que no tienen más remedio que caminar hasta que, cuando ya nada dan por la generosidad aberdonia, un repartidor de pan se apiada de ellos y les lleva de regreso al St. Nicholas Inn.
Cuando entran al hostal, nadie allí está para recibirles, así que, profundamente agotados tras recorrer a pie prácticamente todo Aberdeen, deciden aprovechar la ausencia del recepcionista para deslizarse a sus respectivas habitaciones sin tener que dar explicaciones a nadie de su tardanza y su mal aspecto. A estas alturas, después de una noche para olvidar, lo único que importa a la pareja es descansar.
Sigue en "Escena 7. Primer Aviso".